Putita golosa
—¿Sólo sexo?
Llegar al cielo del cuerpo enmudecido. Gritar a pesar de las paredes de durlock y de los gritos vedados aún para lxs hijxs, a los que las palabras monocordes les suenan a arameo. Gritar como un permiso que el placer arroga. Gritar como si la garganta no contuviera el verbo indescriptible de la piel rosa encaramándose al colorado. Gritar como si el ardor redescubriera el cuerpo endemoniado. Gritar a pesar de los porteros que custodian la sexualidad de una madre que de día acarrea mochilas y convida la torta de los cumpleaños. Gritar ante el silencio de desear en voz baja para que no se escuche, para que no se note, para que no se dé cuenta ni quién puede desear al cuerpo que desea.
Gemir sin consonantes mientras en la radio Amalia Granata cuenta su sexualidad express de consoladores para usar entre los congestionamientos de autos. Sin que se note. Sin tragarla. Sin olores, ni suciedad, ni miradas dislocadas del cuerpo partido y perdido de su eje, ni gritos que retumban, ni transpiración arrancada de las axilas escépticas de tan asépticas, que ya las narices no sucumben ante el cuerpo invitado como si la idea fuera cuerpos que se tocan sin tocarse.
Hay gustos, elecciones y soledades bienvenidas. Pero la autonomía femenina encuentra, muchas veces, a veces, o miles de veces, el límite de su debilidad en el deseo. Al menos es el deseo (de nuevos trabajos, nuevas familias y nuevas luchas) el que invita a ir más lejos, a poder con más victorias de las que tuvieron un día nuestras abuelas y redoblar la apuesta para nuestras hijas. Y también es el deseo el que, a mí, muchas veces nos redobla la contradicción imperiosamente filosa. Ir para adelante como un huracán al que nada ni nadie detiene sin esperar la carroza, ni el carruaje con príncipe al volante, ni un zapato que nos calce perfecto, ni un beso que nos redima y cargar calabazas, niñxs y oficios por los hombros.
Pero sí se desean dedos que lleguen a la propia espalda o que, más aguerrida y azarosamente, apenas acaricien las rodillas o soplen el cuerpo delineado que gusta entre sus rayas hacer algo más que dividirse. Que desvistan la piel y encuentren en la inhospitalidad presunta del brazo una piel nueva vestida de erizo en el lunar al que los sexólogos no le ponen letra y que, sin embargo, delata la piel en la conjunción de un deseo de visita. Que huelan, que acaricien, que quiten los zapatos, que desabrochen los corpiños –que ya sabemos hacerlo solitas pero que la sexualidad es juego o es aburrida y el convite es a dejarse hacer lo que ya sabemos y redescubrir siempre el creciente ludo del cuerpo nuevo–, que dejen la ropa puesta, que sepan que arrodillarse es un regalo bendito que no inclina de por vida pero da gracia como cuando se toca el piso en el subibaja porque se sabe que es envión hacía un aire bendito, que festejen el hambre y que dejen lo mejor para el postre. Y que haya postre. Y, después, sobrecama, porque el sexo también se espera en el mejor abrazo, el más sabio, el que amortigua la subida infinita.
“Pecho: putita golosa”, le colgó Rosario Central una bandera a Newell’s en su el clásico, del 26 de julio del 2015, atrás de su arco. Después, ganaron. La metáfora lineal quería decirle al rival rojinegro –casualmente adoptado desde que nacieron mis hijos como el club al que prefiero festejar– que le gusta que le metan goles. No me dan urticaria las metáforas futboleras. Pero preferiría que no sean en contra del placer femenino y convocar a las tortas y al goce, al dulce de leche chorreante y a la manzana acaramelada apenas mordida. No creo que el deseo pueda ponerse en palanca de corrección pero sí que las palabras también provocan y son parte de un juego en donde el mejor camino es el encuentro. Y contra todos los mares que piden controlar el deseo propongo la irreverencia de apropiarse de la bandera rival y (no esquivo la pelota) planto bandera.
Soy putita golosa.
Y, a veces, no me la banco.
No sé lo que es empalagarme
Putita Golosa no sabe lo que es empalagarse
La noche que se sale no es igual a la que se entra
—Las amantes no se maquillan —dice Pedro Mairal en “La Uruguaya”.
Los rojos no son para que los labios se pierdan en la carne
La desnudes lenguaraz se desalinea
La sed es insaciable
Escupe pasto
Pide postre
Pide pan
Pide otro más.
La torta de manzana se come con helado
Porque lo caliente es frío
Porque lo frío es caliente.
No hay una frutilla del postre
Putita Golosa quiere más cuando le dan
Quieren cerrarle la boca
Y Putita se venga con su propio dulce de leche.
Cómo se desentraña el deseo encarnado en el cuerpo vuelto carne vuelto seda para volver a enroscarse en un caracol andante sin latidos despacientado de su propia impaciencia
Cómo se descabalga el cuerpo montado en su propio abismo, el mar desenvuelto en arena picada como una danza que va de puntas hasta el agua que quita el ardor y trae la sal y la revuelta y la alzada
Cómo se remoja el olvido.
Cómo se doma al cuerpo endemoniado de furia de estar sedado y arremangado ante los pies de la orilla barriendo con las piernas como presas quietas.
Cómo se sienta a la espalda inclinada, impertinente, sin posibilidad de aquietar las sombras estampadas entre los relámpagos de luz que te muestran erguida en la languidez del abrazo que secas con tus lágrimas que mostrás menos que tu cuerpo sin tapujos.
Cómo se hace para desencontrarse.
Cómo se hace para no llamar lo que se busca
Cómo se hace para no mirar al que te gusta
Cómo se hace para no esperar al que se espera
Apagarse
Salir
Soltar es la frase más idiota de la época.
Soltar es ser un globo que se desinfla, ni rojo, ni amarillo, que puede transitar por la pasión como si no fuera un tren descarrilado, sin necesidad no se saca la lengua afuera, se despintan los labios, se hurga la lengua en cuerpos impropios, no solo ajenos, que ni siquiera registran el cuerpo por un rato.
Putita Golosa tiene hambre.
Donde hay una necesidad hay un derecho
Donde hay un deseo hay un goce
Y sin necesidad no se goza igual.
Donde se suelta no hay hambre, ni sed, ni goce, ni tristeza, cuerpos propios erguidos en su satisfacción blindada de autoayuda y autoestimas altas con hashtag en inglés y todo positivo como remedio a no bajársela a pibes que te piden que no les cuentes tus pálidas.
Tus pálidas ni nada, que no cuentes, con ellos, ni con tus palabras.
No solo con las suyas, que no cuentes con tus propias palabras.
Qué te calles como forma de seducción sellada.
en la dictadura Neruda de guasap que ruega por guasca malherida
Y tus palabras los hunden.
—No escribas
—Escribí solo si te escriben
—No respondas
—No invites
Las lecciones victorianas se toman revanchas en
las telarañas donde la tinta no mancha.
Vos sos una, una de las muchas.
Ellos tienen muchas.
Vos sos una de las muchas.
Las muchachas se amuchan tras muchachos
Que pueden elegir
Qué te elegirían
Entre un abanico imperturbables de colores y casas
Y bibliotecas para mirar o desnudas
Las leyes de mercado reinan sin Trump, con trampas
En las camas despobladas de demandas
Endemoniadas del desierto de palabras
Escupidas por una confianza que puede desfibrilar
los instintos
Ahora no mienten
Dicen más de lo que quisieras.
Mienten los manuales de feminismo toy
Inescondibles entre los cajones purgados por la mirada
poblada de una casa encarrilada
en donde no podes exhibir la sexualidad en una percha
en donde ponés trabas para agitarte o llorar o apagar tu
propio incendio
mientras apagas los fuegos diarios.
Miente la autonomía pos pos porno
porque es un pudor que aparezca en pantalla
ante el arreglador un virus tan infecto como tu soledad destemplada.
El te dice que para quilombo se hace una paja
Y vos sabes que es la verdad, la única realidad
No te conmueve el feminismo de la impunidad
subido a un banquito de un deseo coordinado.
No te conmueve el feminismo de Tinder
con libertad de jugar a likearse
Y ser la que maneja la correa de la perra
que hay en vos
Y que a vos te ladra.
En tu propio Afganistán
tu libertad está cercada y desnuda.
Sabes radiografiar con palabras
El talibanismo de la descortesía
Pero no sabes cómo se mutea al propio cuerpo
Sin respirar más aire en el convento.
Cómo se manifiesta sin marchas que el deseo
Te saque los bozales
Te pinte de indeleble las rojas palabras que
rojas salen de las manos
Que jadean
Leyendo
Que gozan escribiendo
Y que no quieren anudarse
Soltar
Olvidarse
Esperar
Cómo se desea al propio deseo sin desear ser deseada
La libertad de empalagar hasta la punta de la lengua
Y desafiar al que quiera venir que venga:
Putita Golosa
No presenta batalla
Pero tiene Nutella.
Apologista del sí fácil
“Es cierto, algunas noches podemos ser fáciles. No requerimos habilidad, esfuerzo, mucho trabajo o inteligencia especiales. No estamos nerviosas, ni disconformes, no lo hacemos complicado. Quizás la palabra más apropiada sería “libres”. Aunque fáciles también, algunas noches, algunos días, no acatamos límites”.
(Marina Mariasch, Yeguas).
Puedo clavar mis rodillas en el piso sin arrodillarme a rezar, suplicar ni agachar la cabeza. Más bien la subo. Clavo la mirada. Desvisto la sed. Naufrago entre los gustos. Dar para darse no es dar, le das, le doy. Dar no es dar. Coger no es ceder cuando se coge bien. Y ceder no es entregarse. Entregarse no es ceder. Toda la sexualidad está revestida de metáforas de dominación. Y a la vez que capeamos a la dominación buscamos el deseo perdido entre el deber ser.
Las palabras, incluso en el futbol y en la política, desde todos los bajos fondos de las grietas, remiten a un discurso en donde el penetrador castiga y la penetrada es derrotada.
Ser cogida no es ser aplacada. No por remont...