
- 400 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
Cabezas cortadas y cadáveres ultrajados
Descripción del libro
Las
cabezas cortadas, la mutilación del cadáver del enemigo y la captura de trofeos macabros no es un fenómeno que, por desgracia, podamos acotar en el tiempo, arrojándolo a momentos pretéritos y más oscuros que nuestro siglo XXI. Al contrario, se trata de un comportamiento, a menudo ritual, que aparece casi ubicuo a lo largo de la Historia, y en sociedades muy diversas, desde la
antigua Asiria al actual Irak, desde esos celtas que guardaban con mimo cráneos embalsamados a las calaveras japonesas que los norteamericanos atesoraban durante la
Segunda Guerra Mundial, de los sacrificios humanos de las culturas mesoamericanas al
código samurái, de las pirámides de cabezas timúridas a las abominables matanzas de los narcos en México o del ISIS en estos tiempos que nos ha tocado vivir.
El profesor Francisco Gracia Alonso, catedrático de Prehistoria en la Universidad de Barcelona, autor de libros como Furor Barbari. Celtas y germanos contra Roma, La guerra en la Protohistoria o El tesoro del Vita: la protección y el expolio del patrimonio histórico arqueológico durante la Guerra Civil, además de miembro del consejo editorial y colaborador habitual de Desperta Ferro Antigua y Medieval y Desperta Ferro Historia Moderna, se vale de las fuentes, del análisis antropológico y de la arqueología del conflicto para abordar en Cabezas cortadas y cadáveres ultrajados una faceta tétrica del comportamiento humano, pero que no por ello dejó de estar muchas veces normalizada, como es la profanación del cadáver del enemigo caído.
Un estudio de este fenómeno desde sus diversos parámetros culturales, religiosos y éticos que permiten intentar explicarlo, inserto en discursos de poder y de memoria, de escarnio del vendido y de ejercicio del terror, en un recorrido diacrónico que nos asoma al rostro más negro de la psique humana, allí donde laten con violencia las pulsiones de Tánatos.
El profesor Francisco Gracia Alonso, catedrático de Prehistoria en la Universidad de Barcelona, autor de libros como Furor Barbari. Celtas y germanos contra Roma, La guerra en la Protohistoria o El tesoro del Vita: la protección y el expolio del patrimonio histórico arqueológico durante la Guerra Civil, además de miembro del consejo editorial y colaborador habitual de Desperta Ferro Antigua y Medieval y Desperta Ferro Historia Moderna, se vale de las fuentes, del análisis antropológico y de la arqueología del conflicto para abordar en Cabezas cortadas y cadáveres ultrajados una faceta tétrica del comportamiento humano, pero que no por ello dejó de estar muchas veces normalizada, como es la profanación del cadáver del enemigo caído.
Un estudio de este fenómeno desde sus diversos parámetros culturales, religiosos y éticos que permiten intentar explicarlo, inserto en discursos de poder y de memoria, de escarnio del vendido y de ejercicio del terror, en un recorrido diacrónico que nos asoma al rostro más negro de la psique humana, allí donde laten con violencia las pulsiones de Tánatos.
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Información
1 ARQUEOLOGÍA DEL CONFLICTO Y CONCEPTO DE VIOLENCIA
La interpretación de la guerra se ha basado en esencia en el análisis de las fuentes escritas referidas a los conflictos, ya fuesen coetáneas o no, lo que incluía desde visiones hagiográficas destinadas a loar la actuación de los jefes militares, hasta piezas justificativas de la política de un estado. En todo caso, se trata en la mayoría de los casos de visiones parciales y no contrastadas de lo que sucedió en un periodo determinado o sobre la forma en que se desarrolló un enfrentamiento. Una fuente documental necesaria, imprescindible, pero que no se puede tomar al pie de la letra como si fuera el único relato estricto y real de los hechos. A modo de ejemplo, cabría recordar que nuestro discurso expositivo del desarrollo de las Guerras Púnicas es el resultado de la transcripción –en la mayoría de las ocasiones de forma acrítica– de los textos de Tito Livio y otros historiadores y escritores romanos o al servicio de Roma, que no sólo escriben sus textos en periodos muy distanciados de la fecha en que sucedió lo que relatan, sino cuya prosa es el resultado de la necesidad de adecuarse a los intereses políticos del Estado o de la estructura social de la que dependen. ¿Cambiaría nuestra visión de las Guerras Púnicas si tuviéramos la posibilidad de analizar los textos de los autores cartagineses para efectuar una comparativa?1 ¿Se desmontaría el mito de la perfidia púnica, construido en la antigüedad para desacreditar y justificar la provocación de tres guerras expansionistas por parte de Roma? ¿Dejaría de verse a Aníbal según la descripción que de él hace Tito Livio (XXI.4)?:
Una crueldad inhumana, una perfidia peor que púnica, una falta absoluta de franqueza y de honestidad, ningún temor a los dioses, ningún respeto por lo jurado, ningún escrúpulo religioso.
Es probable que sí. Como también lo es que se modificarían las explicaciones sobre la explotación de los indígenas en los territorios que ocupaban (Diod. Sic., V.35-38), sobre la tortura sistemática y el ultraje a los muertos, así como sobre la mutilación de los soldados que permanecían heridos en el campo de batalla de Cannas (Tit. Liv., XX.51) o sobre las atrocidades cometidas en las ciudades conquistadas como muestra el caso de Selinunte, donde Diodoro de Sicilia (XIII.57-58) se recrea en la exposición de violaciones, quema de niños y ancianos, y amputaciones de cabezas y otros miembros, algunas de las cuales, como los sacrificios infantiles en honor de Baal-Cronos (Plut., De Sup., XIII) causaron tal impacto que trascendieron el mundo clásico y las esferas académicas. Esta trascendencia se dio gracias a la novela Salambó (1862) de Gustave Flaubert, aunque no debe olvidarse que en el momento de su publicación Francia se encontraba inmersa en la represión de los rebeldes en la colonia de Argelia y que la asociación entre quienes se negaban a aceptar la civilización occidental francesa derivada del mundo grecorromano y Cartago era fácil en extremo.
La exactitud y certidumbre de los textos clásicos servía en Francia,2 en ese momento, para intentar resolver la polémica existente sobre la ubicación del lugar donde se produjo la resistencia final de las tropas de Vercingétorix frente a Julio César en el año 52 a. C. Un lugar, Alesia, borrada del imaginario francés hasta el punto de que René Goscinny y Albert Uderzo, en su serie Astérix, convertirán en broma recurrente la negación del viejo veterano Edadepiedrix: «¿Alesia?, ¿dónde está Alesia?», mientras que el recuerdo de la victoria de Gergovia sí es imborrable como ejemplo de camaradería y cohesión social con su otra voz recurrente: «¡Repetiremos lo del 52, muchachos!». El emperador Napoleón III que deseaba emular la obra de su tío, Comentarios a la Guerra de las Galias, y la influencia del mundo clásico en la definición de las bases de la Francia surgida de la Revolución francesa y canalizada a través del Imperio,3 quiso escribir una amplia biografía sobre Julio César la cual, en efecto, llegó a publicarse –aunque de forma anónima– entre 1865 y 1866. El emperador ordenó la realización de sondeos en Mont Auxois para identificar el trazado de las obras de circunvalación romanas, cuya existencia se consiguió demostrar en 1861. Tras visitar las excavaciones, Napoleón III encomendó la continuación de los trabajos a la Comisión para la Topografía de la Galia, y poco después Victor Pernet, Paul Millot y Eugène M. Stofell llevarán a cabo intervenciones para demostrar la cronología de los fosos identificados durante las primeras prospecciones y corroborar la validez del relato de Julio César sobre la batalla. La idea nacionalista que alentaba al Segundo Imperio era definir los orígenes de Francia como una gran potencia europea basada en la conjunción de los orígenes tribales galos con el proceso civilizador romano que se había iniciado tras la derrota de Vercingétorix. El montículo acabaría siendo coronado con una estatua del caudillo galo –no por casualidad con los rasgos faciales del emperador francés–, orientada hacia Alemania, y en cuya base podía leerse una inscripción pensada por el arquitecto Eugène Emmanuel Viollet-le-Duc que constituía una incuestionable declaración de intenciones: «La Galia unida, formando una única nación, animada por un mismo espíritu, puede desafiar al universo». No se trataba de un caso aislado por cuanto el nacionalismo europeo de mediados del siglo XIX había encontrado en la investigación arqueológica un recurso ideológico esencial para la configuración de los nuevos estados liberales asentados sobre las antiguas monarquías que habían definido el reparto de Europa en el Congreso de Viena en el año 1815. El Reino Unido convirtió en pieza clave de su discurso identitario, durante la etapa victoriana, a Boudica, la reina de los icenos, presentada como la heroína capaz de superar todos los obstáculos para defender la libertad de su pueblo y oponerse al invasor, en este caso Roma, un remedo de las diferencias existentes entre la Europa continental e insular. Y, en España, tras el Desastre de 18984 se intentó recomponer el espíritu nacional a través de la recuperación de los períodos más gloriosos del pasado histórico español que suponían un ejemplo de sacrificio, como el asedio y la resistencia de Numancia en el siglo II a. C. ante las tropas romanas. Tras las primeras intervenciones de Eduardo Saavedra y Aureliano Fernández Guerra5 con el apoyo de la Real Academia de la Historia, el Estado adquirió los terrenos del enclave de Loma de Garray donde se ubicaba el yacimiento arqueológico poco después de que el rey Alfonso XIII inaugurara en 1906 el monumento conmemorativo a los héroes de Numancia. Las excavaciones continuarán con polémica bajo la dirección del hispanista alemán Adolf Schulten,6 el cual contará con el patrocinio económico del káiser Guillermo II.7 Pero este, tras establecer la certidumbre de la ubicación de la ciudad celtíbera, será relegado al estudio de los campamentos romanos de circunvalación por los miembros de la Comisión Española para el Estudio de las Ruinas de Numancia. El yacimiento es un claro ejemplo de utilización sesgada del pasado histórico, por cuanto a pesar del ingente trabajo científico desarrollado durante los últimos veinticinco años, las ideas patrióticas continúan primando en las síntesis interpretativas modernas que se realizan sobre el conflicto que terminó con su destrucción.8 Los conceptos indicados serán empleados a lo largo del siglo XX por las dictaduras fascistas alemana e italiana, estalinista soviética y franquista como formas de construcción de un mensaje ideológico asumible por la población para consolidar unos referentes identitarios de cohesión social. Ideas que, con frecuencia, se han mantenido pese a la implantación de los regímenes democráticos durante la segunda mitad del siglo XX, las cuales, sin embargo, no han sabido modificar, en muchos casos, un discurso expositivo que no sólo es atemporal respecto de las dictaduras sino que se enraíza en la propia esencia de la articulación de las comunidades implicadas como estructura, como sucede en Alemania donde la victoria de Arminio o Hermann sobre las legiones de Publio Quintilio Varo en el bosque de Teutoburgo el año 9 d. C. y el texto de la Germania de Tácito constituyen referentes para la definición del germanismo desde el siglo XVI.9
LA GUERRA SE EXCAVA
Era, pues, necesario disponer de una documentación de base científica, contrastable, no influenciada por ninguna tradición historiográfica o ideológica, que permitiera redefinir el estudio de la guerra y sus consecuencias. La Arqueología del conflicto se desarrolló en Estados Unidos a finales de la década de 1980 a partir de un proyecto emblemático: la excavación del campo de batalla de Little Bighorn, en el territorio de Montana, donde el 25 de junio de 1876 el teniente coronel George Armstrong Custer y una parte del 7.º Regimiento de Caballería fueron masacrados por una confederación de guerreros lakota y cheyene.10 La prospección sistemática del campo de batalla y la ubicación de los materiales localizados11 permitieron articular una reconstrucción de la batalla muy alejada de las visiones heroizantes difundidas por los medios de comunicación casi desde el mismo momento en que se produjeron los hechos. Esta heroización alcanzó su máximo apogeo con el film Murieron con las botas puestas (1941) dirigido por Raoul Walsh, que fijó en el imaginario popular la forma en la que sucumbieron Custer y sus hombres, un modelo explicativo alejado por completo de la realidad. El proyecto de Little Bighorn permitió cambiar el paradigma y demostrar que la historia militar –y la historia en general– podía explicarse a partir de la investigación arqueológica desde una perspectiva nueva y pluridisciplinar en la que la documentación escrita es un elemento más a tener en consideración y no una base explicativa incuestionable. El impacto de estas conclusiones redundó en Estados Unidos en la preservación de los campos de batalla dentro de la red de parques nacionales para que fuese posible la interpretación en entornos que no hubieran sufrido grandes modificaciones urbanísticas. Con ello, además, se pensaba no solo en la investigación, sino en la difusión como un factor clave para aproximar el conocimiento de la historia a la sociedad.
Dos elementos contribuyeron a afianzar el modelo. En Gran Bretaña, la identificación, la delimitación y la excavación de campos de batalla se relaciona con el estudio de la Guerra Civil. En la década de 1970 se identificó el de la batalla de Marston Moor (1644) y treinta años después se hizo lo propio con el de la de Naseby (1645), aunque sin duda el mayor avance se produjo a raíz de las excavaciones en el campo de batalla de Towton (1461), enfrentamiento decisivo del periodo de la Guerra de las Dos Rosas, cuyos resultados demostraron la necesidad de establecer una legislación que protegiera los campos de batalla como elementos esenciales para el estudio de la historia del Reino Unido. Estos resultados se incluyeron en un documento marco conocido como English Heritage Registre of Historic Battlefields, que dará lugar a la iniciativa más interesante de investigación en Arqueología militar: el Bloody Meadows Project, iniciado en la década de 1980 y a partir del cual se ha formulado la Arqueología del conflicto como una especialidad académica extendida después a otros países. Esta especialidad cuenta con una ventaja incuestionable sobre el método de interpretación tradicional, puesto que no sólo permite explicar dónde y cuando pasó un enfrentamiento, sino cómo se desarrolló y las consecuencias específicas que tuvo para una parte de los que allí combatieron. Los muertos anónimos, arrojados tras el combate a fosas comunes, se han convertido en los guías que permiten la comprensión de las batallas.
La Arqueología del conflicto ha coincidido en el tiempo con el desarrollo de una nueva forma de entender y explicar la violencia y el concepto de la guerra. A partir de los trabajos de John Keegan,12 se planteó cambiar el foco de atención y dejaron de explicarse los conflictos desde la perspectiva de los jefes militares, para estructurar una reconstrucción social, adaptada a la forma de describir y padecer los conflictos bélicos por parte de las personas anónimas que estuvieron presentes en ellos y que sufrieron directamente sus consecuencias. Un concepto crítico y social de la guerra alejado tanto de la exaltación de los hérores nacionales forjadores del destino de las naciones como de la descripción de las grandes estrategias y planes de batalla, para fijarse en los efectos de la guerra sobre los combatientes y la población civil, una idea que ha tenido un rápido reflejo en la difusión de las guerras como la suma de las vivencias personales y no de las reflexiones de un grupo muy concreto de dirigentes. La sociedad como protagonista de la historia, concepto reflejado en propuestas museográficas como la del Museo de los Campos de Flandes (Ypres) en la que una de las series de batallas más sangrientas de la Primera Guerra Mundial se explica a partir de las experiencias de individuos anónimos.13 Las ideas de Keegan, desarrolladas en trabajos posteriores,14 sirvieron de base a Victor Davis Hanson para construir la línea de análisis definida como «el modelo occidental de la guerra».15 En su tesis, centrada en el estudio de la guerra hoplítica, introduce una novedad esencial respecto al tratamiento que la historiografía tradicional había desarrollado sobre...
Índice
- Cubierta
- Título
- Créditos
- Índice
- Introducción
- 1 Arqueología del conflicto y concepto de violencia
- 2 La profanación del cuerpo del vencido
- 3 La memoria del triunfo
- 4 El análisis antropológico de las cabezas cortadas. Borneo, Melanesia y América del Sur
- 5 Egipto y Mesopotamia. El terror como arma en la formación de los Imperios
- 6 Violencia y exterminio en la Biblia. Un referente cultural e ideológico
- 7 Grecia y Roma. Violencia y política en los albores de la civilización occidental
- 8 La visión de los bárbaros. Cabezas cortadas y rituales guerreros en el mundo celta
- 9 Celtíberos e íberos. Sociedades guerreras en la Protohistoria de la península ibérica
- 10 La Edad Media. Religión y choque de culturas
- 11 Exaltación de la violencia. Los siglos XVI-XVIII
- 12 El siglo XIX. Revolución, colonialismo e indigenismo
- 13 De la Primera Guerra Mundial a los conflictos regionales
- 14 El terror en el siglo XXI. Del ISIS al narcotráfico en América Latina
- Epílogo
- Bibliografía
- Imágenes