Dionisia: Autobiografía de una líder arhuaca
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Dionisia: Autobiografía de una líder arhuaca

  1. 231 páginas
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Dionisia: Autobiografía de una líder arhuaca

Descripción del libro

Este libro, producto de una colaboración entre una líder indígena, Dionisia Alfaro, y un amigo no-indígena, Juan Felipe Jaramillo, ofrecerá al lector la posibilidad de conocer una historia que muy pocos colombianos y colombianas han podido escuchar: la de las niñas y niños indígenas que fueron raptados en nombre de una política del Estado colombiano.Esta historia tiene sus orígenes a comienzos del siglo XX, cuando varios misioneros y funcionarios estatales llegaron a la conclusión de que separar a los niños indígenas de sus padres constituía la mejor manera para 'civilizar y evangelizar' a los pueblos que habían sobrevivido a la conquista y seguían viviendo de manera autónoma en medio de la República.El valor excepcional de este texto se debe, precisamente, a que permite acercarse a la historia de las políticas de 'civilización' de los pueblos indígenas en la Sierra Nevada de Santa Marta desde la perspectiva de una persona que las vivió en carne propia. Como lo descubrirán los lectores, el primer contacto de Dionisia Alfaro con la misión capuchina española sucedió cuando ella era todavía muy pequeña, en los años veinte. Una noche, un señor bunachi (persona no indígena, en lengua del pueblo arhuaco), que había sido contratado por la misión, se introdujo en su casa y la raptó para internarla forzosamente en el orfelinato. Como ella, cientos de niños arhuacos fueron arrancados a sus familias. Esta situación generó tanto dolor en la comunidad que empezó un conflicto abierto con la misión y las autoridades civiles.

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Información

Año
2019
ISBN del libro electrónico
9789587843330
Categoría
Diritto
Categoría
Diritto civile
1
A nosotros no nos descubrió nadie
Así se diga que Cristóbal Colón descubrió América, a nosotros no nos descubrió nadie. Cuando él llegó a nuestras tierras con todos los que lo acompañaban, ya nosotros estábamos aquí hacía mucho tiempo. Ellos llegaron mucho más tarde. A nosotros la única que nos descubrió fue la naturaleza porque en ella nacimos y en ella continuamos todavía.
Cada cual tiene su propia ciencia que le enseña cómo cuidarse y como cuidar a los demás. Todos tienen lo que les corresponde. Nosotros tenemos que cuidar nuestra propia cultura, tenemos que cultivarla y preservarla. ¿Por qué? Porque si en esta tierra estamos, como parte de ella debemos conservarnos como somos, como vinimos a ella, mantener el propósito que nos fue dado. Dios dejó la naturaleza para que los hombres cuidemos de ella y también para que la naturaleza cuide de los hombres.
Entre tantas culturas y ciencias que existen, quizá la nuestra no sea la más importante, pero sí lo es para nosotros, porque es lo que nos corresponde, lo que nos fue dado. Y a cada cual le corresponde pensar en lo suyo, en cómo proteger lo que le fue dado y cómo nos podemos proteger todos juntos.
Cuando comencé a luchar, tratando de despertar a mi gente para que cayera en cuenta de lo que nos estaba pasando, para que nos preocupáramos por nuestro futuro, por nuestros hijos y nuestros nietos, para que no se acabara nuestra tradición y nuestra ciencia, siempre pensaba que al fin íbamos a encontrarnos con el abrazo del civilizado. Pero, ¿cuándo va a llegar ese momento, cuándo vamos a dejar de ser vistos como cosas raras, peor que animales con los que hay que acabar de cualquier modo? Este sería el último don que a mí me queda y, mientras tenga vida, lo seguiré buscando.
Ya han pasado muchos siglos y aún no han podido acabar con nosotros. Aunque desde que empezamos a buscar, cuando salimos a pedir ayuda para aprender cuatro letras, ya hemos podido entender qué era lo que teníamos que hacer, seguimos sin entender eso del ‘descubrimiento’. ¿Cómo así que tenían que llegar unos extranjeros al continente americano, navegando en sus carabelas, recibiendo el vapor de los mares, recogiendo su sal? ¿Por qué tenían que llegar hasta estas tierras habitadas por nosotros, los indígenas, a despojarnos de ellas, a quitarnos todo, hasta nuestra cultura y nuestra ciencia? Y si después de 500 años de acorralarnos, de agredirnos, de despojarnos, no han podido acabar con los indígenas de Colombia ni de otros países de América, ¿cuál es el destino de nuestra naturaleza? ¿Para qué existimos aún nosotros los indígenas?
Los indígenas de la sierra nevada llevamos muchos años yendo a visitar al Gobierno por una u otra cosa, pero todavía estamos casi en la misma situación que antes. ¿Cuál es el motivo por el que les ponen tan poca atención a los indígenas? Una vez, ante el congreso, le pedí a la nación que entendiera que nosotros somos tan seres humanos y capaces de aprender como cualquier otro colombiano. No una sino muchas veces hemos hecho la misma solicitud, pero, después de 500 años, todavía no hemos podido aprender ni la mitad de castellano que deberíamos saber. Claro que no faltan los que dicen que quieren colaborarle a la comunidad, pero muchos son personas que no nos entienden y lo que nos ofrecen es que nos metamos a sus partidos políticos, de lo que nosotros no entendemos nada. Lo que queremos es solucionar nuestras necesidades básicas, nuestra economía, conocer nuestros derechos en salud, en educación, pero que todo se ajuste a nuestras costumbres, a nuestra tradición.
En la sierra, antes de que llegaran los civilizados, nosotros ya teníamos una forma de vida basada en la solidaridad, en la acción comunal. Nuestra costumbre era de verdad comunal. Pero lo que la civilización nos ofrece es carreteras, tropas de soldados, vendedores de chirrinchi y mercancías, misioneros que quieren convencernos de otras creencias… Eso es lo que nos tiene bloqueados. Si lo que se llama civilización más bien se debería llamar egoísmo, pues todo eso lo único que hace es poner a cada uno a halar para su lado. Con todas esas cosas que nos han hecho dizque para ayudarnos, lo que han logrado es traernos un montón de problemas a los indígenas que ahora no sabemos cómo resolver. Son raras las personas que se quieran ir a trabajar con los indígenas, pues muchos civilizados no quieren ir a trabajar en escuelas rurales a donde no lleguen carreteras. Nosotros necesitamos gente que nos ayude con mentalidad muy distinta.
Las comunidades arhuaca, kogi y arsaria buscan defender sus propias ciencias y culturas, pero aún entre nosotros no faltan las críticas. Los kogi nos acusan de que los arhuacos nos estamos alejando de la tradición y volviéndonos civilizados. ¿Y qué podemos responder? Pues este es el resultado de los favores que nos hizo la misión capuchina que desde que entró a nuestras tierras lo que empezó a hacer fue atacar nuestra tradición, obligarnos a vestir ropas de bunachis, enseñarle a las mujeres que se pintaran las caras y que bailaran patas arriba para que así nos fuéramos volviendo poquito a poco civilizados. Antes la tradición se preocupaba de que nadie matara ni robara, pero eso es lo que se ve por todos lados en estos momentos. Ese no es ningún desarrollo para nosotros, aprender a matar y robar a cualquiera.
Si hay poca economía, con lo poco que hay se trabaja hasta donde se puede, porque en el campo siempre se pasan trabajos. En la tradición siempre se ha sabido cómo organizar la economía para poder vivir sin quitar ni poner a nadie, sin estar molestando. Estas son cosas que los misioneros y los del Gobierno no han podido entender y por eso siguen empujándonos para meternos dentro de la civilización. ¿Cuándo van a entender al indígena? ¿Qué gente de Valledupar se ha preocupado en capacitarnos o darnos cursos? Nadie. Lo único que se oye es: “¡Uy, qué indio tan mugroso; qué indio tan puerco!” y otro montón de desprecios, porque para ellos el indio solo es algo molesto para la vista. La gente que nos ha dado la capacitación que se necesitaba no ha sido de Valledupar ni de la costa, han sido los de Usemi, gente toda del interior. Y por eso lo poco que los quieren los de la misión y el Gobierno. Pero es por ellos que ahora tenemos algunos indígenas de manta capacitados para trabajar en enfermería o para ser maestros. Solo con este tipo de ayuda hemos logrado tener civilización sin volvernos civilizados. Ojalá esta hubiera sido la disposición de la nación con todas las comunidades indígenas del país, respetar en cada una su propia cultura, su naturaleza.
¿Cuánto nos va a costar todavía a los indígenas aprender lo de la civilización? Ya vamos para setenta años desde que empezaron a civilizarnos, pero todavía no han podido arrastrarnos del todo. ¿Cuánto nos va a costar todavía?, pregunto de nuevo. ¿No nos queda más que entregarnos todos a la civilización? Y como si fuera poco, ya tenemos también a la guerrilla en la sierra, otro regalo más de la civilización para enredarnos. Y aunque mis indios andaban tranquilos, sin oponer resistencia, ya mataron a uno, y a Bienvenido Arroyo y a Benerexa Márquez1 los estuvieron persiguiendo por Las Cuevas. Ahora tenemos otra arma apuntándonos. ¿Qué nos espera? ¿Cuál es esa tan maravillosa civilización que tenemos que buscar? ¿Qué es todo lo que hemos logrado durante estos setenta años en que nos han estado civilizando? Por ejemplo yo, mírenme, con más de medio siglo de vida con civilizados encima y todavía lamentándome porque no sé hablar bien el castellano.
Pero nadie respeta al indígena. En Valledupar está Pepe Castro haciendo arrancar las maticas que sembré en la Casa Indígena, porque lo que no es de él no es de nadie. ¿Es que los indígenas no somos también campesinos? El trabajo del indio es sembrar la tierra, por eso, entre los campesinos, el indígena es el primero. Pero a los bunachis de Valledupar eso parece no importarles y quieren acabar con todos nosotros, con todo lo que hacemos y somos, dizque porque no tenemos contratos con el Gobierno. Pero qué contratos vamos a tener, si todo lo que sembramos es para el consumo, para sobrevivir, para atender nuestras propias necesidades, sin perder nuestras costumbres, sin que nos molesten ni tener que molestar a nadie.
Si yo no me hubiera metido en la lucha desde que quede viuda, yo también tendría mis cerdos, mis gallinas, perros, gatos, un rancho, cuatro matas de café, plátano y todo lo otro que tienen los indígenas; y con eso me estaría defendiendo, como ellos, con poca economía, sin bancos, pero con lo suficiente para irla pasando. Pero como quise salir a defender a la comunidad y sacar adelante a las nuevas generaciones, decidí abandonar todo, incluso me tocó dejar a los hijos también casi abandonados. Pero Dios nunca me ha faltado. Él sabe que lo que hice fue porque sentí que lo tenía que hacer. Y nadie puede decir que hizo todo perfecto, completo, ni Simón Bolívar ni los más grandes sabios lo pueden decir.
Yo, una triste india, con lo poquito de pensamiento que me llega, intenté sacudir un poco las injusticias que nos acosaban para tratar de que en el porvenir sigan vivos esos espíritus que nos iluminan desde el pasado y que la tradición indígena siga viva y nos pueda proteger. Pero nunca he negado hija de quién soy, de una pobre india y de un pobre indio que vivieron con su propio modo de entender la vida, de conocerse, de sobrevivir. Yo soy hija de esos que también son seres humanos, a los que respeto mucho y, como ellos, también yo nací humana y por eso trato de responder siquiera en algo al mundo al que pertenezco, así muchos digan de nosotros que estamos atrasados, que no somos civilizados, porque nos ven como unas aves raras.
Dios hizo al mundo para el mundo, al universo para todos los hijos de su creación, para todos nosotros, los seres humanos. Pero la humanidad, los seres humanos no hacemos más que destruirnos los unos a los otros. A los indígenas muchas personas ni siquiera los consideran seres humanos. Si Dios cuando hizo la creación puso cada cosa en su lugar, ¿por qué los seres humanos nos desfiguramos unos a otros de esta manera? En la tierra hay muchas lenguas distintas, cada país tiene su propio idioma, ¿por qué los indígenas éramos los únicos que no teníamos derecho a tener una lengua distinta? Incluso en el modo de vivir y de comer hay muchas diferencias, a unos les gusta una cosa y a otros una diferente. Por ejemplo, entre los kogi hay una clase de fruta que es muy amarga y que se la dan al que quiere mambear con ellos; si la aguanta, entonces aceptan hacer el trabajo con este. Es una tradición que ellos defienden, que procuran cumplir. Entre los arhuacos también hay cosas que defendemos, porque es nuestra tradición, nuestra forma de defender la vida y el mundo de cada persona. Lo mismo que en la religión católica, con la medallita o el cristo bendecido que tiene el poder de proteger al que lo cargue. En nuestra tradición, los trabajos tradicionales también tienen este valor, porque son como reliquias que están para proteger al que los carga. Entonces, ¿por qué no nos respetan, por qué vienen a desacreditarnos diciendo que lo nuestro es superchería, falsas creencias? ¿Por qué una religión tiene que desacreditar a otra?
En nuestra ciencia lo más especial es la naturaleza, porque de ella es que sacamos todo. Para cualquier cosa que hagamos hay que acudir a la naturaleza, a lo que nos da la madre tierra, el mar, el cielo, pues no hay nada que se pueda hacer o dar forma sin acudir a ella. No hay razón para decir que el uno sabe más que el otro si cada cual tiene y sabe lo que le corresponde. ¿Qué le puede enseñar una iguana a una hormiga? Si un obispo no llega a ser papa, pues fue obispo, y si solo fue un fray, fray fue, pero todos son católicos y hermanos en Cristo, pues eso fue lo que Él dijo: “Amaos los unos a los otros”. Sin embargo, muchos predican lo mismo, pero en los hechos muestran algo muy distinto. Hay que ver cómo algunos vuelven todo un negocio: cobran por el bautismo, por los matrimonios, hay iglesias a las que no se puede ir sin plata.
Notas
1 Ambos líderes de la comunidad arhuaca: Bienvenido Arroyo fue cabildo gobernador del pueblo arhuaco y Benerexa Márquez una de las principales dirigentes en el área de salud.
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Mis primeros recuerdos
El primer recuerdo que tengo de mi vida es con la abuela de mi mamá, con mi bisabuela: me veo en sus manos, ella cargándome de los deditos de un lado a otro. Cuando tenía apenas 9 meses de edad, mi mamá se agravó muchísimo, con una de esas viruelas malísimas que daban en esos tiempos. Como ella ni sabía dónde dejarme, mi abuela me recogió y me fui a vivir con ella y con mi bisabuela, que aún vivía entonces.
La familia por parte de mi mamá era muy especial, porque en todas las generaciones hacia atrás nunca habían tenido más de un hijo. Mi bisabuela solo había tenido una hija, a mi abuela; y así había pasado con las generaciones anteriores. Cuando yo nací, mi abuela estaba engreidísima, porque yo era la segunda hija de mi madre. “Si ya nació la niña que necesitaba el mundo”, decía llena de orgullo.
Como mi mamá siguió tan grave y debía permanecer mucho tiempo con el mamu, mi abuela se encargó de criarme. Al cumplir los 2 años, aún vivía con mi abuela y mi bisabuela. De vez en cuando, mi papá y mi mamá iban a darme vuelta, pues se mantenían casi todo el tiempo donde el mamu.
Cuando mi abuela se iba para la finca en Las Cuevas, yo me quedaba en San Sebastián con mi bisabuela. Recuerdo que en la casa había una perrita negra, chiquitica. Como mi bisabuela tenía muchos ovejos, a veces me enviaba con Valencio a arriarlos.
Antes de salir, yo le decía:
—Pero yo quiero llevar a la Consentida.
Aunque era una cositica de nada, yo quería estar en todas partes con ella. Entonces mi bisabuela me la entregaba amarrada con un lacito. Y a correr por la loma, arriando ovejos, brincando por todos lados. El otro, que era mayor, arriaba los ovejos. Que era una langosta, que era una cosa y la otra, y brinca y brinca por todas partes. Cuando veía que se acercaba un ovejo, comenzaba a gritar:
—Consentida, juka, juka (‘cójelo, cójelo’).
A veces, le pedía a la abuela que me llevara con ella a la finca, y nos íbamos juntas para Las Cuevas. Allá sí que había niños de verdad. La abuela tenía como ocho nietos, todos pequeñitos. Solo recuerdo que cuando se oía llorar a uno de los niños la abuela nos decía.
—A los niños que lloran se los va a llevar el pájaro llorón.
Y yo pensaba “¿cuál será ese pájaro llorón?”. Una tardecita, ya oscuro, se oyó un sonido como de llanto, wa, wa, wa... “Uy, ese debe ser el pájaro que se roba a los niños. Mejor me callo y no digo nada”. Como dos niños estaban llorando, les dije:
—¿No están oyendo? Ese es el pájaro llorón que viene por los niños que están llorando.
Todos nos quedamos bien calladitos y nos echamos al sue-lo a dormir. Al día siguiente, nadie se acordaba de nada y, tan pronto nos levantamos, salimos corriendo a bañarnos. El lugar del río en que nos bañábamos aún se conserva como era: hay un...

Índice

  1. Cubierta
  2. Anteportada
  3. Portada
  4. Página de derechos de autor
  5. Autores
  6. Contenido
  7. Presentación. Dionisia Alfaro: el valor de un testimonio
  8. ¿Cómo terminé ayudando a Dionisia Alfaro a escribir la historia de su vida?
  9. 1. A nosotros no nos descubrió nadie
  10. 2. Mis primeros recuerdos
  11. 3. Un secuestro por la gracia de Dios
  12. 4. ¿Hablar en mi lengua es un pecado?
  13. 5. ¿Casarse o estudiar?
  14. 6. Aprendiendo a ser mujer
  15. 7. Todo es una lucha
  16. 8. Por la educación, nuestra desgracia
  17. 9. ¿A nosotros quién nos manda?
  18. 10. ¿Quién puede perdonar a Dionisia?
  19. Una carta de Dionisia
  20. Comentario. La lucha arhuaca en documentos
  21. Referencias
  22. Contracubierta