El nuevo traje del emperador
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El nuevo traje del emperador

Por qué hay más política en una colección de Zara que en un ejemplar de Le Monde Diplomatique

  1. 50 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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El nuevo traje del emperador

Por qué hay más política en una colección de Zara que en un ejemplar de Le Monde Diplomatique

Descripción del libro

En 1974 Pierre Bourdieu pronunció una conferencia alrededor de la moda donde señalaba que su interés por la misma procedía de su categoría de "herramienta indigna para intelectuales". Veinte años después, Eric Hobsbawm observó que los diseñadores de moda habían podido predecir el futuro mejor que los vaticinadores profesionales. En esta estela, Leticia García y Carlos Primo actualizan hoy ambas ideas para detectar los grandes puntos de convergencia entre la moda y la política.

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Información

Año
2014
ISBN del libro electrónico
9788494287817
UN CADÁVER EN LA PASARELA: INDUSTRIA, CONCIENCIA Y ESPECTÁCULO
«La moda era el peor lugar en el que estar si eras una feminista de izquierdas. Era horroroso. Tenía prejuicios, sí, siempre tuve problemas con ello»
—Miuccia Prada—
Nos aproximamos a un terreno complejo y por momentos pantanoso: el de las marcas que forman parte del mercado de la moda, quizás por definición el sistema económico más eficaz que existe. En él, el consumo se alimenta de las compulsiones del público, las estrategias de marketing forman parte del producto —e interesan por sí mismas— y la violencia simbólica, en definitiva, se despliega en una especie de ejercicio masoquista autosuficiente. Desde luego, no es un panorama halagador. «Hoy la moda se basa en el dinero, y el oficio de diseñador se ha convertido en algo degradante, con el que no me identifico», afirma el diseñador Miguel Adrover. ¿Puede una industria descrita generalmente como elitista, sexista, racista y explotadora desplegar estrategias relacionadas con el cambio social? ¿Puede una pasarela de moda, terreno absoluto de la frivolidad y la espuma social, ser un espacio válido para la crítica? ¿Puede el núcleo mismo del engranaje capitalista generar mensajes que sean innovadores en términos políticos?
Para esbozar una respuesta a esta pregunta deberíamos preguntarnos si dichas objeciones podrían aplicarse a otros fenómenos típicamente capitalistas como los deportes de masas, las modas alimentarias o el mercado del arte contemporáneo.
Si admitimos que una obra de Santiago Sierra sobre la explotación salarial puede mantener su vigencia en una galería de arte de altísimo nivel, o que un futbolista multimillonario puede promover proyectos de desarrollo en su comunidad local, o que una minoría acomodada puede permitirse adoptar un estilo de vida alimentario respetuoso con la sostenibilidad, no nos queda más remedio que aceptar que una de las contradicciones que sustentan la solidez del mundo de la moda es su capacidad para emitir mensajes de naturaleza política.
Dichos mensajes se encuentran, paradójicamente, en el mismo origen de la moda. Sin ir más lejos, el nacimiento de la moda como industria rentable se produjo gracias a una rebelión con fuertes connotaciones políticas. Creadores como Worth o Poiret —los primeros en utilizar este apelativo, y no el de costureros— impusieron su gusto a sus clientas y comenzaron el ciclo de las temporadas, pero se podría decir que hasta la llegada de Coco Chanel no existió la moda tal y como hoy la entendemos. Su éxito se debió, principalmente, a su capacidad para crear una serie de prendas que acabaron con los códigos comúnmente asociados al género femenino. Retiró el corsé, introdujo prendas de trabajo —el blazer o la camiseta de rayas, propios de los marineros— en el cerrado ámbito del lujo y diseñó un uniforme centrado en la idea de la mujer activa, que rechaza la condición de mera consorte de su marido. Bourdieu, en su análisis de la moda como catalizador social, se refiere a dicho proceso como «la revolución Chanel»; lo suyo no fue un cambio en la estética del momento, sino una transformación de los valores culturales asociados a la mujer. Por primera vez, y gracias a una chaqueta de tweed, unos zapatos planos y un vestido negro de corte recto, la mujer no era objeto, sino sujeto de la moda: la idiosincrasia burguesa, baluarte del esfuerzo, la sobriedad y el éxito en los negocios, había hecho de las mujeres un elemento decorativo que, a golpe de corsé, miriñaques y otras prendas que dificultaban la movilidad, daba cuenta de la fortuna de su esposo; Coco Chanel, sin embargo, creó un uniforme que las liberó de su destino. Por primera vez, las aristócratas y las burguesas de clase acomodada desearon vestir con el color de sus doncellas —el negro—, utilizar un tejido basto y poco majestuoso —algodón— y reivindicar su derecho a la libertad de elección con prendas que les facilitaban el camino. Por primera vez, una marca de moda se establecía como una empresa de factura millonaria y abría el camino a un modo de entender el sistema —licencias de productos, perfumes, vallas publicitarias— que permanece en nuestros días.
Y como en casi todas las revoluciones sociales, el cambio de paradigma acabó dejando paso al conservadurismo. Desde que creara estos hitos indumentarios en los albores del siglo XX, la marca fundada por Chanel no ha cambiado nada, únicamente reformula sin descanso su uniforme adaptándose a los tejidos y los ornamentos del presente pero conservando lo esencial. Tampoco lo necesita: su clientela sigue demandando las mismas prendas, y su estilo, el de la elegancia liberada, no ha pasado de moda. Quizá sus reivindicaciones aún no hayan sido aceptadas por completo o quizá el público, un siglo después, no haya encontrado una firma con la que identificarse más y mejor. Lo que sí parece cierto es que la única diseñadora de moda que hizo de su trabajo una cuestión más política que estética es también la única que nunca ha pasado de moda.
En su estudio sobre la omnipresencia de la industria de la moda en las sociedades postmodernas, la socióloga Gail Faurschou sostiene que ésta «se ha instituido como el código universal que condensa todos los códigos culturales previos». Nada en ella, por arbitraria que parezca, se debe al azar o al capricho. Nuevamente es Adrover quien nos comenta que «si deja de ser política, la moda no tiene ninguna fuerza para sobrevivir». El éxito o el fracaso de un diseñador pasa por saber lo que la sociedad está preparada para entender, y vestir. A veces es la recuperación de un estilo del pasado, a veces el homenaje tácito a un personaje histórico que vuelve a ser relevante en el presente, una interpretación libre de los sucesos actuales o incluso una respuesta a la reivindicaciones, implícitas o no, de la sociedad. Chanel no sería la creadora de moda más importante del mundo si las mujeres de inicios del siglo XX no hubieran estado preparadas para el cambio de mentalidad. De igual modo, el París convulso de los 60, epicentro de las revueltas estudiantiles y de las luchas que pedían un nuevo paradigma económico en plena Guerra Fría, también anhelaba —consciente o no— la quiebra del modelo aristocrático y elitista en el que hasta entonces se había basado la moda.
A medida que la brecha generacional se hacía más patente, los diseñadores ilustraban el conflicto agrupando sus sedes en la orilla derecha del Sena —cuna del lujo cortesano— y la izquierda —en cuyo Barrio Latino se daban cita los sesentayochistas—. Los primeros, diría Bourdieu, no renunciaban al modelo de la Alta Costura y a defender en cada oportunidad las bondades del refinamiento francés. Los segundos incluían en su discurso los eslóganes de la calle y reivindicaban a la juventud como nuevo modelo aspiracional en el que basar sus creaciones.
El responsable de ese cambio de actitud, una especie de figura bisagra entre la antigua Alta Costura y la moda de las décadas siguientes, fue precisamente un devoto seguidor de Coco Chanel. Las versiones acerca de cómo vivió Yves Saint Laurent los acontecimientos de Mayo del 68 son contradictorias. Para unos —incluido el propio diseñador—, Saint Laurent y su clique estuvieron en las barricadas con los estudiantes y participaron activamente en los disturbios. Para otros —y ésta parece la versión más probable—, el joven diseñador, que había pasado de su Orán natal a los altos círculos parisinos sin apenas transición, permaneció recluido en su apartamento, aterrorizado por las protestas. Sin embargo, cuando finalmente salió a la calle, llevaba bajo el brazo una colección que, por primera vez, no parecía imaginada para una condesa del Faubourg Saint Germain. El pantalón femenino, que él había introducido un par de años atrás, era la base para una serie de diseños sobrios en los que primaba el negro y que estaban en total sintonía con la juventud que reclamaba un nuevo modo de hacer las cosas. Austeros, sin concesiones a la frivolidad, aquellos trajes se convirtieron en el look de toda una generación que logró rebajar el modelo aspiracional de la época en veinte años. Para Saint Laurent, la mujer del momento era joven, universitaria, urbanita, socialmente concienciada y sexualmente libre. No era un giro copernicano, pero en aquella época ya era mucho más de lo que ningún diseñador desde Chanel se había atrevido a hacer. Y lo hizo con un modelo comercial basado en el prêt à porter, que sustituía la exclusividad...

Índice

  1. Portadilla
  2. Créditos
  3. Contenido
  4. Nota del editor
  5. SINOPSIS
  6. INTRO
  7. La autenticidad ante el espejo
  8. «Tan libre como mi pelo»: celebrities, transgresión y estilismo
  9. Un cadáver en la pasarela: industria, conciencia y espectáculo
  10. Repetición y caída: pornochic en Qatar o el poder político de la contradicción