Una pulga en la montaña
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Una pulga en la montaña

La novela de Vicente Trueba

  1. 272 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Una pulga en la montaña

La novela de Vicente Trueba

Descripción del libro

Una pulga en la montaña no es una biografía al uso. Escrita por Marcos Pereda, autor de los libros Arriva Italia y Periquismo. Crónica de una pasión, se trata de una obra de narrativa inspirada en la figura del gran ciclista Vicente Trueba. "La Pulga de Torrelavega", como se conocía al corredor cántabro, fue el primer Rey de la Montaña de la historia del Tour de Francia (en 1933) y uno de los pioneros españoles en demostrar su valía más allá de los Pirineos.A partir de una coral de voces ficticias, el libro repasa diferentes momentos de la vida de Vicente Trueba. Un vecino, un periodista francés, un esprínter italiano o un compañero de milicias durante la guerra civil… todos ellos sirven para ir componiendo un discurso polifónico en el que las historias sobre la Pulga se mezclan con otros aspectos del ciclismo y la sociedad en los tiempos heroicos. Un libro para conocer cómo vivían, entrenaban, competían y sentían los miembros de la caravana ciclista en los años treinta del siglo pasado.Obra premiada con un accésit en el II Certamen de literatura ciclista "Un libro en ruta".

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Información

Año
2018
ISBN del libro electrónico
9788494911101
Edición
1
Subido a hombros de gigantes
El corazón que está lleno de miedo
Ha de estar vacío de esperanza.
Fray Antonio de Guevara
Nunca vi a don Clemente tan emocionado con nadie. Ni en los negocios, ni en la política, ni siquiera en lo poco que puedo hablar, Dios me libre hacerlo más, de su vida personal. Nunca. Y yo con don Clemente tuve una relación de muchos años, décadas, y llegamos a intimar bastante, hasta tal punto que a veces me mandaba a las carreras en representación suya. O de la familia, que lo mismo da. Pero aquello, aquello jamás lo había visto, ni lo volvería a ver. Fíjate, fíjate, me decía, mira cómo sube, mira su estilo. Es aéreo, es como si no le costase avanzar, es como si pedaleara en el aire. Y lo comentaba así, en voz bajita, cual si me revelara un secreto. Y yo asentía, y me fijaba, y veía algunas de las cosas que salían de sus labios, pero no todas, porque yo nunca estuve tocado por la varita mágica que tuvo este gran hombre, y jamás alcancé a entender los sueños que él atisbaba de un solo vistazo.
Así que miraba, miraba atentamente. Y era bonito, sí, era hermoso, espectacular. El ver cómo los demás avanzaban a paso de tortuga, cómo sus ruedas parecían pegadas a la tierra (asfalto en aquellos años casi no había, que no le engañen) mientras las de él giraban con fuerza. Y esa sonrisa, ese gesto un poco pícaro. Sí, yo también acabé subyugado por aquel diablo que se llamaba Vicente Trueba. Pero nada que ver con la admiración que le tenía don Clemente.
Él, sencillamente, lo adoraba.
Cuando digo don Clemente me refiero, como es lógico, a don Clemente López-Dóriga López-Dóriga Sañudo López- Dóriga. Apellido señero, como puede ver, que no dudaba en emparentar entre sí para permitir que grandeza y negocios quedasen a buen recaudo en casa. Uno de los mejores hombres que jamás haya conocido, uno de los más preclaros, arriesgados, entusiastas e inteligentes seres que han nacido en esta tierra montañesa. Y alguien a quien acabé llamando amigo. Aunque pocas veces, no se lo voy a negar. Tan grande era el respeto que le profesaba, que sentía por su estirpe, que aun nos ilumina hoy, en estos días algo más oscuros, desde las atalayas de nuestra vida política y económica. No, yo a don Clemente no podía rebajarle el trato, porque para mí era poco menos que una divinidad, si me permite la ligera blasfemia. Alguien a quien no se le ha reconocido lo suficiente su labor, y a quien, me temo, jamás le será del todo agradecida.
¿Cree que exagero?
Déjeme que le cuente.
Los que no son de aquí no pueden entenderlo. No del todo, vaya. Ni siquiera digo los que no son cántabros. No, no. Me refiero a quienes no nacieron en Santander, a quienes no han vivido el vigor optimista y un punto arriesgado que esta ciudad paladeaba gracias al comercio. Sí, eso era Santander hasta hace no mucho. Una especie de gran empresa formada por empresas más pequeñas que vivía siempre mirando al puerto y con los temores puestos en los barcos que, timoratos pero orgullosos, surcaban los océanos de todo el mundo bajo pabellón de armadores y burgueses santanderinos. Y allí, en ese batiburrillo donde se acababan mezclando nobles, arribistas, patricios, niñas de buena familia, prostitutas y hasta el Rey Alfonso XIII... allí, en aquel ambiente único e irrepetible, destacó un apellido.
López-Dóriga.
El primer López-Dóriga del que se tiene noticia en tierras de lo que por aquel entonces era el Corregimiento de las Cuatro Villas de la Costa de la Mar fue un asturiano llamado Ramón Vicente López-Dóriga y González-Inclán, natural de Dóriga, muy cerquita de Oviedo. Vino a Santander este Ramón a fines del siglo XVIII. Yo todo esto lo sé porque cuando entré a trabajar con don Clemente me preocupé de informarme, estudiar y manejar con toda la soltura posible elementos biográficos sobre su distinguido linaje. Y no porque él hiciera gala del mismo (ojo, tampoco lo contrario... quien nace en buena cuna no necesita alardear de la suavidad de las sábanas con las que lo envolvieron de niño... eso queda para los advenedizos) sino porque sabía cuánta importancia tiene el árbol genealógico en el mundo de los negocios santanderinos, y quería que ese factor estuviera, siempre que fuese menester, de mi lado y no jugando en mi contra. Tampoco era tan raro, no crea... poco menos que actividad obligada para todos los grandes legatarios de aquella época tan especial.
No se impaciente, por favor. Sé que todavía apenas hemos hablado de bicicletas, pero todo llegará. Es importante saber de dónde venimos para poder alcanzar a comprender, aunque sea superficialmente, la razón de nuestros actos.
¿No lo cree así?
De acuerdo, entonces escuche igual. No le va a negar esta petición a un viejo como yo, que pasa ya demasiado tiempo hablando solo con sus recuerdos... ¿verdad?
Lo esperaba. Continuemos entonces.
Como le decía, ya desde el principio los López-Dóriga empezaron a tener importancia en la vida social, económica y política de Santander. Una villa recién convertida en ciudad, con el Camino Real (que llegaba hasta Madrid por Guadarrama) construido un puñado de años antes, sede episcopal, con autorización real para comerciar con los puertos americanos y un joven y pujante Consulado defendiendo los intereses de esa burguesía que aquí, muy pronto, va a ser conocida como patriciado urbano. En otras palabras, el mejor lugar para medrar si eras arrojado, trabajador y tenías una pizca de suerte. De esa que nunca faltó a los López-Dóriga.
Como le digo ya Ramón López-Dóriga Vial, el hijo de aquel pionero asturiano, ocupó cargos de importancia en el Ayuntamiento de la ciudad. Comerciante de raza, comenzó ganando dinero con el mercadeo directo (fundamentalmente harina que salía en dirección a América) y terminó por diversificar sus negocios hasta tal punto que, a fines del siglo XIX, uno no sabía muy bien hasta dónde llegaba el poder de los López-Dóriga y su influencia. O, dicho de otra forma, en aquel Santander finisecular nadie arriesgaría ni un solo céntimo apostando que una actividad económica cualquiera, escogida al azar, no tuviese entre sus promotores, fundadores o accionariado a miembro alguno de la familia.
Porque esa es otra... los López-Dóriga se casaban entre sí. No siempre, claro, sobre todo al principio, cuando debían afianzar un imperio que estaba por nacer. Y así aquel Ramón López-Dóriga Vial tomó en matrimonio nada menos que a María Petra Aguirre, hija de una de las familias más pujantes en el negocio de los astilleros. Por cierto, que esta Petra sobrevivió a don Ramón, y terminó casando en segundas nupcias con José María Botín, un médico gaditano con poco patrimonio y bien merecida fama de humanitario. Es el nacimiento de otra gran saga montañesa, como es la de los Botín. Volverán a aparecer, porque los destinos de todas estas dinastías se entremezclan sin descanso en un lugar tan pequeño como Santander. Los Botín, los Sanz de Sautuola, los Pombo, los López-Dóriga... todos acaban entretejiendo sus descendencias y terminan por ser parentela. De hecho... ¿quiere saber un chascarrillo? Esto no se debería contar, pero como estamos entre amigos... ¿usted sabía que el chico Pombo, ese que ha estudiado en Londres y que dicen va para escritor, hizo la primera comunión con el mismo trajecito que el hijo de don Emilio Botín? Sí, sí, el que se llama igual que el padre. Ya ven lo que son las cosas. A lo mejor de esta anécdota se pueden sacar más enseñanzas de los que pudiera parecer a simple vista.
Pero me desvío del relato.
Como le decía, la estirpe de los López-Dóriga va a tocar casi cualquier actividad industrial y económica que acuda a su cabeza. Empiezan siendo comerciantes y armadores, para luego incorporar el sector inmobiliario, la participación en sociedades mercantiles, en molinos, en ferrerías, aseguradoras, ferrocarriles, minas... incluso llegaron a estar inmiscuidos en la génesis del Banco de Santander y algunas otras entidades de crédito que aparecieron en aquella ciudad decimonónica. Todo, como puede ver. También, claro, la vida política municipal. Hasta cinco López-Dóriga fueron alcaldes de Santander en apenas un siglo. Otros tantos representaron a la provincia en Cortes. Los concejales, innumerables. Y aun muchos más se encontraban dentro de ese ámbito de influencia tan particular que bosquejan quienes no muestran su rostro abiertamente en los periódicos pero terminan por dirigir, de forma casi directa, los designios de un espacio determinado. Sí, de esos también hubo una buena cantidad.
Si quiere conocer mi opinión, antes de la llegada de don Clemente el espécimen mas perfeccionado e influyente de toda la dinastía fue don Victoriano López-Dóriga y Sañudo. Sí, el padre de don Clemente. Hombre de armas tomar, si me lo permite, serio y duro en el trato pero cariñoso cuando tenía que serlo. No con los hijos, o no por lo habitual, puesto que era perfectamente consciente de estar criando a la nueva generación de López-Dóriga, con todo lo que ello arrastraba de responsabilidad. Siempre pensó que sin la dirección inalterable de un López-Dóriga, sin su pulso perfecto a la hora de pedir y repartir en los negocios y la política... sin eso el futuro de Santander iba a ser muy negro. Y no soy yo quién para decir si se equivocaba o no.
A don Victoriano había que verlo. Todo un genio, aunque encerrado en un cuerpo pequeño y ligero, casi, casi frágil, que era la seña de los López-Dóriga. Porque nunca fueron, don Clemente tampoco, personas de gran fortaleza, de las que impusieran desde el primer vistazo por su robustez. No, lo suyo era distinto. El respeto lo tenían ganado a base de generaciones de merecerlo, de imponerlo si así lo desea. Y vaya si lo recibían. Nadie se dirigía a un López-Dóriga sin descubrirse la cabeza, bajar un poco la barbilla, exagerar el gesto de humildad. Nadie. Piense usted en cualquier nombre. Nadie.
Lo del sombrero, por cierto, acabó siendo seña de identidad de don Victoriano, que en edad avanzada gustaba de aparecer siempre con una sempiterna gabardina y una boina bien calada. Para el frío, dicen que decía. Para el frío y para que vean de dónde venimos, y así, de paso, no lo olvidamos nosotros. Eso añadía. Mirando muy fijamente, media sonrisa, el cigarrillo colgando del labio inferior. Y tú asentías. Cómo no ibas a hacerlo.
Don Victoriano fue armador, naviero y marino de guerra, habiendo entrado en batalla allá por Cuba, donde se comportó con la mayor valentía cuando hubo menester de sus grandes dotes. Pero no era solo hombre de acción. Así, por ejemplo, formó parte de la Sociedad Económica de Amigos del País, fue concejal y diputado, presidente de la Cámara de Comercio, administrador del Banco de España, empresario todoterreno. Un hombre culto, cultísimo, que hablaba a la perfección el inglés y el francés. Lo del inglés, por cierto, no era de extrañar, aun cuando en la época prácticamente nadie quisiese aprender idiomas, por considerarlo una pérdida de tiempo. Pero es que los López-Dóriga eran nada menos que testaferros de la casa Rostchild en Santander desde hacía décadas, por lo que un adecuado manejo de la lengua del Bardo resultaba del todo indispensable para su actividad.
Pero donde destacó realmente don Victoriano, donde se plasmó perfectamente su impulso pionero, fue en el campo del sport. Hoy en día hay una afición desmedida por lo que llaman «deporte». Incluso existen publicaciones periódicas que se ocupan en exclusiva de estos menesteres, combinando la crónica social con el análisis etnográfico, a mi parecer. Por haber, hasta hay libros que tratan sobre el fútbol, el tenis o el ciclismo. Imagínese, un libro que hable solo de bicicletas y carreras. ¿Quién querría leer eso? Los tiempos cambian, sin duda...
Pero en la época de don Victoriano todo esto era diferente. En primer lugar porque lo de los sports resultaba únicamente cosa de gente bien, que eran quienes se podían permitir emplear su tiempo en estos goces ociosos. Y, así, prendía en la práctica de los mismos una semilla de caballerosidad, respeto por las buenas costumbres y, por qué no, elegancia que, me temo, ha quedado solamente en cosa del pasado.
Pero hablábamos de don Victoriano y los sports. Sin duda alguna su gran pasión fue la vela, pero en modo alguno la única. Más bien tocó todas las novedades que desde más allá del profundo océano arribaban a Santander. Fue uno de los socios del primer aero-club de la ciudad, y siempre se jactó de haber sido pionero en contemplarla desde los aires. Al menos, añadía, tras el ascenso a los Cielos de alguno de nuestros grandes Santos, y entonces guiñaba el ojo, socarrón, como dando a entender que aquellos Santos son, pero que donde estuviera un López-Dóriga que se quitase cualquier adoración por muy piadosa que fuese. Y eso que a él, a eso de pío, le ganaban pocos. Pero era así. También formó parte de la Sociedad de Tiro al Pichón, aunque aquí su suerte fue más discreta, porque el pulso imperturbable que mostraba para dirigir los designios de su pequeño imperio no se le reproducía a la hora de empuñar un arma, y resultaba tirador bastante poco diestro y cazador cuando menos discreto.
Pero ya les digo que lo que realmente le gustaba era la vela. Quizá porque le recordaba tiempos más juveniles, cuando surcaba los vientos en barcos de guerra. O a lo mejor es porque en esta ciudad, que Dios guarde, el olor a sal se nos mete a todos en la sangre desde el comenzar de los tiempos, y nos empuja a amar esa esposa taimada, hermosa y letal que es la mar.
Así, don Victoriano fue el fundador del Real Club Marítimo de Santander, presidente de la Federación Española de Clubes Náuticos, y organizador de la regata náutica entre Santander y Nueva York de la que tanto se habló y se escribió en la prensa de aquellos días. También participó en pruebas internacionales en Boston, en Cowes, en Kiel... incluso llegó a fabricar una nave particular, a la que bautizó como Monotipo. Aun se recuerda por los pescadores de la Bahía la impresión, mezclada con mucho de envidia y no poco de temor, que despertó el velero «Mariposa» de don Victoriano cuando fue botado por pri...

Índice

  1. Antes de ahora
  2. La juventud en bicicleta
  3. Subido a hombros de gigantes
  4. Tiempo de silencio
  5. El pionero de la montaña
  6. Mirando a los ojos al rey
  7. Sueños de todos
  8. Odio que es amor que es odio
  9. Un final
  10. Coda
  11. Bibliografía