Israelíes y palestinos, el horizonte de la paz
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Israelíes y palestinos, el horizonte de la paz

El conflicto insoluble

Susana Liberti

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Israelíes y palestinos, el horizonte de la paz

El conflicto insoluble

Susana Liberti

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Todos los demás conflictos palidecen ante la opinión pública internacional por comparación con el conflicto palestino-israelí. Los argumentos son igualmente apasionados en favor de una y otra de las partes, a pesar de que no siempre están basados en el conocimiento del tema y con demasiada frecuencia se apoyan en prejuicios, cuando no en fanatismos religiosos o racistas.Para lograr una mayor comprensión de los sucesos actuales, el presente libro recorre el marco histórico desde antes de 1948, pasando por las guerras posteriores entre los países árabes y los israelíes de 1956, 1967 y 1973.Además de relatar los sucesos críticos en las últimas décadas, describe a los actores implicados y las relaciones entre israelíes y palestinos para destacar la profundidad de un conflicto que abarca todas las facetas de la vida social.Por último, la autora evalúa las diferentes posiciones sobre la solución del conflicto, en la búsqueda de un "haciadónde".

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TERCERA PARTE

ISRAELÍES Y PALESTINOS
CAPÍTULO 9. LOS ÁRABES EN ISRAEL
El Consejo de Estado Provisional -precursor de la Knesset, el parlamento israelí- dio a conocer la proclamación de la independencia el 14 de mayo de 1948. Se crea, en virtud de esa proclamación, el Estado judío en Palestina, que se llamará Estado de Israel. En el texto se afirma que la nueva entidad política “sostendrá la plena igualdad social y política de todos sus ciudadanos, sin distinción de religión, raza o sexo”, y más adelante dice que “En medio de una injustificable agresión, sin embargo exhortamos a los habitantes árabes del Estado de Israel a conservar la paz y desempeñar su parte en el desarrollo del Estado, sobre la base de una ciudadanía plena e igual y de la debida representación en todos sus organismos e instituciones –provisorios y permanentes”1. La declaración olvidaba las expulsiones de árabes anteriores a esa fecha, pero podría pensarse que estaba orientada hacia el futuro. El documento pareciera emanar de una experiencia histórica de discriminación y represión e inspirar al nuevo Estado una actitud contraria a esa desdichada historia sufrida por los antepasados de los fundadores y por muchos de ellos. La realidad fue una manifiesta contradicción de las palabras y sigue siéndolo, hasta la actualidad.
1. La administración militar.
La condición de los palestinos que permanecieron era ambigua, por decir lo menos; estaban en su propia tierra, en la de sus antepasados, pero de pronto eran ciudadanos de un estado que se les había impuesto y que los veía con desconfianza. Su sociedad estaba desorganizada, no había dirigentes y habían perdido sus posesiones o vivían bajo la constante amenaza de perderlas. De sus aldeas y vecindarios urbanos 350 habían sido destruidos y del millón trescientos mil árabes que vivían bajo el mandato británico casi la mitad habían huido o habían sido desplazados de sus comunidades sin permitirles regresar. Después del armisticio, muchas aldeas y en consecuencia muchas familias habían quedado partidas en dos, si los funcionarios israelíes excepcionalmente permitían la reunión de las familias era con la condición de que lo hicieran fuera del nuevo estado.
Los habitantes árabes de Israel quedaron sometidos a la administración militar desde octubre de 1948 hasta 1966. Bajo ese régimen, el país quedó dividido en regiones administradas por un gobernador militar que gozaba de poderes casi ilimitados: podía ordenar deportaciones, la confiscación de cualquier propiedad, el toque de queda, la destrucción de casas, arrestos y restricciones en el movimiento de personas y bienes. Para ir de un lugar a otro, por breve que fuera el viaje, un árabe tenía que solicitar un permiso especial que podía o no ser otorgado arbitrariamente y por el que debía pagar. Dice el testimonio de un periodista y poeta árabe, Fawzi Al-Asmar, refiriéndose a las limitaciones de movimiento impuestas a los árabes que permanecieron en Lydda: “A los árabes no se les permitía salir de su ghetto y casi todas las aldeas árabes o concentraciones de aldeas fueron declaradas áreas [militares]. Y lo más humillante para nosotros era que nuestro barrio y los demás barrios de Lydda que estaban habitados por árabes estaban bajo gobierno militar, mientras en el resto de la ciudad donde vivían los judíos [en casas árabes abandonadas], no había limitaciones al movimiento. Hasta comienzos de los 50 no podíamos salir sin un permiso especial, mientras que los judíos, por supuesto, eran libres de ir a todas partes excepto de entrar a nuestro ghetto”2. Cualquier tipo de permiso exigía la demostración de que el ciudadano árabe era leal al Estado, lo que implicaba la participación del Shin Bet, o sea el aparato de seguridad. En 1962, catorce años después de la proclamación de la independencia, por fin se les permitió a los drusos moverse libremente por el país y al año siguiente se les permitió a los árabes pasar la noche en áreas donde anteriormente solo se les había permitido estar durante el día. En pocas palabras, el 15% de la población quedó sometida a un verdadero estado policial y esta política contribuyó a envenenar la relación entre la mayoría y la minoría.
La prohibición de movimiento se basaba en las leyes emitidas por los británicos durante el Mandato cuando se presentaron estados de emergencia en 1936, por la Revuelta Árabe, y en 1945, por la insurrección judía. “Estas mismas reglamentaciones se convirtieron en un instrumento pernicioso en las manos de gobernantes militares insensibles y a veces sádicos, que generalmente eran escogidos de unidades de no combatientes justo antes de su retiro. Su comportamiento cruel consistía principalmente en acosar a la población con una gama de abusos similares a los que eran sometidos los nuevos reclutas militares”3. La administración militar era equivalente a las reglamentaciones de emergencia que se aplican en otros países y que limitan la libertad de movimiento, de expresión y de organización. “Su efecto fue restringir a la minoría árabe dentro de un enclave territorial, excluyendo a los árabes del mercado de trabajo más amplio de modo que no pudieran competir con los inmigrantes judíos que estaban inundando al estado y de impedirles que resistieran la confiscación de sus tierras”4. Cumplía, pues, un doble propósito: el de controlar a la población árabe y eliminar la mano de obra potencialmente competidora.
La administración militar podía declarar arbitraria y sorpresivamente el toque de queda. Así sucedió, entre otros muchos días, el 29 de octubre de 1956, cuando el ejército israelí invadió la península del Sinaí: el toque de queda entraría en vigor a las cinco de la tarde, pero las autoridades locales fueron notificadas con poca anticipación, en algunos casos solo media hora antes, cuando los campesinos y pastores estaban en los campos trabajando y no había manera de avisarles. Eso fue lo que ocurrió en Kfar Qassem, donde la unidad militar consideró que los campesinos que regresaban de los campos a sus casas habían violado el toque de queda. Allí mismo los soldados asesinaron a 47 hombres, mujeres (entre ellas, una embarazada de ocho meses) y niños. Aunque trató de ocultarlo, el gobierno no pudo negar la masacre y decidió juzgar a los responsables para acallar el descontento: las sentencias fueron simbólicas y su participación en el crimen no impidió que algunos de los responsables ascendieran más tarde en la jerarquía militar. El estado no hizo nada por defender a sus propios ciudadanos ni por castigar a quienes se habían comportado como criminales.
Quizá podría justificarse tal desconfianza en los primeros meses y aun en el primer año de existencia de Israel, pero esa política implantada desde un inicio no fue sino la demostración de que no existiría igualdad alguna entre todos los ciudadanos. El enfoque de la relación entre la mayoría y la minoría se centró en la seguridad y fue defendido y llevado a la práctica por la decisión e influencia de Ben Gurión; la masacre de Kfar Qassem y las condenas simbólicas a los responsables, así como la pasividad de la población palestina durante la guerra de 1956, convencieron a muchos dirigentes –incluidos el jefe del Shin Bet y Shimon Peres, en aquel entonces director general del Ministerio de Defensa- que la administración militar era inútil y contraproducente. Sin embargo, estas críticas y advertencias no tuvieron eco mientras Ben Gurión mantuvo su papel central en la política del país. Desde el punto de vista de la seguridad, el gobierno se planteaba si era o no conveniente que los palestinos hicieran la conscripción; convencidos de que el reclutamiento sería rechazado y justificaría así la actitud represiva del gobierno, en 1954 los responsables enviaron los citatorios que, para su sorpresa, fueron atendidos en su totalidad. Ningún árabe fue reclutado y hasta el día de hoy no son convocados a servir, lo que redunda en su perjuicio porque ciertos beneficios que concede el estado son solo accesibles para quienes han servido en el ejército: esto los excluye de ciertos empleos de gobierno, restringe sus posibilidades de obtener vivienda y hasta de tramitar una licencia para conducir automóvil, trámites que exigen la demostración de haber cumplido con el servicio militar. No hay una ley que los exceptúe pero el ejército envía individualmente el llamado a filas, por lo tanto puede decidir quién ingresa y quién no.
2. La vida cotidiana: el mercado laboral, la educación.
Los árabes ocuparon el estrato más bajo del mercado laboral; la mayoría de ellos eran campesinos o ex campesinos con escasa o ninguna especialización. Los trabajos calificados y mejor pagados quedaron en manos de judíos, una característica que ya existía en la Palestina del Mandato pero que las instituciones del Estado se encargaron de acentuar. No obstante, el crecimiento económico del país, aunque reforzó la desigualdad, tuvo como efecto una mejoría general en el nivel de vida que a su vez contribuiría, con el correr de los años, a que el sector árabe de la población adquiriera más fuerza, aunque se mantendría la preferencia por los judíos cuando se trataba de dar empleo.
En un documento confidencial de 1976 que luego en septiembre de ese año dio a conocer el diario en hebreo Al ...

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