Manual para viajeros por España y lectores en casa V
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Manual para viajeros por España y lectores en casa V

Extremadura y León

  1. 256 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Manual para viajeros por España y lectores en casa V

Extremadura y León

Descripción del libro

En octubre de 1830, Richard Ford llegó a Sevilla con su familia y fijó su residencia allí durante más de tres años. En ese tiempo, recorrió gran parte del país a caballo o en diligencia, tomando nota de todo lo que veía y oía en una serie de cuadernos que llenó con descripciones de los monumentos y obras de arte que más le habían llamado la atención. A partir de estas notas, publicó en 1845 A Handbook for Travellers in Spain, que despertó de inmediato una sensación en su país. En el 150 aniversario de la muerte de Richard Ford, se recupera para la Biblioteca Turner el texto original, traducido por el escritor Jesús Pardo. El primer volumen se completa con introducción de Ian Robertson, biógrafo de Richard Ford y con una emotiva rememoración del personaje a cargo de su cuadrinieta Lily Ford.

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Información

Editorial
Turner
Año
2016
ISBN del libro electrónico
9788415427131
Edición
1
Categoría
Viajes
Libro II
LEÓN
A pesar de su gran importancia, al estar situado fuera de las rutas más usadas por los viajeros, el reino de León no es tan visitado como merece. Abunda en lugares de incomparable interés militar; la escultura policromada es de primera categoría; el paisaje de El Bierzo y las sierras es magnífico, y la pesca excelente. Las principales ciudades, Salamanca, Valladolid y León, están llenas de interés arquitectónico y artístico, mientras para el historiador los archivos de España están enterrados en Simancas. Los meses de verano son los mejores para viajar por los montes, y la primavera y el otoño para las llanuras.
El reino de León se extiende desde las llanuras de las Castillas hasta las laderas de las sierras gallega y asturiana. Es uno de los más antiguos de los antes separados e independientes reinos de la Península, porque los naturales, al estar situados cerca de las guaridas montañeras de donde el León de los godos se volvió enseguida contra el moro, estuvieron entre los primeros en rechazar al infiel invasor, cuya fuerza allí era pequeña y su resistencia débil en comparación con su profundo aferramiento y defensa en Andalucía. Por otro lado, cuando contemplamos las monótonas estepas y las ásperas montañas de León y pasamos la barrera montañosa para entrar en la fría y húmeda Asturias, no podemos sorprendernos de que el árabe, amante de la llanura y el sol, se volviera enseguida hacia el sur, más cercano a sus gustos. El dominio cristiano fue extendido por Alonso el Católico, quien, entre los años de 739 y 757, ocupó y reconquistó las llanuras que bajan hasta el Duero y el Tormes. Los moros, sin embargo, continuaron haciendo anualmente algaras o incursiones por estos lugares, más por motivos de saqueo que de reconquista. De esta forma, esta zona fronteriza caía alternativamente en manos de cristianos e infieles, hasta que, alrededor del año 910, García pasó su Corte de Oviedo a León y dio su actual nombre a su nuevo reino para distinguirlo de los de Castilla, Navarra y otros condados y señoríos. Y lo cierto es que las cadenas de montañas que desde Cataluña hasta Galicia separan las comarcas unas de otras, dividían al país tanto política como geográficamente, y la tierra así dislocada parecía crear distintos pequeños principados, impedir la unidad nacional y fomentar las divisiones locales y esa independencia aislada que es tendencia perenne de este país tan poco homogéneo; los primeros condes, señores, duques o reyes (jeques, en realidad) cristianos eran rivales entre sí, y cuando no estaban en guerra contra el moro peleaban unos contra otros de manera verdaderamente ibérica, bellum quam otium malunt; si extraneus deest, domi hostem quaerunt (Just., XLIV, 2). La línea masculina de los reyes de León terminó en 1037 con Bermudo III, cuya hija pasó la corona a su marido, Fernando de Castilla; dividió de nuevo sus dominios en su testamento, los cuales, sin embargo, fueron reunificados por su hijo Sancho, y León y Castilla se vieron finalmente reunidos en la persona de Fernando el Santo, no habiéndose vuelto a separar desde entonces.
El reino tiene alrededor de veinte mil millas cuadradas de extensión, con un millón de habitantes. Estos agricultores duros y sin apenas cultura no cambian ni sus hogares ni sus costumbres; son gente rutinaria, enemiga de innovaciones, y se aferran a las maneras de sus antepasados; y, sin embargo, aunque dedicados puramente al cultivo de la tierra, su práctica de la agricultura es bárbaramente atrasada y siguen arando a la manera primitiva de Triptómlemo y las Geórgicas; la mayor parte de estos campesinos son lentos en el progreso y se resisten a la prisa tanto como sus mismas mulas. Las mentes, al igual que sus pesadas y chirriantes ruedas, están obstruidas por la suciedad y los prejuicios que se han ido acumulando en ellas desde el diluvio.
Los rasgos secundarios del carácter leonés están influidos por diferencias locales, y el campesino está sujeto al influjo de la naturaleza misma que le rodea. Así pues, cerca del Sil, el leonés se parece a los montañeses gallegos, de la misma manera que, en la sierra, cerca de Asturias, participa del carácter asturiano, y en las partes meridionales de su tierra se distingue muy poco de los castellanos viejos. Estas llanuras producen gran cantidad de grano y garbanzos, y un vino tinto fuerte que se elabora cerca de Toro. Las montañas al norte están bien provistas de madera y sus valles llenos de pastos refrescados por bellos arroyos trucheros. En estos lugares, muy poco visitados, el forastero encontrará una hospitalidad sencilla pero abierta. La cuenca de agua dulce y tierra gredosa llamada “tierra de campos”, entre Zamora, León y Valladolid, es la tierra de Ceres; pero, aunque el pan es una medicina y no hay leyes referentes al trigo, apenas hay tierra en que la gente sea tan frugal y miserable como aquí; viven en chozas de barro, hechas de ladrillos sin cocer o adobes, como los tub-ny de los árabes, y el país compite con La Mancha en incomodidad. La comarca es tan poco interesante como las ventas incómodas; ¡ay del que recorra a caballo estas interminables llanuras en invierno o en verano!, porque los caminos, o como se les quiera llamar, están entonces cubiertos de barro hasta los tobillos o hasta el eje, o cegados por un polvo salitroso que parece arder bajo el sol africano.
Cerca de Salamanca, sin embargo, las cosas mejoran, y muchos de los labradores son acomodados y viven en granjas aisladas, montaracías, donde se cultiva mucho trigo, que se exporta a Andalucía. Crían también ganado en gran escala, y se las arreglan para guardarlo con la honda primitiva, como cerca de San Roque. Los conocedores, o vaqueros, tienen en vereda a los animales, los agarachan a caballo, de la misma manera que sus descendientes en Sudamérica. Cuando marcan al ganado y en sus fiestas familiares, herraduras y fiestas de familia, así como en sus bodas, abren sus casas, con grandes banquetes, bebida, canciones y el baile de las habas verdes; estos festejos están fielmente descritos en Don Quijote, en “Las bodas de Camacho”. Siguen siendo como las convivia festa Carduarum de Marcial (IV, 55, 17); y así eran también las trasquiladuras de ovejas de Nabal (1 Samuel, XXV, 36), que “hacía fiesta en su casa, como la fiesta de un rey”.
Las casas de los humildes leoneses, como sus corazones, están siempre abiertas a los ingleses; no han olvidado la honradez, justicia y buena conducta de nuestros victoriosos soldados, que contrasta con la rapiña, el sacrilegio y el derramamiento de sangre del enemigo derrotado. Recuerdan Salamanca, y también a aquel a quien llaman el “gran señor”, el gran lord, el Cid de Inglaterra; y muchos años después de sus victorias sobre los franceses seguían pensando que iba a volver, posiblemente para ser coronado rey de Castilla. Sus casas están bien amuebladas y son limpias, porque aquí, como en otras partes de las comarcas poco visitadas de la Península, la suciedad y la incomodidad se alojan en la posada, cuyas habitaciones son adecuadas para las bestias y los muleros que las usan. Una peculiaridad de sus casas es la altura de las camas; los colchones y almohadas tienen con frecuencia bordados de leones y castillos, y las sábanas, ásperas pero limpias y tejidas en casa, están bordadas con flecos y randas.
El traje campesino cerca de Ciudad Rodrigo y Salamanca es curioso y caro; el traje de los domingos es más caro que el de los pares que asisten a la ceremonia matinal en la capilla de Whitehall, incluido el de el gran lord. El charro y charra leoneses son aquí lo que el majo y la maja en Andalucía, por lo menos por lo que se refiere a los atuendos alegres y costosos, gozo de las naciones a medio civilizar; pero estos descendientes de los godos no tienen nada de la sandunga del sureño oriental, y los dos trajes son completamente distintos uno de otro. El charro lleva sombrero bajo y de ala ancha; su camisón está ricamente recamado por delante, con un broche de remate dorado o botón; su chaleco de terciopelo estampado está escotado hasta el estómago, a fin de mostrar la camisa, y guarnecido con botones de plata y cintas entrecruzadas; su cinto es ancho, de cuero y no de seda; sus polainas largas de tela oscura están bordadas por debajo de la rodilla; lleva en los zapatos grandes hebillas de plata; en la mano derecha lleva un bastón y sobre el hombro izquierdo una capa, y con todo esto queda ataviado el rústico dandi. La vistosa charra es digna de tal compañero. Lleva en su cabello una caramba y una mantilla de tela cuadrada, el senerero, que se ajusta con un broche de plata, el corchete, y esta capucha está ricamente bordada; su corpiño de terciopelo rojo, jubón, está adornado con canutillo, dispuesto en caprichosos dibujos; sus puños están recamados de oro; su cinto se anuda a la espalda; su manteo suele ser de grana, color que, con el morado, es su favorito y, como el delantal o mandil, está bordado con pájaros, flores y estrellas. Tiene también un pañuelo, rebocillo, recamado en oro; lleva muchas joyas y cadenas adornadas con piedras de colores, que pasan en herencia de madres a hijas. Pero estas bellas prendas no han corrompido a quienes las llevan, cuya honrada sencillez de carácter; la honradez y sencillez de los charros, es proverbial; así, se cuenta que uno de estos, en el teatro, viendo una obra en la que un traidor estaba engañando al rey, le gritó, pensando que la escena era real: “¡Señor, señor, no crea V. M. a ese!”. El rústico leonés se disputa con los sanchos de La Mancha la palma del “Juan español” de la Península.
Ciudad Rodrigo se levanta sobre una ligera eminencia dominando el Águeda, que corre bajo las murallas al oeste, cortado aquí por pequeñas islas. Un puente comunica con el suburbio y conduce a las llanuras de Portugal, que dista apenas unas pocas millas. Este lugar fortificado, aunque “débil en sí”, dice el Duque, “es la posición mejor escogida entre todas las ciudades fronterizas que he visto en mi vida”. De aquí el importante papel que hizo en las retiradas y los sitios de la Guerra de la Independencia: y en ello reside su actual interés, porque, aparte de esto, es aburrida y miserable y, como de costumbre, está muy mal provista de cualquier medio de defensa.
Ciudad Rodrigo fue llamada así por el conde Rodrigo González Girón, que la fundó en 1150. Se conservan en la plaza tres columnas romanas traídas de la antigua Miróbriga, y están reproducidas en el escudo de la ciudad. Es sede de un obispo, sufragáneo de Santiago, y su población es de unas cinco mil almas. Hay solamente una pobre posada, y como esta ciudad es plaza de armas los extranjeros curiosos son objeto de gran recelo, por sospecharse de ellos que estén preparando planes con vistas a tomar la ciudadela. Todos los que quieran examinar las posiciones y hacer dibujos harán bien en pedir permiso al gobernador, que probablemente se lo negará.
Poca cosa hay en la ciudad digna de mención. La catedral fue comenzada en 1190 por Fernando II de León: el arquitecto, Benito Sánchez, está enterrado en el claustro. El edificio fue ampliado en 1538 por el cardenal Tavera, arzobispo de Toledo, y obispo aquí antes. Cerca de la entrada se conserva una puerta interior de la antigua catedral, con curiosas esculturas y altorrelieves de la Pasión. La notable y rara sillería del coro es obra de Rodrigo Alemán. La colegiata clásica, o capilla de Cerralvo, fue construida en 1588 por Federico Pacheco, arzobispo de Burgos, y fue muy bella, pero, habiendo sido convertida en polvorín, fue volada en 1818 por lo que aquí pasa por haber sido un accidente, pero que, como en Oriente, es resultado frecuente de la falta negligente de precauciones elementales. Los escombros fueron dejados durante muchos años tal y como habían caído, con cuadros del retablo al aire, etcétera. El ataúd del cardenal fue arrancado de su sarcófago por los franceses para hacer balas con el plomo: desemplomar a los muertos para destruir a los vivos. El cadáver desnudo fue arrojado a una hornacina y después llevado a un desván, donde lo vimos, yacente y co...

Índice

  1. Portadilla
  2. Créditos
  3. Libro I: Extremadura
  4. Libro II: León
  5. Tabla de conversiones
  6. Sobre la obra