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EL ENFOQUE CENTRADO EN LA PERSONA: UNA REVISIÓN CONTEMPORÁNEA Y TEORÍA BÁSICA
El paradigma actual
El concepto de sí mismo
Condiciones de valor
El proceso de valoración organísmica
El locus de evaluación
Crear las condiciones para el crecimiento
El paradigma actual
Cuando salió la primera edición de este libro, en 1988, había mucha evidencia que sugería que el counseling centrado en la persona estaba en contradicción con la cultura predominante. Su insistencia en la singularidad de las personas, en la necesidad de prestar constante atención al proceso, en la confiabilidad del organismo humano, parecían estar totalmente fuera de sintonía con una cultura vorazmente materialista, en la cual el fin de lucro, las metas a corto plazo, la eficiencia tecnológica y las sofisticadas técnicas de vigilancia gobiernan las vidas de la gran mayoría de ciudadanos, en Gran Bretaña así como en la mayor parte del mundo desarrollado. En los años transcurridos desde entonces, el impulso de una cultura cada vez más despersonalizada se ha intensificado a un punto tal que está creciendo toda una generación que no conoce otra cosa que el frenesí de una sociedad brutalmente competitiva, en la que las repuestas rápidas, los expertos que logran una fama efímera, la maravilla tecnológica y la dominación de las fuerzas del mercado son aceptados como telón de fondo inevitable de la llamada existencia civilizada.
La situación tomó un giro más siniestro en los últimos años del milenio pasado y el comienzo del actual. A los terribles conflictos en Ruanda, Somalia, Bosnia, Kosovo y Chechenia, les siguió la llamada guerra del terror en la que estamos embarcados desde el ataque a las Torres Gemelas y el Pentágono en 2001. La desesperada situación de Afganistán e Irak continúa, mientras que el conflicto de Oriente Medio entre Israel y la autoridad palestina sigue sin resolverse. La situación en Irán y Corea del Norte promete más inestabilidad en el futuro. Por si esto no fuera suficiente, los efectos cada vez más alarmantes del calentamiento global son evidentes en todos lados y el avance meteórico de las economías de India y China contribuyó enormemente a la contaminación que la insensatez humana inflige sobre el planeta. El resultado neto de estas catástrofes es inducir pánico y un sentido casi global de impotencia. En tal contexto, los gobiernos inevitablemente desarrollan políticas defensivas y se obsesionan con la seguridad, la vigilancia y las medidas draconianas para asegurar la supervivencia. Se ha creado un mundo psicológico donde escasea la confianza, la ansiedad genera suspicacia, se restringen las libertades individuales en favor de la seguridad corporativa y se imponen soluciones impulsivas ante la proliferación de problemas engendrados por una sociedad bajo amenaza.
Es difícil imaginar un escenario menos propicio para la recepción de los valores que sustenta el enfoque centrado en la persona. La cultura actual no otorga un alto valor a la singularidad de la persona y a la importancia de su realidad subjetiva. No es una cultura que dota a la naturaleza humana con la capacidad de moverse hacia el desarrollo creativo de su potencial inherente. Por cierto que no intenta afirmar el poder personal de cada individuo o dar máxima importancia a fomentar la profundidad relacional entre padres e hijos, maridos y esposas, amigos y compañeros, colegas en el lugar de trabajo o profesores y estudiantes. Por el contrario, es una cultura que se ha vuelto profundamente suspicaz de la autonomía personal e intenta regular casi todas las áreas de participación interpersonal. Cada vez más, vivimos en una pesadilla regulada, en la que los docentes temen ser compasivos con los niños que sufren, las enfermeras ya no tienen ni el tiempo ni la voluntad de relacionarse con los pacientes y los counselors y psicoterapeutas pueden encontrarse tildando mentalmente párrafos en códigos de ética para la práctica profesional de sus asociaciones profesionales antes de responder a la señal de angustia de un consultante particularmente difícil.
Es bastante extraño que, en lo que parecería ser un mundo cada vez más triste, no sintamos desesperación. Por el contrario, creemos que la situación actual es tan desesperante que quizás nos estemos acercando a un momento crucial en el que se produzca un cambio de paradigma y el mundo recupere su sentido común. En cierto modo, nuestros consultantes y alumnos nos alientan en esta esperanza. Suelen ser personas que padecieron todo el rigor de las fuerzas de la cultura que acabamos de describir, pero que descubren en el contexto del counseling centrado en la persona una nueva fuente de fortaleza e inspiración. Especialmente llegan a conocer –quizás por primera vez– qué significa tener la sensación de autoestima y tener acceso a sus propios pensamientos y sentimientos. Son cada vez más conscientes de su propio poder personal. Con esa conciencia viene una nueva libertad para tomar decisiones y lograr un sentido de propósito. Quizás lo más transformador es el escape de la soledad que acompaña a la experiencia de ser recibido en profundidad relacional por alguien que no les impone ninguna exigencia, sino que sólo insiste en ser plenamente humano en el consultorio.
El lector no estaría del todo equivocado si detectara un tono levemente evangélico en estos últimos comentarios. La experiencia de vivir los principios del enfoque centrado en la persona, tanto en nuestra vida profesional como personal, nos permite captar una esperanza que trasciende la desesperación. Cuando nos encontramos con la actitud despectiva hacia el counseling centrado en la persona aún frecuente en los ámbitos académicos, o cuando presenciamos una vez más la aceptación basada en criterios cuestionables de la terapia cognitiva conductual tanto en el gobierno como en los círculos médicos, ya no nos sentimos tan afligidos. Gracias a nuestros consultantes y estudiantes encontramos la confirmación diaria del poder y la eficacia del enfoque que adoptamos. Estamos conscientes de su base sólida tanto en la teoría como en la investigación y, sobre todo, tenemos presente la disciplina necesaria para esperar el proceso y lo importante que es la disposición del consultante para emprender el counseling. Creemos que nuestra cultura se está acercando rápidamente a un punto crítico en el que el espíritu humano no tolerará más el estéril atolladero al que hemos llegado. Creemos que entonces habrá una mayor disposición para adoptar los conceptos claves del enfoque centrado en la persona y encontrar en ellos la fuente de una manera más positiva y esperanzada de relacionarse consigo mismo, con los otros y con todo el orden creado. Es a esos conceptos que ahora nos abocaremos.
El concepto de sí mismo
La desconfianza hacia los expertos es muy profunda entre los profesionales centrados en la persona. Para ser un counselor eficaz, quien practica el enfoque centrado en la persona debe aprender a usar su pericia como una prenda invisible. Se espera que los expertos brinden su maestría para recomendar qué se debe hacer, para ofrecer orientación calificada o hasta para dar órdenes. Sin duda, en algunas áreas de la experiencia humana esa pericia es esencial y adecuada. Lamentablemente, la gran mayoría de los que buscan la ayuda de counselors han pasado gran parte de su vida rodeados de personas que de manera avasallante e inapropiada se han autoproclamado como expertos en la conducción de la vida de otras personas. En consecuencia, esos consultantes se sienten desesperados por su incapacidad de satisfacer las expectativas de los otros, ya sean padres, profesores, colegas o los llamados amigos, y no sienten respeto por sí mismos ni autoestima. Y sin embargo, a pesar del daño que han sufrido a manos de los que han intentado dirigir su vida, esas personas a menudo recurrirán a un counselor buscando a otro experto más para que les diga qué hacer. Los counselors centrados en la persona, a la vez que aceptan y entienden esta necesidad desesperada de autoridad externa, harán todo lo posible para evitar caer en la trampa de desempeñar ese rol. Hacerlo sería negar un supuesto central del enfoque: que se puede confiar en que el consultante encontrará su propia manera de seguir adelante sólo si el counselor puede ser la clase de compañero capaz de alentar una relación en la que el consultante pueda comenzar, al menos tentativamente, a sentirse seguro y a experimentar los primeros indicios de la autoaceptación. Las probabilidades de que esto no suceda son a veces muy altas porque la percepción que el consultante tiene de sí mismo es pobre y porque los “expertos” críticos con quienes se encontró en su vida, en el pasado y en el presente, fueron muy destructivos. La gradual revelación del concepto de sí mismo de un consultante, es decir, la construcción conceptual que la persona hace de sí misma (aunque se exprese de una manera muy deficiente), puede ser tremendamente desgarradora para el que escucha. Esta revelación pone de manifiesto el alcance del rechazo que un individuo siente por sí mismo y esto suele presentar un severo desafío para la fe del counselor, tanto en el consultante como en su propia capacidad de ser un compañero confiable en el proceso terapéutico.
El breve extracto del recuadro 1.1 resume el desarrollo triste y casi inexorable de un concepto de sí mismo que socava todo lo que la persona hace o intenta ser. Hay un sentido de desvalorización y de estar condenado al rechazo y a la desaprobación. Una vez que se ha internalizado ese concepto de sí mismo, la persona tiende a reforzarlo, porque es un principio fundamental del punto de vista centrado en la persona que nuestro comportamiento es en gran parte una expresión de cómo nos sentimos en verdad sobre nosotros mismos y sobre el mundo en que vivimos. Esencialmente, lo que hacemos...