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Insubordinación y desarrollo
Las claves del éxito y el fracaso de las naciones
- 250 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
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Descripción del libro
Hay una falsificación de la historia -construida desde los centros hegemónicos del poder mundial- que oculta el camino real que recorrieron las naciones hoy desarrolladas para construir su poder nacional y alcanzar su actual estado de bienestar y progreso. Todas las naciones desarrolladas llegaron a serlo renegando de algunos de los principios básicos del liberalismo económico, en especial de la aplicación del libre comercio, y aplicando un fuerte proteccionismo económico, pero hoy aconsejan a los países en vía de desarrollo o subdesarrollados la aplicación estricta de una política económica ultraliberal y de libre comercio como camino del éxito. El estudio de esos exitosos procesos de desarrollo permite afirmar que todos ellos tuvieron (más allá de las diferencias y particularidades de cada uno, producto de los enormes contrastes religiosos, culturales, geográficos y políticos que los separan) dos características básicas en común: fueron el resultado de una insubordinación fundante, es decir, de una conveniente conjugación de una actitud de insubordinación ideológica para con el pensamiento dominante, y de un eficaz impulso estatal que provoca la reacción en cadena de todos los recursos que se encuentran en potencia en el territorio de un Estado.
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Información
Categoría
PolíticaCapítulo 1
La génesis del sistema internacional y el desarrollo de los Estados
El primer orden económico global
En su libro La civilización puesta a prueba, Arnold Toynbee sostiene que los viajes oceánicos de descubrimiento que protagonizaron los marinos de Castilla, Portugal y luego los de Inglaterra, Holanda y Francia fueron un acontecimiento histórico epocal porque, desde los alrededores del 1500, la humanidad quedó reunida en una única sociedad universal.[2]
Importa destacar que, con los viajes oceánicos de descubrimiento protagonizados por los grandes navegantes, comenzó a formarse, lentamente, un orden económico inclusivo de todo el planeta (Ferrer, 2001: 11). El surgimiento de ese primer orden económico global coincidió “con un progresivo aumento de la productividad, inaugurado con el incipiente progreso técnico registrado durante la Baja Edad Media. La coincidencia de la formación del primer orden económico global con la aceleración del progreso técnico no fue casual. La expansión de ultramar fue posible por la ampliación del conocimiento científico y la mejora en las artes de la navegación y la guerra. Hasta entonces, el crecimiento del producto había sido muy lento, y las estructuras económicas y los ingresos medios de los países, muy semejantes. De este modo, las relaciones internacionales, e incluso la conquista y la ocupación de un país por otro, incidían marginalmente en los niveles de productividad y en la organización de la producción. A medida que el progreso técnico y el aumento del ingreso fueron transformando la estructura de la producción y la composición de la demanda, las relaciones de cada país con su entorno ejercieron una influencia creciente sobre su desarrollo” (Ferrer, 2002: 55-56).
Bajo la hegemonía británica se produce la plena expansión capitalista mundial que fue polarizante desde un principio dado que el sistema internacional, conducido por Inglaterra, se basaba en un mercado integrado de mercancías y de capital, pero no del mercado de trabajo. De esa forma, la expansión capitalista no sería, en la periferia del sistema internacional, portadora del progreso –como creía Marx– sino de la miseria del subdesarrollo.[3]
Como bien señaló Samir Amin (2001), desde el momento en que las mercaderías y el capital salieron del espacio nacional para abarcar el mundo surgió el problema del reparto de la plusvalía a escala mundial. En ese escenario político y económico, en la periferia del sistema, sólo los Estados que lograron, a través de un proceso de insubordinación fundante, la subordinación de las relaciones con el exterior a la lógica y a las exigencias del desarrollo interno pudieron llevar a cabo una verdadera política de desarrollo industrial.
Durante el transcurso del siglo xix, Estados Unidos, Alemania, y Japón –citados por el orden cronológico de sus respectivas insubordinaciones fundantes–, a través de una vigorosa contestación al dominante paradigma de la división internacional del trabajo y de un adecuado impulso estatal, lograron realizar un exitoso proceso de industrialización, que les permitió convertirse en sociedades desarrolladas, salir de su condición periférica y transformarse, primero, en países efectivamente autónomos y, luego, en miembros plenos de la estructura hegemónica del poder mundial.[4] Tanto Estados Unidos como Alemania y Japón, cuando lograron completar su proceso de industrialización, comenzaron a predicar –como en su momento lo había hecho Inglaterra– como fórmula del éxito un camino totalmente distinto del que ellos habían recorrido para alcanzarlo.
La ubicación y el rol de los Estados en el sistema internacional
Como ha sostenido reiteradamente Helio Jaguaribe, una lectura objetiva de la historia de la política internacional permite afirmar con claridad que siempre han sido las condiciones reales de poder las que han determinado la ubicación y el rol de los Estados en el sistema internacional, incluidas en esas condiciones la cultura de una sociedad y su psicología colectiva. Así contempladas las relaciones internacionales, afirma el gran pensador brasileño, se observa, desde la antigüedad oriental a nuestros días, el hecho de que esas relaciones se caracterizan por ser de subordinación, que diferencian pueblos y Estados subordinantes y otros subordinados. Este hecho lleva a la formación, en cada ecúmene y en cada período histórico, de un sistema centro-periferia marcado por una fuerte asimetría, en la que provienen del centro las directrices regulatorias de las relaciones internacionales y hacia el centro se encaminan los beneficios, mientras la periferia es proveedora de servicios y bienes de menor valor, y queda, de este modo, sometida a las normas regulatorias del centro.
Las características que determinan el poder de los Estados y las relaciones centro-periferia cambian históricamente, adquieren una notable diferenciación a partir de la Revolución Industrial y actualmente, con la plena realización de la revolución tecnológica, llegan a una aun más notable diferenciación.
Las estructuras hegemónicas de poder
El escenario y la dinámica internacionales –como sostiene Samuel Pinheiro Guimarães– en que actúan los Estados periféricos se organiza en torno de estructuras hegemónicas de poder político y económico, cuyo núcleo está formado por los Estados centrales. Tales estructuras son el resultado de un proceso histórico.[5] Las mismas favorecen a los países que las integran y tienen, como objetivo principal, su propia perpetuación.
Estas estructuras hegemónicas de poder están conformadas por una red de vínculos de interés y derecho que liga entre sí a múltiples actores públicos y privados, cuya actividad tiende a la permanente elaboración de normas de conducta que van a conformar lo que se denomina “orden internacional”. En el núcleo de estas estructuras están siempre las grandes potencias en cuya estructura interna, a su vez, existen alianzas de factores de poder.
Históricamente, en las grandes potencias la alianza fundamental se dio entre las burguesías industriales nacionales (o, lo que es lo mismo, “el capital productivo”) y la elite política, alianza fundante a la cual, después de la Segunda Guerra Mundial, se incorporó el mundo del trabajo dando origen al Estado de bienestar y los denominados “treinta años gloriosos”, tanto en Europa como en Estados Unidos.
Esta alianza, que por su propia dinámica y naturaleza es variable, a mediados de la década de 1970 comienza a sufrir una mutación que la llevó, progresivamente a descomponerse. En esos momentos, la clase política –que mayoritariamente adopta como ideología política el neoliberalismo– comienza a romper su asociación tradicional con las burguesías industriales nacionales que no han “deslocalizado” su producción y el mundo del trabajo para, progresivamente, comenzar a aliarse con las empresas transnacionales y el capital financiero-especulativo internacional, hasta convertirse, en nuestros días, prácticamente, en la expresión del mismo. La fragua definitiva de esta “alianza” es la que termina consagrando al capital financiero-especulativo como el predominante dentro del poder del Estado, al punto de cooptar al político. Esta cooptación de la elite política por parte del capital financiero que terminó desatando la actual crisis financiera mundial.
Hoy los Estados centrales son Estados subordinados al capital financiero especulativo internacional. Ésta es la razón última que explica, a nuestro entender, que la reacción de Estados Unidos y la Unión Europea ante la crisis haya consistido en el empleo masivo del dinero público para salvar a las entidades financieras y en la puesta en marcha de programas de ajustes que afectan profundamente a los sectores populares.[6]
Nuestro postulado, sin embargo, es el de la primacía de la política, es decir, que la política tiende generalmente, en el largo plazo, a primar sobre la economía.
La única forma en que, aparentemente, lo económico resulte más importante que lo político es que, justamente, las elites políticas hayan sido “tomadas” por parte de los financistas, de modo que éstos sean los que terminan detentando el poder político y generando la muy “difundida” apariencia de que la economía predomina sobre la política y, peor aun, que esta última resulta impotente para controlarla. Pero cuando este tipo de “armado” se produce en el interior de los Estados desarrollados, sus poblaciones comienzan a sufrir los efectos de la explotación económica. Por este motivo, tal tipo de equilibro es por naturaleza “inestable” dado que, a nuestro entender, tiende a provocar como reacción, en un momento determinado de la historia, que los habitantes de esos Estados no soporten más el malestar (al que no están acostumbrados, malestar producido por la llamada “economía de humo” de los bancos y la especulación) y se lancen a la protesta política. Comienzan, entonces, a producirse las condiciones para la vuelta de la preeminencia de la política lo que, finalmente, ocurre mediante la aparición de una nueva elite política que rompe con el predominio del capital financiero internacional y reconstruye las bases del poder y el bienestar nacionales.
Finalmente es preciso destacar que la estructura hegemónica del poder mundial está sufriendo una profunda alteración por la emergencia de la República Popular China como potencia mundial. Importa destacar también que, a diferencia de lo que sucede en las otras potencias mundiales, en China, el poder financiero es poder del Estado nacional.
Las estructuras hegemónicas y el orden económico internacional
Los países desarrollados que integran el núcleo de las estructuras hegemónicas del poder mundial utilizan, permanentemente, todo su peso político y económico para tratar de establecer, en su total beneficio, las reglas que rigen el orden económico internacional. Así, por ejemplo, “las naciones desarrolladas inducen a las más pobres a adoptar políticas concretas imponiéndoles como condición para su ayuda extranjera u ofreciéndoles acuerdos comerciales preferenciales a cambio de buen comportamiento (adopción de medidas neoliberales)” (Ha-Joon Chang, 2009: 54).
Importa destacar, sin embargo, que para tratar de establecer las reglas de juego del sistema económico internacional, en su total beneficio, los países desarrollados actúan fundamentalmente –en la actualidad– de forma indirecta, a través de lo que el economista coreano y profesor de Cambridge Ha-Joon Chang denomina la “impía trinidad de las organizaciones internacionales”, conformada por el Fondo Monetario Internacional (fmi), el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio (omc).
Estas organizaciones conforman el núcleo duro del sistema de gobierno económico global y, si bien no son títeres de los países centrales, “la impía trinidad está, básicamente controlada por éstos, por lo que conciben y ponen en práctica políticas de mal samaritano que esos países quieren” (Ha-Joon Chang, 2009: 55), es decir, políticas cuyo fin último es perpetuar la situación de subdesarrollo de los países periféricos. Así, el fmi –creado en principio y en teoría para prestar dinero a los países en crisis de balanza de pagos para que pudieran reducir sus déficit sin necesidad de recurrir a la deflación– le sirvió a los países centrales para establecer en el mundo subdesarrollado las condiciones de la división internacional del trabajo y, consecuentemente, para impedir la marcha hacia la industrialización.
Como sagazm...
Índice
- Tapa
- Portada
- Legales
- Dedicatoria
- Agradecimientos
- Prólogo
- Introducción
- Capítulo 1. La génesis del sistema internacional y el desarrollo de los Estados
- Capítulo 2. El desarrollo nacional y la subordinación cultural
- Capítulo 3. Portugal: el primer fruto del impulso estatal
- Capítulo 4. España: de la gloria a la impotencia
- Capítulo 5. Inglaterra: la patria del proteccionismo económico
- Capítulo 6. Francia: un poder jaqueado por la ideología
- Capítulo 7. Estados Unidos: la insubordinación armada
- Capítulo 8. Canadá: la insubordinación pacífica
- Capítulo 9. Corea del Sur: el caso testigo
- Capítulo 10. Estados Unidos: cuando el cazador cae en su propia trampa
- Capítulo 11. Europa: cocinándose en su propia salsa
- Conclusión
- Bibliografía
- Notas