Capítulo XLI
El Comité Militar Revolucionario
En el transcurso del mes de agosto, a pesar del cambio iniciado a finales de julio, aún seguían dominando en la renovada guarnición de Petrogrado los socialrevolucionarios y los mencheviques. Algunos regimientos seguían contagiados de una profunda desconfianza hacia los bolcheviques. El proletariado carecía de armas: la Guardia Roja no tenía en sus manos más que unos cuantos miles de fusiles. En estas condiciones, la insurrección hubiera podido terminar en una tremenda derrota, a pesar de que las masas afluían nuevamente al bolchevismo.
La situación fue modificándose incesantemente durante el mes de septiembre. Después del motín de los generales, los conciliadores perdieron rápidamente el punto de apoyo que tenían en la guarnición. A la desconfianza hacia los bolcheviques sucedió la simpatía y, en el peor de los casos, una neutralidad expectativa. Pero la simpatía no era activa. Políticamente, la guarnición seguía siendo harto inconsistente y mostraba la suspicacia propia de los campesinos: «¿No nos engañarán también los bolcheviques? ¿Nos van a dar, efectivamente, la paz y la tierra?». Los soldados, en su mayoría, no estaban dispuestos todavía a luchar por estos objetivos bajo la bandera de los bolcheviques. Y como en la guarnición subsistía una minoría inatacable casi por completo, hostil a los bolcheviques (5.000 a 6.000 junkers, tres regimientos cosacos, el batallón de motociclistas, la división de autos blindados), el resultado de la lucha parecía aún dudoso en septiembre. El desarrollo de los acontecimientos dio un favorable impulso a la causa bolchevista, con una nueva lección práctica que ligó indisolublemente el destino de los soldados de Petrogrado al de la revolución y de los bolcheviques.
El derecho a disponer de las fuerzas armadas es el derecho fundamental del poder gubernamental. El primer gobierno provisional, impuesto al pueblo por el Comité Ejecutivo, se comprometió a no desarmar ni sacar de Petrogrado los regimientos que habían tomado parte en la Revolución de Febrero. Tal fue el principio formal del dualismo militar, inseparable, en el fondo, del dualismo del poder. Las grandes conmociones políticas de los meses siguientes —manifestación de abril, jornadas de julio, preparación de la sublevación de Kornílov y su liquidación— planteaban inevitablemente, cada vez, la cuestión de la dependencia jerárquica de la guarnición de Petrogrado. Pero, al fin, los conflictos que en este terreno surgían entre el gobierno y los conciliadores tenían un carácter familiar y terminaban por las buenas. Al bolchevizarse la guarnición, las cosas tomaron otro carácter.
Ahora eran los mismos soldados los que recordaban la promesa hecha en marzo por el gobierno al Comité Ejecutivo Central y vulnerada pérfidamente por ambos. El 8 de septiembre, la sección de soldados del Soviet exige que se haga volver a Petrogrado a los regimientos enviados al frente con motivo de los acontecimientos de julio. Entre tanto, los hombres de la coalición se devanaban los sesos buscando el medio de sacar de la capital los demás regimientos.
En varias ciudades de provincias, la situación era aproximadamente la misma que en la capital. En el transcurso de julio y agosto procedióse a renovar, con un criterio patriotero, las guarniciones locales; durante los meses de agosto y septiembre, las guarniciones renovadas se contagiaron profundamente de bolchevismo. Había que empezar de nuevo; esto es, volver a renovar y transformar esas guarniciones. El gobierno, para preparar el golpe contra Petrogrado, empezaba por las provincias. Los motivos políticos se presentaban, cuidadosamente como estratégicos. El 27 de septiembre, los soviets de la ciudad y de la fortaleza de Reval adoptaban la siguiente resolución sobre el particular: considerar posible el reagrupamiento de las tropas, a condición de que se cuente previamente con la conformidad de los respectivos soviets. Los directivos del Soviet de Vladimir preguntaron a Moscú si debían someterse o no a la orden dada por Kerenski de retirar toda la guarnición. La oficina regional de los bolcheviques de Moscú constataba que «esas órdenes se dictan sistemáticamente para las guarniciones de espíritu revolucionario». Antes de ceder todos sus derechos, el gobierno provisional intentaba hacer uso del que es fundamental de todo gobierno: disponer de la fuerza armada.
El licenciamiento de la guarnición de Petrogrado era tanto más inaplazable cuanto que el próximo Congreso de los Soviets había de llevar hasta sus últimas consecuencias la lucha por el poder. La prensa burguesa, dirigida por el órgano de los kadetes, Riech, afirmaba, día tras día, que no podía otorgarse a los bolcheviques la posibilidad de «elegir el momento para declarar la guerra civil». Esto significaba que era menester asestar oportunamente el golpe a los bolcheviques. De aquí se desprendía de modo inevitable la tentativa de modificar previamente la correlación de fuerzas en la guarnición. Los argumentos de orden estratégico producían no poco efecto después de la caída de Riga y la pérdida de las islas de Monzund. El Estado Mayor de la región dio orden de modificar la composición de los regimientos de Petrogrado para mandarlos al frente. La cuestión fue planteada al mismo tiempo en la sección de soldados por iniciativa de los conciliadores. El plan del adversario no estaba mal: después de presentar al Soviet un ultimátum estratégico, quitar de un solo golpe a los bolcheviques el punto de apoyo que tenían en el ejército o, en caso de resistencia del Soviet, provocar un conflicto agudo entre la guarnición de la capital y el frente, necesitado de refuerzos y de relevos.
Los directivos del Soviet, que se daban perfecta cuenta de la trampa que les preparaban, se proponían tantear bien el terreno antes de dar un paso irremediable. Sólo cabía oponer una negativa rotunda a la orden dada, en caso de tener seguridad de que los motivos de la renuncia serían debidamente comprendidos por el frente. En caso contrario, podría resultar más ventajoso sustituir, de acuerdo con las trincheras, los regimientos de la guarnición por tropas revolucionarias del frente que estuvieran necesitadas de reposo. Precisamente en este sentido se había pronunciado ya, como más arriba queda indicado, el Soviet de Reval.
Los soldados enfocaban la cuestión de un modo más directo. Ir al frente ahora en pleno otoño; resignarse a una nueva campaña de invierno era una idea que de ningún modo les cabía en la cabeza. La prensa patriótica emprendió inmediatamente el ataque contra la guarnición: los regimientos de Petrogrado, embotados por el exceso de grasa de la inacción, traicionan de nuevo al frente. Los obreros salieron en defensa de los soldados. Los de Putilov fueron los primeros que protestaron contra el envío de los regimientos. La cuestión figuraba ya constantemente en el orden del día, no sólo en los cuarteles, sino en las mismas fábricas. Esto acercó estrechamente a las dos secciones del Soviet. Los regimientos empezaron a apoyar con particular ardor la demanda de que se armara a los obreros.
Los conciliadores, buscando reanimar el patriotismo de las masas con la amenaza de la pérdida de Petrogrado, el día 9 de octubre presentaron al Soviet la proposición de crear un «comité de defensa revolucionaria» que tuviera como fin participar en la defensa de la ciudad con la cooperación activa de los obreros. Sin embargo, el Soviet, al mismo tiempo que se negaba a echar sobre sí la responsabilidad «de la pretendida estrategia del gobierno provisional y, en particular de la retirada de tropas de Petrogrado», no se apresuraba a pronunciarse sobre la orden dada, sino que decidía estudiar los motivos y fundamentos de la misma. Los mencheviques intentaron protestar: es inadmisible la intromisión en las disposiciones operativas del mando. Pero aún no hacía mes y medio que decían lo mismo respecto de las órdenes de Kornílov, que perseguían como fin preparar la sublevación, y no faltó quien se lo recordara así. Había que crear un órgano competente que se encargase de comprobar si el envío de regimientos al frente era dictado por consideraciones militares o políticas. Con gran asombro de los conciliadores, los bolcheviques aceptaron la idea del comité de defensa: precisamente ese comité era el que había de concentrar en sus manos todos los datos relativos a la defensa de la capital. Con ello se daba un paso importante. El Soviet, al arrancar esa peligrosa arma de las manos del adversario, se reservaba la posibilidad, según fueran las circunstancias, de orientar la resolución relativa a la retirada de los regimientos en un sentido o en otro, aunque, de todas maneras, contra el gobierno y los conciliadores.
Los bolcheviques aceptaron tanto más naturalmente el proyecto menchevista de crear un comité militar, cuanto que en sus propias filas se había hablado ya, más de una vez, de la necesidad de constituir oportunamente un órgano soviético autorizado para dirigir la revolución futura. En la Organización Militar del partido, incluso, se había elaborado el correspondiente proyecto. La dificultad que hasta entonces no había sido posible vencer estribaba en la combinación del órgano de la insurrección con el Soviet, que tenía carácter electivo y que actuaba abiertamente, y del cual, por añadidura, formaban parte representantes de los partidos enemigos. La iniciativa patriótica de los mencheviques no podía surgir más oportunamente para facilitar la creación del Estado Mayor y de la revolución, que no tardó en adoptar la denominación de Comité Militar Revolucionario, convirtiéndose en la palanca principal de levantamiento.
Dos años después de estos acontecimientos, el autor del presente libro decía en un artículo dedicado a la Revolución de Octubre: «Tan pronto como la orden relativa a la retirada de los regimientos fue transmitida por el Estado Mayor de la región al Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado... se vio claramente que, en su desarrollo ulterior, esta cuestión podía adquirir una importancia política decisiva». La idea de la insurrección empezó a tomar inmediatamente una forma concreta. Ya no era menester inventar un órgano soviético. La misión efectiva del futuro comité quedaba inequívocamente puesta de relieve por el hecho de que Trotsky, en aquella misma sesión, terminara su informe sobre la retirada de los bolcheviques del preparlamento con la siguiente exclamación: «¡Viva la lucha directa y abierta por el poder revolucionario en el país!». Esto no era más que la traducción, al lenguaje de la legalidad soviética, de la divisa: «¡Viva la insurrección armada!».
Justamente al siguiente día, 10 de octubre, adoptaba el Comité Central de los bolcheviques, en reunión secreta, la resolución de Lenin que señalaba la insurrección armada como el objetivo práctico de los días que se avecinaban. Desde ese momento, se dotaba al partido de un objetivo de combate claro e imperativo. El comité de defensa se incorporaba a la perspectiva de la lucha inmediata por el poder.
El gobierno y sus aliados rodearon de círculos concéntricos a la guarnición. El 11, el general Cheremisov, que mandaba el frente septentrional, dio cuenta al ministro de la Guerra de la demanda presentada por los comités del ejército: que se sustituyera a los regimientos cansados del frente con los soldados de Petrogrado. El Estado Mayor del frente no era, en este caso, más que una instancia transmisora entre los conciliadores del ejército y sus líderes petrogradeses, los cuales se esforzaban en crear una base más amplia para los planes de Kerenski. La prensa de la coalición acogió esa operación envolvente con una sinfonía de furor patriótico. Sin embargo, las asambleas cotidianas de los regimientos y de las fábricas mostraban que la música de los dirigentes no producía abajo ningún efecto. El 12, los obreros de una de las fábricas más revolucionarias de la capital, Stari Parvieinen, reunidos en asamblea general, contestaron del siguiente modo a la campaña de la prensa burguesa: «Declaramos firmemente que nos echaremos a la calle cuando lo juzguemos necesario. No nos asusta la lucha que se aproxima y estamos firmemente convencidos de que saldremos de ella victoriosos».
Al constituir una comisión encargada de preparar el estatuto del comité de defensa, el Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado señaló los siguientes fines al futuro órgano militar: ponerse en contacto con el frente septentrional y con el Estado Mayor de la región de Petrogrado, con el Comité Central de los marinos del Báltico y el Soviet regional de Finlandia, para estudiar la situación militar y las medidas necesarias; efectuar un recuento de los efectivos de la guarnición de Petrogrado y sus alrededores, así como de las municiones y víveres; tomar medidas para mantener la disciplina entre las masas obreras y de soldados. Estos fines eran universales y, al mismo tiempo, equívocos: casi todos ellos oscilaban entre la defensa de la capital y el levantamiento armado. Sin embargo, esos dos objetivos, que hasta entonces se excluían recíprocamente, ahora se aproximaban en realidad; al tomar el poder en sus manos, el Soviet debería echar sobre sí la defensa de Petrogrado. Este elemento de camuflaje no había sido introducido artificialmente desde el exterior, sino que se desprendía, hasta cierto punto, de las condiciones creadas por la proximidad de la insurrección.
Con esa misma mira de camuflaje, no se puso a un bolchevique al frente de la comisión encargada de elaborar el estatuto del comité, sino a un socialrevolucionario, el joven y modesto funcionario de intendencia, Lazimir, uno de aquellos socialrevolucionarios de izquierda que ya antes de la insurrección se hallaban en perfecto acuerdo con los bolcheviques, sin que, a decir verdad, previeran siempre adónde habría de conducirles ese acuerdo. El proyecto primitivo de Lazimir fue modificado por Trotsky en dos sentidos: concretando los fines prácticos para conquistar la guarnición y difuminando aún más el objetivo revolucionario general. El proyecto, aprobado por el Comité Ejecutivo con la protesta de los dos mencheviques, incluía en el Comité Militar Revolucionario a las Mesas del Soviet y de la sección de soldados, a los representantes de la escuadra, del Comité Regional de Finlandia, del sindicato ferroviario, de los comités de fábrica, de los sindicatos, de las organizaciones militares del partido, de la Guardia Roja, etc. El fundamento de la organización era el mismo que en otros muchos casos; pero la composición personal del comité se hallaba determinada de antemano por sus nuevos objetivos. Partíase del supuesto de que las organizaciones enviarían representantes conocedores de los asuntos militares o que estuvieran en estrecho contacto con la guarnición. La función debía condicionar el carácter del órgano.
No menos importante era la constitución de otro organismo: cerca del Comité Militar Revolucionario se instituyó una conferencia permanente de la guarnición. La sección de los soldados representaba a la guarnición políticamente; los diputados eran elegidos de acuerdo con las banderas políticas que seguían. La conferencia de la guarnición debían integrarla los comités de regimiento, que, como dirigían la vida cotidiana de los mismos, eran su representación más «profesional», más directa y más práctica. La analogía entre los comités de regimiento y los de fábrica saltaba a la vista. En todas las grandes cuestiones políticas, los bolcheviques, a través de la sección obrera del Soviet, podían apoyarse confiadamente en los obreros. Pero para convertirse en dueños de las fábricas era menester que arrastraran en pos de sí a los comités de las mismas. La composición de la sección de soldados garantizaba a los bolcheviques la simpatía política de la mayoría de la guarnición. Mas para disponer prácticamente de las tropas era preciso apoyarse de un modo inmediato en los comités de regimiento. Esto explica que la conferencia de la guarnición, en el período que precedió al levantamiento, pasara a ocupar el primer término, relegando, naturalmente, a un segundo lugar a la sección de soldados. Es de advertir, sin embargo, que los delegados más destacados de la sección formaban parte, asimismo, de la conferencia.
En el artículo «La crisis ha madurado», escrito poco antes de esos días, preguntaba Lenin en tono de reproche: «¿Qué ha hecho el partido para estudiar la disposición de las tropas y demás?». No obstante la labor llevada abnegadamente a cabo por la Organización Militar, el reproche de Lenin estaba justificado. El partido realizaba con dificultad el estudio, puramente técnico, de las fuerzas y de los recursos militares; faltaba el hábito, no se encontraba modo de enfocar la cuestión. La situación se modificó inmediatamente a partir del momento en que entró en escena la conferencia de la guarnición; en lo sucesivo, aparecía, día tras día, a los ojos de los directivos el panorama vivo de la guarnición, no sólo de la capital, sino también del anillo militar que la circundaba. El 12, el Comité Ejecutivo examinó el proyecto de estatuto elaborado por la comisión de Lazimir. A pesar del carácter confidencial de la sesión, los debates tenían en gran parte un carácter metafórico: «Se decía una cosa, pero se sobrentendía otra», dice, no sin fundamento, Sujánov. El estatuto instituía el funcionamiento de secciones de defensa, aprovisionamiento, comunicaciones, información, etcétera, ajenas al comité. Tratábase, por tanto, de un Estado Mayor o, si se quiere, de un contra-Estado Mayor. Asignábase como objetivo a la conferencia elevar el espíritu combativo de la guarnición. No dejaba de haber en esto una parte de verdad. Pero la capacidad combativa podía tener distintas aplicaciones. Los mencheviques se percataban con impotente indignación de que la idea por ellos propugnada con fines patrióticos se convertía en algo destinado a disimular la insurrección que se preparaba. El camuflaje no tenía nada de impenetrable: todo el mundo comprendía de qué se trataba; pero, al mismo tiempo, nada podía hacerse para estorbarle, ya que de un modo absolutamente idéntico habían procedido los mismos conciliadores al agrupar en derredor suyo a la guarnición en los momentos críticos y crear órganos de poder paralelamente a los del Estado.
Hubiérase dicho que los bolcheviques no hacían más que seguir las tradiciones del poder dual. Pero introducían un nuevo contenido en las viejas formas. Lo que antes servía para la política de conciliación, conducía ahora a la guerra civil. Los mencheviques pidieron que se hiciera constar en acta su opinión adversa a la totalidad del proyecto. Esta platónica demanda fue satisfecha.
Al día siguiente, en la sección de soldados, que aún no hacía tanto constituía la guardia de los conciliadores, se examinó la cuestión del Comité Militar Revolucionario y de la conferencia de la guarnición. En esa reunión, notabilísima por todos conceptos, ocupó por derecho propio el lugar principal el marino Dibenko, presidente del Tsentrobalt, un gigante de barba negra que no tenía costumbre de morderse la lengua. El discurso del invitado de Helsingfors irrumpió como un chorro de agua de mar, fresca y picante, en el estancado ambiente de la guarnición. Dibenko dio cuenta de la ruptura definitiva de la escuadra con el gobierno y de las nuevas relaciones entabladas con el mando. El almirante, antes de iniciar las últimas operaciones marítimas, se había dirigido con la siguiente pregunta al congreso de los marinos que se estaba celebrando por aquellos días: «¿Se ejecutarán las órdenes que se den? A lo cual contestamos: si ejercemos el control nosotros, sí. Pero... si vemos que la escuadra va a sucumbir, lo primero que haremos será colgar del palo mayor al almirante». Para la guarnición de Petrogrado, éste era un nuevo lenguaje. Por lo demás, en la misma escuadra sólo había adquirido carta de naturaleza en los últimos días. Era el lenguaje de la insurrección. El puñado de mencheviques representados en la asamblea, refunfuñaba en un rincón. La Mesa lanzaba miradas de inquietud a la compacta masa de capotes grises. ¡Ni una voz de protesta en sus filas! Los ojos brillan en los rostros excitados. En la sala flota el espíritu de la audacia temeraria.
Como conclusión, Dibenko, alentado por la aprobación general, declaró con firmeza: «Se habla de la necesidad de sacar de la capital a la guarnición para defender los puntos de acceso a Petrogrado y, en particular, Reval. No lo creáis; de la defensa de Reval nos encargamos nosotros. Quedaos aquí y defended los intereses de la revolución. Cuando tengamos necesidad de vuestro apoyo, os lo diremos, y estoy convencido de que entonces acudiréis en auxilio nuestro». Este llamamiento, que fue inmejorablemente comprendido por los soldados, suscitó una verdadera tempestad de entusiasmo, en el que quedaron ahogadas, sin dejar rastro, las protestas de los escasos mencheviques que asistían a la asamblea. A partir de ese momento, la cuestión de la retirada de los regimientos podía darse definitivamente por resuelta.
El proyecto de estatuto presentado por Lazimir fue aceptado por una mayoría de 283 votos contra 1 y 23 abstenciones. Estas cifras, inesperadas para los mismos bolcheviques, dan idea de la presión revolucionaria de las masas. La votación significaba que la sección de soldados quitaba resuelta y oficialmente de las manos del Estado Mayor gubernamental la dirección de la guarnición, para transmitirla al Comité Militar Revolucionario. No había de tardar en poner de relieve al porvenir, que no se trataba de una simple manifestación demostrativa.
Ese mismo día, el Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado, dio cuenta de la creación de una sección especial de la Guardia Roja cerca del mismo. El armamento de los obreros, abandonado e incluso perseguido por los conciliadores, convirtióse en uno de los objetivos más importantes del Soviet bolchevista. La recelosa actitud de los soldados respecto de la Guardia Roja, desapareció por completo. En casi todas las resoluciones de los regimientos, muy al contrario de lo que sucedía antes, se exige el armamento de los obreros. En lo sucesivo, la Guardia Roja y la guarnición obran de perfecto acuerdo y no han de tardar en estar ligadas más estrechamente todavía por la común subordinación al Comité Militar Revolucionario.
El gobierno se inquietó. El día 14, por la mañana, se celebró en el gabinete de Kerenski un consejo de ministros, en el que se aprobaron las medidas adoptadas por el Estado Mayor contra el «golpe» que se preparaba. Los gobernantes hacían toda clase de conjeturas para tratar de saber si en esa ocasión no se iría más allá de una manifestación armada o si se llegaría a la insurrección. El jefe de la región militar decía a los representantes de la prensa: «En todo caso, estamos preparados». A menudo, en vísperas de la muerte, los enfermos desahuciados se sienten revivir bajo el influjo de una nueva afluencia de fuerzas. En la sesión de ambos comités ejecutivos, Dan, imitando el tono empleado en junio por Tsereteli, refugiado ahora en el Cáucaso, exigió de los bolcheviques que dieran respuesta a la pregunta siguiente: «¿Piensan hacer algo? Y, en caso afirmativo, ¿cuándo?». De la respuesta de Riazanov sacó, no sin fundamento, el menchevique Bogdanov, la conclusión de que los bolcheviques preparaban la insurrección y que se pondrían al frente de la misma. El diario de los mencheviques decía: «Por lo visto, con lo que cuentan los bolcheviques para adueñarse del poder es con la permanencia de la guarnición en la capital». Pero las palabras alusivas a la toma del poder iban impresas entre comillas; los conciliadores no creían aún seriamente en el peligro, y temían no tanto la victoria de los bolcheviques como el triunfo de la contrarrevolución, como resultado de las nuevas escaramuzas de la guerra civil.
El Soviet, al tomar sobre sí la misión de armar a los obreros, debía buscar el medio de encontrar armas, cosa que no pudo conseguirse de un modo inmediato. Eran asimismo las masas las que sugerían las iniciativas prácticas. A ellas se debía cada paso que se daba hacia adelante en este respecto. Bastaba tan sólo con prestar atención a sus proposiciones. Cuatro años después de estos acontecimientos, Trotsky, en una velada conmemorativa de la Revolución de Octubre, decía: «Cuando se me presentó una comisión de obreros a manifestar que tenía necesidad de armas y les dije: “¿Acaso no sabéis que el arsenal no está en nuestras manos?”, contestaron: “Hemos estado en la fábrica de armas de Tsestroretsk”. “Bien, y ¿qué?”. “Pues allí nos han dicho: si el S...