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Mis investigaciones
Sobre el curso de la naturaleza en la evolución de la humanidad
- 320 páginas
- Spanish
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- Disponible en iOS y Android
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Mis investigaciones
Sobre el curso de la naturaleza en la evolución de la humanidad
Descripción del libro
Ésta es una obra singular de Juan Enrique Pestalozzi. Singular porque no es muy conocida ni citada entre sus obras y, sin embargo, es una de las más importantes y fundamentales de ellas. Es su obra filosófica. En la misma encontramos, de nuestro autor, su Antropología, su Ética, su Filosofía Social, su Filosofía de la Educación.
Cuando la escribió, Pestalozzi no era todavía el pedagogo que fue después; era solamente un escritor de la época de la Ilustración, con buenas aportaciones al pensamiento de su época. Pero tenía ya una idea clara de lo que debía ser la educación del pueblo y de los métodos con que había que promoverla.
El autor escribió el presente libro durante tres años, de 1793 a 1795, es decir, tras la viva experiencia de la Revolución Francesa. Precisamente suele decirse que constituye la reflexión profunda que dicho suceso provocó en nuestro autor, haciéndole revisar todos sus planteamientos ideológicos, sociales y políticos. En este sentido es una obra de madurez y de crítica, en que Pestalozzi, a sus cincuenta años de edad, hace una especie de filosofía de la historia para explicarse y explicar lo que es la humanidad y lo que debe ser, cuál es el destino del género humano y, por consiguiente, cómo ha de orientarse la formación y educación del mismo.
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Información
Categoría
PedagogíaCategoría
Educación comparada[Segunda parte]
[LOS TRES ESTADOS DEL HOMBRE]
[Segunda parte]
[LOS TRES ESTADOS DEL HOMBRE]
TRÁNSITO A LO ESENCIAL DE MI LIBRO
[La fuerza moral y las reiteradas caídas]
Con lo anterior ya habría yo completado la imagen del hombre y, con ella, la imagen de la cercana disolución de los Estados.
Para mí lo dicho es enteramente verdad, o sea, a mi modo de ver el asunto es así y no de otra manera. Mas precisamente por esto lleva también la impronta que la propia naturaleza de mi desarrollo individual le ha dado y, en consecuencia, adolece de aquella parcialidad con la que, en el decurso de mi vida, algunas cosas del mundo aparecen ante mi vista provistas de mucho atractivo, otras envueltas de mucha aversión, unas apoyadas en grandes experiencias y otras oscurecidas por la sombra de una falta de experiencia. Esto debe ser así. Mi imagen del hombre, igual que mi libro, no ha de ser otra cosa que la verdad que hay en mí mismo; de otro modo sería un entretejido de mentiras contra mí mismo y contra mi finalidad.
Ahora he proseguido y me he preguntado: Mas ¿por qué esto es así? ¿Por qué los seres humanos perecen en el lamento de la injusticia y en la desgracia de una degradación interior, mientras que algunas personas se elevan a un notable nivel de bienestar ciudadano y de dignificación moral? Debo aclararme en esto, o de otro modo la impresión que el decurso de mi vida me ha causado constituirá para mí un caos que me acompañará hasta mi tumba.
Unas veces he visto que las circunstancias hacen al hombre; pero otras veces he visto de pronto que el hombre hace las circunstancias, y que él tiene en sí mismo una fuerza de dirigirse a él mismo de modo diverso según su voluntad.
Al hacer esto está tomando parte en la formación de sí mismo y en un influir en las circunstancias que actúan sobre él. He tratado de desarrollar un poco más para mí esta mezcla de casualidad y de libertad que parece constituir el destino de mi existencia en la Tierra, y he comenzado por preguntarme cómo soy lo que realmente soy y cómo el hombre llega a ser realmente lo que es.
Me he preguntado esto: ¿Acaso un niño, si no es educado para ello ni es obligado a hacerlo, va muy temprano a su trabajo y lo ejecuta tranquilo y contento hasta que el Sol declina y sus músculos cansados piden el reposo? Y el labrador, si hiciera lo que quisiera, ¿se pasaría todo el día y todo el año sudando y helándose de frío en el trabajo de la madera y del campo tal como está haciendo? Y así también el comerciante y el artesano, ¿aguantarían a lo largo del día y del año, pegados a su pupitre o a su banco de trabajo, si desde su juventud no hubieran sido coaccionados a sentir, pensar y hacer mil cosas de un modo distinto a como en todo el mundo las siente, piensa y hace la persona que en esto no ha sido coaccionada ni violentada?
He tenido que responder que toda esa gente, si hubiese hecho lo que hubiera querido, no habría hecho todo eso; por el contrario, en este caso sólo habría procurado cuidar de su tranquilidad, buscarse alegrías, no ocuparse de nada más que de sí misma buscando pasar sus días sin afanes, sin sufrimientos y sin esfuerzos. De este modo el hombre es lo que es gracias a la coacción y a la diligencia con las cuales llega, en sus asuntos esenciales, a sentir, pensar y obrar de un modo distinto a como sentiría, pensaría y obraría sin coacción ni esfuerzo. Es evidente que, si el hombre social se abandonara a sí mismo sin esa coacción, se disolverían todos los vínculos del mundo y una indecible desgracia se cernería sobre la desbaratada Tierra como un ángel de la muerte.
De todos modos, a causa de los primeros sentimientos básicos de nuestra naturaleza, en esta situación debo necesariamente preguntarme si no debo acaso sacrificar mi derecho y mi felicidad a fin de que el mundo permanezca en un orden del cual, en el fondo, yo no sé si es bueno o malo.
Pero no puedo evitar en mí el querer saber efectivamente si aquel orden del mundo por el cual yo soy lo que soy es bueno o malo. Me resulta imposible persuadirme de que aquella ausencia de coacción que mi naturaleza desea podría ser buena para el género humano, puesto que indiscutiblemente me llevaría a prescindir de todo aquello que es lo único por lo cual puedo conseguir de un modo tal que mi mujer me quiera, que mi hijo me honre, que mi amigo me sea leal, que el pobre me bendiga y que mi patria me esté agradecida.
Y si yo sé todo esto, ¿cesaré luego por ello de exigir con toda la violencia de mis primeros impulsos animales la libertad total de mi naturaleza animal? Y de nuevo he de responder: En modo alguno. Ciertamente que por un lado no puedo soportar las consecuencias que para mí tiene el someterme, contra mis convicciones, a los instintos animales de mi naturaleza. Y por otro lado el grado de poder de los sentidos al cual me supedito es esencial a mi naturaleza.
No puedo desmentir en mi pecho los sentimientos básicos de mi naturaleza animal sin verme feliz cuando yo, en el brillo suave del Sol, paso los instantes sumido en ensoñaciones y olvidándome tanto del pasado como del futuro.
No puedo tener con los animales del campo el parecido que tendría si no tendiera mi mano hacia el fruto del campo y de la viña con una ilimitada libertad. Yo no puedo ser quien soy y compartir gustoso y voluntarioso los víveres de mi cueva con un hombre que no me ha ayudado a acumularlos. Y sin embargo esto y otras mil cosas parecidas yo, como agricultor, como ciudadano, como artesano y demás, no sólo he de poderlas hacer, sino incluso quererlas hacer. Y cuando luego me pregunto por qué soy yo ciudadano, campesino, artesano y otras cosas y por qué no prefiero ser simplemente hombre, encuentro que en todas esas situaciones gozo de unas ventajas que no puedo proporcionarme fuera de ellas y de las cuales mi naturaleza, no sea más que por el valor que tiene una ausencia de coacción animal, no está propensa a prescindir.
Así pues, en medio de las limitaciones de mi formación social, mi conveniencia animal y, por consiguiente, también mi voluntad animal es que prosigan aquellas situaciones sin las cuales yo no podría disfrutar de las ventajas de aquella. De modo que, aun cuando el fundamento de mi formación social es, en esencia, una limitación —basada en la coacción animal— de mi naturaleza y de todo su posible disfrute, también es cierto que las experiencias de mi vida me llevan siempre con paso seguro a prolongar con mi propia voluntad las consecuencias de mi coacción animal. Ignorando aquello que yo, guiado por la casualidad y por la experiencia, haré de mí mismo, y carente de información sobre ello, y despreocupada de aquello que el arte de los seres humanos pueda hacer de mí, la naturaleza me puso en la Tierra con una gran capacidad de poder asegurar en todas partes mi existencia animal por mí mismo, sin la colaboración del arte de los seres humanos.
En la simplicidad de esta fuerza básica originaria de mi naturaleza, en mi instinto, reside la esencia de mi sano sentir, pensar y actuar animal.
Pero tan pronto como quiero ser más o tengo que ser más que aquello que la naturaleza en general ha hecho de los seres humanos, tengo que pasar a señorear, en la Tierra, esa simple guía que es mi existencia no sofisticada ni ilustrada.
La naturaleza no puede hacer esto por mí.
Ella no puede, con la ley de su omnipotencia, obligarme a que yo no vaya con la cabeza erguida al aire, a que yo en el brillo suave del Sol no me olvide gustoso del pasado y del futuro, ni tampoco a que yo sin mi aquiescencia y contra mi voluntad haya de convertirme en un buen sastre o en un buen zapatero. Si la naturaleza pudiera hacer esto y lo hiciera, yo no sería un hombre y me faltaría toda la base por la cual tengo que hacerme a mí mismo tal.
Tampoco podría ella rebajar aquel grado de capacidad animal de la cual el hombre tiene necesidad ante las dificultades que una Tierra no elaborada le ofrece en todas las latitudes: rebajarla hasta el punto de que igual le costaría a un afilador de tijeras que a un príncipe superar su obstinación, sus cuitas, su necesidad y sus molestias cuando se empeñan en algo. Si los errores de nuestro egoísmo no encontraran, en la vida social, un contrapeso en los fuertes sentimientos de nuestra autoconservación, hasta la misma existencia del género humano correría peligro.
Esto es tan cierto, que hasta los alcaldes de pueblo habrían convertido ya el mundo en un desierto si aquella fuerte pretensión con la cual, entre el humo de la habitación donde toman unas copas, se arrogan una omnipotencia no fuera contrarrestada de un modo general y seguro por la fuerza de los sentimientos primarios y básicos de nuestra naturaleza.
Lo que prueban hacer los alcaldes con sus habitaciones para tomar copas lo prueban también los reyes con el cetro, los conquistadores con la espada, los majaderos con su charlatenría, los clérigos con los conventos, los nobles con los castillos y las autoridades con las cámaras; en una palabra, cada cual lo prueba con la peculiaridad de la fuerza física de que dispone.
Así pues, la injusticia del mundo en todas partes termina sólo si interviene el poder.
La sinrazón animal no cede ante ningún derecho, y la sinrazón social no es otra cosa que la sinrazón animal socialmente reforzada y socialmente organizada.
Mas ¿deberían por este motivo la verdad y el derecho no ser nada para la humanidad? ¿Deberá acaso ser absolutamente cierto que todos los acontecimientos de la vida no son más que arte de prestidigitación para aquellos a quienes el mismo les encubre con una niebla impenetrable las diferencias internas que hay entre todas las cosas?
No, tampoco esto es así. Aun cuando la verdad y el derecho no aparecen en el hombre por sí solos, no por eso deja de ser cierto que él puede adquirir esa verdad y ese derecho.
No; de la expresión de moda en nuestra época: «¿de qué sirve buscar la verdad y el derecho?» no puede sacarse nada; no es verdadera; es únicamente un hondo suspiro de nuestra confusión y de nuestra aversión frente a la verdad y al derecho y, en este sentido, no nos sirve.
Y si nos paramos a observar un poco quiénes han sido las personas que con más frecuencia han tenido en su boca esta expresión puesta de moda en nuestra época, veremos que a buen seguro la mayoría de ellas tendrían que cambiar las cosas de su mesa si nos pusiéramos a examinar con detención si es blanco o es negro aquello que anotan, registran, controlan, completan, sellan, alaban, mandan y predican.
Pero tales personas al obrar así quedan marcadas por las mentiras de su sentido animal. Por este motivo su voz no decide nada en relación con la capacidad que tienen los seres humanos para la verdad y el derecho. Conocemos su «bla-bla-bla», sabemos lo que quieren cuando tocan la gaita.
La gente honrada no dice a las muchedumbres: «Sois todos unos locos» ni «sois todos unos canallas».
Pero en asuntos que podrían modificar sus bienes los seres humanos no son honrados. Rara vez...
Índice
- ÍNDICE
- INTRODUCCIÓN
- Mis investigaciones
- [PRÓLOGO]
- Primera parte. LAS CONTRADICCIONES DEL HOMBRE EN SOCIEDAD
- Segunda parte. LOS TRES ESTADOS DEL HOMBRE
- Tercera parte. APLICACIÓN DE MIS PRINCIPIOS ESENCIALES A LOS PUNTOS DE VISTA SIMPLES QUE ADOPTÉ EN MI PRIMERA VISIÓN DEL TEMA [O PRIMERA PARTE]