
- 356 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Reflexiones sobre la Revolución francesa
Descripción del libro
Liberalismo: conjunto de doctrinas favorables a la libertad política en los Estados. Resulta difícil, sin embargo, hallar en esa palabra un sistema único y cohesionado: se habla de liberalismo político y económico, pero también social, filosófico e incluso teológico. Todo depende de qué entendamos por libertad.
Nace en el siglo XVII en Europa, y pronto se expande a América y al resto del mundo, generando un tipo de sociedad, hasta nuestros días. El autor analiza ese proceso histórico, su aportación y sus consecuencias.
Preguntas frecuentes
Sí, puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento desde la pestaña Suscripción en los ajustes de tu cuenta en el sitio web de Perlego. La suscripción seguirá activa hasta que finalice el periodo de facturación actual. Descubre cómo cancelar tu suscripción.
Por el momento, todos los libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Perlego ofrece dos planes: Esencial y Avanzado
- Esencial es ideal para estudiantes y profesionales que disfrutan explorando una amplia variedad de materias. Accede a la Biblioteca Esencial con más de 800.000 títulos de confianza y best-sellers en negocios, crecimiento personal y humanidades. Incluye lectura ilimitada y voz estándar de lectura en voz alta.
- Avanzado: Perfecto para estudiantes avanzados e investigadores que necesitan acceso completo e ilimitado. Desbloquea más de 1,4 millones de libros en cientos de materias, incluidos títulos académicos y especializados. El plan Avanzado también incluye funciones avanzadas como Premium Read Aloud y Research Assistant.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¡Sí! Puedes usar la app de Perlego tanto en dispositivos iOS como Android para leer en cualquier momento, en cualquier lugar, incluso sin conexión. Perfecto para desplazamientos o cuando estás en movimiento.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Sí, puedes acceder a Reflexiones sobre la Revolución francesa de Edmund Burke, Esteban Pujals Mas en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de History y World History. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.
Información
PRIMERA PARTE
MOTIVACIÓN ORIGINARIA
Muy señor mío: veo que se sirve insistir, y no por cierto sin interés, en la idea de que le manifieste mi opinión sobre los últimos acontecimientos ocurridos en Francia. No quiero darle motivo para imaginarse que considero mis juicios de tanto valor que me complazco en que se me soliciten. En realidad, son demasiado humildes para ser comunicados o retenidos, y fue solo por atención a usted que titubeé la primera vez que expresó el deseo de conocerlos. En la primera carta que tuve el honor de escribirle, y que finalmente le envié, no le hablaba ni en defensa ni de parte de ninguna clase de hombres: lo mismo en esta. Mis errores, si los hay, son míos, y es solo mi reputación la que responde de ellos.
Como habrá podido observar por la extensa carta que le he enviado, aunque deseo fervientemente que Francia se sienta animada por un espíritu de libertad racional y, hablando con sinceridad, creo que los franceses están comprometidos a establecer una corporación permanente en el que ese espíritu se consolide, y también un órgano efectivo mediante el cual actúe, lamento encontrarme acosado por grandes dudas referente a algunos puntos importantes de sus últimas actuaciones.
SOCIEDADES INGLESAS QUE SIMPATIZAN CON LA REVOLUCIÓN FRANCESA
Usted se imaginaba, cuando me escribió la última carta, que posiblemente se me podía contar entre los que aprueban ciertos acontecimientos ocurridos en Francia, por el hecho de que estos hubieran recibido la solemne aprobación pública de los centros londinenses de caballeros llamados la Sociedad Constitucional[1] y la Sociedad de la Revolución[2].
Es verdad que me digno pertenecer a más de un club, en donde la Constitución de este reino y los principios de la gloriosa Revolución[3] son tenidos en gran estima, y me considero entre los más celosos por mantener con toda su pureza y vigor esta Constitución y estos principios. Y el hecho de que lo haga es porque considero necesario que no haya error alguno. Los que mantienen la memoria de nuestra revolución y los que se sienten adheridos a la Constitución de este reino se guardarán bien de comprometerse con personas que, con el pretexto de servir a la Revolución y a la Constitución, se apartan frecuentemente de sus verdaderos principios, aprovechando toda oportunidad para alejarse del espíritu firme, aunque cauteloso, deliberado, que produjo aquella y preside a esta. Por tanto, antes de disponerme a contestar los detalles más concretos de su carta, me permito proporcionarle la información que he podido obtener de los centros que han considerado conveniente intervenir, en cuanto entidades, en los asuntos de Francia, asegurándole en primer lugar que no pertenezco ni he pertenecido nunca a ninguna de esas sociedades.
La primera, llamada Sociedad Constitucional, o Sociedad de Información Constitucional, u otro título parecido, creo que lleva existiendo unos siete u ocho años. La fundación de esta sociedad parece ser benéfica y, en este sentido, digna de elogio: fue instituida con el fin de poner en circulación, a expensas de sus miembros, una gran cantidad de libros que pocos tenían posibilidades de adquirir, y los cuales pudieran quedar en manos de los libreros, con evidente perjuicio de una parte útil de la sociedad. Es cosa que está más allá de mi alcance saber si estos libros puestos en circulación con tan buena fe se han leído con el mismo espíritu. Probablemente, algunos de ellos han sido exportados a Francia —por tratarse de una mercancía sin demanda en Inglaterra—, donde habrán encontrado, quizá, una acogida más favorable. He oído muchos comentarios respecto a la luz que se desprende de los libros enviados desde aquí. No puedo explicarle la causa de la mejora que experimentan en el viaje —aunque se dice que algunos licores mejoran al cruzar el mar—; pero nunca he tropezado con un hombre de buen juicio, o que poseyera un grado mínimo de instrucción, que pronunciara una palabra en alabanza de la mayor parte de las publicaciones que dicha sociedad ponía en circulación. Por otra parte, a excepción de sus miembros, nadie ha concedido excesiva importancia a sus actuaciones.
Vuestra Asamblea Nacional parece tener una opinión muy semejante a la mía respecto de este humilde círculo benéfico, puesto que ha reservado la totalidad de su elocuente reconocimiento oficial para la Sociedad de la Revolución, cuando, en justicia, sus colegas de la Constitución también tenían derecho a él. Ya que habéis elegido a la Sociedad de la Revolución como objeto máximo del agradecimiento y elogio nacionales, me perdonará usted que escoja la conducta anterior de la misma como tema de mis observaciones. La Asamblea Nacional francesa ha concedido tal importancia a estos caballeros que se ha decidido a adoptarlos; ellos, en cambio, han demostrado su agradecimiento actuando en Inglaterra como comité divulgador de los principios de la Asamblea Nacional. De ahora en adelante habrá que considerarlos como personas privilegiadas o como miembros nada insignificantes del cuerpo diplomático. Esta es una de las revoluciones que ha dado esplendor a la oscuridad, y distinción al mérito imperceptible. Hasta muy recientemente no recuerdo haber tenido noticia de esta entidad, pudiendo asegurar que nunca ha retenido mis pensamientos un solo momento, ni creo que haya ocupado los de ninguno que no pertenezca a ella. Me acabo de informar de que, al llegar el aniversario de la Revolución de 1688, una sociedad disidente, de no sé qué denominación, tiene la vieja costumbre de oír un sermón en una de sus capillas, pasando después el día alegremente en la taberna, igual que otra sociedad cualquiera. Pero jamás he tenido noticia de que ninguna disposición pública o sistema político —y mucho menos tratándose de las cualidades de la Constitución de una nación extranjera— hayan sido objeto de conmemoración especial en sus fiestas; hasta que, con inexplicable asombro, me los encontré con aspecto casi oficial, otorgando su autorizada sanción al comportamiento de la Asamblea Nacional francesa, por medio de un manifiesto congratulatorio.
En los antiguos principios y conducta de la entidad, cuando menos en la forma en que fueron expuestos, no veo nada censurable. Lo más probable es que, inducidos por algún propósito, se hayan introducido entre ellos nuevos miembros, y que algunos políticos verdaderamente cristianos, que se complacen en dispensar beneficios, pero se guardan muy bien de mostrar la mano que distribuye la limosna, les hayan convertido en instrumentos de sus piadosos designios. No obstante, cualquiera que sean mis razones para sospechar de su conducta particular, no me basaré en nada que no sea público.
Por una parte, sentiría se me relacionara directa o indirectamente con sus actividades. Ciertamente, como individuo y desde un punto de vista personal, tengo el mismo derecho que todo el mundo a investigar sobre lo que se ha hecho o se hace en el escenario público de cualquier lugar antiguo o moderno, tanto si se trata de la República romana como de la de París; pero, no teniendo misión apostólica general alguna, siendo ciudadano de un determinado Estado, y sintiéndome obligado en grado considerable por la voluntad pública, consideraría cuando menos cosa impropia e irregular entablar correspondencia abierta y formal con el gobierno de una nación extranjera, sin autorización expresa del gobierno a cuyo amparo vivo.
Todavía me disgustaría más entablar esta correspondencia con una representación equívoca que, para muchos hombres, desconocedores de nuestras costumbres, pudiera parecer que el manifiesto a que me adhiriera constituía hasta cierto punto un acto revestido de un matiz oficial, reconocido legalmente por este reino y autorizado para expresar en parte su opinión. A causa de la ambigüedad y de la incertidumbre de las representaciones generales no autorizadas y de las supercherías que bajo su capa pueden realizarse, y no por puro formalismo, la Cámara de los Comunes rechazaría la petición más aduladora del asunto más pueril, si le venía dirigida en esta forma a la que ustedes han abierto de par en par las puertas de su salón de audiencias y han introducido en su Asamblea Nacional con tanta ceremonia, pompa y aplauso como si les hubiera visitado toda la representativa majestad de la nación inglesa. Si lo que esta entidad tuvo a bien enviar hubiera sido un razonamiento, poco hubiera significado cuál fuera su autor, pues procediendo del partido del que venía no habría sido ni más ni menos convincente. Pero este solo consiste en un voto y una resolución; se basa únicamente en la autoridad; y en este caso, la mera autoridad de unos individuos, de los cuales figuraban pocos. Sus firmas, en mi opinión, debieran haberse agregado al documento. Entonces, el mundo tendría medio de conocer cuántos son, quiénes son y cuál puede ser el valor de sus opiniones, basados en su capacidad personal, sus conocimientos, su experiencia o su prestigio y autoridad en este país[4]. A mí, que no soy más que un simple particular, el procedimiento me parece en extremo refinado e ingenioso, y presenta un matiz demasiado pronunciado de estratagema política, adoptado con el fin de proporcionar, al socaire de un nombre sonoro, una importancia a las declaraciones de este centro, que distará mucho de merecer cuando se revele su contenido. Esta es una conducta que tiene casi todas las características de un fraude.
Me precio de estimar una regulada libertad —varonil y moral—, tanto como pueda hacerlo cualquier caballero de esa sociedad, sea el que sea, y quizá he dado pruebas de ello a lo largo de mi carrera pública. Creo que envidio tan poco como ellos la libertad de cualquier nación. Pero no puedo apoyar, elogiar o vituperar nada que se refiera a las acciones e intereses humanos, por la simple visión del asunto estricto, despojado de toda relación y en la completa desnudez y aislamiento de una abstracción metafísica. Las circunstancias, que para algunos pasan inadvertidas, son las que en realidad proporcionan a todo principio político su peculiar aspecto y la característica que lo distingue. Las circunstancias son las que hacen que un esquema civil y político sea beneficioso o nocivo para la humanidad. Hablando en abstracto, el gobierno, como la libertad, es bueno; sin embargo, ¿habría sido prudente que yo, diez años atrás, hubiera felicitado a Francia porque disfrutaba de un gobierno —ya que, en realidad, entonces lo tenía— sin enterarme de cuál era la naturaleza del mismo y de cómo estaba administrado? ¿Puedo ahora felicitar a esta nación por su libertad? Puesto que la libertad en abstracto puede ser considerada como una gracia concedida a la humanidad, ¿felicitaré a un loco que se haya fugado de la restrictiva protección y la beneficiosa oscuridad de su celda porque goza de luz y libertad? ¿Tendré que dar la enhorabuena a un bandido o a un asesino, que ha roto los hierros de su prisión, porque ha recobrado sus derechos naturales? Ello sería reproducir la escena de los condenados a galeras e imitar a su heroico liberador, el metafísico Caballero de la Triste Figura.
Cuando veo el espíritu de la libertad en acción, me doy cuenta de que se ha puesto en marcha un principio muy poderoso, y esto es todo lo que, de momento, puedo discernir. El gas carbónico se ha desatado: hay que suspender el juicio hasta que haya transcurrido su primera efervescencia y el líquido se haya clarificado, hasta que veamos algo más profundo que la agitación de una superficie movida y espumosa. Antes de que uno se aventure públicamente a felicitar a los hombres por una gracia recibida conviene que esté bastante seguro de que en realidad la han recibido. La adulación corrompe tanto al que la recibe como al que la concede, y no presta mejor servicio a los pueblos que a los reyes. Por tanto, en ocasión de la nueva libertad de Francia, yo suspendería mi felicitación hasta que estuviera enterado de cómo se relaciona con el gobierno, con la fuerza pública, la disciplina y obediencia de los ejércitos, la recaudación de unos impuestos efectivos y equitativos, la moral y la religión, la solidez de la propiedad, la paz y el orden, y con las costumbres cívicas y sociales. Todas estas cosas, en sí mismas, son también buenas, y sin ellas, la libertad no es ningún beneficio mientras dura; que no es probable que, en esas condiciones, dure mucho. El efecto que produce la libertad en los individuos consiste en que pueden hacer lo que quieran: hay que ver, pues, lo que querrán hacer, antes de precipitarnos en dar enhorabuenas que pronto podrían convertirse en lamentaciones. La prudencia suele determinar el uso que tenga que hacer de ella el individuo en particular; pero cuando los hombres actúan colectivamente, libertad significa poder. Los discretos, antes de hacer declaración alguna, observarán el uso que se hace del poder, y especialmente de cosa tan delicada como el nuevo poder en manos de personas nuevas, de cuyos principios, temperamentos y disposición tienen escasa o ninguna experiencia; debiendo tener en cuenta aquella situación en que los que aparecen en escena puede que no sean los verdaderos promotores.
Todas estas consideraciones, no obstante, están por debajo de la trascendental dignidad de la Sociedad de la Revolución. Mientras permanecía en el campo, desde donde me cupo el honor de escribirle a usted, no tenía sino una idea imperfecta de su cometido. Pero al llegar a la capital, obtuve una memoria de sus actividades, que había sido publicada con su autorización, la cual contenía un sermón del doctor Price[5], una carta del duque de La Rochefoucault, y otra del arzobispo de Aix y algunos otros documentos. El conjunto de esta publicación, que ofrecía un propósito manifiesto de relacionar los asuntos de Francia con los de Inglaterra, llevándonos a imitar la conducta de la Asamblea Nacional, me causó gran inquietud. El efecto de esa conducta sobre el poder, el crédito, la prosperidad y la tranquilidad de Francia resultaba cada día más patente; aparecía más claro el tipo de Constitución que pensaba establecer en el futuro. Y ahora nos encontramos en condiciones de discernir con relativa exactitud la verdadera naturaleza del objeto que nos proponía como m...
Índice
- PORTADA
- PORTADA INTERIOR
- CRÉDITOS
- ÍNDICE
- INTRODUCCIÓN.EL PENSAMIENTO POLÍTICO DE EDMUND BURKE
- REFLEXIONES SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
- PRIMERA PARTE
- SEGUNDA PARTE
- AUTOR