
- 176 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Descripción del libro
Auténtico enfant terrible de la filosofía, el pensamiento de Nietzsche representó algo más que una bocanada de aire fresco en la historia de la disciplina: fue una ruptura radical con toda la tradición filosófica de entonces.
A las engañosas pretensiones de la razón y a la moral del esclavo propia del cristianismo, opuso al superhombre, una figura que subvirtió los valores convencionales y aceptó jovialmente la fatalidad de un destino, regido por la voluntad de poder.
El presente libro es una guía para aprender a navegar por el impetuoso pensamiento de Nietzsche; para ello, el autor se sirve de los personajes que marcaron el itinerario intelectual del filósofo alemán: Dioniso, Zaratustra y el Anticristo.
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Información
El gran alquimista
He estado tan gravemente enfermo […] porque me falta el medio adecuado y tengo siempre que representar cierta comedia en lugar de recuperarme junto a otras personas. Por eso no me considero en absoluto una persona escondida o engañosa o desconfiada; ¡al contrario! Si lo fuera, ¡no sufriría tanto!
Carta a su hermana, Elisabeth, 20 de mayo de 1885
Friedrich Wilhelm Nietzsche nació el 15 de octubre de 1844 en Röcken, una pequeña ciudad alemana. Parece poco probable que su familia descendiera de un linaje de nobles polacos (los Niëzky), por mucho que al filósofo le gustara afirmar tal cosa en un doble afán aristocrático y antialemán. La familia Nietzsche fue muy religiosa, y todo indicaba que el pequeño Fritz, al igual que su padre y sus dos abuelos, se convertiría algún día en pastor (el equivalente del sacerdote católico en la religión protestante).
A una edad muy temprana tuvo que enfrentarse a la experiencia de la muerte: en 1849 fallece su padre a causa de una enfermedad cerebral, y meses después muere su hermano pequeño. En 1850, tras la llegada de un nuevo párroco para ocupar la vacante que había dejado el padre, la familia (compuesta por Friedrich, el único y mimado varón, su hermana, Elisabeth, su madre, dos tías solteras y su abuela) se ve obligada a trasladarse a la ciudad de Naumburg.

Su padre, el predicador rural Carl Ludwig Nietzsche, que murió cuando Friedrich era niño. En su autobiografía le dedicó unas hermosas palabras: «Mi padre murió a los treinta y seis años: era delicado, amable y enfermizo, como un ser destinado a pasar de largo, más una bondadosa evocación de la vida que la vida misma».
En la escuela local, Nietzsche llama la atención por ser un alumno particularmente serio y responsable, y empieza así a cultivar la fama de bicho raro que le perseguirá durante toda su etapa de estudiante. Un episodio de esa época nos dará la medida de su carácter. Un día, al acabar las clases, cayó un chaparrón y todos los niños corrieron alborotados hacia sus casas. Fritz, sin embargo, llegó más tarde, calado hasta los huesos, caminando solo y a paso lento. Tras la bronca de su madre, el niño replicó que se había limitado a cumplir con la normativa escolar, que obligaba a los alumnos a abandonar la escuela de forma ordenada y sin sobresaltos, pasara lo que pasara.
A tan asombroso sentido del deber le acompañaban unas convicciones religiosas igualmente impropias de su edad. Aunque nos resulte extraño, quien se convertirá en el máximo azote teórico del cristianismo, el filósofo que en sus últimos días lúcidos se creerá la encarnación del Anticristo, fue de hecho un niño muy devoto. Tanto es así que sus compañeros le llamaban «el pastorcito», viendo en él la continuación natural de su difunto padre.
A los seis años inicia su formación musical. Muy pronto empieza a demostrar aptitudes para la improvisación al piano, al igual que su padre, y a componer pequeñas piezas que regala a familiares y amigos. A los nueve años se manifiestan por primera vez las fuertes jaquecas que sufrirá el resto de sus días. A los diez comienza a escribir poemas y a los doce redacta su primer ensayo filosófico. A esa edad surgen también los problemas con la vista, que incluyen una gran miopía y dolores en los músculos oculares. Con trece años escribe una autobiografía en la que, con sorprendente lucidez, Fritz da cuenta de su tendencia natural a la soledad.
Al año siguiente recibe una beca para ingresar en el prestigioso internado de Pforta. Allí recibirá una sólida formación humanista en un ambiente selecto. Durante los siguientes seis años llevará a cabo una intensa actividad cultural: se sumerge en los clásicos griegos y latinos, se entusiasma con Hölderlin (el gran poeta alemán que había muerto sumido en la locura y que, por aquel entonces, apenas gozaba de prestigio), funda una asociación artística llamada Germania, y sigue escribiendo poemas y numerosas piezas musicales.
Será en general un buen estudiante, aunque, eso sí, encuentra las matemáticas demasiado razonables y aburridas. Su miopía no le impide defenderse en gimnasia y destacar en natación. Es un chico fuerte, pero sus ataques de jaqueca y dolores reumáticos le obligan a visitar la enfermería en varias ocasiones y a pasar temporadas en casa de su madre. Entre sus compañeros de aquella época destacan Carl von Gersdorff y Paul Deussen, con quienes mantendrá una amistad duradera, aunque con grandes altibajos.
A los dieciocho años encontramos una mancha en su expediente: durante una excursión, Nietzsche se bebe cuatro jarras de cerveza y regresa borracho al internado, incidente que le cuesta su condición de primero de la clase y tener que enviar una sentida carta de disculpa a su madre. Esta borrachera supone la primera noticia de la conflictiva relación que Nietzsche mantendrá con el alcohol, ante el que guardará ciertas distancias tanto por su delicado estómago como por su rechazo hacia el espíritu alemán («¡cuánta cerveza hay en la inteligencia alemana!», exclamará).
Su etapa como estudiante de élite sirvió al joven Fritz para desarrollar un sentido del trabajo que será uno de los pilares de su carácter. Haciendo balance de su paso por la escuela de Pforta, Nietzsche la verá como un «sucedáneo» necesario de una educación paterna que no tuvo, y también como un privilegio. A su juicio, recibir una formación estricta en el momento justo es fundamental para alcanzar el adecuado conocimiento y dominio sobre uno mismo. De hecho, sin la autoexigencia y la capacidad para imponerse y obedecer una serie de pautas, es imposible entender la supervivencia psíquica de Nietzsche en los largos años de aislamiento, nomadismo y enfermedad que le esperan.
El universitario
Gracias a un trabajo en latín sobre Teognis, poeta griego defensor del aristocratismo, Nietzsche se gradúa en 1864. Ese mismo año, movido por la posibilidad de vivir con su amigo Deussen, se traslada a Bonn para iniciar estudios universitarios de filología clásica y, cumpliendo los deseos de su madre, también de teología. Tras el régimen monástico y militar del internado de Pforta, aquel muchacho de apenas veinte años ve en Bonn la oportunidad de un aprendizaje más vital que académico. En un primer momento, Nietzsche se abre a la despreocupada vida universitaria: forma parte de una asociación estudiantil, frecuenta las tabernas, fuma, bebe e incluso resulta herido tras batirse en un duelo de esgrima con un miembro de una hermandad rival. Sin embargo, pronto advertirá que esa vida alocada atenta contra su verdadera naturaleza, alérgica a toda forma de gregarismo, y le invadirá la tristeza.

Nietzsche con diecisiete años, aún sin su famoso bigote, en los días como alumno en el internado de Pforta.
En los días de Bonn tuvo lugar un conocido suceso. Al parecer, durante una escapada a Colonia, y tratando de encontrar un restaurante que le habían recomendado, Nietzsche acabó por error (?) en un prostíbulo. Petrificado ante los ofrecimientos carnales que le hicieron varias mujeres, el joven Fritz calmó su ansiedad poniéndose a tocar un piano que allí había, y acto seguido salió disparado del lugar.
A pesar de que la historia sirvió a su amigo Deussen para afirmar la castidad de Nietzsche (quien dirá mulierem numquam attingit: «nunca tocó a una mujer»), lo más probable es que volviera a pisar locales de ese tipo para algo más que improvisar acordes al piano. Un hecho que apoya esta hipótesis es que, unos meses después, Nietzsche recibió varios tratamientos contra la sífilis, una enfermedad de transmisión sexual bastante común en aquel tiempo. La sífilis, cuya fase final de desarrollo puede afectar gravemente al sistema nervioso, fue la explicación médica oficial para la locura que le atacaría más de dos décadas después.
El de Bonn es un período de apreturas económicas y deudas; a pesar de ello, Nietzsche no está dispuesto a renunciar a un piano de alquiler ni a la vida cultural que la ciudad le ofrece. Asimismo se cuestiona entonces las creencias religiosas que tan precozmente había desarrollado. Se le presentan, de modo más irreconciliable que nunca, dos caminos: «Si quieres alcanzar la paz del alma y la felicidad, entonces cree; pero si quieres ser un discípulo de la verdad, entonces investiga», le escribe a su hermana.
Ante tal disyuntiva, Nietzsche opta por abandonar la teología y se decanta por la filología, elección que le obliga a dar serias explicaciones a su madre. Así, tras una tanda de nuevos e intensos dolores de cabeza y reúma, a finales de 1865 escapa de la mediocre vida estudiantil de Bonn y, siguiendo los consejos de su amigo Gersdorff, se traslada a Leipzig para continuar la carrera de filología clásica.
En los siguientes cuatro años, Nietzsche completará un formidable currículo como filólogo: participa activamente en la Asociación Filológica, publica ensayos y reseñas en revistas especializadas y uno de sus trabajos gana un premio de la universidad. A pesar de las muchas horas dedicadas al estudio, tendrá tiempo para disfrutar de la vida social en cafés, salas de conciertos y teatros, y siente al fin la agradable libertad del estudiante universitario.

Asociación universitaria Franconia, Bonn, 1864. Nietzsche (en segunda fila, con la mano en la frente), cuando abandone al año siguiente su vinculación con esta hermandad, exclamará: «¡Dioses, qué contento estoy de haberme librado de esa soledad chillona, de esa abundancia vacía, de esa juventud senil!».
Sus logros como filólogo estarán en su mayoría apadrinados por el prestigioso catedrático Ritschl. Era este un profesor carismático y exigente que lograba sacar lo mejor de sus alumnos, a los que inculcaba las virtudes del rigor y el espíritu crítico. Siempre sediento de figuras paternas, Nietzsche admirará profundamente la autoridad moral e intelectual de Ritschl. En otro plano, durante los días de Leipzig se fraguará también la relación con su compañero Erwin Rohde. Tras abandonar la actitud de superioridad que adoptaba con algunos amigos, Nietzsche alcanzará con Rohde una complicidad total.
Pero, más allá de Ritschl y Rohde, la época de Leipzig será recordada por el encuentro con otros dos hombres (uno muerto, el otro vivo) que determinan de forma radical el curso del pensamiento nietzscheano: el filósofo Arthur Schopenhauer y el compositor Richard Wagner.
El encuentro con el filósofo se producirá al poco de llegar a la ciudad. En una librería de viejo, Nietzsche se topa con El mundo como voluntad y representación, la obra magna de Schopenhauer, y siente entonces una voz interior que le susurra: «Llévate este libro a casa». Durante las siguientes dos semanas, Nietzsche apenas descansa (se impone un horario en el que duerme únicamente de dos a seis de la mañana) y devora un libro que, en lo más profundo, siente que ha sido escrito para él. A partir de ese momento, Nietzsche se convertirá al schopenhauerismo y no perderá la ocasión de propagar las enseñanzas del maestro, un filósofo en el que hallará una «naturaleza que vale más que cien sistemas».
Schopenhauer fue ciertamente un filósofo atípico. Partiendo de Kant y ayudado por la filosofía oriental, plantea su pensamiento como un combate contra el idealismo alemán, la corriente que dominaba la filosofía europea en la primera mitad del siglo xix. Schopenhauer acusa a los idealistas alemanes (Fichte, Schelling, Hegel) de construir majestuosos edificios conceptuales que, en el fondo, no son más que abstracciones vacías alejadas de la vida y la experiencia práctica.
En adelante, Nietzsche adoptará la original perspectiva schopenhaueriana a la hora de abordar cuestiones fundamentales: el universo ya no es un todo ordenado y estable, sino un caos dinámico dominado por una fuerza irracional, la Voluntad (Nietzsche la transformará en «voluntad de poder»); la conciencia humana no aparece como una facultad privilegiada, sino como un accidente tardío e insignificante sometido a la fuerza de los instintos; la Historia no se rige por el progreso o la evolución, sino por una sucesión de acontecimientos carente de sentido o finalidad; la manifestación suprema del espíritu humano no se encuentra en el conocimiento racional y científico, sino en el arte y, en especial, la música.
Junto con esta nueva mirada, Nietzsche también recibirá de Schopenhauer una lengua afilada, amante de la polémica y el sarcasmo, y una pluma capaz de transmitir ideas complejas con extraordinaria elegancia y limpieza. Además, y no menos importante, halla en él un ejemplo vital: Schopenhauer se dedicó a la filosofía sin gozar apenas de reconocimiento por parte de la Academia ni tampoco de los lectores, ejerciendo durante la mayor parte de su vida un papel de pensador outsider que Nietzsche acabaría llevando al extremo.
Lo que es seguro, en cualquier caso, es que el contacto con la obra schopenhaueriana inocula en Nietzsche el virus de la filosofía, un virus que avanzará lenta pero decididamente en la mente de aquel prometedor estudiante de filología. Tanto es así que la huella de Schopenhauer se deja ver en todo su pensamiento posterior, a pesar de que el vitalismo nietzscheano acabará por resultar incompatible con el pesimismo metafísico de su maestro.
A finales de 1867, en pleno apogeo de su culto a Schopenhauer, Nietzsche interrumpe sus estudios para incorporarse al servicio militar, para el que es declarado apto a pesar de sus problemas de vista. Destinado en la división de artillería, cambiará los libros por el manejo de cañones, y en este medio extraño logrará desenvolverse con aplomo y solvencia. Su paso por el ejército lo vivirá como una oportunidad para ampliar su formación, incluso como «un antídoto eficaz» contra la estrechez de miras de la vida académica. En el servicio militar, Nietzsche llegará a ser un notable jinete y conseguirá el reconocimiento de sus superiores.
La experiencia militar terminará de forma brusca: a los pocos meses sufre una caída del caballo que le provoca una herida grave en el tórax y le daña varios músculos y huesos. Este accidente le obliga a pasar el siguiente medio año inmovilizado y sometido a dolorosas curas. Durante su convalecencia empezarán también los malestares gástricos, que en adelante serán constantes. Exceptuando estos problemas, Nietzsche se encontró razonablemente bien durante sus años en Leipzig, los últimos en que gozará de una salud aceptable.
Al año siguiente, el 8 de noviembre de 1868, se produce el encuentro personal con Richard Wagner, que estaba de visita en Leipzig y había mostrado interés por conocer a aquel joven talento llamado Nietzsche. El gran magnetismo personal del compo...
Índice
- Un filósofo para todos y para nadie
- El gran alquimista
- La máscara de Dioniso
- La máscara de Zaratustra
- La máscara del Anticristo
- Apéndices
- Sobre el autor