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Quién es mi yo
Las enseñanzas originales del Buddha sobre la conciencia
- 255 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
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Quién es mi yo
Las enseñanzas originales del Buddha sobre la conciencia
Descripción del libro
En esta exquisita guía de una de las enseñanzas más importantes del Buddha, Ayya Khema nos acompaña en el camino hacia una mayor comprensión de la verdadera naturaleza del "yo".Interpretando un famoso sutra con ejemplos extraídos de su larga trayectoria enseñando meditación, nos guía por la senda de la práctica de meditación budista tal vez más efectiva para la transformación personal.En este recorrido, el lector aprenderá sobre el lenguaje, las costumbres y la cultura de la época en la que el Buddha dio este discurso, a la vez que se sorprenderá de la enorme vigencia de su mensaje, tanto a nivel personal como social.
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Información
Editorial
Editorial KairósAño
2013ISBN de la versión impresa
9788499881911ISBN del libro electrónico
97884998821611. Inicio: la ética
En la tradición Theravāda, utilizamos el Canon Pāli como nuestra fuente para las palabras del Buddha. El pāli es la lengua de origen sánscrito que hablaba el Buddha.1 La diferencia entre ambas lenguas es parecida a la diferencia que pueda haber entre el italiano y el latín. Mientras que los eruditos utilizaban la lengua sánscrita, la gente común hablaba el pāli o un dialecto próximo a él. En este sentido, esta enseñanza reposa sobre una tradición que tiene 2.500 años de antigüedad.
El Canon Pāli también se llama Tipiṭaka. Ti significa “tres” y piṭaka significa “cesto”. Los Tres Cestos son el Vinaya, las reglas y la disciplina para los monjes y las monjas; los Suttas, los discursos del Buddha; y el Abhidhamma, la filosofía superior sobre la enseñanza. El motivo de su nombre es que el Tipiṭaka se escribió por primera vez sobre hojas secas de palmera u “ola”, que cuando se secan se vuelven quebradizas, pero todavía son razonablemente sólidas. Mediante un buril, que parece un destornillador con una punta muy fina, se grababan las letras de los textos sobre las hojas de ola. A continuación se rallaba el jugo de una determinada baya sobre la hoja y se eliminaba la parte sobrante, con lo que quedaba la incrustación oscura de las letras. Este mismo proceso todavía se usa hoy en Sri Lanka, donde existe un monasterio que siempre preserva una colección del Tipiṭaka entero escrito a mano sobre hojas de ola. Los monjes copian repetidamente los textos de las hojas viejas a nuevas, a medida que las hojas viejas se deterioran. Las hojas se apilan y se sujetan con pesadas tapas de madera que se colocan encima y debajo, y ambas partes se atan entre sí. En caso de haber un donante, la cubierta de madera superior suele decorarse con oro o plata en honor a las palabras del Buddha. No se trata de libros como los que nosotros tenemos y no se pueden llevar en la mano o bajo el brazo. En un origen se guardaban en tres cestos en los que se llevaban de un lado para otro, por lo que así es como el Canon Pāli se llamó Tipiṭaka o los Tres Cestos.
A lo largo de este libro utilizaremos una traducción excelente de los Discursos largos del Buddha, el Digha Nikāya.2 Nikāya significa “colección” y digha significa “larga”. Años después de su muerte, los discursos del Buddha se dividieron en cinco colecciones: el Majjhima Nikāya, la colección de los discursos medios; el Digha Nikāya, la colección de los discursos largos; el Anguttara Nikāya, la colección de las enumeraciones; el Samyutta Nikāya, la colección temática; y el Khuddaka Nikāya, que contiene todo cuanto no encajaba en las cuatro colecciones anteriores. Estas divisiones se establecieron simplemente como una ayuda para la memorización.
Una razón por la que el Digha Nikāya resulta particularmente interesante es que contiene suttas que nos ofrecen el método completo de la práctica. Debemos recordar que el Buddha enseñó a dos niveles: el de la verdad relativa y el de la verdad absoluta. Cuando entramos en contacto por primera vez con las enseñanzas, no sabemos en qué consiste la verdad absoluta, y cuando descubrimos alguno de sus aspectos, nos quedamos atónitos. Entonces, cualquier pregunta que nos ponemos no resulta realmente pertinente, ya que pertenece al nivel de la verdad relativa, mientras que su respuesta pertenece al nivel de la verdad absoluta. Por ejemplo, puede que oigamos un kôan Zen y pensemos: «Pero ¿qué significa? No tiene ningún sentido». Sin embargo, un kôan sólo puede comprenderse desde el punto de vista de la verdad absoluta. Si tenemos presente este punto, el significado siempre es el mismo: nada ni nadie existe.
También podemos comparar estos dos niveles con el modo en que hablamos de los objetos cotidianos, como una mesa o una silla, y el modo en que un físico describiría estos mismos objetos. Para nosotros se trata de muebles con distintos usos, mientras que para un físico no existen como tales, puesto que sabe que solo son partículas de materia y energía. Al mismo tiempo, el mismo físico regresará a casa después del trabajo y se sentará en una silla y utilizará una mesa. Cuando el Buddha enseña que nada ni nadie existe, habla desde el nivel de la verdad absoluta. En este nivel, nuestro mundo cotidiano es una ilusión óptica y mental. Esta es la verdad absoluta. Pero el Buddha también enseñó a nivel relativo. En este sentido, utilizó palabras y conceptos como “yo”, “mi”, “mío”, “tú”. Habló de todo cuanto concierne a la persona, como el karma, la purificación de la mente y las emociones, la mente y el cuerpo tal y como los conocemos, etc. Pero debemos tener siempre presente que estos dos niveles tan distintos nunca se aplican al mismo tiempo.
A medida que avancemos por este discurso en particular, descubriremos cómo aproximarnos a la verdad absoluta. Esto es de gran importancia, puesto que el Buddha nos promete que cuando comprendamos la verdad absoluta por nosotros mismos, nos liberaremos definitivamente de dukkha (el sufrimiento). Los métodos y las pautas que nos ofrece el Buddha nos permiten aproximarnos paso a paso hacia una comprensión inconmensurable y extraordinaria, que fue su propia experiencia del despertar. La ciencia actual corrobora esta experiencia, pero es mejor verlo al revés: las palabras del Buddha corroboran la ciencia actual. La mayoría de nuestros científicos no son personas que hayan alcanzado el despertar y, a pesar de conocer la verdad de que el universo está formado únicamente de partículas que se reúnen y se descomponen, no han comprendido que lo mismo sucede con aquel que conoce. ¡Si los científicos se incluyeran a sí mismos en sus observaciones, hace tiempo que habrían alcanzado el despertar y seguramente en lugar de enseñar física enseñarían cómo alcanzar el despertar! Podemos haber leído u oído sobre estas cuestiones, podemos estar muy interesados en ellas, pero si no sabemos cómo actuar no nos será de gran ayuda. La gran ventaja de la enseñanza del Buddha es que nos ofrece consejos prácticos y paso a paso sobre cómo recorrer el camino.
El sutta que he elegido se llama Poṭṭhapāda Sutta. Muchos suttas reciben el nombre de la persona a la que el Buddha se dirigía y a cuyas preguntas respondía. Este sutta se subtitula “Los estados de la conciencia”.
La mayoría de los suttas comienzan con la frase «Así lo he escuchado», en pāli Evam me suttam, debido a que eran objeto de recitación. En el Gran Concilio de arahants que tuvo lugar tres meses después de la muerte del Buddha, la recitación de cada sutta incluía información sobre el lugar donde el Buddha lo había enseñado, quién estaba presente en ese instante y una descripción de la situación del momento. Estos detalles se incluyeron para que los monjes que escucharan el discurso se acordaran de la ocasión exacta y pudieran aceptar o rechazar esa narración en particular para, en caso necesario, sugerir cambios.
Así lo he escuchado. Una vez el Venerable se hallaba en Sāvatthi, en la arboleda de Jeta, en el parque de Anāthapiṇḍika.
Anāthapiṇḍika era un rico mercader que al oír hablar al Buddha de inmediato se sintió fascinado y convencido por sus palabras. Así pues, decidió comprar un monasterio para el Buddha y sus discípulos, quienes hasta ese momento habían sido vagabundos. Anāthapiṇḍika, halló un magnífico bosque de árboles de mango perteneciente al príncipe Jeta. Sin embargo, el príncipe rechazó venderle el terreno, pero Anāthapiṇḍika persistió y regresó una segunda y una tercera vez para pedir la compra del bosque. Finalmente, el príncipe le dijo que podría hacerse con él si cubría cada centímetro del suelo con monedas de oro. Anāthapiṇḍika ordenó a sus sirvientes que trajeran barriles repletos de monedas de oro y las escamparan por todo el terreno del bosque de árboles de mango. Según cuenta la historia, se quedó sin monedas cuando le faltaba cubrir solo una pequeña parte, pero al explicárselo al príncipe Jeta, este aceptó regalarle esta parte como descuento. La compra del bosque de árboles de mango supuso un tercio de la fortuna de Anāthapiṇḍika, a continuación se gastó otro tercio en la construcción y acondicionamiento de las cabañas (aunque en esa época los muebles consistían simplemente en algunos percheros en las paredes, velas y un saco relleno de heno a modo de cama). El Buddha pasaría veinticinco “retiros de la estación de las lluvias” en el monasterio de Anāthapiṇḍika. El retiro de la estación de las lluvias tiene lugar durante los tres meses del verano indio, una época en la que los monjes y las monjas deben permanecer en sus monasterios para estudiar y meditar. Esta tradición se remonta a los tiempos del Buddha, cuando todos los monjes y las monjas salían a pedir limosna en busca de alimento; sin embargo, durante la estación de las lluvias las plantaciones de arroz quedan sumergidas en el agua y resultan poco visibles, por lo que los campesinos se quejaban al Buddha de que los monjes y las monjas pisaban sus plantaciones de arroz y, puesto que había miles de monjes y monjas, este hecho podía provocar una hambruna. Entonces el Buddha decretó el retiro de la estación de las lluvias, durante el cual los fieles laicos podían traer la comida a los monasterios. Esta práctica se observa todavía hoy.
Por aquel entonces el renunciante Poṭṭhapāda estaba en la sala de debate cerca del árbol Tinduka, en el parque de la reina Mallikā que contaba con una única sala, junto con una gran multitud de cerca de trescientos renunciantes.
En los suttas suele llamarse a los monjes de una tradición distinta simplemente renunciantes o ascetas. La reina Mallikā, que según parece habría ofrecido esta sala a los renunciantes, era la esposa del rey Pasenadi, ambos seguidores devotos del Buddha.
Entonces, el Venerable, habiéndose levantado pronto, recogió su hábito y su cuenco y se fue a Sāvatthi a pedir limosna. Pero pensó: «Es demasiado pronto para ir a Sāvatthi a pedir limosna, ¿y si fuera a la sala de debate para ver al renunciante Poṭṭhapāda?». Y así lo hizo.
En efecto, era demasiado pronto para ir a pedir limosna porque la gente todavía no tendría la comida lista. En los suttas, Sāvatthi aparece mencionada a menudo porque el monasterio que donó Anāthapiṇḍika se encontraba en sus aledaños. Aunque el Buddha solo enseñó en el norte de la India, desde entonces su enseñanza se ha extendido por numerosos países a través de toda Asia y ahora se está estableciendo en Europa, Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda.
Allí se encontraba Poṭṭhapāda, sentado junto con su multitud de renunciantes. Todos gritaban y hacían un gran alboroto, deleitándose con todo tipo de conversaciones impropias…
A continuación se mencionan todo tipo de conversaciones que no son aconsejables para el practicante espiritual. «Sobre reyes, ladrones, ministros…»: en otras palabras, sobre política, que suele generar opiniones enfrentadas. «Ejércitos, peligros, guerras…»: sucesos violentos que afligen la mente. «Comida, bebida…»: que pueden alimentar el deseo sensorial. «Ropa, camas, ornamentos, perfumes…»: adornos personales para realzar la propia apariencia, mientras que la cama puede hacer pensar en el sexo. «Parientes, carruajes, aldeas, pueblos y ciudades, países…»: este tipo de conversaciones no resultan inspiradoras ni edificantes, puesto que refuerzan el apego y la identificación. «Mujeres…»: todos estos renunciantes eran monjes célibes, cuyas mentes no debían ocuparse de ningún aspecto del sexo opuesto. Para las monjas, se aplicaría lo contrario. «Héroes…»: ¡quizás para nosotros serían las pop-stars! «Habladurías de la calle y el pozo»: incluso hoy, en los llamados países del Tercer Mundo, el pozo es uno de los principales lugares de reunión. Las casas no disponen de agua corriente, por lo que los vecinos se encuentran en el pozo e intercambian las últimas noticias y habladurías, que suelen terminar en rumores y críticas. «Conversaciones sobre los difuntos, charlas inconexas, especulaciones sobre la tierra y el mar, conversaciones sobre el ser y el no ser…»: todos estos son temas que según el Buddha hay que evitar, porque no llevan a una comprensión profunda ni conducen a la práctica, sino que poseen una influencia de distracción. Esta lista de temas concretos ha sido insertada en el sutta, y el texto no especifica cuál de ellos discutían los renunciantes. Simplemente afirma que se deleitaban en una conversación impropia.
Pero cuando Poṭṭhapāda vio al Venerable venir de lejos llamó a sus discípulos al orden y les dijo: «¡Haced silencio, señores, no hagáis ruido, ...
Índice
- Cubierta
- Portada
- Créditos
- Sumario
- Prefacio
- 1. Inicio: la ética
- 2. Vigilar los sentidos: atención y comprensión clara
- 3. Apartar los obstáculos
- 4. Primera absorción meditativa
- 5. Segunda y tercera absorción meditativa
- 6. Cuarta absorción meditativa
- 7. Quinta y sexta absorción meditativa. «Espacio infinito, conciencia infinita»
- 8. Séptima: «La dimensión de la nada» / Octava: «Ni percepción ni no percepción» / Novena absorción meditativa: «Cesación»
- 9. Desengaño, serenidad y las Cuatro Nobles Verdades
- 10. Cesación del deseo: lo que conduce al Nibbāna
- 11. Eliminar la ilusión del yo
- 12. ¿Cuál es el yo auténtico?
- Camino y fruto: el objetivo de la práctica
- Apéndice
- Glosario
- Nota biográfica de la autora
- Notas
- Contracubierta