Coaching para escribir con PNL
eBook - ePub

Coaching para escribir con PNL

Hector Dalessandro

Compartir libro
  1. 205 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Coaching para escribir con PNL

Hector Dalessandro

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Coaching para escribir con programación neurolingüística es el primer libro de su tema que se escribe en español. Motivación y potencial son las palabras que lo definen. Trae novedades sobre cómo trabajan las palabras (sustantivos, verbos, adjetivos) en el cerebro y su capacidad de bloquearnos o abrirnos a la creatividad. Cómo el tipo y la combinación de frases que utilizamos para escribir son nuestro modo de pensar y de escribir. Claves sobre estilística o construcción de personajes. Animará por igual a novelistas que a ensayistas. Este mismo libro es una original combinación de biografía, ensayo y narrativa.Patricio Peker autor de best sellers internacional ha dicho de este título: El libro Coaching para escribir con PNL de Héctor D'Alessandro hace que te vengan unas ganas locas de escribir y te hace sentir que puedes hacerlo. Te desbloquea, te da herramientas, y un camino.La aplicación que hace D'Alessandro a los niveles neurológicos de la PNL a la literatura y escritura constituye un hallazgo espectacular, tanto para quien desee escribir un libro, como para quien desee descubrir en la lectura una nueva dimensión para comprender y disfrutar aún más de un libro. Este es un libro lleno de creatividad, pasión y entusiasmo.

Preguntas frecuentes

¿Cómo cancelo mi suscripción?
Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
¿Cómo descargo los libros?
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
¿En qué se diferencian los planes de precios?
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
¿Qué es Perlego?
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
¿Perlego ofrece la función de texto a voz?
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¿Es Coaching para escribir con PNL un PDF/ePUB en línea?
Sí, puedes acceder a Coaching para escribir con PNL de Hector Dalessandro en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Éducation y Éducation générale. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2014
ISBN
9788468614885
PRIMERA PARTE
Coaching para escribir con Programación Neurolingüística
I
Que trata acerca de qué hacer con el propio cerebro para entender los intríngulis de la escritura creativa y qué hacer (usando el cerebro) para escribir con una destreza que pueda considerarse artística.
En este y en todos los otros capítulos, quiera o no, hablaré de mí. Hablaré y pondré ejemplos que permitan al lector ver y sentir cómo aprendí a resolver problemas creativos y qué inventé para resolverlos.
En el arte de escribir hay una situación que se presenta al comienzo y es qué quiero escribir y qué nivel quiero alcanzar. Esto será determinado en buena medida por el nivel de las lecturas que uno realice con vistas a aprender.
Cuando mencionamos las lecturas estamos mentando la soga en la casa del ahorcado: aquí está el segundo conjunto de situaciones que se deben resolver. Puede resumirse este conjunto como: escritura y lectura.
Vamos a por el primer asunto: qué quiero escribir y qué nivel quiero alcanzar.
A los ocho años de edad yo ya sabía que me dedicaría a escribir y mi primer proyecto de libro fue una antología de la sabiduría universal. Frases que iba recopilando de distintas fuentes: “El tesoro de la juventud”, otras enciclopedias, el “Martín Fierro”, lo que decía mi padre y lo que yo le escuchaba decir a la gente.
Recuerdo que lo abandoné con un mal sabor de boca, pues a poco de comenzar a anotar algunas frases de aquellas que anotaba en un cuaderno de tapas rojas me invadió una suerte de pesadumbre y agobio absolutos. El peso de la tradición, como decía Marx, “oprimía mi cerebro”. Apasionado y lapidario como era, determiné que la sabiduría popular no existía, si acaso existía, se trataba en realidad de una suerte de estupidez generalizada que penetraba en el cerebro de las personas bajo la forma de algún extraño virus que si lograba aislar y combatirlo de un modo eficaz y si la humanidad recuperaba la cordura, seguro que me darían el premio Nobel de literatura o de química o de medicina, en esto tenía dudas.
La realidad cerebral es que aquellas frases manidas en mi imaginativa mente no lograban hacer mella ni influenciarme de ningún modo que me resultase estimulante.
Recuerdo que por esa época yo me pasaba pidiendo permisos y exenciones para faltar a diferentes clases deliberativas en el colegio, alegando que conocía de antemano el conjunto de opiniones que cada uno defendería y de cómo esas polémicas nos conducirían a unas discusiones parecidas a callejones sin salida. Era realmente un niño con una gran autoestima, y recibía en consecuencia alguna que otra sanción por ello.
Sobre esto de los diálogos que conducen a encierros, muy pronto me di cuenta que el cerebro estaba diseñado de tal manera que hablando conmigo mismo también me podía conducir a un callejón sin salida que estaba ilustrado de un modo muy claro por aquella frase hecha que decía que “una palabra lleva a la otra”. Esta expresión significaba para mí una experiencia vital, profunda, dramática por momentos y en la medida que me fui aventurando en la adolescencia y en una muy intensa juventud, los callejones de la mente se convirtieron para mí en auténticos molinos de viento de la mente contra los cuales inventé todos los modos posibles de lucha y finalmente salí derrotado para poder llegar al fondo de mí mismo.
En muchas conversaciones con compañeros del colegio o del barrio empecé a quedarme mudo, con una especie de mudez propia del pensante que está buscando una respuesta ponderada que satisfaga a lo que están requiriendo de él. Atribuyo esto al hecho de que yo era un niño que leía mucho y a que consultaba todas mis situaciones conflictivas reales e incluso las inventadas, con mi padre para que me explicara que haría él en cada caso. Para mí, mi padre era un sabio y tener que verlo bajo ópticas, ya no negativas, sino meramente realistas, en la adolescencia y finalmente superarlo, fue dramático para mi adolescencia y para la formación de un ego adulto y profesional. Sobre todo porque me dediqué a escribir y además con una carga de ambición poco menos que balzaciana y esto implica un desarrollo intelectual, si has tenido un padre intelectual, resolver el peso de su sombra sobre ti puede implicar algo de trabajo; ya os contaré.
Escribo para personas que quieran poner todas su creatividad al servicio de lo que escriben y que cuando lo hagan se sientan creativos, experimenten que están creciendo, que están aprendiendo de sí mismos —la gran señal del crecimiento— y que experimenten el cariño por la tarea que hacen que yo he logrado llegar a sentir.
Por los motivos expuestos en el párrafo anterior es que me expongo, a nivele personal, a un punto al que no llegan otros autores y tampoco tienen porqué hacerlo. Pero yo creo que en la vida si quieres algo que realmente tenga valor has de exponerte y exponerme significa para mí: poner el alma en ello.
Luego, sí: puedes escribir artículos o manuales que realmente no lleguen a interesarte lo suficiente, un tipo de trabajos que yo también hice, más bien como redactor que como escritor. Y aún en ese caso, se redacta mejor si un se siente realizado. En este sentido, este libro es útil para quien quiera algo más bien técnico y quien desee algo más vivencial.
Bien, el caso es que a los quince años de edad decidí que iba a escribir un cuento: mi primer cuento. Tenía un título rimbombante. “El Dios asesinado ante los ojos indiferentes de la plebe”. Dado que en esa época leía a Nietzsche (“Así habló Zaratustra”) y a José Ingenieros (“El hombre mediocre”), no me extraña que aquel engendro abominable que la literatura ha perdido para siempre tuviera un título de aquella calaña. Fue una experiencia muy frustrante. Se lo leí a un par de amigos íntimos que me toleraban cualquier aberración. Y cuando se lo fui a leer a una tercera persona no tan íntima, lo cual aseguraba un cierto juicio más objetivo, recuerdo que empecé a leer el título y sentí el calor intenso en mis mejillas y le dije a aquel chico: “mejor lo dejamos, no es tan bueno mi cuento.”
No lo leí. Mi vergüenza se convirtió en un ataque de rabia y destruí el texto y lo quemé. Luego estuve un par de días de mal humor y finalmente resolví que debía aprender más antes de mi segundo intento con un relato. Así fue que decidí que tenía que leer y aprender de mis lecturas. Estuve tres años leyendo y sin escribir nada. Sólo apuntes en diferentes cuadernos donde anotaba cosas que me parecían interesantes. Debo aclarar que no me sentía en modo alguno disgustado por no escribir, simplemente vivía, no me torturaba por no escribir. En realidad no sabía si me interesaba escribir, lo que sí sabía es que me interesaba leer. Era una época en que me leía un libro al día.
Me reunía en mi casa con un grupo de amigos con quienes leíamos libros en voz alta. Sólo leíamos y disfrutábamos, no comentábamos nada. Me hice macrobiótico. Y un día de abril de 1981 en que concurrí al bachillerato en el IAVA (Instituto Alfredo Vázquez Acevedo), me entretuve mirando libros en la Librería del Sportman y allí descubrí y me compré y me leí esa misma tarde noche, dos libros: “Trópico de Cáncer” de Henry Miller y “La cantante calva” de Eugenio Ionesco. Terminé a medianoche el “Trópico” y antes de prepararme el mate para continuar leyendo ya tenía claro que quería dedicarme a escribir y para ello empezaría dejando de concurrir al bachillerato (estaba en el último año) y poniéndome a escribir y leer. Al cabo de aquella noche sabía tres cosas: que el tipo de escritor que yo quería ser necesitaba una profusa formación literaria y en otras distintas disciplinas, el desarrollo de una filosofía personal resultado de mi experiencia en la vida y obviamente: experiencia. Sé positivamente que otros escritores y muchos de los escritos que se hacen a lo largo de la vida, no necesitan de todos estos prerrequisitos, pero éstos eran los míos. La autoexigencia marcó mi destino de escritor, y frases como la de Truman Capote en “Música para camaleones”, donde compara el don de escribir con un látigo que dios te entrega para autoflagelarte me venía a medida a mí, al que yo era en esa época.
Antes de leer a Miller, yo había leído “El jugador” de Dostoyevski, “Papá Goriot” de Balzac y sobre todo “La muerte de Iván Ilich” y estos libros habían dejado en mí marcadas de un modo muy claro ciertas ideas en formación acerca de la existencia. Dostoievski en esa novela me transmitió cierto idea de que hay que conocer mundo y psicologías individuales peculiares para escribir, Balzac reafirmó ciertas ideas negativas acerca de la vida social y de los métodos de obtención de éxito, algo un poco tanguero que se resistía a morir en mi, y Tolstoi en ese libro me reveló el poder de la literatura para guiarte en un camino y mostrarte los senderos y las ideas que pueblan un camino vital e intenso por el contrario a un destino burocrático, absurdo y estadístico como es el de un funcionario público según aquella manera de ver las cosas. Yo vi en el deterioro de Iván Ilich el deterioro futuro de mi padre, de algún modo aprendí a leerlo por anticipado, aprendí en realidad algo más profundo: que si una persona se identifica solamente con una actividad, con su desempeño profesional y lo separa de la corriente vital principal, vive escindido y como sin sangre y cuando abandona su rol laboral o profesional, la muerte viene a abrazarlo puesto que ha perdido dentro de sí al mejor y quizás al único personaje que sabía representar. Yo vi morir a mi padre cuando perdió el propósito central de su vida, aquella labor que le otorgaba identidad, autoestima, una buena autoimagen y que también le permitía ejercitar sus mejores capacidades al mismo tiempo que esconderse en ella para no ahondar en otras áreas —para entrar en las cuales quizás no tenía herramientas ni hubiera podido desarrollarlas jamás.
Al día siguiente leí “Trópico de Capricornio”, que me arrastró literalmente a cumbres desconocidas para mí donde se respiraba un aire tan intenso que yo ya no quería bajarme nunca más de allí. Quería sentir, escribir, vivir y morir en ese nivel; todo lo que estuviera por debajo, era una banalidad y un sinsentido.
El libro de Henry Miller fue el detonante realmente de que descubriera al escritor que había en mí. Y buena parte de ello tiene que ver, creo yo, el que en el acápite del libro Miller ponga una cita de Emerson que dice algo así como que “de este libro saldrán otros libros”.
Los “Trópicos” y “Primavera Negra” fueron mi primera poética. Detrás de ellos vinieron otros que me permiten afirmar que algunas de las jornadas más inolvidables de mi vida fueron el día que leí “El tambor de hojalata” o el día que leí “Sobre héroes y tumbas”.
¿Cómo llegué a estos títulos? A los quince años, tras la fallida experiencia de escribir mi primer cuento, me puse a trabajar en una librería muy famosa de Montevideo, “La feria del libro” y con el dinero que gané allí durante unas vacaciones, me compre una máquina de escribir y manuales, introducciones e historias de las mas diversas literaturas. Leí los cánones para saber qué debía leer. ¿Cómo los leía? Aquí viene la respuesta que sorprende a mucha gente. Pasaba a máquina los libros. El primer libro completo que escribí, largo además, fue “La literatura norteamericana del Siglo XX” de Heinrich Straumann, publicado por el Fondo de Cultura Económica de México. De este modo aprendí a escribir a máquina y no había noche en que no tuviera algo que escribir porque estaba todo el tiempo pasando libros enteros a máquina. (Ya lo saben no hay excusa: siempre pueden estar escribiendo, y con excelsa calidad.) Así descubrí algo que hice mío de un modo totalmente inconsciente y que nadie puede entenderlo si no lo vive. Un método que para mí era el método evidente y que no vi reflejado jamás en nadie hasta leerlo en el libro de Tobías Wolf “Vieja escuela”. Para entender qué es lo que hace un autor y cómo logra hacerlo, nada mejor que “modelarlo” como se dice en PNL, y la manera es transcribir sus textos. Es la manera en que aprendes un ritmo interno que ese autor imprime a sus producciones;sin pasar por la experiencia de “volver a escribirlo” como en“Pierre Menard autor del Quijote” de Jorge Luis Borges nunca se puede entender y hacer carne en uno.
La verdad es que a mí siempre me pareció lo más normal pasar a limpio, no ya un libro entero de trescientas páginas sino un par de folios para entender y comprender la mecánica interna de un texto, y luego sí analizarlo utilizando herramientas más o menos sofisticadas, pero sí pasar en todos los casos por la escritura. (Dos de los autores mas influyentes del siglo veinte se sabían de memoria y podían recitar en voz alta una obra completa de prosa o poesía en cierto modo "musical" de otro gran autor. Francis Scott Fitzgerald a la hora de escribir "El Gran Gatsby" había memorizado “Tierra Baldía” de T S. Eliot, y Gabriel García Márquez para cuando escribe "Cien años de soledad" hacía ya años que se sabia de memoria "Pedro Páramo" de Juan Rulfo.)
El “aprender modelando” la escritura de otro por el sencillo método de trascribirlo o memorizarlo (luego he desarrollado otros métodos de lectura que potencian esta posibilidad de aprendizaje a niveles muy superiores) opera como una suerte de incorporación inconsciente de una estructura, similar a cuando aprendemos los pasos de baile de alguna danza, al comienzo directamente los “copiamos” e intentamos atenernos a ellos digamos al pie de la letra, con la máxima exactitud, luego, cuando la totalidad del cuerpo ha memorizado ese modo de funcionar se empiezan a hacer audaces modificaciones, pero nunca antes de dominar a la perfección el modelo estructural general que gobierna a ese arte. En la escritura sucede igual, cuando se escoge trascribir a otros autores que uno considera maestros, incorporamos a fuerza de hacer lo mismo que ellos su modo de estructurar una representación escrita.
Yo fui descubriendo el arte de la escritura así, inventando mis propios métodos, algunas personas, cuando retomé años luego los estudios universitarios, me preguntaban que porqué no me dedicaba a estudiar para profesor de literatura, pero yo sabía con absoluta claridad algo que nadie podía entender por el sencillo hecho de que no eran escritores, y es que lo que hace un profesor de literatura tiene relación con lo que hace un escritor en la misma medida que puede tener relación el mecánico del coche con el corredor de formula uno.
Durante un tiempo fui actor en Teatro Uno, de Alberto Restuccia, y muchas personas se asombraban de mi capacidad de memorizar, lo que no sabían era que a mí para memorizar me bastaba con pasar a limpio por escrito el texto que me correspondía decir, pero no pasarlo a limpio de cualquier modo sino dividiendo el texto de acuerdo a un criterio de priorización de los distintos elementos que componen a la oración: sujeto, verbo y predicado.
Estaba estableciendo sin saberlo las bases de mi sistema de coaching personal para despertar una mente creativa.
Bien, ya os he contado de un modo narrativo unas cuantas anécdotas vitales sobre qué hice con los textos que se acercaban a mí y qué hice con mi cerebro para entenderlos y para poder ganar un nivel de competencia similar. Lo primero que puedo afirmar es que cuando uno lee, tanto si es un periódico de determinada tendencia como una revista especializada o la obra de prosa poética más sofisticada e intertextual, debe situarse en la posición del autor, no debe concederse menos a sí mismo. Algo que no nos debería resultar difícil de hacer: repetir las cosas una infinidad de veces, dado que en el colegio nos repiten las cosas unas y otra vez en el entendido de que si lanzas cien veces un dardo a una diana en algún momento darás en el blanco. Lo que nos hace “comprender” la manera de hacer algo tras infinitas repeticiones más o menos fallidas es la creencia depositada en nosotros de que por nuestra edad o por el desarrollo de otras capacidades medibles y presentes de un modo constatable en nosotros “tenemos” que aprender. El peso de ese “tenemos” es mayor de lo que se pueda nadie imaginar, es la base de un acuerdo de construcción colectiva de la realidad del aprendizaje. Es de alguna manera una profecía auto cumplida.
Como modo paralelo a la mera repetición está el llamado “modelado”, reproducir en uno mismo las estrategias neurofisiológicas que la otra persona desarrolla para alcanzar un nivel de excelencia en una tarea: nada menos que el propósito que dio nacimiento a la PNL. En mis comienzos como escritor, encontré natural reproducir los textos de mi escritor paradigmático, de ningún modo estoy sugiriendo que este sea el único ni el mejor método, sólo fue el que yo encontré y decidí que en ese momento era el mejor para mi. Ahora que han pasado más de treinta años puedo determinar con exactitud que se trató de un método asaz interesante, haciéndolo de este modo podía sentir en mis venas, en la fuerza que hacían mis brazos ante el teclado, en la velocidad que podían desplegar mis dedos tecleando ante aquellas palabras largas o breves, y su combinación, ante aquellas frases largas o breves y su alternación y la aparición de esas maravillas del razonamiento humano que son las frases yuxtapuestas. Cuando debía detenerme en medio de la transcripción de una frase era porque algo muy interesante estaba a punto de producirse: un descubrimiento, un hallazgo, un comprender repentinamente cómo era exactamente que aquel autor o autora combinaba las palabras, las secuencias de frases y los diferentes tipos de frase entre sí.
Mi método contaba con una tradición espléndida: la de los copiadores de textos del medioevo. En esa época los libros se transcribían a mano por entero. Y el transcribir el texto de otro posee, lo sé por experiencia, algo de transmigración o acoplamiento total con el modo de pensar del otro. Haciéndolo, descubres cabalmente que escribir y sobre todo escribir ficciones (cuentos, novelas) es pensar en imágenes y con un orden determinado. Escribir es ordenar el pensamiento en forma escrita. Escribir es pensar en orden. De la particular lucha que cada escritor tiene con la literatura y la obra que ha recibido, como tradición por una parte y por otra como poética consciente, surge el particular modo de ese escritor o escritora de ordenar el pensamiento que desea transmitir acerca de la existencia.
Por eso, transcribir los textos de otros es incorporar en uno mismo el modo en que otros piensan de un modo crucial para el aprendizaje y el desarrollo del pensamiento y de estrategias propias del pensamiento. Luego: en la medida en que más autores transcribes, con la calma suficiente para incorporar su “tempo” particular, a más modos de pensar accedes y tu capacidad de observar un fenómeno de la existencia y tu modo de observar la existencia ficcional se enriquecerá de modo exponencial.
Con el paso del tiempo y de la práctica, me di cuenta que leer para aprender a escribir y leer con otra óptica, son cosas bien distintas pero que en la práctica no están cognitivamente separadas, y nadie sabe cómo se ha de hacer esa separación. Eso justamente es lo que yo he desarrollado. Estrategias para leer como escritor diferentes de las estrategias de lectura en tanto lector.
En muchas ocasiones he leído u oído a escritores de todo tipo y calidad, decir que para aprender a escribir hay que leer. Es más, hay que leer a los mejores. Nadie puede estar más de acuerdo que yo en este punto. Leer, y leer a los mejores, mantiene tu cabeza limpia de ideas absurdas y expresiones banales y te mantiene respirando a un nivel y altura donde el terreno está abonado de modo natural para la creatividad. Sin embargo, no todo el mundo que lee y que lee a los mejores, llega a desarrollar una excelencia literaria apreciable. Esto se debe, como mínimo,a dos errores cognitivos que están incrustados en el corazón de la pedagogía de nuestra época. Uno es que leemos buscando “datos” a los cuales se les supone un don inmanente para revelarnos el secreto escondido de la obra literaria o al menos de una escritura de buena factura. Pensamos que las partes explican al todo. A ello se debe el hecho de que en las recensiones de libros, críticos hechos y derechos, sitúen el núcleo de la calidad de un autor o autora en el uso de un elemento, a saber: un determinado tipo de frase por en...

Índice