Segunda columna
Economía
La economía, que en la naturaleza es un principio universal, en el hombre es una cualidad moral a través de la cual él preserva sus energías y todo lo que lo rodea como una unidad de trabajo en el orden del universo.
Se dice que la naturaleza no conoce el vacío ni el desperdicio, pues en su divina economía, todo se conserva y se aprovecha, incluso el excremento es químicamente transmutado y utilizado para un buen propósito. La naturaleza destruye cada suciedad, no por aniquilación sino por transmutación, refrescándola y purificándola, y haciendo que el resultado obtenido sirva para fines hermosos, útiles y provechosos.
La economía financiera es apenas un pequeño reflejo de este principio o, mejor dicho, es una manifestación visible de esa economía práctica que la naturaleza enseña. El economista financiero intercambia trabajo por dinero, dinero por oro, oro por poder, e incluso a los billetes los convierte en cifras de una cuenta bancaria. Y es gracias a estas conversiones del dinero en formas fácilmente transmisibles que él gana en el aspecto financiero de sus asuntos. Por su parte el economista espiritual transmuta sus pasiones en inteligencia, su inteligencia en principios, los principios en sabiduría, y esa sabiduría se manifiesta en acciones poderosas en cuanto a efectividad porque mediante ellas el ser espiritual fortalece su carácter y le da un manejo cada vez mejor a su vida.
La verdadera economía, ya sea en el orden material o espiritual, debe guardar las proporciones para no irse a los extremos del desperdicio ni la tacañería. Lo que se desperdicia, ya sea dinero o energía mental, resulta ineficaz, de igual manera lo que se retiene de manera egoísta y se guarda también está teniendo mal uso. Por eso es necesario que, para aprender a ser eficaces en el uso de cualquier recurso, ya sea de capital o de mentalidad, haya antes que nada acumulación y luego un empleo legítimo de dicho recurso. El hecho de acumular es apenas un medio de contar con algo; la aplicación que se le da a lo acumulado es la finalidad por y para la cual se acumuló. En la combinación de estas dos premisas estriba la eficacia del ser humano para administrar sus recursos.
Una sana economía consiste en encontrar el término medio en los siguientes siete elementos: dinero, alimento, ropa, recreación, descanso, tiempo y energía.
El dinero es el símbolo que representa poder adquisitivo. Aquel que está ansioso de adquirir riqueza financiera —así como quien desea evitar deudas— debe estudiar cómo distribuir sus gastos de acuerdo con sus ingresos para dejar un margen de capital creciente y tener un ahorro a la mano para cualquier emergencia. El dinero que se utiliza en gastos superfluos —en placeres que no valen la pena o en lujos dañinos— no solo es dinero desperdiciado y destruido sino que además es una pérdida de poder, que aunque limitado y subordinado, está implícito en gran parte de los detalles de nuestra vida cotidiana.
El derrochador nunca se volverá rico, y además, si nace entre riquezas, pronto se volverá pobre. El miserable, con todo su oro almacenado, no se puede decir que es rico porque pasa necesidades, y a pesar de su oro, el cual permanece ocioso, se priva de su poder de compra. El ahorrativo y el prudente están en el camino de conseguir riquezas porque mientras gastan sabiamente, ahorran y de forma gradual incrementan su capital.
El hombre pobre que quiere volverse rico debe empezar desde abajo y no desear ni tratar de parecer acomodado intentando una vida financiera que está más allá de sus posibilidades. Siempre hay suficiente espacio y opciones para el que quiere progresar, y la pobreza es un lugar seguro para empezar a lograrlo porque no hay nada debajo ni nada que perder, todo está por lograrse. Muchos jóvenes empresarios se van al traste de inmediato por fanfarronear y exhibir lo que de forma tonta imaginan que es el éxito, pero no engañan a los demás sino que se engañan a sí mismos y se van rápidamente a la ruina.
Un comienzo modesto y sincero asegurará mejor el éxito que el exagerado anuncio de una encumbrada posición social. Y sobre todo, es vital evitar al máximo los dos vicios extremos de la tacañería y el despilfarro.
El alimento representa vida, vitalidad y fortaleza física y mental. Existe un punto de equilibrio en cuanto a comer y beber, como en todo lo demás. El que quiere lograr la prosperidad debe estar bien nutrido, pero no sobrealimentado. Quien priva de comida a su cuerpo, ya sea por miseria o ascetismo (ambas formas de economía falsa), disminuye su energía mental y extrae la grasa de su cuerpo enflaquecido para ser un instrumento propicio de cualquier enfermedad. Quien así hace, se expone a una mente frágil, —condición que solo lleva al fracaso.
El glotón, se destruye por el exceso. Su cuerpo embrutecido se vuelve un almacén de depósito de veneno que atrae enfermedades y corrupción, mientras que su mente embrutece y se confunde más y más, y por lo tanto se hace más inútil. La glotonería es uno de los vicios más bajos y más carnales, y es repugnante para todo el que busca un plato moderado.
Los mejores trabajadores y los hombres más exitosos son los que más se moderan en comer y beber.
Tomando suficiente alimento, pero no demasiado, quien sabe comer logra el máximo estado físico y mental. Por lo tanto, al estar bien preparado para la moderación, puede luchar con vigor y alegría la batalla de la vida.
La ropa es cobertura y protección para el cuerpo, aunque de manera frecuente se convierte en un medio de exhibición y vanidad. Los dos extremos que se deben evitar en cuanto a este tema son la vanidad y la negligencia. La vestimenta no se puede ni se debe ignorar, y el aseo es muy importante. El mal vestido y descuidado invita a su vida al fracaso y a la soledad. La ropa de una persona debe armonizar con su condición de vida, y debe ser de buena calidad, bien hecha y apropiada. La ropa no se debe desechar mientras esté relativamente nueva, a menos que esté muy gastada.
Si un hombre es pobre no perderá la dignidad ni el respeto de los otros por vestir ropa raída —si está limpia y todo su cuerpo se encuentra aseado y arreglado—. Pero la vanidad, llevada al lujo extremo en la ropa, es un vicio que debe ser evitado cuidadosamente por la gente virtuosa. Conozco a una señora que tiene cuarenta vestidos en su armario, también a un hombre que tiene veinticinco bastones, casi el mismo número de sombreros y algunas docenas de abrigos, mientras que otro tiene unos treinta pares de botas.
La gente que despilfarra el dinero en pilas de ropa superflua está cortejando la pobreza porque ese es un desperdicio, y el desperdicio conlleva a la necesidad. El dinero gastado de forma tan irresponsable se puede usar mejor porque el sufrimiento abunda y la caridad es noble.
El exhibir ropa y joyería ostentosas habla de una mente vulgar y vacía. La gente modesta y culta es recatada, empezando por su vestimenta. Su dinero lo usan sabiamente en ampliar su cultura y virtud. La educación y el progreso tienen más importancia para ellos que la ropa vanidosa e innecesaria, prefieren promover la literatura, el arte y la ciencia. El verdadero refinamiento se da en la mente y en el comportamiento, una mente adornada con virtud e inteligencia no incluye en su atractivo (aunque quizá le quite méritos no hacerlo) una ostentosa exhibición del cuerpo. El tiempo empleado en vano en adornar el cuerpo se puede emplear de manera más fructífera. La sencillez en el vestido, como en otras áreas de la vida, es la mejor de las virtudes porque habla de verdadero gusto y pone de manifiesto un refinamiento cultivado.
La recreación es una de las necesidades de la vida. Cada hombre y mujer deben tener un trabajo permanente como uno de los principales propósitos de su existencia, al cual deben dedicarle cierto tiempo y solo deben apartarse de él durante ciertos periodos limitados para disfrutar de recreación y descanso.
El objetivo de la recreación es darle descanso al cuerpo y la mente, además porque sirve para incrementar el nivel de producción laboral. El descanso es, por lo tanto, un medio, no un fin, y siempre se debe tener esto en cuenta ya que algunas formas de recreación —inocentes y buenas— se vuelven tan satisfactorias que existe el riesgo de hacer de ellas la finalidad de la vida y de ese modo es posible abandonar el deber por el placer.
Hacer de la existencia un incesante círculo de juegos y placeres, con ningún objetivo en la vida, es ponerla de cabeza y vivir en medio de la monotonía y la debilidad mental y física. La gente que ...