Plata y sangre
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Plata y sangre

La conquista del Imperio inca y las guerras civiles del Perú

  1. 368 páginas
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Plata y sangre

La conquista del Imperio inca y las guerras civiles del Perú

Descripción del libro

La conquista del Imperio inca a manos de un puñado de españoles sigue fascinando por lo que tiene de empresa quijotesca y desmedida. ¿Cómo pudieron Pizarro, Almagro y poco más de un centenar de hombres someter al Estado más poderoso y mejor organizado de América, capaz de poner en pie de guerra a millares de guerreros, y que había conquistado uno tras otro, implacablemente, a sus vecinos? En Plata y sangre. La conquista del Imperio inca y las guerras civiles del Perú, Antonio Espino, catedrático de Historia Moderna en la Universidad Autónoma de Barcelona, responde a la cuestión con brillantez, en una narración vibrante que aúna el descubrimiento de un mundo ignoto con el análisis de cómo las innovaciones militares que se estaban desarrollando en Europa se adaptaron al nuevo continente.
Unas innovaciones que, además, iban sin solución de continuidad a emplearse en la negra tarea de matarse unos españoles a otros, ante la mirada impertérrita y la colaboración forzosa de unos indígenas cuyo mundo se tambaleaba. Si la conquista fascina, su envés son las guerras civiles que diezmaron a la primera generación de conquistadores del Perú. La ambición, el orgullo y la desmesura, combustibles de unos hombres que se sentían sin límite, estallaron en una vorágine cainita, y cuadros de piqueros y arcabuceros remedaron sobre los cerros andinos las sangrientas batallas de la revolución militar europea. Un ejército desplegado en el campo de batalla no deja de ser un compendio de las características, cualidades, defectos, virtudes y limitaciones de la sociedad que lo organiza y de los hombres que lo componen. Hombres como Pedro de Valdivia, curtido en Italia y conquistador de Chile, Gonzalo Pizarro, que acarició romper con España y coronarse rey, o F rancisco de Carvajal, el Demonio de los Andes. Todos ellos encontraron en el Perú mucha plata, sí, pero también mucha sangre.

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Información

Año
2020
ISBN del libro electrónico
9788412168785

1

UN IMPERIO POR CONQUISTAR:
EL ESTADO INCA Y SU ORGANIZACIÓN

El Imperio inca, el Tahuantinsuyu, era una formación estatal conformada por cuatro partes o regiones, suyus en quechua, a saber: Collasuyu, Antisuyu, Cuntisuyu y Chinchaysuyu. El centro del mundo inca, su particular ombligo del mundo, era el valle –y la ciudad– de Cuzco, una localidad ubicada en los Andes surcentrales peruanos a 3300 metros de altitud. Cuzco era la capital sagrada del estado incaico y donde se asentaba el orden dinástico bajo cuyo cargo estaba el control del Imperio. El Chinchaysuyu se situaba al noroeste de Cuzco y comprendía la costa y la sierra norte del actual Perú, que se extendía hacia Ecuador. Al noroeste se encontraba el Antisuyu, que comprendía las cuencas altas del río Amazonas y las laderas andinas orientales de la zona surcentral. El Collasuyu, en la zona sudoriental, incluía el entorno del lago Titicaca, es decir, la parte de la actual Bolivia que pertenecía al Imperio, así como tierras de los actuales Chile y Argentina. La cuarta parte, el Cuntisuyu, abarcaba la costa central y sureña del actual Perú.1
Hacia 1350, en los Andes centrales, donde habrían llegado procedentes de la zona del lago Titicaca, a partir de 1200, los incas comenzaron un muy lento proceso expansivo que les llevaría al dominio total de la región. En 1438 se fechó el inicio de la guerra contra los chancas que, de alguna manera, puso en marcha la maquinaria militar inca. En su momento, John Rowe propuso una cronología de la expansión del Imperio inca, discutida por antropólogos y arqueólogos, iniciada por Pachacuti (o Pachacútec) entre 1438 y 1463, cuando conquistó el entorno de Cuzco, y continuada por él mismo y Túpac Inca Yupanqui (Topa Inca) hasta 1471, cuando se incorporaría la costa norte del actual Perú y se alcanzaría la región de Quito. En los años de Pachacuti, este reedificó la capital y se preocupó en especial por la fortaleza que la defendía: Sacsayhuamán, un gran almacén de armas y ropa de la urbe, donde, además, se atesoraba buena parte del oro y la plata incas. Pachacuti también se preocuparía por remozar las estructuras sociales: los incas emparentados con el monarca, los llamados orejones en las crónicas hispanas a causa de que llevaban las orejas perforadas con grandes agujeros, fueron divididos en once aillus, o grupos de parentesco transmitido por línea masculina. Al no ser suficientes para cubrir todas las necesidades de gobierno de un Estado en plena expansión, el emperador decidió crear diez nuevos aillus a partir de aquellos que se habían asimilado al sistema inca, y que hablaban quechua, procedentes del entorno ocupado/conquistado de Cuzco. Conforme el imperio se fue expandiendo, Pachacuti utilizó la mano de obra tributaria de los mitimaes para reedificar primero su capital y para, después, consolidar el control sobre los territorios que se iban ocupando y sus poblaciones. Dichos mitimaes eran grandes grupos de personas que, trasladados por la fuerza desde sus lugares de origen hasta las tierras recién ocupadas, se irían adaptando al régimen incaico impuesto. Y, al mismo tiempo, se enviaban gentes de otras zonas al valle de Cuzco; así, mediante dicho sistema de desarraigo y nuevo arraigo, el control imperial se iba extendiendo.2
Fue este un excelente ejemplo de imperio hegemónico, es decir, aquel que no opta por derrocar a los antiguos gobernantes y anexionarse el territorio, el cual es vigilado por un ejército de ocupación, que sería el caso de un imperio territorial, sino aquel otro que opta por transformar a las élites gobernantes locales del territorio conquistado en vasallos y disponer, eso sí, de los tributos de sus poblaciones. En lugar de erradicar a dicha élite gobernante, el modelo inca se decantó por cooptarla. Por otro lado, la velocidad del avance de la conquista por parte de una civilización que, además, carecía de caballos, hubiera sido muy lenta si todos los territorios conquistados hubieran necesitado de tropas de ocupación. Era mucho mejor incorporar a los ejércitos del conquistador las tropas de las etnias sometidas. Pero, lo cierto es que, en este modelo de imperio hegemónico era mucho más fácil que se produjesen rebeliones.3
Dicha cuestión era de suma importancia, pues autores reconocidos, como John Murra, han defendido la idea de una expansión muy rápida, pero también de rebeliones y sucesivas reconquistas, como las diversas fases componentes de un mismo proceso. Algún cronista, como Sarmiento de Gamboa, sugirió que a la muerte de Pachacuti su heredero, el noveno inca, Túpac Inca Yupanqui, hubo de reconquistar numerosos territorios. Así, tomaría mucha fuerza la hipótesis de que a la muerte del monarca inca las provincias sometidas veían una oportunidad para enfrentarse a la nueva jefatura gobernante de Cuzco. Ello implicaría que cada nuevo inca reinante debía, al inicio de su dominio, volver a confirmar su autoridad política ante los líderes provinciales (curacas). Una tarea ardua conforme el estado se fue expandiendo. La forma habitual de obtener la adhesión de las élites conquistadas fue mediante el establecimiento de vínculos personales con el gobernante, pero no con el Estado. Por ello, el Inca ofrecía en matrimonio a sus hijas, hermanas y demás parientes cercanas a los jefes provinciales, mientras que en una reciprocidad de esponsales políticos, el propio Inca se desposaba con las hijas, etc., de los anteriores, si bien estas tenían la consideración de esposas secundarias.4
Illustration
El noveno Inga Pachacuti Inga Yupanqui / reinó hasta Chile y de toda su cordillera».
Túpac Inca Yupanqui incursionó en dirección al Chinchaysuyu hasta 1471, ocupó Cajamarca y continuaría hacia el noroeste, hasta alcanzar Tumebamba, la actual ciudad ecuatoriana de Cuenca, tierra de los cañaris, futuros aliados de Francisco Pizarro y sus hombres.5 De Tumebamba, Túpac Inca giraría hacia la costa, conquistaría Tumbes y allí emprendería la ocupación del reino de Chimú. La expansión continuaría poco después apoderándose de señoríos de la costa, como Ica y Chincha.6
La estrategia inca de incorporar huestes recién conquistadas a las propias, consiguiendo siempre una enorme superioridad numérica sobre el contrario, hubo de facilitar las conquistas. Y, a partir de 1471, y hasta 1493, el Inca se centraría en llevar a cabo grandes incursiones en dirección a la actual Bolivia, más allá del lago Titicaca, ocupando Cochabamba y hacia el noroeste argentino actual y norte de Chile, situando en el río Maule, al sur de la actual capital chilena, Santiago, la frontera del estado incaico.7
Nigel Davies se planteó con inteligencia cómo pudieron vencer los incas a tal cantidad de pueblos tan alejados de Cuzco con los consiguientes problemas logísticos que conllevaban las grandes distancias a cubrir. Por un lado, siempre se reconoció que los incas sufrieron grandes derrotas, como las pérdidas habidas en el intento de Túpac Inca Yupanqui por extenderse por las vertientes orientales, cálidas y húmedas, de los Andes. Pero, por otro, se alabó siempre, además, el magistral uso de las vías de comunicación. Sus armas no eran mejores que las de sus adversarios y no impresionaron a los españoles, a quienes sí admiraron por sus caminos8 y sus fortalezas. Los incas fueron maestros en el uso de la porra de piedra, o de madera y con cabeza de bronce, pero era esta un arma que, si bien era efectiva contra enemigos armados a la misma usanza, no tenía muchas oportunidades de imponerse frente a los infantes hispanos, pues al tener que elevarla por encima de la cabeza para asestar un golpe efectivo, quedaba el tronco del individuo desguarnecido y a merced de la espada de acero.
Illustration
«El décimo Inga Topa Inga Yupanqui / reinó hasta Chinchaycocha, Huarochirí, Canta, Atabillos, Nexas [?], Yachas, Chiscay, Conchucos, Huno Hayllas Huaranga, Huánuco, Allayca y Chocana».
Tampoco sus tácticas fueron excepcionales, sino adaptadas al medio y a sus enemigos, quienes no solían tomar la ofensiva ni cortaban las vías de comunicación y suministros de los incas. Como mucho, en el actual Ecuador se dio una guerra basada en mantener posiciones fortificadas y lanzar ataques puntuales por ambas partes. Ni siquiera la mayor calidad del mando inca parece explicar por sí sola la victoria, pero sí si se le añade que dichos generales, capacitados y brillantes, solían contar con la superioridad numérica que les otorgaba un imperio en expansión. Dicha circunstancia les permitía lograr nuevos recursos humanos cuando las reservas del enemigo se iban agotando. Así, los incas podían perder algunas batallas, pero solían ganar sus guerras.9
Entre 1493 y 1530, Huayna Cápac realizó conquistas en el Chinchaysuyu; en concreto al norte del actual Quito, ocupó las tierras de las etnias de la costa ecuatoriana actual –Nigua, Caraques, Pache, Chono, Huancavilca, Pasao– y la tierra de los chachapoyas.10 Si bien hay noticias de operaciones militares previas suyas en el norte de Chile, donde guerrearía todo un año, y promovió la llegada de mitimaes a Cochabamba, un valle fértil que se convertiría en una especie de granero de las fuerzas incaicas en la parte sur del imperio. Dicha política se mostró acertada, ya que mientras Huayna Cápac guerreaba en el entorno de Tumebamba, en dirección a Pasto, fue informado de una incursión de los chiriguanos en el Collasuyu. Huayna Cápac designó para dirigir aquella operación a Yasca, quien llevó consigo tropas de las poblaciones de Cajamarca, Huamachuco, Chachapoyas, Tumayrica, Tartima y Atabillos. Fue este un buen ejemplo de la integración militar de los pueblos conquistados dentro del sistema inca. Los chiriguanos, según el cronista Martín de Murúa, fueron derrotados y Yasca restableció la posición inca en el territorio invadido, pero no se persiguió a aquella etnia descendiente de los guaraníes. ¿No era, asimismo, esta una señal de los límites del poder militar inca? Es decir, los incas podían mantener una guerra ofensiva en el norte, pero no una segunda en el sur, sino que se limitaron a recuperar posiciones sin incursionar en dirección al territorio chiriguano.11
Es probable que Huayna Cápac muriera a consecuencia de la viruela –aunque se han sugerido otras enfermedades– en 1530, si bien diversos historiadores han propuesto fechas alternativas desde 1525. Su deceso, eso sí está claro, provocó un enfrentamiento durísimo, una guerra civil, de hecho, a causa de no haber podido consolidar su sucesión. La versión más factible de los hechos acontecidos parece indicar que el elegido para sucederle, Huáscar, hijo de Ragua Ocllo, quedó en Cuzco, pues residía en la parte baja de la ciudad, conocida como Hurin Cuzco. Desde los años del emperador Inca Roca, el sistema de gobierno se basaría en una dualidad: Hurin Cuzco, representado por Huáscar, tenía asumida la jerarquía religiosa y los asuntos afines, mientras que su hermanastro Atahualpa, hijo de Palla Coca, asumiría el gobierno secular y la dirección de los asuntos militares. Es decir, que representaba la segunda mitad, o Hanan Cuzco. Su linaje residiría en la parte alta de la urbe. Atahualpa, pues, se ha...

Índice

  1. Cubierta
  2. Título
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Mapas
  6. Introducción
  7. 1 Un Imperio Por Conquistar: El Estado Inca Y Su Organización
  8. 2 La Caída Del Imperio Inca
  9. 3 Almagro, Valdivia Y La Conquista De Chile, 1535-1553
  10. 4 Almagristas Y Pizarristas
  11. 5 La Rebelión De Los Encomenderos
  12. 6 El Levantamiento De Girón, 1553-1554
  13. Conclusión
  14. Apéndice. Los cronistas de la conquista y las guerras civiles peruanas
  15. Bibliografía
  16. Imagenes