CAPÍTULO 1
Los recuerdos que regresan y gratitudes
La verdad, lo último que recuerdo fue cuando en el centro de salud donde me atendieron inicialmente le dijeron a Juan Fernando, el amigo que me alojó, que me llevara de inmediato al hospital, porque mi situación era muy delicada, Cuando desperté, seis días después, en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del hospital Príncipe de Gales, mi memoria se había borrado. Mi disco duro estaba absolutamente en blanco. No sabía mi nombre, de dónde era, en dónde estaba, ni quién era la persona que estaba a mi lado. La miré y no reconocí que era mi hijo Jorge, que ya había llegado.
Durante las tres semanas siguientes, como lo describe él más adelante, no se apartó de mi lado. Fui recuperando lentamente la memoria y los recuerdos iniciaron un regreso cansado. Mi hijo hacía esfuerzos por enterarme qué día era y lo que estaba pasando. Me ayudó en las terapias para recuperar lentamente la movilidad con las, para mí, larguísimas caminatas (de diez, quince y hasta veinte metros al principio) apoyado en un caminador por los pasillos del hospital.
Leyendo lo que contó en su escrito, descubrí el origen de ese fuerte dolor que sentía en las costillas. Lo ocasionó el desfibrilador cardíaco utilizado para darle arranque a la batería de mi corazón que se había detenido. La realidad fue que estuve muerto y me debieron hacer el procedimiento de resucitación con el desfibrilador. Mi nombre no aparecía tampoco esta vez en la planilla celestial.
El proceso consiste en la transmisión de corriente eléctrica al músculo cardiaco, ya sea a través del tórax abierto o indirectamente (como fue en mi caso) a través de la pared torácica, para revertir determinadas arritmias.
Un desfibrilador es un dispositivo que administra una descarga eléctrica al corazón. Sus sensores integrados analizan el ritmo cardiaco del paciente durante unos diez segundos, detectan su estado e indican si es necesario suministrar una descarga eléctrica. Después de producirse el shock, el desfibrilador vuelve a analizar al paciente y aconsejará una nueva descarga, en caso de ser necesaria. En mi caso se requirieron cuatro descargas para que el corazón palpitara otra vez.
Cuatro años después, todavía siento dolor en mis costillas. Pero mi hijo fue como ese cable de alta tensión que se usa para el encendido de las baterías del coche: uno lo conecta desde otro carro cuando se le muere la batería del propio.
Me impactó el testimonio escrito por él. Le reitero mi gratitud y el reconocimiento de su esfuerzo ingente y por el sufrimiento que vivió por mi situación y los cuidados que me brindó allá y durante el viaje de regreso. Su presencia a mi lado, después de ese misterioso “Lázaro, levántate”, que me puso de regreso a este mundo, anida en mi mente como recuerdo imborrable, como una deuda por pagar, de alguna forma.
Aquí estoy, recuperado casi del todo, para contar la parte faltante de mi historia inconclusa, la cual empecé a narrar en mi primer libro publicado en el 2006: Vida conquistada1
Junio, mes de las pruebas
Al evaluar cuatro años después estos acontecimientos en Sídney, admito que marcaron un quiebre total en mi historia, de un lado y del otro, que debo sumarlos, como coincidencia extraña, a situaciones que me ocurrieron por la misma época en años anteriores.
Efectivamente, junio le trajo a mi vida dos acontecimientos cimeros: la muerte de mi esposa, Graciela, el miércoles veintinueve de junio de 2011 y mi cuarta “muerte”, esta vez en Sídney, Australia, el viernes siete de junio de 2014. Como en mis tres muertes anteriores, tampoco esta vez en Sídney figuraba en la planilla de los que debían morir en esos días (nadie muere la víspera). Antes, el sábado diez de agosto de 1963, el vehículo, en el que viajaba cubriendo la XIII Vuelta a Colombia en Bicicleta, se volcó bajando de Anserma (Caldas). Sufrí una fractura en el cráneo y estuve inconsciente, en estado de coma, durante tres días en un hospital de Pereira. En junio de 2007, una isquemia cerebral me sacó de circulación durante dos días. Después, el sábado veintidós de enero de 2012, un infarto al miocardio me envió al otro lado, pero tampoco ese día estaba en la lista y me devolvieron de la puerta.
Lo de Sídney es lo más serio que me ha pasado. Iván Villegas, el nefrólogo encargado ahora de mantener funcionando mis riñones afectados, me dice cuando entro a su consultorio: “Con lo que te pasó en Sídney, no es posible que estés vivo”. Mauricio Novoa, el cardiólogo que me recibió en Medellín a mi regreso, sostiene que si lo que me ocurrió allá me hubiera pasado aquí, no habría sobrevivido. Las estadísticas médicas muestran que, de cada cien pacientes con pancreatitis aguda hemorrágica, solo se salvan cinco. Yo soy uno de esos cinco.
La muerte de mi esposa, en junio de 2011, derrumbó toda la estructura que constituía ella en la familia. Era el eje de todos. Estaba en todo y vivía en función de servir. Por fortuna, mis cinco hijos hicieron causa común para mantenerme bajo su cuidado, siempre pendientes, cada uno en su área; entre ellos escogieron a la mayor, Claudia Patricia, como la coordinadora de todos en adelante y a la menor, Carolina, como la administradora de un fondo rotatorio creado para el pago de todos los gastos que tuviera en mi viudez.
El afamado neurólogo Juan Fernando Calle, bajo cuyo cuidado estuve a raíz de la isquemia, en el 2007, después de evaluar mi situación y con el diagnóstico claro de padecer una apnea obstructiva del sueño, nos dijo en su consultorio, a Graciela y a mí, que debía utilizar una CPAP para dormir, que es una máquina que ayuda a mantener la tráquea abierta durante el sueño. El aire forzado que se insufla por medio del CPAP (Continuous Positive Airway Pressure, “presión positiva continua en las vías respiratorias”) previene los episodios de colapso de estas, que bloquean el paso del aire en personas con apnea obstructiva del sueño y otros problemas similares. Sobre el particular, el neurólogo nos explicó:
–Su situación es delicada. Usted padece estrés oculto, que le está agravando su problema. Ustedes dos están pensionados, sus cinco hijos están graduados, casados y tienen sus hogares muy bien. Usted está trabajando como si tuviera que pagar, simultáneamente, la universidad de sus cinco hijos. Ustedes no dependen de ellos. Ellos no dependen de ustedes. Si no se cuida, puede repetirle esto y quedar, si no muere, como un vegetal. Mi receta es sencilla: retírese de todo lo que está haciendo: de su noticiero, de sus programas de televisión, de todo, y dedíquense a disfrutar la vida que les queda, que puede ser poca. Les recomiendo que se vayan a pasear fuera del país, siquiera una o dos veces al año y que cada mes, por lo menos, salgan para alguna parte de Colombia. Disfruten la vida mientras puedan.
Salimos de su consultorio llorando y decidí pasar de una vez por el cementerio Campos de Paz –cerca de la clínica– y contratar todos mis servicios funerarios, con el fin de que, si moría pronto, como era posible que ocurriera según el médico, mi esposa no tuviera ningún contratiempo con las exequias. De una vez pagamos, también, los servicios de ella.
Obedecí y cerré la sección de Las Chivas Económicas de Teleantioquia, el espacio de más alto rating de sintonía en toda la historia del canal regional y que generaba el sesenta por ciento de los ingresos de mi empresa y me alejé del día a día del noticiero de radio. El equipo que tenía era de lujo: Duglas Balbín Vásquez fue encargado de todo, como codirector. Nos fuimos de paseo a Europa en un viaje de casi dos meses que nos planeó Claudia Patricia y continuamos cumpliendo religiosamente cada año la receta del neurólogo. Pero en el 2011 fue ella la que murió por un cáncer de páncreas, ocho meses después de haberle sido diagnosticado. Yo era el que me iba a morir, no ella. Un nuevo reto que me ponía la vida para afrontar y para vencer. Había leído que “El hombre no es grande por los títulos que tiene, sino por los obstáculos que vence”. Esa era mi nueva tarea.
El papel jugado por los rotarios
La muerte de mi esposa, seguida de mi primer infarto ocurrido el 21 de enero de 2012, seis meses después, me tenía absolutamente destrozado, anímica y espiritualmente. Estaba de psicólogo. Este me aconsejó no seguir encerrado en mi apartamento, sino salir, regresar a la oficina y al noticiero, de donde me había alejado cuando se desató la crisis de Graciela; meterme en cuanta tertulia hubiera, en fin, buscar nuevos amigos, nuevos frentes de vida.
Una noche de marzo de ese mismo año, estaba en una fila para comprar boleta y entrar a cine –una de las alternativas que había escogido para escapar de mi soledad– y me encontré en la misma fila con un viejo amigo: Luis Fernando Velásquez Restrepo. Lo había conocido muchos años antes como una de mis buenas fuentes periodísticas. Después de darme ánimo ante mi viudez y mi convalecencia y escuchar las recomendaciones de mi psicólogo, me dijo: “te tengo la solución perfecta: métete a los rotarios”. Es mi padrino allí.
Yo no sabía quiénes eran ni a qué se dedicaban los rotarios. “Esa es la solución que necesitas”, me dijo. Me explicó que rotarios era un grupo de personas unidas detrás de la idea de hacer amistad y servir a los demás. Sí que sentí esa amistad, cuando me enfermé en Australia. Me pidió autorización para postularme, como era el reglamento y le dije que lo hiciera. A las pocas semanas, el jueves siete de marzo, el presidente del Club Rotario Medellín en esa época, Carlos Avendaño, me estaba imponiendo el botón rotario que, desde entonces, siempre llevo en la solapa del saco. En mi corazón llevo el espíritu y la filosofía del movimiento. A partir de ese día, consagrado como rotario, quedaron grabadas en mi espíritu las palabras de bienvenida que reciben todos los nuevos rotarios al ingresar a un club. Las registraré, como un aporte a su difusión.
Bienvenida a un nuevo Rotario
Has sido admitido como socio de este Club Rotario. Desde hoy perteneces a una gran familia esparcida por el mundo. Te recibimos con la alegría con que se espera al viajero por años ausente. Llegas a una casa que nada esconde dentro de sus muros de cristal y desde donde puedes contemplar el Sol y las estrellas, pues su techo es a cielo abierto.
Eres el bienvenido a quien nadie preguntará de qué país llegas ni quién es tu Dios, no encadenamos tu conciencia con juramentos, no hay ceremonias ni ritos secretos. Has transpuesto el umbral de esta casa por tu albedrío, ningún voto te retendrá. Eres y serás libre. Mas, tu libertad termina cuando de servir se trata. Servir es nuestro ideal, que no es servidumbre. Es amar al prójimo, es dar sin esperar y ser útil a los demás; es dignificar tu profesión y engrandecer a tu comunidad para que ella se sienta orgullosa de tu ciudadanía. Es lealtad y amor a la patria, comprensión y entendimiento universal por el conocimiento y amistad de los hombres, sin distinción de razas ni credos.
Tu conducta y actitud mental como rotario no te obligarán a dar el pan de tu mesa ni el agua de tu cantimplora, sino a trabajar para que el horno y la fuente den pan para todos. No precisa que te despojes de tu capa para abrigar al desnudo. Haz que la rueca y el telar produzcan más y para todos. Has ingresado a la universidad que te ofrece más amplios horizontes para el cultivo del espíritu y la práctica de la bondad que llevas en el corazón. El mundo está a tus pies. El Dios de todos los hombres y de todos los tiempos está contigo. Acércate para que te asemejes a Él.
En realidad, mi ingreso al Club Rotario fue una amplia ventana que se me abrió para resucitar —estaba prácticamente muerto— y vivir un horizonte ilimitado de satisfacciones. Servir a los demás ha estado en mi ADN desde siempre. Me encontré en el Club Rotario con un nutrido grupo de personajes de la vida económica, empresarial y social, la mayoría jubilados, con muchos de los cuales fui afianzando lazos impresionantes de amistad, compañerismo y respaldo, que se fortalecen más cada jueves, cuando se celebra el almuerzo-reunión semanal.
Para cerrar estos capítulos de contexto y retomar el hilo de la historia, empezada a contar en Vida conquistada, debo ahora hacer referencia a la forma cómo los rotarios se manifestaron durante el episodio de Sídney. Los compañeros del Club Rotario de Medellín, preocupados con las noticias iniciales, que fueron muy duras, me enviaban mensajes con sus buenos deseos, que Jorge, mi hijo, me leía. Él mismo los contestaba. Esos mensajes inundaban mi celular. El rotario de mi club, Carlos Avendaño, encargado de recibir y reenviar mis “Lupas Rotarias desde Sídney”, boletín diario que yo generaba para los rotarios de Colombia, soportó todo este tráfico y lo redirigió adecuadamente hacia todos los clubes. Al mismo tiempo, los rotarios de Sídney, al conocer la noticia de mi grave situación, movieron todos los hilos para buscar soluciones. Muchos llegaron a la clínica y ofrecieron sus servicios legales de acompañamiento y demás.
Sentí la presencia y el valor de la amistad rotaria en este trance. La cadena de oración por mi supervivencia funcionó y sentía su influjo en mi ánimo y en mi salud. Sentía el fino hilo –mejor, el grueso lazo de la amistad rotaria– atando mi vida a este mundo para impedir que me fuera, tal como el ancla que inmoviliza la nave en el puerto, como las cuerdas que atan a tierra el globo aerostático, antes de iniciar su vuelo.
Debo destacar y reconocer también el papel que jugó en el proceso de recuperación anímica y general, la presencia en mi casa de los compañeros del Club Rotario Medellín, cuando regresé. Muchos fueron a visitarme y su presencia se convirtió en parte de mi terapia de recuperación y, con su compañía en la convalecencia, hicieron posible que mi entusiasmo por la vida no se marchitara.
Otro reconocimiento que no puedo dejar en el tintero es a Carlos Raúl Yepes, presidente de Bancolombia, quien se apersonó del tema al enterarse de mi situación en Australia. Esa entidad, con la agilidad que el caso exigía, se hizo cargo de los tiquetes y gastos de Jorge Alberto, que fue a Sídney a ponerse al frente de mi situación y de la cuenta del hospital (sesenta y cinco mil dólares). Todos los valores fueron a cargo del seguro internacional que me cubría por ser usuario de las tarjetas de crédito del banco. A mi regreso tuve oportunidad de hablar personalmente con el doctor Carlos Raúl Yepes y agradecerle lo que había hecho por mí; me expresó su satisfacción por haber estado a mi lado en un trance tan difícil. En todo caso, este duro episodio marcó un nuevo derrotero, una nueva agenda para el resto de mi existencia.
En esta etapa surgió la idea, materializada meses después, de las “Puebliadas Rotarias”, programa quincenal que emprendimos por los municipios de Antioquia para tonificarnos con paisajes e historias campesinas. Era otra terapia para el afianzamiento de mi recuperación. El grupo lo integran otros tres compañeros del club: el ingeniero Carlos Eugenio González, el administrador e ingeniero agrónomo de la Universidad Nacional, Juan Santiago Villa y el médico y contador público de la Universidad de Medellín, José de los Ríos, a quien reemplazó más tarde Ligia Botero; también hace parte del grupo un invitado: el periodista José Samuel Arango. Ya hemos realizado treinta viajes a pueblos o, simplemente, “puebliadas”, como coloquialmente decimos en Antioquia para dar cuenta de nuestras visitas a las regiones. ¡Y la cuenta sigue!
Mérida, mi primera experiencia rotaria afuera
Me zambullí en la actividad rotaria, como suelo hacerlo siempre que resulto metido en un nuevo proyecto de vida. Y el rotarismo es para mí, desde el principio, un proyecto de vida. Entre el jueves diecisiete y el sábado diecinueve de octubre de 2013, con solo siete meses de experiencia rotaria, me fui para Mérida, México, a mi primera reunión internacional rotaria (Instituto Rotario), y empecé a aprender del tema y a conocer a otros rotarios de países diferentes. Presenté allí un proyecto de comunicaciones de cómo hacer más visible la actividad rotaria; la idea fue acogida para fortalecer algo que la propia organización central, Rotary International, había acabado de poner en su carpeta como plan de acción.
Quiero dejar registrada la gran colaboración que me brindó la entonces gobernadora del Distrito 4271, Ligia Palacio, para preparar este viaje, hacer la inscripción, la reserva hotelera, y para entender la mecánica de la reunión.
Esta participación en el Instituto Rotario de Mérida, Yucatán, me dio combustible para planear mi participación en una Convención Mundial Rotaria, certamen máximo del movimiento, que se reúne cada año. En el 2014 sería en Sídney, Australia. Desde mi regreso de Mérida inicié el trabajo logístico con esa meta.
La ventaja de la experiencia
Apoyado en mi amplia experiencia de cubrimientos periodísticos desde cualquier parte del mundo para mi Noticiero Económico Antioqueño, fundado en 1975, como los hechos sobre la Asamblea Anual Conjunta del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial y de la del BID, durante los veinticuatro años anteriores, hice los preparativos necesarios para ir a la Convención Mundial en Australia.
Había estado en el Oriente en tales cubrimientos económicos: Tokio, Seúl, Hong Kong, Bangkok, Taiwán y Singapur; por tanto, conocía el ambiente. Investigué antecedentes históricos, económicos y sociales, hablé con uno o dos rotarios de los más experimentados de mi club, que ya habían ido a una convención mundial, para que me dieran cartilla; y bien que lo hizo uno de ellos: Álvaro Villegas Mejía.
Simultáneamente escribí a la oficina central de Rotary International para pedir que me consiguieran contacto en Sídney con un rotario que hablara español y me ayudara con el idioma de ese país, el cual desconocía. Me conectaron con la mejor persona: Daisy Montaño, boliviana que domina cinco idiomas, profesora de Literatura Inglesa, y, además, presidente del principal club Rotario de Sídney.
Igualmente, Javier Mozzo, esposo de mi hija mayor, Claudia Patricia, y quien trabajó diecisiete años en la Agencia Internacional de Noticias Reuters, me contactó con un colega suyo y un hermano de este, Fernando y Daniel Muñoz, residentes en Sídney. Ellos me ofrecieron el alojamiento.
Preparé un esquema de boletines previos de contexto, como preámbulo para un plan de cubrimiento de las actividades de la Convención Mundial, dirigido al resto de rotarios del país. Busqué y recopilé la historia de las convenciones y sedes anteriores, de los presidentes y de sus lemas; adicionalmente, un poco de información económica, turística y general sobre Australia y Sídney. Suponía que irían a esta reunión muchos más compañeros rotarios de mi club o de mi ciudad y que esto les sería de gran utilidad. No fue así. Resulté siendo el único socio del Club Rotario Medellín embarcado en semejante aventura.
Mi experiencia me indicaba que debía llegar a Sídney por lo menos dos días antes de empezar el certamen, con el fin de cumplir la tarea obvia de reconocer el terreno. Es decir, para ubicarme en el contexto de la ciudad y de la sede, de los medios de transporte. La Convención empezaba el domingo, primero de junio. Llegué a Sídney el viernes treinta de mayo en la mañana, después de dieciséis horas de vuelo sin escalas, desde Los Ángeles, Estados Unido...