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La mesa fantasma
Virginia Woolf, Roger Fry, Bertrand Russell y el modernismo
- 455 páginas
- Spanish
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La mesa fantasma
Virginia Woolf, Roger Fry, Bertrand Russell y el modernismo
Descripción del libro
Ann Banfield analiza la obra de Virginia Woolf en relación con la filosofía de Bertrand Russell y la teoría del arte de Roger Fry, el crítico que abrió las puertas al postimpresionismo y, con él, al modernismo en Londres. Pone de relieve las afinidades existentes y encuentra en la teoría del conocimiento de Russell y en la reflexión de Fry sobre Cézanne y el postimpresionismo el marco en el que Woolf escribe. La mesa que está ahí, tanto cuando la observamos como cuando no lo hacemos –pero, ¿cómo está cuando no la percibimos?, ¿está?–, es motivo de Al faro y constante de las naturalezas muertas del pintor francés. V. Woolf crea una narrativa en la que las cosas, las situaciones, el mundo todo, tienen una presencia y una consistencia que no dependen del observador, pero que al observador afectan. Ese es uno de los problemas a los que se enfrentó Russell y, en el campo de la pintura, Fry: las impresiones que el pintor marca en la tela necesitan una estructura que las ordene, que las "soporte", al modo en que la necesita la narración woolfiana.
El método seguido por Banfield se diferencia del habitual en los estudios filosóficos: las citas y referencias, minuciosas, de los tres autores, Woolf, Russell y Fry, del padre de Virginia, Leslie Stephen –que cobra una importancia superior a la habitual en los estudios al uso–, configuran una trama en la que se perfila el juego de relaciones, una urdimbre "sostenida" por Bloomsbury y Cambridge. El estilo de Banfield persuade al lector y hace más compleja una traducción que José Luis Arántegui ha sabido resolver con brillantez.
El método seguido por Banfield se diferencia del habitual en los estudios filosóficos: las citas y referencias, minuciosas, de los tres autores, Woolf, Russell y Fry, del padre de Virginia, Leslie Stephen –que cobra una importancia superior a la habitual en los estudios al uso–, configuran una trama en la que se perfila el juego de relaciones, una urdimbre "sostenida" por Bloomsbury y Cambridge. El estilo de Banfield persuade al lector y hace más compleja una traducción que José Luis Arántegui ha sabido resolver con brillantez.
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Información
Categoría
FilosofíaCategoría
Colecciones literarias1
Introducción: Sobremesas
Curiosa figura la suya, a menudo sentado y mudo como un muerto presidiendo la mesa del comedor familiar. Mordaz a veces, a veces didáctico, en especial con Thoby. Preguntaba cuál era la raíz cúbica de tal o cual número; pues siempre andaba sacándose problemas matemáticos de los billetes de tren o contándonos cómo hallar el «número dominical» –¿era lo de cuándo caía la Pascua?–. Y nuestra madre protestaba, nada de matemáticas en la mesa.(V. Woolf, Moments of Being, 111)–Andrew, dijo ella, ten el plato más abajo o lo acabaré tirando (...) dejaba descansar todo su peso en lo que su marido estaba diciendo en la otra punta de la mesa sobre la raíz cuadrada del número mil doscientos cincuenta y tres, que al parecer era el de su billete del tren.(V. Woolf, To the Lighthouse, 158-159)
El universo de las novelas de Virginia Woolf es una monadología cuya pluralidad de mundos posibles incluye puntos de espacio y tiempo privados, inobservados, vacantes de sujeto alguno. El principio que aúna esas novelas no es armonía preestablecida que una intención de autor les confiriera de antemano. Está construido post facto por un estilo y un arte. Uno que a su vez se funda en un sistema filosófico, una teoría del conocimiento. La teoría comienza por analizar el mundo del sentido común. El análisis reduce los objetos a «datos sensoriales», separables de la sensación, y los sujetos observadores, a «perspectivas» que el atomismo multiplica. Objetos que resultan familiares porque lo visto, oído, sentido u observado se acomodan a sus anchas en el punto de vista del observador, pierden esa familiaridad una vez que el análisis los vuelve en lo nunca visto, inaudito e inobservado, y revelan tener existencia sensible independiente de observador. Un estilo perspectivista recoge calladamente tal visión confiriéndole su extraño carácter. La primera conclusión de esa lógica es la idea de la muerte como separación de sujeto y objeto; de ella parte la segunda, que deduce de ahí una forma elegíaca como respuesta adecuada al mundo que la ciencia revela.

Fig. 1. Roger Fry, portada de The Cambridge Fortnightly, 1888.
La luz de Cambridge
Dicen que el cielo es el mismo por doquier... Mas sobre Cambridge... hay una diferencia... ¿es fantasía suponer al cielo, lavado y escurrido por las rendijas de la capilla del King’s College, más claro, tenue y reluciente que en cualquier otra parte? (V. Woolf, Jacob’s Room, 31-32).
Esa teoría del conocimiento tuvo sus orígenes en el Cambridge de anteguerra, el de Alfred North Whitehead, G. E. Moore y Bertrand Russell. «Quien a semejanza de Virginia Woolf estudie la cultura británica no puede eludir Cambridge», recalca Irma Rantavaara (Virginia Woolf and Bloomsbury, 43). Un Cambridge cuya evocación en una conversación da brusco comienzo a The Longest Journey (1907) de E. M. Forster:
–La vaca está ahí, dijo Ansell... Ahí, ahora...–Me he demostrado que no, dijo la voz. No hay vaca. Ansell frunció el ceño y encendió otra cerilla.–Para mí, no está –declaró él–. Que esté o no esté para ti me trae sin cuidado; ya puedo estar en Cambridge o en Islandia o muerto, que la vaca estará ahí.Era filosofía. Discutían de la existencia de los objetos. ¿Existen solo habiendo alguien que los mire? ¿O tienen existencia de suyo?... De ahí la vaca. Ella parecía poner más fáciles las cosas. Tan familiar, tan sólida, que las verdades que ilustraba seguramente también se harían sólidas y familiares con el tiempo. ¿Pero está ahí la vaca o no? Eso era mejor que decidir entre subjetividad y objetividad. Así, en Oxford alguien preguntaba justo al mismo tiempo ¿cómo que se verán nuestras habitaciones en vacaciones? (1- 2).
El ficticio diálogo de Forster podría ser perfectamente el que tiene lugar en la habitación de Jacob Flanders en Cambridge, del que no queda constancia sin embargo en Habitación de Jacob de Woolf porque, al identificarse a quien observa y narra como mujer, eso trae implícito que esté excluido de la conversación1. «Estando abierta la ventana...», la perspectiva de la novela sobre la habitación de Jacob es forzosamente limitada y lejana, «unas piernas asomando por aquí», una «pipa sosteniéndose en el aire y luego reemplazada», «labios abiertos», «estrépito de carcajadas»; «que formaran algo, solo se alcanzaba a ver en la habitación gestos de brazos, movimientos de cuerpos». Así no cabe resolver la cuestión «¿era una discusión?» (JR, 44). Ahora bien, el objeto de la que reproduce Forster –nuestro conocimiento del mundo externo, la naturaleza de la percepción– entra en las novelas de Woolf expresado en un lenguaje filosófico explícito. En Al faro, Andrew Ramsay responde «del sujeto y el objeto, y de la naturaleza de la percepción» a las averiguaciones de Lily Briscoe sobre cuál sea el tema del libro de su padre; pues Woolf describe en la ficción a su propio padre, que era ambas cosas, como filósofo obsesionado con el problema del conocimiento, y no como crítico literario. «Tú piensa en la mesa de la cocina cuando no estás allí» (38), añade Andrew para ilustrar la posición filosófica realista con un ejemplo «tan familiar, tan sólido» como la vaca de Forster, «por ponerle las cosas más fáciles» a la perpleja Lily. En Los Años, Sara Pargiter está leyendo una versión de idealismo:
–Este hombre –dijo tabaleando en el espantoso librito oscuro– dice que el mundo no es más que pensamiento, Maggie.–¿Que no es más que pensamiento, dice?–¿Habría árboles ahí como no los viéramos? –dijo Maggie.–¿Qué es yo...? Yo... Se detuvo. No sabía qué quería decir [ meant]. Estaba diciendo sinsentidos [ nonsense] (139-140, suspensivos de Woolf).
En tales formulaciones explícitas hace patente Woolf su familiaridad con los términos en que la filosofía británica expone el problema. Sin embargo, no son como en Forster algo incidental, sino temas, cuya plena comprensión requiere una explicación para la que no basta apelar simplemente a las líneas generales de algo que, después de todo, es una antigua querella, la de realismo e idealismo; es preciso recurrir a una epistemología en particular, históricamente localizable. Subyacente a la obra de Woolf, bien que no siempre manifiesta, ella es la clave de unas obsesiones de otro modo inexplicadas en sus novelas que, por separado, siguen siendo desconcertantes, y cruzada con otras más familiares posibilita nuevas lecturas2.
El Cambridge que está en el origen de esa teoría era uno ganado para un nuevo realismo filosófico desde 1898, constituyó la «revuelta» del joven Moore y de Russell contra el idealismo. Su paradigma de realidad no era en Russell y Whitehead ante todo el mundo externo, sino la verdad lógica y matemática. Si bien la conjunción de «una u otra rama de Matemáticas o Filosofía» (TL, 15) evoca los nombres de Russell y Whitehead, ya había marcado la orientación intelectual de los filósofos en la generación del padre de Woolf3. «Stephen, Sidgwick, Clifford, Marshall y Venn llegaron todos a la filosofía a través de la matemática, y propendían al empirismo... no fue mero accidente que en el fin de siglo, mientras Oxford se convertía en hogar del idealismo alemán, Cambridge nutriera la lógica de Bertrand Russell que empleaba el álgebra de Boole» (Annan, Godless Victorian, 190)4.
Mientras en Oxford se estudiaría más adelante a la luz natural del «lenguaje ordinario», la «luz de Cambridge» incluye «la luz... de símbolos y figuras» (JR, 42). Cuando el ABC de Relatividad de Russell quiere dar figura ilustrativa a cierta manera de ver la simultaneidad de unos hipotéticos legisladores, la asemeja a «la de una persona tranquilamente en reposo en tierra» y no a la de «alguien que viaja en tren», y lo atribuye a «su educación en Oxford». Russell comenta escuetamente que «en física teórica no son admisibles semejantes prejuicios, propios de una mentalidad de campanario» (50).
La teoría del conocimiento fue desarrollo ulterior de ese realismo nuevo, resultante de las primeras incursiones de la ciencia en Cambridge a comienzos del siglo. Ahí, realidad es realidad física. «La filosofía, la ciencia» (W, 249) eran etapas del «proceso de comprensión». En Sra. Dalloway, los jóvenes en que piensa Peter Walsh cuando pasa por el Museo Británico están «estudiando ciencia, estudiando filosofía» (76). Y en «Cambridge... arden, aquí, la llama de los griegos, allá, la ciencia, filosofía, en la planta baja» (JR, 39). La filosofía era, pues, el fundamento, reforzada por lógica y matemáticas. El conocimiento que la ciencia tiene del mundo exterior solo era expresable lógica y matemáticamente. «El pensamiento al que apela la ciencia es pensamiento lógico», escribe Whitehead (Aims, 51).
Pero crecimiento y difusión de la teoría del conocimiento requerían un escenario intelectual más amplio, un terreno de encuentro de la filosofía no solo c...
Índice
- Índice
- Ilustraciones
- Prólogo
- Abreviaturas empleadas
- 1 Introducción: Sobremesas
- PARTE I Del sujeto y el objeto, y de la naturaleza de la realidad
- 2 La geometría en el mundo sensible: análisis de la materia en Russell
- 3 El mundo visto sin yo alguno: análisis de la materia en VirginiaWoolf
- 4 Solus ipse, a solas en el universo
- 5 Dualidad de la muerte
- PARTE II Principia Aesthetica
- 6 El granito y el arcoiris de Fry: postimpresionismo e impresionismo
- 7 ¿Cómo describir el mundo, visto sin yo alguno?
- 8 La elegía moderna
- Bibliografía