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La Guerra de los Treinta Años II
Una tragedia europea (1630-1648)
- 608 páginas
- Spanish
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La Guerra de los Treinta Años II
Una tragedia europea (1630-1648)
Descripción del libro
La Guerra de los Treinta Años desgarró el corazón de Europa entre 1618 y 1648: una cuarta parte de la población alemana murió entre violencias, hambrunas y pestes, regiones enteras de Europa central fueron devastadas en un incesante recorrer de ejércitos, y muchas tardaron décadas en recuperarse. Todas las grandes potencias europeas del momento estuvieron involucradas en un conflicto que desbordó las líneas marcadas por la fe, con l
a pugna entre los Habsburgo y los Borbones dirimiendo el comienzo del ocaso de una gran potencia, la España imperial, contestada por la pujante Francia. El libro de Peter Wilson es la primera historia completa de la Guerra de los Treinta Años que se alumbra desde hace más de una generación, en un relato brillante y fascinante, de unos años de acero que definieron después de la Paz de Westfalia el escenario europeo hasta la Revolución francesa. La gran fortaleza de
La Guerra de los Treinta Años. Una tragedia europea
es que permite aprehender los motivos que empujaron a los diferentes gobernantes a apostar el futuro de sus países con tan catastróficos resultados.
Wallenstein, Fernando II, Gustavo Adolfo, Richelieu u Olivares, personajes fascinantes, están aquí presentes, como también lo está la terrible experiencia de los soldados y civiles anónimos, que trataron desesperadamente de mantener vida y dignidad en circunstancias imposibles.
El segundo volumen de La Guerra de los Treinta Años. Una tragedia europea, abarca las fases sueca y francesa del conflicto. Wilson expone la intervención de Gustavo Adolfo con rigor y análisis crítico, sin concesiones a la propaganda del León del Norte. Del éxito de Breitenfeld nos conduce a su duelo contra Wallenstein y a su muerte en Lützen. Sigue un capítulo que abarca la caída del generalísimo de Fernando II y l a decisiva intervención española que condujo a Nördlingen. Este segundo tomo incluye, asimismo, un relato pormenorizado de las campañas y batallas de la fase final del conflicto: las luchas de Bernardo de Sajonia-Weimar en el Rin, los triunfos suecos en la segunda batalla de Breitenfeld y en Jankau, las campañas de Enghien y Turenne contra Baviera y la lucha en los Países Bajos Españoles, con Rocroi como punto álgido. No falta una descripción analítica de las negociaciones y las consecuencias de la Paz de Westfalia, uno de los hitos de la historia de las relaciones internacionales. Wilson tampoco descuida la necesaria vertiente humana: en los capítulos finales aborda la escalofriante devastación y el sufrimiento que se abatieron sobre aquellos a quienes atrapó el conflicto.
Ganador del Society for Military History Distinguished Book Award 2011
El segundo volumen de La Guerra de los Treinta Años. Una tragedia europea, abarca las fases sueca y francesa del conflicto. Wilson expone la intervención de Gustavo Adolfo con rigor y análisis crítico, sin concesiones a la propaganda del León del Norte. Del éxito de Breitenfeld nos conduce a su duelo contra Wallenstein y a su muerte en Lützen. Sigue un capítulo que abarca la caída del generalísimo de Fernando II y l a decisiva intervención española que condujo a Nördlingen. Este segundo tomo incluye, asimismo, un relato pormenorizado de las campañas y batallas de la fase final del conflicto: las luchas de Bernardo de Sajonia-Weimar en el Rin, los triunfos suecos en la segunda batalla de Breitenfeld y en Jankau, las campañas de Enghien y Turenne contra Baviera y la lucha en los Países Bajos Españoles, con Rocroi como punto álgido. No falta una descripción analítica de las negociaciones y las consecuencias de la Paz de Westfalia, uno de los hitos de la historia de las relaciones internacionales. Wilson tampoco descuida la necesaria vertiente humana: en los capítulos finales aborda la escalofriante devastación y el sufrimiento que se abatieron sobre aquellos a quienes atrapó el conflicto.
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Información
CAPÍTULO 1
El León del Norte, 1630-1632
INTERVENCIÓN SUECA
La preparación sueca
Pocos podrían haber predicho que el desembarco de Gustavo Adolfo en Usedom, frente a la costa pomerana, el 6 de julio de 1630 prolongaría la guerra otros dieciocho años. Suecia tenía la competencia técnica y los efectivos necesarios para su invasión, pero no los recursos para sostenerla. Gustavo Adolfo estaba apostando el destino de su país a la posibilidad de triunfar donde Cristian de Dinamarca había fracasado y en marchar hacia el sur desde su cabeza de puente. Los 80 000 hombres sujetos a conscripción desde 1621 representaban ya una merma considerable de la población sueca. En 1630 había 43 000 suecos y finlandeses en el ejército y la marina, además de otros 30 000 mercenarios, pero no había dinero. Los 4000 jinetes de caballería presentes todavía en Prusia se negaron a ponerse en marcha hasta recibir las pagas atrasadas de los últimos dieciséis meses. Gustavo Adolfo y Oxenstierna calculaban que necesitaban unos 75 000 hombres para conquistar la costa septentrional alemana, y otros 37 000 para proteger los dominios suecos. Planearon atacar con 46 000 hombres, pero la falta de transporte redujo esta cantidad a 13 600, que se unieron a los 5000 que ya estaban en Stralsund. En verano llegó una segunda oleada de 7000 efectivos, a los que se unieron también algunos reclutas alemanes, pero incluso en noviembre, el ejército apenas alcanzaba los 29 000 hombres, de los que una tercera parte estaban enfermos.1
Eran más efectivos de los que Gustavo Adolfo había mandado hasta entonces, pero si con anterioridad se había enfrentado a los polacos en superioridad numérica, ahora se enfrentaba a 50 000 hombres de las tropas imperiales y de la Liga en el norte de Alemania, y a unos 30 000 más en el oeste y el sur. Incluso sin Wallenstein y en las deficientes condiciones en las que se hallaban, constituían un formidable oponente. Esta disparidad ayuda a explicar por qué, aunque preocupados, el emperador y los electores reunidos en Ratisbona no estaban excesivamente alarmados ante su llegada. Gustavo Adolfo estaba todavía por alcanzar la fama, y esta ha nublado el hecho de que estaba asumiendo un gran riesgo. La gran sucesión de victorias conseguidas desde septiembre de 1631 sugiere que el éxito era inevitable, y ha llevado a muchos historiadores militares a concluir que el ejército sueco era inherentemente superior. No cabe duda de que la moral era alta. Para los suecos y los finlandeses, acostumbrados a las duras condiciones del teatro de operaciones polaco, Alemania les parecía la tierra de la abundancia, a pesar de los doce años de guerra. Los contingentes finlandeses y escoceses tenían ya una temible reputación. Los relatos de viajeros sobre los extraños escandinavos habían despertado un interés que continuó creciendo una vez Gustavo Adolfo hubo desembarcado. Los archivos de Hamburgo hablan de un contingente de feroces lapones montados en renos. A los finlandeses se les conocía como «Hackapells»,* por su grito de guerra «¡Segadlos!». Se decía que poseían poderes mágicos para alterar el clima, o para cruzar los ríos sin necesidad de utilizar vados. Gustavo Adolfo se aprovechó de esto y siempre llevó en sus apariciones un destacamento de caballería finlandesa, además de a la por igual exótica infantería escocesa. Su propaganda afirmaba que sus hombres estaban acostumbrados al frío, que nunca se amotinaban ni salían corriendo, que subsistían con raciones mínimas y que trabajaban hasta derrumbarse.2
Gustavo Adolfo todavía tenía que enfrentarse a un oponente «occidental». Su reorganización y tácticas se habían desarrollado para combatir a los polacos, contra los que el éxito había sido irregular. No fue un innovador, sino que se aprovechó de prácticas ya existentes, en especial de las neerlandesas.3 La de Kircholm (1605) y otras derrotas a manos de los polacos llevaron a los suecos a combinar infantería, caballería y artillería en un apoyo cercano mutuo. Las célebres piezas de artillería ligera de cuero diseñadas para acompañar a la infantería no eran nuevas, ya existían desde el siglo XIV. Tampoco es que hubieran sido particularmente exitosas, por lo que se abandonaron a partir de 1626 a favor de cañones de bronce más duraderos montados en cureñas ligeras con un peso total de unos 280 kilos y que disparaban una bala de entre 1,5 y 2 kilos a unos 800 metros de distancia. Estos cañones los podían arrastrar tres hombres o un caballo y mantener el ritmo de marcha de la infantería, lo que incrementaba su potencia de fuego.4 La infantería se desplegaba en brigadas de entre tres y cuatro unidades (llamadas escuadrones) de cuatrocientos hombres cada una, integradas por piqueros y tiradores, que formaban en cuadros escalonados con el objeto de prestarse apoyo mutuo. También se enviaban destacamentos de mosqueteros en apoyo de la caballería, acompañados también en ocasiones por cañones ligeros. Autores posteriores hacen hincapié en la velocidad y la decisión, aunque en realidad estas tácticas eran defensivas, desarrolladas para repeler a la superior caballería polaca. Los destacamentos de mosqueteros debían ayudar a la caballería a romper el ataque enemigo mediante la potencia de fuego y solo entonces replicaría la caballería con una contracarga. Ya en 1631 la infantería estaba adiestrada para disparar en salvas o en una descarga general concebida para maximizar el impacto psicológico sobre el enemigo antes de iniciar el contraataque. Las formaciones de caballería e infantería se adelgazaron a solo seis hileras, para incrementar la potencia de fuego y extender su frente a fin de evitar intentos de flanqueo. La mayoría de estas tácticas todavía no habían sido probadas y los suecos llegaron a Alemania después de haber sido derrotados en Stuhm, su último enfrentamiento de importancia.
Estrategia y objetivos
La retrospectiva distorsiona también la evaluación de la estrategia sueca y de sus objetivos. El principal biógrafo de Gustavo Adolfo presenta la expansión sueca por Alemania como una maniobra que siguió fases planeadas con mucho cuidado y que pretendían culminar en una invasión de las tierras hereditarias de los Habsburgo. Pero la realidad es que el rey desembarcó con un mapa que se prolongaba solo hasta la frontera sajona, y cuando llegó allí tuvo que ordenar a sus cartógrafos que confeccionasen uno nuevo que cubriese el territorio que se extendía más al sur.5
Los propósitos también fueron improvisados. Sin duda, hacía tiempo que Gustavo Adolfo se había resuelto a ir a la guerra, de modo que ignoró de forma deliberada cualquier posibilidad de evitarla. Se consideró llevar a cabo la intervención en Alemania en 1627, cuando Oxenstierna logró persuadir al rey para que cerrase primero la cuestión polaca mediante la apertura en febrero de unas negociaciones que concluyeron con la Tregua de Altmark. Se enviaron dignatarios a la conferencia de Lübeck, pero no se les permitió participar debido a que Suecia no era parte en la guerra que libraba Dinamarca con el emperador. No obstante, Dinamarca buscó la mejora de las relaciones sueco-imperiales y el emperador envió representantes a Danzig en abril de 1630. Suecia se mostró dispuesta a hablar con la intención de forzar a Francia a mejorar los términos de la alianza ofrecida, así como para demostrar su supuesta voluntad de alcanzar la paz. De hecho, Oxenstierna había hablado ya abiertamente de «la campaña venidera» al embajador inglés, sir Thomas Roe, en enero de 1630.6 El Consejo de Estado acordó, vacilante, una guerra ofensiva en abril, y aceptó la exigencia de Gustavo Adolfo según la cual era necesario vengar la humillación sufrida por sus dignatarios en Lübeck. El rey dio largas también a los daneses y al emperador con diversas excusas para retrasar las conversaciones de Danzig antes de presentar unas demandas del todo inaceptables, en junio, que asegurasen una negativa justo antes de que sus tropas desembarcasen.
Gustavo Adolfo esperaba que el emperador se retirase del norte de Alemania sin que él tuviese que evacuar Stralsund. Lo que pudiese querer más allá de esta cuestión sigue siendo todavía una mera conjetura, ya que nunca entregó a Fernando unos términos precisos. Las declaraciones públicas, como su famoso manifiesto, no eran demandas debidamente sustanciadas sino propaganda encaminada a justificar la intervención. Escrito por Salvius y publicado en alemán y latín en Stralsund en junio de 1630, se imprimieron veintitrés ediciones del manifiesto en cinco lenguas antes de que el año llegase a su fin. Había pequeñas diferencias, aunque significativas, entre las distintas versiones, lo que reflejaba la manera en que Suecia deseaba presentarse a sí misma ante los diferentes países. Gustavo Adolfo y Oxenstierna efectuaban declaraciones contradictorias según cuál fuese su audiencia y se cuidaban de no comprometerse. Las ideas se presentaban, a menudo, en un modo jocoso en apariencia, a fin de alarmar o tantear la reacción de aliados y enemigos, como la sugerencia de que Luis XIII podría convertirse en emperador y Richelieu en papa.7 Las motivaciones económicas percibidas por algunos historiadores posteriores son difíciles de encontrar. Se hicieron pocos esfuerzos por integrar las conquistas alemanas en un mercado bajo control sueco.8
El protestantismo se destacó en la propaganda doméstica, pero se omitió del manifiesto debido a que la intervención debía presentarse como confesionalmente neutral para no enemistarse con Francia. Tras las decepciones de Federico V y Cristian IV, los militantes protestantes depositaron sus esperanzas en Gustavo Adolfo como su nuevo salvador. Un panfleto impreso poco después de su desembarco muestra cómo el rey posa heroico, con la armadura completa, mientras sus tropas desembarcan en Pomerania. Asimismo, la mano de Dios sale de una nube para darle la espada de la justicia divina con la que podrá aniquilar a la tiranía católica. Muchos católicos lo creyeron. La abadesa Juliane Ernst del convento de Santa Úrsula, en Villingen, estaba convencida de que el duque de Wurtemberg y otros príncipes protestantes habían invitado a Gustavo Adolfo «para que les ayudase a recuperar de nuevo los monasterios».9 No era esto lo que pretendía Gustavo Adolfo. Oxenstierna admitiría con posterioridad que la religión era un mero pretexto, mientras que Gustavo Adolfo declaró que de haber sido esa la causa entonces le hubiese declarado la guerra al papa.
El primer motivo verdadero declarado en público fue el de la «seguridad» (Assecuratio). Todas las amenazas citadas en el manifiesto se estaban desvaneciendo: la marina imperial se había retirado a puerto; Fernando se había mostrado proclive a dialogar y estaba en proceso de cesar a Wallenstein y de reducir su ejército. Lo que Gustavo Adolfo quería era cerciorarse de que el emperador no volviera a estar nunca más en posición de suponer, de nuevo, un peligro. De este modo, la seguridad sueca residía en una revisión de la constitución para neutralizar al emperador, y revertir el flamante resurgir del poder de los Habsburgo, en especial en el norte de Alemania. Los detalles fueron cambiando con la naturaleza y extensión de la involucración sueca. En un inicio, Gustavo Adolfo se abstuvo de criticar a Fernando y no declaró la guerra.
En su lugar, la intervención se presentó con el argumento humanista de asistencia a los reprimidos. Esta era una posición en extremo débil, ya que a pesar de todos los esfuerzos de sus enviados, Gustavo Adolfo no logró persuadir a ningún otro alemán más que a los habitantes de Stralsund para que solicitasen su ayuda.10 Su pretensión ante la dieta sueca de que existía un estado de guerra desde el ataque deliberado de Arnim a Stralsund ocultaba que sus enviados habían obligado al consejo de la ciudad a solicitar ayuda en primer lugar.
Para contrarrestar la declaración de Fernando de que se trataba de una agresión no provocada, Gustavo Adolfo se convirtió en el campeón de las libertades alemanas. La propaganda sueca desarrolló la idea de que el equilibrio interno del Imperio era esencial para la paz europea. De este modo, Suecia actuaba en aras del mayor interés para Europa, con la pretensión de restaurar la constitución imperial a su estado «apropiado». Pagaban con generosidad a los escritores alemanes con el fin de articular este concepto. El más influyente era Bogislav Philipp von Chemnitz, más conocido por su seudónimo Hippolithus a Lapide. Su acceso a documentos confidenciales suecos hace que su historia de los acontecimientos a partir de 1630 siga siendo valiosa aún hoy día. Sin embargo, su interpretación de la constitución era deliberadamente parcial; el Imperio se presentaba como una aristocracia en la que el emperador apenas era un primero entre iguales. No sorprende, por tanto, que su libro fuese prohibido y quemado como símbolo por el verdugo de Fernando.11
Los suecos eran mucho más reticentes en relación a su segundo objetivo, el de la «satisfacción» (Satisfactio), o recompensa por sus nobles esfuerzos. Estas ambiciones territoriales estaban presentes desde el principio, aunque su alcance variase con los éxitos militares. Tan pronto como abandonaron los imperiales el sitio de Stralsund, Oxenstierna renegoció la posición de Suecia en dicha localidad y la convirtió en un protectorado formal. En mayo de 1630, el Consejo de Estado decidió conservar la ciudad de modo indefinido. Tras haber desembarcado en julio, Gustavo Adolfo marchó a Stettin y le comunicó al duque Bogislav, sin descendientes, que Pomerania era suya por derecho de conquista. Esta pretensión descansaba en el reciente y provechoso libro de Hugo Grocio que implicaba que los suecos podían hacer lo que deseasen ya que trataban a la gente conquistada con humanidad.12 Gustavo Adolfo le dijo a Bogislav que aceptase en su lugar una alianza como muestra de un favor especial. El duque capituló el 20 de julio y aceptó el control sueco de su ducado y de las tasas e impuestos marítimos. El...
Índice
- Cubierta
- Título
- Créditos
- Índice
- Part 3. Una guerra general
- 1 El León del Norte
- 2 Sin Gustavo Adolfo
- 3 Por la libertad de Alemania
- 4 El punto culminante de los Habsburgo
- 5 En la cuerda floja
- 6 Presión para negociar
- 7 Guerra o paz
- Parte 4. Consecuencias
- 8 El acuerdo de Westfalia
- 9 El coste humano y material
- 10 La experiencia de la guerra
- Bibliografía