Santo Tomás de Aquino
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Santo Tomás de Aquino

G. K. Chesterton, Juan Carlos de Pablos Ramírez

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Santo Tomás de Aquino

G. K. Chesterton, Juan Carlos de Pablos Ramírez

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Quien esté familiarizado con Chesterton sabrá que sus biografías no son nada convencionales. Es este caso, concluye la vida de santo Tomás en el capítulo 5, cuando todavía queda un tercio de la obra, cosa lógica si hay que debatir con nuestro propio tiempo. Estamos ante un libro de filosofía, de historia, de antropología, de sociología del conocimiento y de crítica cultural, además de una delicia intelectual. Bien se dijo de Chesterton que era un maestro de la paradoja, porque este es un libro sobre nuestro tiempo, tanto o más que sobre la Edad Media.

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Información

Año
2016
ISBN
9788432147029

SANTO TOMÁS DE AQUINO, DE G. K. CHESTERTON

NOTA INTRODUCTORIA

01
Este libro no pretende ser otra cosa que el bosquejo popular de una gran figura histórica que debía gozar aún de mayor popularidad. Obtendremos nuestro intento si lográsemos estimular a aquellos que apenas han oído el nombre de santo Tomás a leer otros libros mejores acerca de él. De esta limitación necesaria, se siguen ciertas consecuencias que deben anotarse desde un principio.
02
En primer lugar, el relato se dirige principalmente a aquellos que no son de la misma religión que santo Tomás, y que podrían interesarse en él como yo en Confucio o en Mahoma. Pero, por otra parte, esta necesidad de ofrecer un esbozo preciso supone modelarlo según otros sistemas filosóficos, para aquellos que piensen diferente. Si yo escribo un bosquejo de Nelson para extranjeros, principalmente me veré en la precisión de tener que explicar cuidadosamente muchas cosas que todo inglés conoce y, probablemente, tendré que omitir —en gracia a la brevedad— muchos detalles que muchos ingleses desearían saber. Por el contrario, sería difícil escribir una narración viva y emocionante de Nelson omitiendo en absoluto el hecho de que luchó contra los franceses.
Sería inútil trazar un esbozo de santo Tomás omitiendo el hecho de que combatió a los herejes, y, sin embargo, ese mismo hecho puede estorbar la finalidad que se pretende.
Yo solo puedo expresar la esperanza —más aún, la confianza— de que quienes me consideran hereje no osarán censurarme por expresar mis propias convicciones, y mucho menos por manifestar las de mi héroe. Solo acerca de un punto podría ocurrir esto en el curso de esta narración, a saber: acerca de la convicción expresada, una o más veces, de que el cisma del siglo XVI fue, en realidad, una revolución tardía de los pesimistas del siglo XIII. Fue un coletazo del antiguo puritanismo agustiniano contra la liberalidad aristotélica. Sin eso no me hubiera sido posible encuadrar mi personaje histórico en el marco de la historia. Pero todo el cuadro tiene la finalidad de presentar la silueta de una figura en un paisaje y no un paisaje con figuras.
03
En segundo lugar, en tan reducidos límites apenas puedo explayarme acerca del filósofo, fuera de demostrar que tuvo una filosofía. Me he limitado únicamente —por decirlo así— a proporcionar botones de esa filosofía. Se deduce, por tanto, que es prácticamente imposible tratar adecuadamente de la teología.
Una señora a quien conozco cogió una vez en sus manos un libro de trozos selectos de santo Tomás con comentarios. Llena de entusiasmo, comenzó a leer un párrafo que llevaba el inocente título “La simplicidad de Dios”. Al poco tiempo dejó caer el libro y exclamó: “Vaya, si esa es la simplicidad de Dios, no sé yo cuál será su complejidad”.
Con todo respeto hacia ese excelente comentario tomista, no desearía yo que este librito mío se cayera de las manos desde el principio con un suspiro semejante. He tomado como punto de partida que la biografía es una introducción a la filosofía, y que esta, a su vez, lo es a la teología. Yo solamente puedo conducir al lector un poquito más allá del primer escalón.
04
En tercer lugar, no he juzgado necesario mencionar a esos críticos que, de cuando en cuando, tratan con todo empeño de producir efectos en la galería, reimprimiendo párrafos de demonología medieval a fin horrorizar al público moderno con un lenguaje poco familiar.
He dado por supuesto que el público culto sabe que el Aquinate —con todos sus contemporáneos y todos sus contradictores siglos después— creyó en diablos y otras realidades semejantes, pero no he creído conveniente mencionarlo aquí por la sencilla razón de que no contribuye a destacar o hacer resaltar más la figura. Acerca de esto no ha habido discrepancias entre los teólogos católicos y protestantes en cientos de años de teología, y santo Tomás no se distingue por estas opiniones, sino por sostenerlas moderadamente. Yo he rehusado discutir tales asuntos, no porque tenga motivo alguno para ocultarlos, sino porque de ningún modo tocan de cerca a la persona que me he propuesto dar a conocer.
Así y todo, apenas hay espacio para tal figura en tal cuadro.

I. SOBRE DOS FRAILES

1. Contrastes entre santo Tomás y san Francisco
01
Me adelantaré a posibles comentarios respondiendo al nombre de ese notorio personaje que entra corriendo donde quizá ni los ángeles del Doctor Angélico osaran poner el pie.[18] Hace algún tiempo, escribí un librito de este tipo y traza sobre san Francisco de Asís;[19] y algún tiempo después (no sé cuándo ni cómo, como dice la canción, y desde luego no sé por qué) prometí escribir un libro del mismo tamaño, o de la misma pequeñez, sobre santo Tomás de Aquino[20]. La promesa era franciscana por su audacia y —como paralelismo— estaba muy lejos de ser tomista por su lógica.
Se puede hacer un esbozo de san Francisco; de santo Tomás solo se podría hacer un plano, como el plano de una ciudad laberíntica. Y, sin embargo, en cierto sentido, encajaría en un libro mucho mayor o mucho más pequeño: lo que realmente sabemos de su vida se podría despachar bastante bien en pocas páginas, porque no desapareció como san Francisco bajo un chaparrón de anécdotas personales y leyendas populares. Pero lo que sabemos —o podríamos saber, o en su día podríamos tener la suerte de descubrir— acerca de su obra probablemente llenará todavía más bibliotecas en el futuro de las que ha llenado en el pasado.
Fue posible dibujar la silueta de san Francisco, pero con santo Tomás todo depende de cómo se rellene la silueta. En cierto modo, resulta medieval iluminar una miniatura del Poverello[21], que hasta en el título lleva un diminutivo. Pero hacer un resumen o digesto, como los de la prensa, del Buey Mudo de Sicilia, es algo que sobrepasa a todos los experimentos de digestión de un buey en una taza[22].
Esperemos que sea posible hacer un bosquejo de biografía, ahora que cualquiera parece capaz de escribir un bosquejo de la historia o un bosquejo de cualquier cosa. Solo que —en el caso presente— el bosquejo es todo un bosque[23]. El hábito capaz de contener al colosal fraile no está entre las tallas disponibles.
02
He dicho que estos retratos solo pueden serlo en silueta. Pero el contraste es tan llamativo que, aun si realmente viéramos a las dos figuras humanas en silueta, asomando por la cresta del monte con sus hábitos fraileros, ese contraste nos parecería hasta cómico. Sería como ver en la lejanía las siluetas de Don Quijote y Sancho Panza, o de Falstaff y maese Slender[24].
San Francisco era un hombrecito flaco y vivaracho; delgado como un hilo y vibrante como la cuerda de un arco, y en sus movimientos, como la flecha que el arco dispara. Toda su vida fue una serie de carreras y zambullidas: salir corriendo tras el mendigo, lanzarse desnudo al bosque, tirarse al barco desconocido, precipitarse a la tienda del sultán y ofrecerse a arrojarse al fuego. En apariencia, debió ser como el fino esqueleto de una parda hoja otoñal bailando eternamente en el viento. Aunque, en realidad, el viento era él.
03
Santo Tomás era un hombre como un toro: grueso, lento y callado; muy tranquilo y magnánimo, pero no muy sociable; tímido, dejando aparte la humildad de la santidad; y abstraído, dejando aparte sus ocasionales y cuidadosamente ocultadas experiencias de trance o éxtasis.
San Francisco era tan fogoso y nervioso que los eclesiásticos que visitó sin avisar le tomaron por loco. Santo Tomás era tan imperturbable que los doctores de las Universidades a las que asistió regularmente le tomaron por zote. De hecho, era ese tipo de estudiante no infrecuente que prefiere pasar por zote a permitir que otros zotes más activos o animados invadan sus sueños.
Este contraste externo se extiende a casi todos los aspectos de una y otra personalidad. La paradoja de san Francisco fue que, amando con pasión la poesía, tuviera cierta desconfianza hacia los libros. Fue el hecho sobresaliente de santo Tomás, que amó los libros y vivió de ellos: vivió la vida del clérigo o estudiante de los Cuentos de Canterbury, y prefería poseer cien libros de Aristóteles y su filosofía a cuantas riquezas pudiera ofrecerle el mundo. Cuando le preguntaron qué era lo que más agradecía a Dios, respondió con sencillez: “Haber entendido todas las páginas que he leído”.
San Francisco era muy vívido en sus poemas y bastante inconcreto en sus documentos. santo Tomás dedicó su vida entera a documentar sistemas enteros de letras paganas y cristianas. Y, de vez en cuando, escribió un himno, como quien se va de vacaciones.
Veían el mismo problema desde ángulos distintos: la sencillez y la sutileza. San Francisco pensaba que bastaría con abrir su corazón a los mahometanos para que se convencieran de no adorar a Mahomet.[25] Santo Tomás se estrujó el cerebro con toda suerte de distinciones y deducciones sutilísimas sobre el Absoluto o el Accidente, únicamente para evitar que se entendiera mal a Aristóteles.
San Francisco era hijo de un comerciante, de un tratante de clase media, y aunque toda su vida fue una rebelión contra la vida mercantil de su padre, retuvo de todos modos algo de esa celeridad y adaptabilidad social que hacen que el mercado zumbe como una colmena. A pesar de su afición a los verdes campos, no crecía la hierba bajo sus pies, como se suele decir: era lo que los millonarios y los gánsteres americanos llaman un “alambre vivo”. Es característico de los moderno...

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