El derrumbe del modelo
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El derrumbe del modelo

La crisis de la economía de mercado en el Chile contemporáneo

Alberto Mayol

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La crisis de la economía de mercado en el Chile contemporáneo

Alberto Mayol

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En este libro el sociólogo Aberto Mayol nos invita a reflexionar sobre las señales inequívocas del malestar ciudadano que acusan una crisis de legitimidad del modelo económico chileno. Con original perspectiva, y fundado en un sólido aparato crítico, fáctico y estadístico, desmitifica pormenorizadamente el triunfalismo que el modelo neoliberal ha instalado por años en nuestro país y ha exportado como receta infalible de desarrollo económico y social.Desigualdad, endeudamiento, desprotección son algunos ejes críticos del descontento que se manifiesta en las calles como una huella inconfundible de descomposición.Concluye el autor, "el modelo de economía social de mercado se resquebrajó solo, no vimos venir su caída.De hecho, fue al contrario, todo parecía indicar al arribo de su apoteosis. Hoy vemos en las aceras sus residuos y resuena en nuestra mente el fantasma, tantas veces escondido en Chile, de la democracia. La caída del modelo es un asunto ante todo político.El Chile actual está marcado por el cuestionamiento al lucro y a su padre fundador: la sociedad de mercado. Cuando todo parecía dicho, apareció el espíritu de la historia y devastó el territorio de los exitosos dominantes, ofreciendo una nueva posibilidad a la igualdad". Las movilizaciones estudiantiles lo expresaron bajo la consigna "no al lucro". Una década después, el gran estallido social de octubre 2019 se encargó de ratificarlo y, a la vez, puso de manifiesto la lucidez y vigencia de este libro.

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Información

Año
2020
ISBN
9789563247886

Capítulo 1: 
Sobre la estética de los derrumbes

Los procesos históricos se toman su tiempo. No demasiado, pero se lo toman. Cuando decimos que con la toma de la Bastilla comenzó la modernidad, resulta evidente que al día siguiente de la toma no apareció la modernidad con todas las calles, en las asambleas, en las instituciones, ni mucho menos. Muchas veces pareciera que un proceso histórico se consolida y se aborta al mismo tiempo, que los avances son lentos y erráticos. Y es que en tiempos cortos la historia parece ir y venir. Pero al final va. O viene, según sea el caso. 
Chile vivió un proceso de transformación muy importante durante el año 2011. El movimiento estudiantil avanzó hacia la impugnación de las condiciones estructurales de funcionamiento de la sociedad chilena en los años de libre mercado (1974 a la fecha). Su cuestionamiento logró desde agosto niveles inusitados de aprobación (el movimiento llegó a tener 89% de aprobación según la encuesta del Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea). Y además el movimiento mostró grandes niveles de compromiso. El movimiento estudiantil cambió el clima sociopolítico de Chile y derivó en un proceso que los chilenos hemos ido viviendo con estupor, miedo o esperanza, según sea el caso. Algunos han optado por la negación, por hacer ver que aquí no pasa nada. Son los menos, pero son la clase política, amenazada de convertirse en anacrónica por las movilizaciones. Pero es evidente que algo importante ha acontecido. La pregunta es obvia: ¿qué es lo que está pasando? ¿Cuál es la intensidad de eso que está pasando?
Este libro defiende una tesis sencilla. El modelo económico que Chile aplicó desde la dictadura a la fecha no perdió solamente confianza y credibilidad. No es solo que hoy viva una crisis de legitimidad. El modelo económico chileno se derrumbó precisamente en la medida en que su relación con la sociedad demostró ineficiencia sistemáticamente hasta horadar los fundamentos de la legitimidad. Por supuesto, el modelo económico ha sido también modelo de sociedad y, en tanto tal, hay seducciones y estilos de vida que no se cambian de un día a otro. Pero el movimiento estudiantil desnudó el corazón del modelo y del malestar social que nebulosamente él producía. Ese malestar carecía de iluminación, no de existencia.
Hoy estamos viviendo el derrumbe de un modelo económico intensivo en libertad de mercado y en sus expresiones de individualismo a nivel conductual. Hoy habitamos en el proceso en que el desplome se produce, pero no vemos más allá de las apariciones estéticas de ese derrumbe. No podemos presenciar de un momento a otro el cese de los latidos del corazón de un modelo de sociedad. Solo podemos apreciar las expresiones cotidianas de la transformación. El año 2011 modificó el escenario radicalmente. El gobierno de Sebastián Piñera había llegado al poder para instalar los últimos ajustes de un modelo económico basado en la empresa donde el clímax llegaría cuando la Presidencia de la República estuviese justamente en manos de los promotores del modelo: la derecha y el empresariado. Piñera llegó a ese momento de consolidación. Y todo indicaba que podría avanzar hasta el final de ese camino: el 2010 lo sorprendió un terremoto y los treinta y tres mineros atrapados en una mina en las proximidades de Copiapó. Dos tragedias que eran una oportunidad. El terremoto era la ocasión para demostrar la nueva forma de gobernar, pero no lo hizo. La crisis de los mineros, en cambio, permitió al gobierno elevarse hasta las mayores alturas. El país de entonces no estaba en condiciones que politizar los temas y de plantear debates significativos, a tal punto que el accidente de los mineros no fue analizado desde la perspectiva de las condiciones laborales de los trabajadores chilenos. Cuando mucho, despolitizadamente, se criticó a los dueños de esa mina en particular. Como lo grafican las decisiones tomadas por el presidente Sebastián Piñera y el ministro de Minería, Laurence Golborne, toda la atención y todo el foco de transmisión mediática se concentró en la mina San José. El país era un cúmulo de espectadores, no un conjunto de problemas semejantes a aquel. 
La gran crisis política del 2010 terminaría siendo el “asunto Bielsa”, cuando se atribuye la acción de la presidencia del país (o al menos del gobierno) en la derrota electoral del exitoso presidente de la ANFP Harold Mayne-Nicholls y, como consecuencia (o como causa), en la salida de la selección del director técnico argentino Marcelo Bielsa. El problema le costó diez puntos de aprobación a Piñera y marcó el origen de un descenso que no cesaría en el tiempo. Y aunque Bielsa fue enfático en politizar sus conductas, de igual modo todavía vemos que el 2010 está marcado por la despolitización y por la reiteración de los códigos de los últimos años, donde los problemas eran vistos siempre en su especificidad y nunca en su generalidad. El año 2011, en cambio, terminó con las modificaciones a la legislación electoral, permitiendo la inscripción automática y el voto voluntario. También vimos incipientes discusiones sobre reforma tributaria y una discusión acalorada sobre el presupuesto nacional en referencia a la educación. Terminamos hablando de educación gratuita, de la necesidad de terminar con el binominal, de la discriminación a las empleadas domésticas, de la colusión en el mercado, del abuso en los créditos del retail, de la crisis de las instituciones y con el gobierno (de empresarios) acorralando y persiguiendo empresarios. Esta transformación solo puede medirse en grados Richter y, de ser así, necesariamente hablaríamos de una liberación de energía enorme. Pero esto no se detuvo: el 2012 lo comenzamos hablando de todo lo anterior y más, agregándose la discriminación de los homosexuales, la crítica a los centros comerciales sin respetar las ciudades, la indispensable regionalización de Chile (crisis en Aysén y Calama, entre las más conocidas, aunque hay muchas otras). Y a todo esto se suma que el gobierno de derecha decidió estatizar los créditos educacionales y propuso una reforma tributaria que, sin ser la más socialista de las obras humanas, es ciertamente menos hija del modelo que su versión anterior. 
Todo esto es simplemente para decir que el Chile de 2010, para el rescate minero, no tiene nada que ver con el Chile de mayo de 2012. Y todo esto sirve para decir que esencialmente esa transformación está marcada por la imposibilidad del modelo económico y de sociedad vigente para incorporar todas estas demandas sin desnaturalizarse. 
Lo cierto es que el modelo se derrumba. Simplemente levántese y observe cada día el periódico. Durante muchos años el Chile que veíamos dependía del periódico que leíamos. Hoy da lo mismo, no porque los medios de siempre no hagan nada por contrarrestar la realidad, sino porque ella es abismante. El gobierno de los empresarios persigue empresarios, los amenaza con sanciones, saca a los bancos de la educación, instala en agenda la reforma tributaria, cancela inversiones aprobadas por el procedimiento burocrático para hacer un gesto al ambientalismo. El gobierno de Sebastián Piñera, hombre con muchos defectos pero jamás cobarde, retrocede con evidencia. La prensa de Wall Street lo acusa precisamente de ello en una editorial muy interesante titulada “La advertencia de Chile para Estados Unidos” escrita por Mary Anastasia O’Grady, periodista que se asombra de que el gobierno de Sebastián Piñera se haya puesto a la defensiva con el movimiento estudiantil. Agrega que, siendo Chile uno de los ejemplos favoritos de las reformas liberales, cabe pensar en una advertencia para el país del libre mercado, pues la explicación residiría en la lucha por el poder de las ideas, donde los intelectuales de la derecha están perdiendo: la respuesta “podría encontrarse en el ambiente político e intelectual de Chile, el cual está desesperadamente carente de voces que defiendan la moralidad del mercado y la santidad de los derechos individuales”, pues “en vez de luchar contra esta invitación a la tiranía, la derecha a menudo le cede la supremacía moral a quienes la proponen. Piñera es uno de los culpables. Sus tibias medidas de respuesta, diseñadas para satisfacer a los elementos moderados de las brigadas igualitarias, están socavando la libertad chilena. También están socavando su poder al hacerlo ver débil e incompetente”14. Posteriormente la periodista agrega que la tendencia de Piñera ha sido retroceder, pues la “defensa de la libertad” no es su fuerte. El mensaje es poderoso, es una editorial de la prensa de Wall Street, donde tipos como Piñera son hijos predilectos. Pero obviamente la estatización de los créditos estudiantiles, la suspensión de una central termoeléctrica, los cambios que el Sernac financiero ha implicado, la reforma tributaria, todos ellos (y son solo algunos) son síntomas de un líder que se rinde ante las ideas ajenas y que prefiere gobernar con la paz coyuntural del enemigo que con el cariño y la lealtad de sus amigos. 
La crítica a Piñera es injusta, en cierto porcentaje al menos. Su torpeza y sus errores han sido ya conocidos por la prensa nacional y mundial, pero, aunque ellos son importantes en haber otorgado mayor velocidad al proceso que estamos viviendo, no es menos cierto que dicho proceso es mucho más profundo. El proceso que vive Chile no es causado por Piñera ni por el movimiento estudiantil, siendo ambos los catalizadores de aquel. Pero la profundidad reside en otro sitio, muy diferente. El modelo se derrumbó por una crisis de malestar social, una crisis que tiene una cara en la subjetividad (insatisfacción con la vida que permite o impide el modelo) y que tiene otra en la crisis de eficiencia del modelo para hacerse cargo de sus propios defectos de mercado y de su fracasada intromisión en las prestaciones sociales (educación, salud, pensiones), donde sus resultados son paupérrimos. El modelo se derrumbó porque produjo malestar y porque es ineficiente socialmente; es esa la simple verdad. Y cuando ello fue público y notorio, solo quedaba botar bebé y agua por la bañera. Y a Piñera le ha tocado ser el chivo expiatorio de esta historia. Lo persigue desde siempre un sino de bufón trágico, otorgándole siempre los dioses todo el dinero y privándolo del poder. La gran ironía de su triunfo electoral (que parecía darle al fin el poder) terminó en ópera bufa, en drama ridículo, cuando el presidente Piñera se quedó en La Moneda y dejó de gobernar al mismo tiempo, por agosto de 2011. Desde entonces se desplaza espasmódicamente frente a las cámaras de un país que ya no puede gobernar, con su primo vocero tratando de salvar la dignidad de la familia. 
A Piñera se le ha muerto el modelo en las manos. La Concertación acusa, con la certeza que supone quien sabe de estar muerto, que era evidente que el modelo tenía defectos relevantes y que, si no hubiese sido por ellos y sus prudencias para no radicalizar el modelo, entonces este habría muerto con anterioridad. Lo dice Tironi con tanta claridad que asombra (y asusta) a la vez. Es cuestión de revisar su columna publicada el 16 de abril de 2012 en El Mercurio15. Dice Tironi que aquellos que están derrumbando (hoy) el modelo son los mismos que lo crearon (la derecha), que son ellos los que han establecido menos lucro en educación, más regulaciones bancarias, menos libertad de elegir en salud, más Codelco, menos regulación de mercado de la energía y más Estado, más impuestos, más beneficios a la clase media (cuestionando la focalización del gasto), en fin. Dice Tironi: “el modelo está desbordado” y, sin embargo, quienes hoy gobiernan son los que rasgaron vestiduras durante los gobiernos de la Concertación, acusándola de haber avanzado tímidamente con el modelo, de haber instaurado un exceso de regulaciones que supuestamente le hacían peor a las personas. 
Tiene razón Tironi: durante los gobiernos de la Concertación la derecha estuvo más con las doctrinas de Büchi16, quien es considerado hoy un paria excéntrico dentro de su coalición. Pero todo esto lo dice Tironi para poder afirmar que la culpa no era de la Concertación (así se llama la columna, de hecho, aunque sacó la palabra culpa y dejó simplemente “no era la Concertación”), que ella con sus reparos y timidez permitió que el modelo existiera más tiempo. No obstante, aunque ello es cierto, se olvida de una consecuencia precisa. No solo fue eso lo que hizo la Concertación, sino que fue uno de sus fundamentos, el sentido de su actuar: mantener el modelo, profundizarlo con un maquillaje social. Y, mientras más maquillaje (presidentes cada vez más socialistas), mejor. El pacto transicional tenía como uno de sus pilares la defensa del modelo. El proceso vivido desde 1988 con el triunfo del plebiscito por parte de la Concertación se caracterizó por una crítica moral a los temas de derechos humanos y una complaciente aceptación, creciente en los años, del modelo económico de libre mercado. Alejandro Foxley, ministro de Hacienda de Patricio Aylwin, reconoció la labor de Hernán Büchi y marcó la pauta de una herencia recibida con placer y convicción. Este proceso fue también creciente: el último ministro de Hacienda de la Concertación probablemente fue el más ortodoxo seguidor del modelo. Andrés Velasco, quien además fue artífice del fallido proyecto del Transantiago, que demostró las asperezas de nuestro modelo económico cuando se trata de construir políticas públicas donde es necesario generar prestaciones sociales relevantes para la sociedad.
Como muchos otros esfuerzos desde el modelo, el Transantiago fracasó. Las políticas de transporte, de modo muy diferente a otros proyectos públicos, son intensivas en información inmediata respecto a su fracaso (una reforma educacional o de salud no se puede evaluar racionalmente hasta muchos años después). Y por eso supimos en pocos días que el proyecto era un desastre. Aunque las autoridades quisieron ocultar el problema, las sospechas fueron seguidas de evidencias y estas se tornaron innegables. Velasco quiso hacer un sistema que no generara gastos concurrentes para el Estado, un sistema rentable, en definitiva. El sistema rentable supuso ausencia de inversión en las calles y en vehículos. Y sin calles y sin vehículos no hay sistema de transportes, claro está. 
Pues bien, lo que olvida entonces Tironi es que la Concertación no solo defendió el modelo, sino que es parte de él. El modelo económico chileno se fundamenta políticamente en la lógica transicional, que lo sustenta en sus precariedades. Y dado que el derrumbe del modelo se produjo ante todo en su legitimidad, son las variables políticas de este las que están más afectadas. Tan claro es esto que la primera víctima visible del desplome del modelo es precisamente la Concertación. Y hoy, apenas superando la barrera del diez por ciento de aprobación, esta coalición porfía con la realidad, intentando señalar que aún está viva y que de ella algo puede emerger. Pero su muerte es definitiva. Y es justamente porque Tironi tiene razón, porque la culpa entonces no era de la Concertación, sino todo lo contrario. Era ella la que sostuvo el modelo; este no existía solo con la derecha. Fue la Concertación la que entregó las llaves del reino y por eso califica hoy como la primera víctima visible, el primer caído en el campo de batalla, aunque nunca fue a la guerra y operó solo de doble espía.
¿Cómo se derrumba un modelo económico? Por cierto, no se publica en el diario, menos en los que se editan en Chile. Las personas se derrumban por crisis emocionales, por problemas en la política interna de sus vidas (en el trabajo, en el hogar, con las amistades) o por carestía económica o cesación de pagos. Los países también se derrumban: una derrota bélica, una división territorial, el hambre, la cesación de pagos, una guerra civil, una crisis de integración social y política. Los fenómenos, tanto a nivel de personas como de países, son más o menos visibles. Pero un modelo económico tiene un derrumbe más difícil de apreciar a simple vista. 
Un modelo económico es simplemente una manera de articular las relaciones de inversión, producción y consumo. Necesariamente ha de tener un vínculo con un orden social en su totalidad, del que es parte y configurador. Sin embargo, un modelo económico radicalizado en sus fundamentos tenderá a imprimir sus lógicas en todo el orden social. Ese es el caso de lo acontecido en Chile. Configurada nuestra sociedad como una de las economías más abiertas del mundo, con un énfasis interno en construir mercados por doquier, con un modelo de contratación del trabajo basado en la precariedad del trabajador, con una economía exportadora de materias primas que asumió no ofrecer valor agregado (y que asumió, por tanto, la carencia de ciudadanos económicos internalizando la idea de que la única fuente de riqueza es la naturaleza y, en consecuencia, que asumió no tener en la educación un factor del desarrollo), con una radical mercantilización del ser humano, de la tierra y con un énfasis brutal en lograr transformar toda actividad económica en actividad financiera y bursátil; con todo ello, era obvio que la rearticulación de la sociedad toda pasaría por la economía. El modelo de economía se transformó en el modelo de sociedad. 
La enfermedad ha llegado muy lejos. Quienes defienden el modelo ven la economía de mercado en cada objeto del planeta, en cada relación social. El abogado José Francisco García, formado en doctorado en la Universidad de Chicago y heredero de la ruta libremercadista de dicha formación, señala “que el pensamiento de Chicago implica que debe haber libertad en todos los mercados, el económico, el político y el de los afectos”17. He aquí la hipertrofia que produce, fomenta y observa la visión libremercadista respecto a los mercados. Se encuentran convencidos de que cada relación es un mercado que se autorregula y que se le debe permitir que acontezca ese proceso. El tronco de la sociedad es el mercado; su forma imprime la de todo lo demás. Y ello vale desde los plátanos hasta el amor. Pues bien, entonces debemos distinguir entre los derrumbes de modelos económicos que no han permeado el modelo de sociedad y el derrumbe de los modelos económicos que sí se han articulado como modelos de sociedad. Ambas caídas de modelos son diferentes. 
En este sentido, un derrumbe de un modelo que no se ha proyectado como modelo de sociedad consistirá sencillamente en una crisis operacional, esto es, cuando no se cumplen los objetivos trazados por el mismo modelo. Es un tipo de crisis fácil de apreciar. Respecto a las crisis de modelos que han adquirido carácter de impronta de la sociedad toda, su desplome se produce fundamentalmente por el lado de la legitimidad. La ciudadanía comienza a percibir que el modelo, satisfaciendo o no sus objetivos económicos, en algún momento deja en evidencia que no está siendo capaz de generar rendimientos sociales. Y deviene su crisis. Es decir, la caída de un modelo económico y social necesariamente pasa por su fracaso en su capacidad de “encarnación” social. Los grandes líderes, los grandes proyectos siempre recorren la ruta que va desde las ideas hasta los cuerpos. Cuando un modelo ha aumentado radicalmente los suicidios, la violencia intrafamiliar, las depresiones; cuando ha establecido la educación más cara del mundo, la salud más cara del mundo y cuando la mitad de la población llegará a la vejez sin haber acumulado fondos para la pensión mínima, entonces hay un problema en la encarnación. Si el hijo de Dios llega a la tierra y no hace milagros, no convence a nadie, no les discute a los rabinos, no se pelea con los mercaderes del templo, no resucita, se muere de un paro cardiorrespiratorio a avanzada edad, entonces no hay nada. No solo no hay hijo de Dios; ni siquiera hay Dios. Lo mismo ocurre con entelequias como los modelos de sociedad: pueden verse suficientemente logrados en el papel, en los discursos, pero sin forma real, sin educación, sin salud, sin pensiones, sin transporte, sin energía, entonces no hay nada. 
Bajo determinadas condiciones a los pueblos les parece razonable sacrificar todo principio de realidad por satisfacer a seres fantasmagóricos de los que carecemos de evidencia. Es así como se sacrificaba a vírgenes, jóvenes, enemigos, animales para saciar la sed de sangre de algún dios. Bajo determinadas condiciones a los pueblos de las economías liberales les resulta razonable sacrificar la existencia real de cada día, el pan, la salud, la educación, para satisfacer a seres fantasmagóricos, como el Mercado, el Producto Interno Bruto, la Inversión, cuyas existencias son de otro mundo. Como dijo Lorenzo Constans, presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio (CPC), respecto a la discusión de reforma tributaria: “Nosotros entendemos el llamado, pero también querría que lo entendiera el Congreso y que esto sea visto para el largo plazo y no se involucren perspectivas cortoplacistas que pueden perjudicar la inversión, el empleo, el crecimiento”. 
Por supuesto, el empleo puede no parecer tan fantasmagórico, pero resulta que así entendido lo es. Los ocupados integran en su cifra una enorme cantidad de realidades (la mayor parte de ellas muy precarizadas), siendo perfectamente posible que el empleo no sea un don divino. Ni hablar de la inversión, que normalmente se realiza en el marco de una labor de minimización de costos, donde cabe la externalización social de ellos. En Chile es muy normal que los problemas asociados a las inversiones deban ser resueltos por el Estado y sus fondos, o que derechamente no exista solución alguna. El crecimiento, finalmente, guarda en su interior tantas diferencias que no cabe la posibilidad de entenderlo como una unidad. Hay en él beneficios para el interés general, pero bajo ciertas condiciones el crecimiento relata una historia que se circunscribe a muy pocos. La encarnación de los verbos emplear, crecer, invertir es discutible; su enunciación pasa más por revelarse en el marco de un relato mítico que por responder a una referencia concreta para la sociedad. 
Pero las fantasmagorías se acabaron. Ellas se desvanecen todos los días un poco más, en proporción con la horadación del modelo, cuyas flaqueas y precariedades van en sólido crescendo. Por lo mismo, ha resultado extraño escribir el libro, ya que la velocidad del proceso no es normal y cada día nuevos antecedentes configuran una escena llena de plasticidad y movimientos. Sin embargo, una dirección une a la mayor parte de los cambios: la impugnación de las relaciones entre lo social, lo económico y lo político de los últimos años. Y en el corazón de la impugnación, una frase extraña caló hondo y ha de significar algo: “No al lucro”. Si un “No” electoral dio origen al proceso político que se desplegó desde 1990 (el No a Pinochet), otro “No” cultural pone punto final a ese ciclo y a los modos que implicó (No al lucro).

Capítulo 2:
“No al lucro”

Un observador externo que ve por televisión las marchas del año 2011 en Chile puede haber sentido cierta extrañeza al presenciar pancartas y cánticos que rezaban “No al lucro”. Podría juzgar, nuestro observador, que el deseo de los ciudadanos chilenos es tan extravagante como decir “No al misterio de la trinidad” o “No a la contabilidad racional”. Porque, en sentido estricto, el lucro ha existido en toda la historia económica, sin haber pueblo alguno que no haya organizado algún método para beneficiarse de ciertas actividades productivas o comerciales18. Además, después de todo, “lucrar” es solo un verbo y es curioso que alguien pueda producir tanto encono contra una de estas entidades del lenguaje. Y, aunque “lucro” no es el verbo más noble que guarda nuestro diccionario, tampoco es el más espantoso que sus páginas albergan. Desde la Biblia que no se había puesto tanta importancia en un verbo y, sin embargo, las pancartas en esta ocasión lo condenaban al infierno, apelaban a su exterminio y no tenían pretensión alguna de otorgarle, como en el libro aquel, el papel protagónico del origen de los tiempos. Es así como en la historia no abundan antec...

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