EL AFILADOR
Luis Román Mendoza
Luis M. Román-Mendoza (Madrid, 1962), licenciado en Ciencias de la Información y experto en Gestión Deportiva, ha sido durante veintitrés años Jefe de Prensa y Comunicación de la Real Federación Española de Ciclismo, con presencia en más de cincuenta Campeonatos del Mundo de carretera, pista, BTT, trial o ciclocross, y en más de un centenar de nacionales, lo que le ha servido para tener un profundo conocimiento de todas las disciplinas ciclistas. Ha colaborado también en numerosas publicaciones y ahora mismo, como freelance, escribe para el portal especializado Ciclo21 y como comentarista especializado en Eurosport.
I
Hacía muchos años ya, quizá algún lustro, que no escuchaba esa melodía inconfundible, esa escalerilla sonora de graves a agudos, aguantando brevemente la nota, para descender rápidamente al punto inicial. Apenas tres o cuatro segundos, y sin que medie palabra alguna, suficientes para identificar la llegada de un personaje que todos los que pasamos del medio siglo recordamos perfectamente en nuestra infancia, pero que ha desaparecido casi totalmente de las calles de nuestros pueblos. Ni siquiera digo de nuestras ciudades.
De ahí mi incredulidad al verle aparecer inesperadamente esta mañana, con el porte de antaño, pero con gesto muy distinto, acompañado de esa bicicleta que no le transporta, sino que empuja a regañadientes, entre lento y desganado, quizá sabiendo a ciencia cierta que no se va a producir la anhelada llegada de ese cliente que pueda requerir sus servicios.
No hay nadie, en efecto, que le haga detenerse, montar el pie plegable que le permita elevar la rueda trasera de la máquina, pedaleando sin avanzar, pero trasladando el movimiento a su rueda de afilar, que es la verdadera amazona.
Una piedra esmeril de grano que puede estar en funcionamiento muchos minutos antes de que nuestro artista haya concluido su trabajo, dando una nueva oportunidad a esas tijeras que no cortan, a ese cuchillo mellado, por apenas un puñado de euros. Hoy en día es más fácil, dicen, acercarse a la ferretería, incluso al supermercado, y comprar uno nuevo. Consumismo. Usar y tirar, también para los cuchillos de uso profesional.
Son nuevos tiempos, no me engaño. El soniquete ya no procede de la tradicional flauta de pan, el chiflo, sino de una grabación, que incluye además un lema, por si alguien tiene dudas, «ha llegado el afilador, hasta su propio domicilio», acompañado de una inflada descripción de útiles y herramientas susceptibles de prestarse a sus servicios. No hablo con él, pero sus facciones delatan claramente que no procede de Ourense, de la «Terra da chispa», sino de Ultramar, donde perviven y sobreviven los herederos, quizás los últimos, de estos nómadas gallegos; allí aún merece la pena pagar por revivir estos enseres, aunque, paradójicamente, él haya tenido que cruzar el charco para poder malvivir. Como sus antecesores, empuja la bicicleta: no ha hecho como otros nuevos amoladores que aparecen con una motocicleta o incluso en una furgoneta desvencijada. Y siempre en «playback».
Nunca fue un oficio cómodo, ni agradecido. Y hoy en día mucho menos, ya nadie quiere ser amolador, mucho sacrificio y poco dinero. Está documentado que la tradición de los afiladores ambulantes tiene su origen en Galicia, en Ourense, y se remonta por lo menos hasta el siglo XVII. Con la «roda de afiar» o «rebolo» a cuestas, recorrían todo el país, casa por casa, tienda por tienda, durante meses, quien sabe si años, antes de regresar efímeramente al hogar, ofreciendo sus servicios, afilando los utensilios que se tenían en casa. A veces complementaban sus servicios con otros oficios como el de paragüero. Como otros muchos profesionales, desarrollaron su propia jerga, el barallete, con el fin de que nadie los entendiese cuando dialogaban entre ellos. Cuando busco información sobre esta lengua, la frase que me aparece como ejemplo no puede ser más elocuente.
Habia que chusar anque oretee ou axa barruxo,
porque facía falta zurro, que Sanqueico nono da de balde.
(Había que trabajar aunque lloviese o hubiese
barro, porque hacía falta dinero, y Dios no lo regala).
Años, siglos después, han continuado con la misma rutina, con esos viajes eternos, aunque ya llevando la piedra de amolar en un carro, más tarde en una bicicleta, siempre empujando, y luego... Pero siempre identificándose no solo por la musiquilla de su flauta, también por las chispas que saltaban del esmeril cuando se ponían a trabajar. Ruedas que en buena parte procedían de Liñares, pueblo de la Ribera Sacra, aunque en la orilla lucense, donde se fabricaban mayoritariamente; hoy en día se pueden encontrar muchas más en «A casa das rodas», en San Xoan del Río, donde el escultor Florencio de Arboiro ha reunido -gracias a un peregrinaje por toda la provincia digno de nuestros personajes- más de dos centenares de ruedas de afilar, muchas de ellas abandonadas a su suerte, que él mismo ha restaurado.
Pero el recuerdo de los afiladores está por todo Ourense. En pueblos como Castro Caldelas, Esgos o Nogueira de Ramuín podemos contemplar estatuas que le rinden homenaje, o simplemente rememoran su actividad.
De Maceda, o de alguna de sus 54 aldeas y villas que se integran en este municipio, seguro que partieron muchos en siglos anteriores, aunque no haya ningún recuerdo material del afilador. O quizá sí.
II
El sonido del chiflo se escucha nítidamente un par de veces antes de dar paso al virtuosismo de la guitarra de Alberto Cereijo. Tres minutos que no se hacen largos, pero que solamente se pueden disfrutar en la versión original en el disco y en el videoclip oficial.
En ese momento irrumpe con toda la fuerza el sonido potente de Los Suaves al completo -que se ha mantenido con cualquiera de las formaciones que han conformado la banda en sus más de treinta años de existencia- antes de dar paso a la voz grave, al genio salvaje e indómito, pero a la vez a la lírica profunda de Yosi Domínguez. «Escribe una canción como si fuera la primera y cántala como si fuera la última».
Está regresando a casa en donde se ahoga el sol
y va cerrando los ojos para poder ver mejor.
La lluvia ya se marchó despertaron
las estrellas y se ve el camino del cielo mucho
más que el de la tierra.
Es «El Afilador», la pieza que abre «Santa Compaña», el sexto disco de estudio (1994) de Los Suaves, la banda orensana de los hermanos Yosi y Charly Domínguez, nacida a finales de los setenta, aunque algunos daten esos inicios en los ochenta. Independientemente de etiquetas y de una c...