La batalla de Borodinó
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La batalla de Borodinó

Napoleón contra Kutúzov

  1. 432 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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La batalla de Borodinó

Napoleón contra Kutúzov

Descripción del libro

En este provocador nuevo estudio, el historiador napoleónico Alexander Mikaberidze reconsidera la campaña napoleónica de 1812 y vuelve a relatar la apasionante historia de la batalla de Borodinó, terrible y épica a partes iguales, en la que conjuga con espíritu crítico un abrumador compendio de fuentes francesas, alemanas, británicas y, por supuesto, rusas. Su original y minuciosa investigación proporciona al lector una nueva y fresca perspectiva de la batalla, así como una comprensión más amplia de las razones subyacentes para el eventual triunfo ruso en la campaña de 1812, el principio del fin del poderío napoleónico en Europa.

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Información

Año
2020
ISBN del libro electrónico
9788412207941
Edición
1
Categoría
Historia

1

CONTEXTO

Al amanecer del día 24 de junio de 1812, una figura menuda vestida con uniforme y bicornio observaba desde lo alto de una colina el río Niemen. En torno a él, en toda la superficie que podía abarcar la mirada, cada valle, desfiladero y colina estaba cubierto por una enorme hueste vibrante como un hormiguero. Este colosal ejército se desplazaba en tres columnas a través de los puentes que se habían construido la noche anterior. Varios soldados miraban con asombro la distante figura de su jefe, el emperador Napoleón, que observaba en silencio cómo las unidades más adelantadas llegaban casi a las manos por disputarse el honor de ser los primeros en poner pie en suelo extranjero. Más tarde, cerca de Kovno, un oficial francés fue testigo del cruce del río por parte de un escuadrón polaco:
Nadaron juntos hasta el centro del río, pero, una vez allí, la rápida corriente los dispersó […] Sin remedio a la deriva, fueron arrastrados por la violencia de la corriente […] [y] dejaron de intentar nadar y de avanzar […] pero, cuando estaban a punto de hundirse, se giraron hacia Napoleón y gritaron «Vive l’Empereur!».
Estas fueron las primeras bajas de una funesta guerra que terminaría hundiendo el Imperio francés y que cambiaría el curso de la historia de Europa.

EL CAMINO A BORODINÓ

La guerra entre Rusia y Francia no supuso una sorpresa para muchos de sus contemporáneos debido a que, después del Tratado de Tilsit de 1807, las relaciones entre ambos países se habían tensado cada vez más. El emperador Alejandro I de Rusia no había olvidado las dolorosas lecciones de 1805-1807, cuando sus ejércitos fueron derrotados una y otra vez por Napoleón, y estaba bien al tanto del disgusto generalizado que prevalecía en Rusia, especialmente en el Ejército, sobre la «ignominiosa» paz de Tilsit. La nobleza rusa estaba irritada por lo que percibía como una sumisión de Rusia a Francia, tal como describió el príncipe Serguéi Volkonski:
Las derrotas de Austerlitz y Friedland, la paz de Tilsit, la altivez de los embajadores franceses en San Petersburgo y la reacción pasiva de Alejandro hacia las políticas de Napoleón eran heridas profundas en el corazón de cada ruso. Venganza, y nada más que venganza, era el inconmovible sentimiento que nos consumía a todos. Aquellos que no compartían este sentimiento, apenas unos pocos, eran despreciados y marginados […].
Aunque Napoleón y Alejandro parecían haberse reconciliado en 1808 en Erfurt, las fisuras en su relación se evidenciaron al año siguiente, cuando el segundo se mostró reticente a apoyar a Francia contra Austria. Rusia estaba preocupada por el cariz agresivo de la política exterior de Napoleón, sobre todo tras la anexión de Holanda, las ciudades hanseáticas y los Estados alemanes, entre los que estaba el Ducado de Oldemburgo, cuyo soberano era cuñado del zar Alejandro.
Mientras tanto, el Bloqueo Continental, que Napoleón había iniciado en respuesta al bloqueo británico de 1806, tuvo un efecto profundo en Europa y, en particular, en Rusia. Se demostró dañino para los intereses de la nobleza y de los mercaderes de Rusia, provocando un agudo descenso de comercio exterior del país. Gran Bretaña era el principal socio comercial de Rusia, a la que compró mercancías por valor de 17,7 millones de rublos en 1802, comparados con apenas 500 000 rublos de ventas rusas a Francia en el mismo año. Antes de 1807 se enviaban un total de 17 000 grandes mástiles desde Riga y San Petersburgo a los astilleros británicos, pero estas cifras bajaron drásticamente a 4500 en 1808 y a solo 300 entre 1809 y 1810. Además de madera, Rusia comerciaba activamente con grano, cáñamo y otros productos con Gran Bretaña y, en 1800, el cónsul inglés se dio cuenta, repasando las actas de una cámara de comercio, de que «los comerciantes ingleses negociaban tanto con artículos rusos que exportaban entre dos tercios y tres cuartos del total de las mercancías». Efectivamente, en 1804, doce compañías inglesas controlaban en torno a una cuarta parte de las importaciones rusas y la mitad de sus exportaciones, mientras que otros mercaderes británicos, por su parte, otorgaban créditos a largo plazo a la nobleza y a los mercaderes rusos. El sistema arancelario proteccionista de Napoleón, por otra parte, buscaba salvaguardar las manufacturas y la industria de Francia, limitando las importaciones rusas al tiempo que incentivaba las exportaciones francesas. Por otro lado, los franceses no podían satisfacer ni el volumen ni la calidad de los productos que se demandaban en Rusia, ni podían reemplazar tampoco la capacidad de gasto de Gran Bretaña en lo que a compra de materias primas se refiere.
Los estragos financieros creados por el Bloqueo Continental de Napoleón se convirtieron rápidamente en un serio problema que puso en apuros a nobles y mercaderes y abrumó la tesorería imperial, que tenía que lidiar con un déficit que se incrementó desde 12,2 millones de rublos en 1801 hasta 157,5 millones en 1809. Semejantes problemas económicos obligaron al gobierno a ir relajando de manera paulatina la aplicación del bloqueo, en especial en lo referente a los buques de países neutrales. Hacia 1810, los barcos estadounidenses –y británicos con documentación falsa– atracaban libremente en los puertos rusos. Este comercio «neutral» fue sancionado de forma oficial mediante un decreto del emperador Alejandro emitido el 31 de diciembre de 1810 que limitaba las importaciones de productos franceses y permitía el comercio de mercancías no francesas. A medida que los productos británicos fueron llegando desde los puertos rusos al centro y este de Europa, Napoleón se dio cuenta del fuerte impacto que esta nueva política rusa tenía sobre su Bloqueo Continental, y que la cooperación de San Petersburgo con dicho sistema solo podría imponerse mediante la guerra.1
Asimismo, Francia y Rusia discrepaban también en otras muchas cuestiones políticas, la más importante de las cuales era el destino de Polonia. Las relaciones ruso-polacas, que hundían sus raíces varios siglos atrás, se encontraban ensombrecidas por la rivalidad existente entre ambos Estados. En el siglo XVII las incursiones polacas en territorio ruso fueron algo habitual y llegaron a tomar Moscú en 1612. Sin embargo, en cuanto Rusia se convirtió en una potencia de primer nivel, el Estado polaco inició su decadencia y fue dividido, en tres ocasiones, por sus vecinos Rusia, Prusia y Austria en la segunda mitad del siglo XVIII. Rusia fue la principal beneficiada de estos repartos, pues extendió su territorio hacia el interior de la Europa nororiental. Naturalmente, cualquier mención de resucitar Polonia suponía una amenaza a los intereses estratégicos rusos en la región. Sin embargo, cuando la tinta del acuerdo firmado en Tilsit apenas se había secado, Napoleón creó el Ducado de Varsovia (si bien bajo el control nominal del rey de Sajonia), un acto que de inmediato San Petersburgo consideró hostil hacia sus intereses.
El afán de Napoleón por consolidar su control sobre los polacos se hizo mucho más evidente cuando, tras la derrota de Austria en 1809, anexionó la Galicia Occidental al Ducado de Varsovia, algo que de hecho expandía aún más el principado polaco. Las exigencias polacas de una eventual reinstauración de su reino no hicieron sino acentuar el temor de Rusia de verse obligada a ceder territorios. Por ello Alejandro se opuso a los proyectos franceses sobre Polonia y trató de persuadir a Napoleón de que abandonase sus planes. Ambos emperadores emplearon dos años (1809-1810) en discutir esta cuestión, pero, hacia 1811, las conversaciones se estancaron debido a que ninguna de las dos partes se avenía a ceder.
Otro aspecto de la rivalidad franco-rusa residía en los Balcanes, donde Rusia apoyaba a la población eslava local contra los otomanos. Solo en el siglo XVIII, Rusia y el Imperio otomano se habían enfrentado en cuatro guerras y una quinta estaba en pleno desarrollo desde 1806. Napoleón acordó en Tilsit dejarle vía libre a Rusia en los Balcanes, pero Alejandro se fue convenciendo poco a poco de que Francia no tenía ninguna intención de permitir que Rusia se expandiera por esta zona.
Un asunto de menor importancia –aunque también relevante para las relaciones personales entre los dos emperadores– fue el asunto del matrimonio de Napoleón con la princesa austriaca María Luisa. Ya en Erfurt, en 1808, Napoleón sugirió la posibilidad de reforzar la alianza franco-rusa a través de su matrimonio con la hermana de Alejandro. La familia real rusa era reacia a permitir que el «arribista corso» entrara en su círculo, por lo que pretextó distintas excusas para rechazar a Napoleón. La primera elección de este, la gran duquesa Catalina, fue rápidamente desposada con el duque de Oldemburgo, mientras que la emperatriz madre, María Fiódorovna, se opuso con dureza al casamiento con su otra hija, Ana, por quien Napoleón transmitió, también, una propuesta formal de matrimonio. Napoleón se tomó ambos rechazos como desprecios hacia su persona, lo que hizo que la desconfianza comenzara a prevalecer en sus relaciones con la corte rusa. Sin embargo, resulta interesante constatar que, cuando Napoleón desposó a la princesa austriaca, la corte petersburguesa mostró cierto resentimiento, debido a que dicha unión marcaba un acercamiento entre Francia y Austria y un declive de la influencia rusa.
En verano de 1811, Napoleón comenzó a preparar la «segunda campaña polaca», tal como él la llamaba, con la que intentaba asegurarse una rápida victoria sobre Rusia. La gigantesca Grande Armée, con más de 600 000 soldados y más de 1300 piezas de artillería de campaña, se concentró en tierras alemanas y polacas. Aproximadamente la mitad de sus efectivos se componían de tropas aliadas, como por ejemplo austriacos, prusianos, sajones, españoles, bávaros, polacos e italianos. Anticipándose a una guerra inevitable, Rusia y Francia buscaron aliados: ambas intentaron obtener el apoyo de Austria y de Prusia. Sin embargo, la presencia francesa en los Estados alemanes y la reciente derrota de Austria en 1809 no dejaron a estos dos países más opción que la del sometimiento a Napoleón.
La estrategia general de Napoleón en la guerra contemplaba el uso de Suecia y del Imperio otomano a modo de flancos extremos, pero no fue capaz de influir sobre ninguna de ambas potencias. Suecia, protegida por el mar y por la Royal Navy británica, formó una alianza con Rusia (abril de 1812) a cambio de la promesa de ayuda rusa para anexionarse Noruega, entonces en poder de Dinamarca. En lo que respecta a los otomanos, parecían ser un aliado natural para Napoleón, pero habían fracasado en su guerra con Rusia, que había dejado sus arcas vacías y sus ejércitos vencidos. En junio de 1812, Alejandro I consiguió un logro diplomático significativo cuando concretó el Tratado de Bucarest (26 de mayo) con los turcos.

LOS PREPARATIVOS DE LA LUCHA

El ejército de Napoleón se desplegó en tres grupos, desde Varsovia a Königsberg:
Flanco izquierdo
X Cuerpo, bajo el mando del mariscal Jacques Étienne Macdonald.
Grupo de ejércitos central
Ejército principal, bajo el mando directo de Napoleón
Guardia Imperial, bajo el mando de los mariscales François-Joseph Lefebvre (Vieja Guardia), Édouard Mortier (Joven Guardia) y Jean-Baptiste Bessières (Caballería de la Guardia)
I Cuerpo, bajo el mando del mariscal Louis-Nicolas Davout
II Cuerpo, bajo el mando del mariscal Nicolas-Charles Oudinot
III Cuerpo, bajo el mando del mariscal Michel Ney
I Cuerpo de Caballería de Reserva, bajo el mando del mariscal Étienne Nansouty
II Cuerpo de Caballería de Reserva, bajo el mando del mariscal Louis-Pierre Montbrun
Ejército de Italia, bajo el mando del príncipe Eugenio de Beauharnais
IV Cuerpo, bajo el mando del príncipe Eugenio de Beauharnais
VI Cuerpo, bajo el mando del mariscal Laurent Gouvion de Saint-Cyr
III Cuerpo de Caballería de Reserva, bajo el mando del general Emmanuel Grouchy
Segundo Ejército de Apoyo, bajo el mando de Jerónimo Bonaparte, rey de Westfalia
V Cuerpo, bajo el mando del general Józef Poniatowski
VII Cuerpo, bajo el mando del general Jean-Louis Reynier
VIII Cuerpo, bajo el mando del rey Jerónimo y del general Dominique Vandamme
IV Cuerpo de Caballería de Reserva, bajo el mando del general Marie Victor Latour-Maubourg
Flanco derecho
Cuerpo austriaco bajo el mando del príncipe Karl Philip Schwarzenberg
Reservas en la segunda y tercera líneas
IX Cuerpo, bajo el mando del mariscal Claude-Victor Perrin
XI Cuerpo, bajo el mando del mariscal Pierre François Charles Augereau
La estrategia de Napoleón era sencilla y recordaba la de sus primeras campañas. Mientras mantenía al enemigo ignorante de los objetivos exactos de su ejército, plane...

Índice

  1. Cubierta
  2. Título
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Nota del autor
  6. Prefacio
  7. Agradecimientos
  8. Capítulo 1. Contexto
  9. Capítulo 2. Crónica de la campaña
  10. Capítulo 3. Consecuencias de la batalla
  11. Apéndice. Orden de batalla
  12. Glosario
  13. Bibliografía
  14. Imágenes