El cuento del cortador de bambú
I. El nacimiento de la princesa Kaguya
Había una vez, hace ya muchos años, en el antiguo Japón, un anciano leñador llamado Sanuki no Miyatsuko1 que dedicaba la mayor parte de su día a adentrarse en los bosques de bambú y recolectar los mejores tallos2.
Sin embargo, un día oteó a lo lejos un tronco resplandeciente y brillante como no había visto nunca antes, así que, indeciso, decidió acercarse a inspeccionar más de cerca aquel fenómeno de la naturaleza. Cuando se encontró frente al tallo de bambú, observó atónito como una luz blanca salía de su interior. El resplandor emanaba de una diminuta niña de apenas diez centímetros3 que yacía dentro del bambú.
—Día y noche durante muchos años he estado trabajando en este bosque y jamás había encontrado tamaña maravilla. Sin duda, los dioses la han puesto aquí para que yo la convierta en mi hija, y así lo haré —exclamó el leñador. Acto seguido, tomó a la niña, se la puso cuidadosamente en la palma de la mano y se dirigió a casa.
Al llegar y mostrarle a la niña, la mujer del leñador se emocionó sobremanera, pues por fin tenían descendencia. Como la niña era todavía muy pequeña, la mujer decidió usar un cesto hecho de varitas de bambú a modo de cuna y criarla como si fuese su propia hija.
A partir de ese día, el anciano siguió aventurándose como siempre por los bosques de bambú en busca de las mejores cañas. Sin embargo, cuando cortó el primer tallo, gran cantidad de oro brotó de su interior. Pero, lejos de pasar una vez, en cada ocasión que el leñador cortaba una caña de bambú, salía de su interior más oro que la vez anterior. Así, la pareja de ancianos fue convirtiéndose paulatinamente en una de las más ricas del lugar.
Gracias a la fortuna conseguida del interior del bambú, los ancianos pudieron dar toda clase de comodidades a su pequeña hija, que creció y creció hasta convertirse en adulta en un período de apenas tres meses.
Como su hija ya era toda una mujer en edad de casarse, los ancianos decidieron celebrar la ceremonia de su mayoría de edad4. Le recogieron el cabello en alto y la vistieron con un kimono acorde a su nuevo estatus. Además, también dispusieron guardarla lejos de los ojos de los demás en la medida de lo posible, como si de su joya más preciada se tratase5.
La belleza de la princesa Kaguya no era comparable a nada de este mundo, su sola presencia servía para que una lúgubre sala se convirtiese en el más brillante y exquisito de los aposentos. También tenía efecto sobre el leñador y su mujer la presencia de la princesa Kaguya, pues su visión era suficiente para que se calmasen hasta sus dolores más agudos y para templar y relajar la mente.
Pasaron los años y la fortuna del leñador no hizo más que aumentar, hasta tal punto que el matrimonio pasó a ser uno de los más acaudalados de la región.
Finalmente, los ancianos decidieron llamar a Inbe no Akita6, el monje sintoísta de Mimurodo7 encargado de la zona, para que bautizara a la niña. Este, después de estudiar el caso y a la pequeña, y tras largas meditaciones, decidió llamarla Nayotake no Kaguya Hime: Princesa Resplandeciente del Flexible Bambú8. Terminadas las formalidades, se celebraron durante tres días unos fastos con orquesta y todo tipo de lujos en honor de la princesa Kaguya, a los que fueron invitados todos los habitantes de las cercanías, incluidos los hombres.
Los asistentes al evento que estaban en edad de merecer, sin importar su condición social, se hicieron la misma pregunta: «¿Cómo podría conseguir que una mujer tan bella y maravillosa como la princesa Kaguya se convirtiese en mi esposa?».
Día tras día, era un ir y venir de pretendientes y curiosos que se apostaban en la cerca del jardín o en la entrada de la casa incluso a horas intempestivas de la noche con el único afán de vislumbrar aunque solo fuera un atisbo de la belleza de la princesa Kaguya, bien que fuese por un instante9. Pero lo cierto es que, si aun los sirvientes de la casa apenas veían a la princesa por algún resquicio de la puerta, mucho menos tenían acceso a ella los pretendientes del exterior, que pasaban noches en vela merodeando cerca de la casa. En menos de una semana empezaron a llegar a la mansión cartas en las que se solicitaba cortejar a la princesa y en las que se pedía su mano. Se dice que, desde entonces, en Japón empezó a usarse la expresión yobai10.
II. Las proposiciones de los nobles
Fueron muchos los que se acercaron a la mansión buscando poder hablar con la princesa Kaguya o con sus padres, pero uno a uno fueron despachados por el servicio de la casa sin que consiguieran tan ansiada cita. De este modo, los pretendientes se concentraron en gran número a las puertas de la casa de los padres de la princesa. Allí aguantaron días y noches, hasta que poco a poco, desesperanzados, regresaron a sus residencias, hastiados por una espera que parecía sin fin, para no volver nunca más.
Fueron tan solo cinco los pretendientes que resistieron con tesón sin desfallecer un instante, a pesar de la espera, los rechazos y las adversidades climáticas. Estos cinco pretendientes11 eran: el príncipe12 Ishitsukuri, el príncipe Kuramochi, el ministro de la corte imperial Abe no Mimuraji, el gran consejero de la corte imperial Otomo no Miyuki y el consejero de la corte imperial Marotaka.
Estos cinco hombres buscaban constantemente encontrar hermosas mujeres para así contraer matrimonio con alguna de ellas, de modo que el mero pensamiento en la belleza de la princesa Kaguya les embriagaba los sentidos y les permitía pasarse los días sin comer y las noches sin dormir, a la espera de satisfacer un deseo imposible de saciar. Enviaron poemas y cartas a la princesa Kaguya suplicándole poder verla, aunque fuese un instante. Sin embargo, ninguna de estas súplicas tuvo siquiera respuesta.
Transcurría el tiempo y los cinco pretendientes continuaron resistiendo estoicamente semana tras semana y mes tras mes. No pudo la crudeza del invierno congelar sus ardientes deseos ni el calor del verano abrasarlos en los mismos.
Finalmente, los cinco pretendientes suplicaron de rodillas y con lágrimas en los ojos al leñador que escogiese a uno de ellos para entregarle a la princesa Kaguya en matrimonio, a cuya petición el leñador argumentó que tal elección no le correspondía a él, puesto que, al...