País de lluvia
eBook - ePub

País de lluvia

  1. 100 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

País de lluvia

Descripción del libro

País de lluvia reúne una docena de relatos cuyas historias se inscriben en la contemporaneidad y refieren a personajes sumidos en el abismo de la desesperanza y, en algunos casos, también de la desesperación. No obstante, esta condición es asumida por ellos como una especie de normalidad, generándose de esa forma un "clima" o atmósfera singular y denso. Rasgos destacables de los cuentos incluidos en este volumen son, por un lado, su carácter elíptico, mediante la omisión o escamoteo de pasajes importantes del argumento, de modo tal que la historia, para revelarse plenamente, debe ser interpretada y completada por el lector y, por otro, una cierta inclinación al simbolismo. Rodrigo Soto

Preguntas frecuentes

Sí, puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento desde la pestaña Suscripción en los ajustes de tu cuenta en el sitio web de Perlego. La suscripción seguirá activa hasta que finalice el periodo de facturación actual. Descubre cómo cancelar tu suscripción.
Por el momento, todos los libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Perlego ofrece dos planes: Esencial y Avanzado
  • Esencial es ideal para estudiantes y profesionales que disfrutan explorando una amplia variedad de materias. Accede a la Biblioteca Esencial con más de 800.000 títulos de confianza y best-sellers en negocios, crecimiento personal y humanidades. Incluye lectura ilimitada y voz estándar de lectura en voz alta.
  • Avanzado: Perfecto para estudiantes avanzados e investigadores que necesitan acceso completo e ilimitado. Desbloquea más de 1,4 millones de libros en cientos de materias, incluidos títulos académicos y especializados. El plan Avanzado también incluye funciones avanzadas como Premium Read Aloud y Research Assistant.
Ambos planes están disponibles con ciclos de facturación mensual, cada cuatro meses o anual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¡Sí! Puedes usar la app de Perlego tanto en dispositivos iOS como Android para leer en cualquier momento, en cualquier lugar, incluso sin conexión. Perfecto para desplazamientos o cuando estás en movimiento.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Sí, puedes acceder a País de lluvia de Sergio Arroyo en formato PDF o ePUB. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

ISBN del libro electrónico
9789930580295
Edición
2
Americana
Qiong
Eran verdes y llenas de vida, como los trajes de gala de Shenzhen, pero confeccionados a la manera de Cantón. Veía a los obreros transportar los percheros de una bodega a otra y me parecía estar viendo un dragón preparado para la Fiesta de Año Nuevo, no miles y miles de faldas de color verde.
Pero aquella no era una falda común y corriente, o por lo menos no lo era para mí. La tela no se parecía a nada que hubiera visto antes. Era de un género que daba ganas llevarse a los labios para acariciarse: al mismo tiempo, suave al tacto y tan resistente que no se rompía aunque tirara de ella con todas mis fuerzas.
(Esto no es cierto. Nunca me atrevería a tirar de ella solo para comprobar cuán resistente era. Una tela tan hermosa como la que recuerdo no se merecía algo así.)
Un día decidí quedarme con una de aquellas faldas. No la quería para mí. La quería para regalársela a mi madre. Ya ella casi no salía de la casa. Estaba muy enferma. El hecho de saberse vestida con una de las prendas que yo ayudaba a confeccionar, la haría sentirse mejor. Yo me la imaginaba con ella puesta, caminando de un lugar a otro de la casa y feliz.
Antes no tenía que imaginármela. Ella trabajaba aquí, pero eso fue antes de su enfermedad. La despidieron, si es que prohibirle la entrada a la Planta era lo mismo que despedirla. Yo pensaba que tampoco nos dejarían entrar ni a mí, ni a mi hermano Sing, pero más bien pasó lo contrario: no nos dejaron salir.
Mamá empezó a trabajar para la Compañía hacía mucho tiempo, poco después de nacer mi hermano. Luego de años de un comportamiento intachable, la empresa la seleccionó para formar parte de un programa de ayuda para madres solteras. Con este programa, le asignarían un préstamo de dinero a cambio de irse a vivir a la Planta definitivamente. Mamá lo aceptó, a sabiendas de que esto la comprometía a traernos a Sing y a mí a vivir también a la Planta. Los hijos de otras empleadas se integraban a cumplir trabajos menores, pero nosotros todavía éramos pequeños, no teníamos ni la fuerza para transportar cajas de ropa, ni la habilidad para operar las máquinas.
—Yo sé que es una niña muy pequeña –dijo Lian–, pero le recomiendo que tome en cuenta mi consejo.
Lian era una de las capataces más jóvenes de la Planta. Apenas tenía veinte años, era delgada, tenía el cabello teñido de rojo y una tendencia a enojarse por todo.
—La suma de dinero que le ha entregado la Compañía no es poca cosa –siguió Lian–. Yo no conozco su caso en particular, pero estoy enterada del monto que la Compañía invierte en mujeres como usted. Si de veras está agradecida, a principios del próximo año presente a su hija como candidata a desempeñar trabajos menores.
—Pero es tan pequeña…
—¡Cuánto mejor! Nadie vería con buenos ojos que la pequeña Qiong trabaje, por lo que su propuesta no será aceptada de ninguna manera; sin embargo, imagínese lo que agradaría un gesto así a la Compañía. El respeto que sentimos todos por usted aumentará.
Las palabras de Lian le causaron una honda impresión a mamá. En principio, ella se resistía a cualquier cosa relacionada con que yo trabajara, pero la presión constante de la mujer de cabello rojo la terminó por acorralar hasta que un día no soportó más y debió presentarse conmigo a la oficina del Director.
—Señor Director –dijo sin verlo a la cara, con miedo de confundir las palabras que Lian la hizo memorizar–: me ha nacido del corazón presentarme ante usted hoy para ofrecerle a mi hija, la pequeña Qiong, para que trabaje en la Planta. Ella todavía no puede operar las máquinas, pero puede llevar a cabo trabajos menores, como transportar botones, cierres, y todos los materiales pequeños que usamos en nuestro trabajo; o hasta podría pegar abalorios y lentejuelas.
—¿Cuántos años tienes, chiquilla?
—Pronto cumpliré doce, señor –yo tampoco lo vi a los ojos. Lian nos dijo que no lo hiciéramos.
—Ella solo es una niña –mamá se apegó al guion–, pero estoy dispuesta a firmar cualquier documento que sea necesario, con tal de agradecer a la Compañía por las atenciones que han tenido con nosotros.
—¿Dices que el ofrecimiento que me haces te ha nacido del corazón?
—Sí, señor.
—Eso quiere decir que nadie te ha persuadido para que hagas esto. ¿Es así?
—Lo único que quiero es agradecer a la Compañía.
Una semana después de aquella conversación, empecé a trabajar en la Planta. En cuanto mi mamá se enteró de mi nombramiento, su enfermedad se agravó. A veces la migraña no la dejaba en paz una noche entera y, al día siguiente, debía presentarse a trabajar como de costumbre. No le quedaban ya muchas fuerzas para trabajar y mucho menos para encarar a Lian y reclamarle por qué nos engañó.
Mi primer puesto fue de mensajera. Era un trabajo muy importante para la Compañía porque era la base de todas las decisiones. Los teléfonos celulares estaban prohibidos, por lo que los capataces y los jefes se tenían que enviar recados para tratar asuntos de todo tipo, que podían ir desde la presencia de un animal indeseable en la Planta, hasta una llamada urgente a reunión para discutir sobre asuntos demasiado delicados para ponerlos por escrito. A decir verdad, todos los asuntos que se trataban eran demasiado delicados, por eso evitaban elegir a niños que supieran leer.
Al comienzo yo no quería trabajar porque eso significaba no jugar con Sing o, lo que era lo mismo, no poder cuidarlo. Y, precisamente, Sing resultó ser quien más sufrió durante los primeros días. Al no poder quedarse ni con mamá ni conmigo durante las horas de trabajo, lo colocaron en la Guardería, un edificio sin pintar donde una decena de nanas se hacía cargo de los niños pequeños. La Guardería estaba muy cerca de la maquiladora de mamá; pero ni ella ni yo teníamos acceso a mi hermano. Las madres tenían prohibida la entrada durante el día. Una vez que los niños eran entregados allí por la mañana, solo podían ser recogidos cuando terminaba la jornada laboral, doce o catorce horas más tarde, dependiendo del mes.
A mamá le angustiaba verme madrugar todos los días para integrarme a las labores de la Planta, que no eran otra cosa más que ir de un lugar a otro con papeles. Ella no tenía a nadie a quien decirle sus pesares. Todo se lo tragaba. Hasta que un día cometió el error de decirle a la Capataz lo que sentía. Y toda la solución de Lian fue promoverme a obrera, para que operara las máquinas.
—Tu mamá está enferma –dijo–. Si tú no empiezas a trabajar, entonces la producción de la Compañía se podría detener por tu culpa. ¿Te imaginas lo que significaría eso? Sería peor que si nunca hubieras trabajado en la Planta.
Yo no entendía la lógica de Lian, pero tampoco estaba en condiciones de protestar y mucho menos de pedir explicaciones. Además, me parecía que los oficios que se llevaban a cabo en la Planta no eran nada difíciles. Más que como un trabajo, lo veía como juegos de reglas muy estrictas, en los que si rompía una tendría que asumir una consecuencia impuesta por la señorita Capataz.
Mamá no aceptaría la idea de que yo ocupara su puesto al frente de una máquina. De enterarse, lo trataría de evitar por todos los medios posibles, que no eran muchos pero sí suficientes para llegar a los oídos del Director de la Compañía, y precisamente una de las tareas que más desvelaban a la Capataz era impedir que ninguno de nuestros problemas llegara hasta él.
—No dejes que tu madre se dé cuenta –me dijo Lian el primer día que estuve en los Talleres–. Si se entera, solo hará que las cosas empeoren.
No fue necesario que yo hablara. Mi hermano lo sabía todo y aunque los primeros días se contenía de preguntarme sobre mi trabajo con las máquinas, con el paso de los días me hizo preguntas cada vez peor disfrazadas. Mis regaños de nada sirvieron. Cuando mamá lo supo lloró de rabia; me hizo confesárselo todo y prometerle que no volvería a tocar ninguna máquina.
A pesar de la enfermedad que la aquejaba, mamá reunió fuerzas para tratar de hacer valer su voluntad. Salimos de nuestro Depósito para hablar con la Capataz. Esta, en un principio, no nos quería recibir aduciendo que mamá estaba enferma y no era bueno andar dejando gérmenes por todas partes. Pero mamá insistió tanto y con tal empeño que a Lian no le quedó más remedio que aceptar.
—Señora Lian –mamá hablaba tratando de sosegarse–, muchas gracias por recibirme. Quiero decirle que Qiong ya no volverá a trabajar en los Talleres. Como puede ver, yo ya estoy recuperada y puedo asumir mis funciones normales ahora mismo, si usted me lo permite.
—Señora, usted no es médico –le dijo Lian.
—Yo ya estoy bien.
—La última vez que supe de su profesión, usted era prostituta.
—Le digo que ya estoy bien –mamá bajó la cabeza y ya no separó la mirada del suelo ni una sola vez–. Puedo asumir mis viejas funciones cuando usted quiera. Qiong ya no tendrá que venir a trabajar a los Talleres. Yo puedo asumir mis funciones normales ahora mismo…
Lian llamó a un guarda para que le ayudara a sacar a mamá de la Planta. A Sing y a mí nos llevó a los dormitorios. Mamá lloró y gritó y quiso seguirnos, pero la detuvieron entre dos guardas. En ese momento me pareció ver a mamá como en realidad era, una pequeña perra que vivía en las calles, inofensiva y delgada. Un solo guarda habría bastado para reducirla. Yo intenté llevarme a Sing con ella, pero ya era demasiado tarde. Así fue como nos separamos. No hubo ninguna palabra de explicación de parte de la Compañía que nos ayudara a comprender lo que había pasado o por qué se habían deshecho de mamá de aquella forma.
A partir de entonces, mi trabajo en la Planta siempre fue monótono. Se acabaron mis recorridos de un establecimiento a otro de las instalaciones. La operación de la máquina abotonadora era muy sencilla, tanto que durante la primera semana yo ya la odiaba. Debía empalmar las faldas en un objeto grueso muy parecido a un torno y, luego, hacer descender un brazo mecánico, que era el que realmente hilaba los ojales y pegaba los botones de cada prenda. La única complejidad que todo aquello traía era que debía asegurarme de que la prenda estuviera en la posición exacta y que la velocidad a la que bajaba el brazo mecánico fuera la indicada. Debía tener mucho cuidado para retirar las manos en el momento preciso. Si olvidaba quitar la mano o incluso un dedo debajo del brazo, podía arruinar la prenda. Por lo general, al comenzar mi día de trabajo, no cometía ningún error, pero con el paso de las horas y mi cansancio, era común que bajara la guardia y operara el brazo abotonador sin tomar las previsiones de rutina, o bien, que no encajara la prenda en el torno como era debido, lo que podía resultar en botones u ojales mal puestos. Cuando esto sucedía, debíamos pegar en la ropa una leyenda adhesiva con nuestro número y entregársela a una Supervisora de reparaciones. Esta colocaba las prendas en unos cil...

Índice

  1. Cubierta
  2. Inicio
  3. Dedicatoria
  4. Epígrafe
  5. Americana
  6. Las primeras lluvias
  7. Las reglas del juego
  8. La torre de Rorschach
  9. Parábola del descalzo
  10. El mito de la gran inundación
  11. Créditos
  12. Otros libros recomendados