1. EL ORIGEN DE LA SABIDURÍA
LA PARÁBOLA DEL ELEFANTE
Hace mucho tiempo, en un lejano desierto había un poblado donde todos sus habitantes eran ciegos. Un buen día unos viajeros acudieron con un elefante. Nadie en el pueblo había visto antes uno, así que fueron a descubrir qué era. Al ser todos ciegos tuvieron que palparlo. El primero en llegar hasta el elefante chocó contra su ancho y duro lomo y dijo: «Ya veo, es como una pared». El segundo que palpó el colmillo exclamó: «es agudo, redondo y liso como una lanza». El tercero que llegó, tocó la trompa retorcida y gritó: «¡Dios me libre! El elefante es como una serpiente». El cuarto extendió su mano hasta la rodilla, palpó en torno y dijo: «Está claro, el elefante es como un árbol». El quinto, que casualmente tocó una oreja, exclamó: «Aun el más ciego de los hombres se daría cuenta de que el elefante es como un abanico». El sexto, que tocó la oscilante cola dijo: «El elefante es muy parecido a una soga». Y así, todo el pueblo se puso a discutir largo y tendido, cada uno excesivamente terco y violento en su propia opinión y, aunque parcialmente en lo cierto, estaban todos equivocados.
Parábola india usada por los budistas y narrada por el místico sufí Rumi
ASÍ HABLÓ ZARATUSTRA
Hace más de 2.600 años, sobre el siglo vii antes de nuestra era, en el actual Irán oriental, cerca de la frontera con lo que hoy es Afganistán había un pequeño poblado. Según cuenta la tradición, los lugareños de aquel remoto poblado se dedicaban a la agricultura y la ganadería. La comunidad, lejos de ser un oasis de paz, era constantemente atacada por grupos de violentos nómadas. Estos grupos saqueaban el pueblo salvajemente, violaban y vejaban a sus mujeres. Las pobres gentes de aquel lugar habían desarrollado unas primitivas supersticiones y unas creencias religiosas que se basaban en sus miedos y en la necesidad de ayuda.
En medio de aquel panorama tan desolador cuentan que nació y creció un niño llamado Zaratustra. Fue un chico sensible al que le afectaba profundamente ver aquel odio y aquel desprecio hacia la vida que lo rodeaba. Zaratustra durante su juventud se dedicó a ayudar a los más necesitados: hambrientos, viudas y pobres; pero de la misma manera que una parte de él era tan generosa, otra no podía evitar enfurecerse ante las primitivas creencias religiosas de la mayoría de la gente. Según cuentan, Zaratustra buscó e investigó la naturaleza de aquella realidad y finalmente volvió su atención hacia su propio autoconocimiento y meditó consigo mismo durante largos períodos. Fruto de aquellas meditaciones y el conocimiento de sí mismo Zaratustra llegó a algunas reflexiones a las que casi ningún ser humano había llegado antes. Según él, no nos habíamos de creer ninguna de sus ideas, sino experimentarlas por nosotros mismos: «Que vuestro espíritu libre considere las creencias que elijáis, pero que cada uno, hombre o mujer, piense por sí mismo». Para el sabio persa, el universo tenía sólo un principio creador fundamental que se podía encontrar en la esencia de todas las cosas. Otro concepto que predicó fue el de las dos fuerzas que existían en el mundo: la luz y la oscuridad. Su inspiración no provenía de practicar un rito sagrado, sino de entrar en contacto directo con la realidad. Zaratustra encontró mucha resistencia a sus ideas, pero poco a poco éstas fueron calando hondo en el corazón de las gentes de su tiempo. Con el tiempo, su enseñanza sobre experimentar sin creernos nada fue olvidada y se construyó una doctrina: el zoroastrismo. Así, las enseñanzas y experiencias de un ser humano fueron dogmatizadas. Los conceptos de Zaratustra y el zoroastrismo fueron adoptados más tarde por filósofos como Pitágoras, Sócrates o Platón, así como por el judaísmo, el cristianismo y, más tarde, por el islam.
La luz de las reflexiones de Zaratustra alumbró la densa y oscura noche de la Humanidad. Zaratustra nos mostró por primera vez algunos principios que posteriormente fueron adoptados por todas las grandes tradiciones espirituales y filosóficas. De la misma forma, otros seres humanos han alcanzado estados de máximo desarrollo interno y plenitud existencial. Confucio, Catalina de Siena, Lao Tsé, Pitágoras, Sócrates, Mahavira, santa Teresa de Jesús, por citar unos cuantos, fueron como motas de brillante oro en sucios ríos llenos de barro, y sus vidas nos han legado valiosas joyas que pueden contribuir a hacer más accesible la sabiduría.
LA REBELIÓN DE LOS MÍSTICOS
La mística, en contra de lo que a primera vista a mí me parecía, no es una experiencia reservada a unos pocos. «Mística», la define Raimon Panikkar como «la invitación a participar conscientemente, es decir, humanamente, en la aventura de la realidad». Se trata de una invitación abierta y universal dirigida a cualquier ser, independientemente de su raza, su religión, su nacionalidad o su orientación sexual. Si a esta realidad el místico la llama Dios, será una experiencia con Dios; si a esta realidad el místico se refiere como Tao, será una experiencia con el Tao. Podemos tener experiencias místicas viendo una puesta de Sol, escuchando música o, según la corriente espiritual tántrica, haciendo el amor. Las experiencias místicas de algunos individuos fueron el núcleo que permitió fundar varias religiones. En el judaísmo a través de Moisés, en el cristianismo a través de Jesús, en el islam vía Muhammad o en el budismo por medio de Siddharta Gautama. Todos ellos tuvieron una experiencia única y clasificable como mística. Luego las religiones que, como las define Javier Melloni, son tanto «religaciones como relecturas de una experiencia mística fundante», son el vehículo para intentar transmitir la posibilidad de vivir una experiencia mística tal como lo hizo su maestro fundador.
Con los años, muchas religiones se han ido alejando de la experiencia mística inicial, centrándose más en la forma que no en su fondo. Este proceso, añadido al hecho que para sobrevivir suelen alinearse con el poder, hace que, como si se tratara de unas pisadas en el suelo durante una fuerte nevada, la esencia de la experiencia del maestro fundador con el tiempo se vaya diluyendo y desapareciendo. En Judea, en los primeros años de nuestra era, Jesús de Nazaret, un rabino judío, se acabó convirtiendo, sin quererlo, en el fundador de una nueva religión. Muchas de las escisiones en el cristianismo, como por ejemplo la reforma luterana o la creación de las carmelitas descalzas por santa Teresa de Jesús, fueron reacciones al gran divorcio entre la experiencia mística y la religión. De una manera parecida, en la India un príncipe nepalí convertido en sadhu y llamado Siddharta Gautama se acabó convirtiendo en el fundador del budismo. Tanto Jesús como el Buda fueron grandes reformadores y revolucionarios que reconciliaron la enorme distancia entre su religión contemporánea y la experiencia mística.
Al estudiar las diferentes religiones encontramos palabras que en esencia son muy parecidas y hacen referencia a esta experiencia. Si bien es importante tener en cuenta los matices y particularidades de cada una, ya que precisamente ésta es la fuente de la riqueza de cada tradición, la mística en todas ellas aspira a que el individuo alcance un estado de plenitud, auténtica felicidad y amor verdadero. En el hinduismo para r...