Tendencias teatrales: entre dictaduras y guerras
El período 1930-1945 presenta un escenario social convulsionado por dictadura, crisis económica, corrupción, guerras y horror, tanto en el plano nacional como en el internacional. La actividad teatral se verá afectada por el contexto. En la Argentina se produce el primer golpe militar-cívico, que derroca a Hipólito Yrigoyen y da comienzo a la justamente llamada “década infame”. El golpe del 6 de septiembre de 1930 abre un proceso de atentado sistemático a la institucionalidad democrática, que culminará aberrantemente con la dictadura de 1976-1983 y que dejará profundas huellas en la cultura argentina hasta hoy. En 1929 estalla la crisis económica en Estados Unidos, y en Europa el fascismo y el nazismo van en ascenso. En España se produce la guerra civil (1936-1939): asesinan a Federico García Lorca en 1936, muchos artistas se exilian en nuestro país. Diversas naciones de Europa, Estados Unidos y Japón participarán en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), donde se producirán acontecimientos brutales que marcan un antes y un después en la historia de la humanidad: los campos de concentración alemanes, las bombas atómicas arrojadas en Hiroshima y Nagasaki por los aliados. El legado de este horror significará un quiebre tan profundo que, para algunos historiadores, en la posguerra se inicia el fin de los ideales de progreso de la modernidad y da sus primeros pasos la llamada “posmodernidad”. Entre 1930 y 1945 se afianza en la Argentina la clase media y se produce el ascenso de la clase trabajadora, que producirá el acontecimiento del 17 de octubre: el movimiento político del peronismo cambiará la historia. En el teatro argentino del período se destacan cuatro tendencias principales, que poseen cierta unidad interna y se diferencian entre sí tanto en sus formas de producción como en sus resultados estéticos.
Primera: continúa el teatro comercial con éxitos notables y la “industria teatral” se multiplica por los intercambios productivos (y formales) con la radio y el cine (nacional e internacional); los actores teatrales incorporan estos medios a sus posibilidades laborales. Pero, a la vez, el crecimiento de la radio y el cine produce una reducción del público en los espectáculos de reunión convivial-territorial y favorece los vínculos tecnoviviales (que permiten la sustracción de la presencia de los cuerpos de los artistas y anulan la reunión territorial por intermediación tecnológica): la gente escucha los programas de radioteatro en su casa y se multiplican las salas de cine. Esta variable hace que el desarrollo “industrial” sufra importantes transformaciones internas para el teatro, como la declinación del género chico y el sainete en los años 30 y su progresiva desaparición en los 40. Las compañías nacionales crecen en número, pero se reduce la cantidad de espectáculos y de funciones: se impone el género grande.
Segunda: como reacción frente al teatro “mercantilizado”, se multiplican las iniciativas de los teatristas profesionales y de artistas e intelectuales de “vanguardia” artística y/o política (esto es, de izquierda o filoizquierda) en busca de un “teatro de arte”, que contraste con la hegemonía del teatro comercial, construya otras visiones del mundo, sincronice el teatro nacional con las corrientes internacionales y recupere el poder pedagógico de las tablas.
Tercera (y principal): a fines de 1930 nace, con el Teatro del Pueblo, fundado por el gran gestor y animador cultural Leónidas Barletta, el “teatro independiente”, forma de producción y ética artística de relevante proyección en la escena argentina y latinoamericana posterior, que constituirá la aportación más relevante de la Argentina en este período a la cartografía del teatro mundial.
Cuarta: se expande la actividad del teatro “oficial” (sostenido por el Estado) tanto en el plano nacional como en el metropolitano, especialmente a través de la creación del Teatro Nacional de Comedia (1933), el Instituto Nacional de Estudios de Teatro (1936) y el Teatro Municipal de Comedias (1944), que en 1950 se transformará en el Teatro Municipal General San Martín.
Sin duda la complejidad del teatro de Buenos Aires no se reduce a estas cuatro tendencias centrales. Paralelamente se multiplica el movimiento de grupos filodramáticos, vocacionales y de las colectividades extranjeras radicadas en la ciudad: españoles, italianos, judíos rusos y polacos, franceses, ingleses y norteamericanos. Crecen, además, en circuitos específicos, el teatro para niños, el teatro de títeres y la danza clásica y moderna. Grandes figuras y compañías internacionales visitan Buenos Aires, y muchas de ellas eligen quedarse en la Argentina durante la Segunda Guerra Mundial. Por el exilio de los republicanos, Buenos Aires se transforma, según el historiador Nel Diago (1994), en la “capital del teatro español”. Se multiplica el trabajo de artistas de “variedades” en expresiones y espacios liminales entre el teatro y otras artes: los cabarets, los cafés, los bares, los “colmaos” y otros espacios de la vida nocturna y el tiempo libre, como los retablos del balneario municipal de la Costanera Sur.
Buenos Aires sigue sorprendiendo a los visitantes internacionales con el número de sus espacios teatrales. A las salas abiertas en períodos anteriores, muchas de las cuales siguen funcionando, se suman a partir de 1930 los cines Broadway y Monumental (que realizan funciones de teatro), el Teatro del Pueblo (1930, en Corrientes 465, y a partir de 1935 en Carlos Pellegrini 340), el Juan B. Justo (1936, en Venezuela 1051), el Ópera (1936, en Corrientes 860), el Lasalle (1938, en Juan D. Perón 2263), Casa del Teatro (1938, más tarde La Farsa y Regina, en Santa Fe 1235), La Máscara (1939, en Moreno 1033), el Buenos Aires (1940, luego Alfil, en Corrientes 1763), el Florencio Sánchez (1941, en Boedo, Loria 1194), el Presidente Alvear (1942, Corrientes 1659), el nuevo Teatro del Pueblo (1943, en diagonal Roque Sáenz Peña 943), el Empire (1944, antes auditorio de radio Belgrano, en Hipólito Yrigoyen 1934) y el Ateneo (1945, antes cine Baby, en Paraguay 918). Seguimos al respecto a Ragucci (1992) y volvemos a sugerir al lector que observe qué salas siguen hoy en funcionamiento y cuántas de las mencionadas han cerrado.
En 1930 comienza a ensancharse Corrientes. Mario Gallina (2006) recuerda la actividad musical, de varieté y teatral que se realizaba en los “colmaos”, “reductos del arte hispano que fueron verdaderos fenómenos de atracción popular desde principios de la década de 1940 hasta aproximadamente comienzos de la de 1960” (40). Entre los más destacados estaban El Embrujo de Sevilla (sótano en la esquina de Corrientes y Esmeralda), el Tronío (Corrientes 561), Goyescas y Sevilla Colmao. Lolita Torres hará sus primeros éxitos ya en 1942, aún una adolescente, en el Tronío, del que recordará que era “una hermosa sala morisca, con palquitos y mesas. Se había intentado reproducir La Alhambra de Granada y tenía un público estupendo. El espectáculo empezaba a la hora de tomar el té y se prolongaba hasta la noche” (Gallina, 2006: 40).
Funcionan plenamente en el período Argentores (con ese nombre a partir de 1934) y la Asociación Argentina de Actores. A partir de enero de 1936 comienza a aplicarse la ley de un día de descanso semanal en los teatros y en 1942, tras arduas discusiones con la Sociedad de Empresarios Teatrales, la Asociación Argentina de Actores determina un contrato único obligatorio. En 1936 se crea la Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música (sadaic), con Francisco Canaro como primer presidente. Y frente a la afluencia de autores españoles que abandonan su país en la guerra civil y se radican en Buenos Aires, se crea en 1937 la Sociedad de Autores Españoles, con Eduardo Marquina como presidente y Carlos Arniches como vicepresidente. En 1940 se crea la Asociación Argentina de Artistas Circenses y de Variedades.
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