La guerra civil española
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La guerra civil española

De la Segunda República a la dictadura de Franco

Santos Juliá

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De la Segunda República a la dictadura de Franco

Santos Juliá

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Santos Juliá, uno de los mayores especialistas en la historia de la España contemporánea, condensa todo su saber esta imprescindible introducción a la guerra civil española.Para entender la historia contemporánea de España es fundamental conocer en profundidad la Guerra Civil: sus antecedentes, el curso de la contienda y sus traumáticas consecuencias. Este libro nos ofrece la oportunidad de adentrarnos de forma ágil y amena en este episodio crucial de nuestra historia.Santos Juliá, unos de los historiadores más admirados y reconocidos de nuestro país, nos ofrece una aproximación rigurosa, objetiva y divulgativa al conflicto que marcó a generaciones de españoles, haciendo especial hincapié en el alcance internacional de la guerra y dedicando una atención preferente a su dimensión política. En definitiva, los episodios clave y los grandes protagonistas de la Guerra Civil, explicados por una de las voces más autorizadas.

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Información

Año
2019
ISBN
9788417822613

Del «No pasarán» a la caída del Norte

~ Septiembre de 1936-septiembre de 1937 ~

Pérdida de terreno en el interior y reveses en el exterior convencieron a José Giral, en los primeros días de septiembre de 1936, de que había llegado el momento de entregar al presidente de la República su dimisión y la de todos los ministros. También opinaba que debía formarse un gobierno capaz de «representar a todos y cada uno de los partidos políticos y organizaciones sindicales u obreras de reconocido influjo en la masa del pueblo español, de donde nacen siempre todos los poderes». Azaña, que consideraba a los dirigentes sindicales los mayores responsables del despilfarro de tiempo, energía y recursos, de la parálisis del gobierno y de los desastres cosechados por la República en el campo de batalla, no tuvo más remedio que aceptar como hecho consumado esta especie de transferencia de poder al líder de la UGT, aunque no era capaz de ver en Largo Caballero a un Lenin redivivo y estaba convencido de que su presidencia sería un fracaso.
Primer gobierno de Francisco Largo Caballero
Del 4 de septiembre de 1936 al 4 de noviembre de 1936.
Presidencia y Guerra Francisco Largo Caballero, UGT.
Hacienda Juan Negrín, PSOE.
Estado Julio Álvarez del Vayo, UGT.
Justicia Mariano Ruiz-Funes, IR.
Gobernación Ángel Galarza, UGT.
Marina y Aire Indalecio Prieto, PSOE.
Instrucción Pública y Bellas Artes Jesús Hernández, PCE.
Obras Públicas Julio Just, IR.
Industria y Comercio Anastasio de Gracia, PSOE.
Trabajo y Previsión Social José Tomás, ERC.
Agricultura Vicente Uribe, PCE.
Comunicaciones Bernardo Giner de los Ríos, UR.
Sin cartera José Giral, IR.
Sin cartera Manuel de Irujo, PNV.
El 4 de noviembre se incorporaron al Gobierno cuatro ministros de la CNT: Juan García Oliver, Justicia; Juan López, Comercio; Federica Montseny, Sanidad y Asistencia Social; Joan Peiró, Industria. Jaume Ayguader, ERC, sustituyó a José Tomás como ministro sin cartera.
Francisco Largo Caballero
Francisco Largo Caballero.
El nombramiento de un gobierno de coalición, con seis socialistas representando a la UGT y al PSOE en los principales ministerios, cuatro republicanos en posiciones secundarias, la participación de dos comunistas por vez primera en un gobierno de Europa, y la incorporación posterior, tras negociar la aprobación del Estatuto de autonomía del País Vasco, de un representante del PNV como ministro sin cartera, no detuvo el avance de los rebeldes. Fue este gobierno el que impulsó la reconstrucción del Ejército, y estableció, según decreto de 28 de septiembre, que pasaran a las escalas activas «todos aquellos Jefes, Oficiales y clases de milicias que debidamente controlados por la Inspección General de Milicias […] sean acreedores de ello». Al día siguiente, un nuevo decreto ordenaba la movilización de todas las clases e individuos de tropa pertenecientes al cupo de filas de los reemplazos de 1932 y 1933 que se encontraran dentro de las provincias que en esa fecha quedaban en zona republicana.
Fue más fácil ordenarlo que realizarlo, pero finalmente estos decretos constituyeron, en condiciones harto dramáticas, el embrión del nuevo Ejército de la República, cuando Madrid estaba a punto de sucumbir ante el avance rebelde. En esas últimas semanas de octubre, y al tiempo que la Unión Soviética se convertía en el principal apoyo exterior de la República, con México prestando también su ayuda, los comunistas españoles modificaban su posición en el entramado de fuerzas leales al unificar bajo su control a las nuevas generaciones socialistas y comunistas en unas nuevas Juventudes Socialistas Unificadas, que desempeñarán un importante papel en la movilización y encuadramiento de jóvenes. Habían culminado también la unificación de varios grupos socialistas y comunistas de Cataluña para crear el Partido Socialista Unificado deCataluña, que quedó, como la UGT catalana, bajo dirección comunista; y habían participado activamente en la creación de un ejército regular incorporando a los militantes que formaban parte de su Quinto Regimiento de Milicias en las filas del nuevo ejército popular en construcción.
Esta nueva influencia ejercida por los comunistas entre la clase obrera, los jóvenes y los militares, corría pareja con el imparable avance del ejército de África, que desde el paso del Estrecho el 5 de agosto protegido por los Savoia italianos, continuaba su progresión hacia Madrid por la Ruta de la Plata sin encontrar resistencia eficaz: el 30 de octubre ocupaba una línea a solo 15 kilómetros de la capital y el 4 de noviembre llegaba ya a Alcorcón, Leganés y Getafe; el 6, alcanzaba Campamento y los Carabancheles; el 7, Villaverde. Y, cuando ya vadeaba el Manzanares, el gobierno, que se había ampliado el día 4 con la incorporación de cuatro ministros de la CNT —Juan Peiró, Juan López, Juan García Oliver y Federica Montseny, todos ellos designados por la misma organización sindical—, dio por inevitable la caída de la capital. Fue por ello que resolvió trasladarla a Valencia y encomendar su improbable defensa a los generales José Miaja y Sebastián Pozas y a una Junta de Defensa, en la que de inmediato los jóvenes comunistas ocuparon puestos de responsabilidad. Quienes permanecieron en Madrid no pudieron interpretar estos hechos sino como una huida y se aprestaron a su defensa.
Contra todo pronóstico, los madrileños fueron capaces de organizar la defensa, y Madrid resistió el primer asalto frontal dirigido desde la Casa de Campo, y también rechazó los siguientes, deteniendo así el avance del ejército rebelde, una empresa en la que tuvieron especial relevancia dos fenómenos llamados a influir de manera perdurable en la política republicana. Por una parte, al organizar su defensa dos militares profesionales, el general Miaja, como presidente de la Junta de Defensa, y el teniente coronel Vicente Rojo, como jefe de su Estado Mayor, el ejército republicano mostró en la práctica su superioridad sobre las milicias. Por otra, el PCE, fortalecido por los envíos de armamento soviético y la presencia de las Brigadas Internacionales, decidió asumir «la gran tarea de defender Madrid» y hacerlo de forma que sus militantes comenzaran a «sobresalir dos palmos por encima de cualquier obrero de otra organización y de otros partidos». Las consignas de «No Pasarán» y «Resistir es Vencer», su política de «antes la guerra que la revolución», su capacidad para mantener el orden y disciplina, los trabajos en la fortificación de la ciudad, la defensa de los intereses de la muy numerosa clase media de pequeños propietarios, comerciantes y artesanos, y su mayor capacidad organizativa los convirtieron en una fuerza de apoyo político imprescindible para los mandos militares, que comenzaron a considerarlos como su mejor aliado. A partir de la batalla de Madrid, los comunistas adquirieron un mayor peso político mientras los militares ampliaban su esfera de poder: dos factores que serán decisivos para el curso de la guerra y para el futuro del gobierno presidido por Largo Caballero.
Cartel en las calles de Madrid que reza «No pasarán. El fascismo quiere conquistar Madrid. Madrid será la tumba del fascismo».
Cartel en las calles de Madrid que reza «No pasarán. El fascismo quiere conquistar Madrid. Madrid será la tumba del fascismo». Las consignas de «No pasarán» y «Resistir es Vencer», lanzadas por los miembros del Partido Comunista Español, se convirtieron en los lemas de la resistencia republicana durante el asedio de Madrid.
Porque la resistencia de Madrid revistió, en los duros combates que se sucedieron en torno a la Ciudad Universitaria, el puente de los Franceses y hasta el Hospital Clínico, el carácter de una epopeya en la que un pueblo sitiado se defiende contra tropas invasoras, legionarias y regulares, apoyadas desde el aire por los intensos bombardeos de la aviación nazi y fascista, destinados a provocar la desmoralización de la población. La llegada del material soviético, aviones incluidos, la entrada en acción de las Brigadas Internacionales, la incorporación a primera línea del frente de una columna de tres mil hombres al mando de Buenaventura Durruti, más los quince mil milicianos que por vez primera actuaban como soldados al mando de oficiales profesionales, levantaron la moral de resistencia de la población hasta el punto de obligar a las tropas rebeldes a suspender los asaltos frontales el 23 de noviembre.
Rendición de soldados republicanos en Somosierra.
Rendición de soldados republicanos en Somosierra.
No tuvieron más éxito los posteriores intentos de cercar la capital cortando las carreteras de La Coruña, con avances en Aravaca y Majadahonda a costa de numerosas bajas, ni la ofensiva en campo abierto por el valle del Jarama, que pudo ser contenido por las tropas al mando del general Pozas. Detenido el ataque, los republicanos pudieron pasar a la ofensiva, impidiendo a los sublevados alcanzar la carretera de Valencia: un empate, a costa de 40 000 bajas. Todavía habría otro intento de entrar en Madrid, tras la caída de Málaga en febrero, esta vez a cargo del llamado Corpo Truppe Volontarie, dispuesto a experimentar la táctica de la guerra relámpago en un ataque desde Guadalajara. Después de un avance espectacular, iniciado el 8 de marzo, los italianos tropezaron con un enemigo inesperado, una lluvia persistente que impidió intervenir a la aviación y atascó en fango el avance hasta que el general Roatta ordenó la retirada. Ni asaltada, ni cercada, la capital había resistido. Franco decidió entonces abandonar temporalmente la partida y destinar el grueso de sus tropas a la conquista de todo el Norte: la guerra sería larga.
Instantánea de un grupo de jovencísimos milicianos republicanos atacando una posición rebelde en la sierra de Madrid en el mismo verano de 1936.
Instantánea de un grupo de jovencísimos milicianos republicanos atacando una posición rebelde en la sierra de Madrid en el mismo verano de 1936.

Sindicatos frente a partidos

Entre los distintos partidos y sindicatos que sostenían al gobierno se multiplicaron, tras la defensa de Madrid, las iniciativas unitarias, convencidos todos de que para ganar la guerra no se podía seguir como hasta entonces, haciéndola cada cual por su cuenta. La fuerza siempre viva de la utopía, o el mito, de la unidad obrera como arma del triunfo, se manifestó de nuevo en las continuas llamadas a la unión o alianza que los dos sindicatos mutuamente se dirigieron. En enero de 1937, la Federación Local de Sindicatos Únicos de Madrid, de la CNT, evocando la sangre marxista y libertaria que corría por un mismo surco en las trincheras, dirigió a sus «hermanos de la UGT» una llamada para llegar «pronto a una unión apretada con lealtad, con sinceridad, con calor de efusión, con ansia fraternal, con anhelos de compenetración y amor». Los hermanos de la UGT respondieron con propuestas de unión del proletariado, mientras denunciaban la confusión y el desbarajuste que se manifestaba en el terreno político. En Valencia, comenzaron a celebrarse frecuentes reuniones entre la comisión ejecutiva de la UGT y el comité nacional de la CNT hasta el punto de anunciar que se estaban «jalonando los cimientos de algo que tal vez pueda ser definitiva y rápida solución del presente».
Este nuevo lenguaje tenía, por parte de la CNT, el propósito de llegar a una Alianza Obrera Revolucionaria como instrumento para someter todas las actividades de la guerra a un plan conjunto y a una sola dirección y eliminar «las maniobras de los profesionales de la política». La Alianza se presentaba como condición para mantener un firme control de los sindicatos sobre la producción y la vida social y como baluarte contra el que se estrellarían las maquinaciones políticas para desplazar a las organizaciones obreras de la dirección del Estado. La CNT insistía en su tradicional visión de la revolución social como «administración por medio de los sindicatos de todo cuanto ayer tenían en sus manos las clases capitalistas», una visión en la que no quedaba lugar alguno para «la política, el mangoneo de los charlatanes de la vida pública del país», que sería sustituida «por la administración directa de la economía».
Formar esta Alianza Obrera les parecía urgente porque percibían ya en el horizonte la amenaza de comunistas y socialistas, que si llegaban a formar el partido único del que tanto se hablaba en aquellas semanas pretenderían «dirigir políticamente lo que los sindicatos de productores habrían de administrar por sí mismos». La CNT no desesperaba del buen sentido de la UGT y daba por seguro que muy pronto se plasmaría en hechos concretos la Alianza. Mientras tanto, su prensa publicaba un Proyecto de bases de un Estatuto de Levante que contenía un proyecto muy avanzado de convertir la República, burguesa al fin y al cabo, en un Estado sindical: la función legislativa recaería sobre el Pleno Nacional de Regionales, que elegiría además al presidente del País Valenciano; el Consejo Ejecutivo Regional sería elegido por el presidente de entre una terna presentada por el Pleno para cada consejería; presidente y consejeros serían responsables individual y colectivamente, en el orden civil y criminal, ante el Pleno de Sindicatos.
No eran solo los sindicatos, también los partidos andaban a la búsqueda de la unidad que permitiera multiplicar sus fuerzas. Divididos los socialistas desde la revolución de o...

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