
- 244 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
El Hermafrodita dormido
Descripción del libro
Siempre hay seres humanos detrás de nuestras acciones. Por ejemplo, al publicar mis libros he sentido que sería muy bueno que Alfonso y José Vicente González dijeran que estaban agradables. El último murió en 1932. Me falta un ala. Este es para Alfonso. Aparecen tantos jóvenes y mueren tantos colegas de juventud, que estoy medio muerto, por lo menos se me quita el miedo a la muerte. Las nuevas juventudes son como nuevas visitas, con quienes no encontramos qué decir. Decididamente, pasados los treinta años, cada día es más evidente que nuestro puesto en la tierra lo necesitan y reclaman otros. ¡Abran campo, pues, queridos amigos muertos, que me siento empujado hacia vosotros! Pero mientras tanto cantemos a la juventud, que es lo único. Lo demás son las meras nadas. La juventud es bella aunque no se bañe. Por eso, por amor a ella, para no separármele, he querido permanecer siempre aficionado y no ser profesional. Así puedo contradecirme, no tengo obligaciones, me parece que estoy aún en el colegio de los jesuitas y que no he terminado mi documentación. Porque soy también un jesuita soltado. Me da hasta risa pensar en el asco que le tengo a la terminación de los estudios, a la vejez y a la muerte. Porque cuando uno cree que ya sabe una cosa, es porque ya se murió. Todos son muertos, menos los que nos documentamos y nos documentamos, como los jueces que se demoran y se demoran. ¿El juicio? ¡Va! Eso es matar el proceso filosófico… Lo único que sé es que la filosofía es un camino, una amistad y no un matrimonio con la verdad. Ésta no se ha casado, es virgen, una virgen juguetona. Quien afirme que ha poseído la verdad es un… viejo sofista.
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Información
Categoría
LiteraturaCategoría
Biografías literariasITALIA MILITAR
HAY mucha solterona que goza siguiendo a la Montessori, pedagogía y ciencia de mujeres feas y de cuarenta años de virginidad obligada. La religión no las ocupa ya, y, por eso, educan.
La nueva Italia trata bien al niño porque lo quiere hacer soldado contra Francia, célula de estado socialista-corporativo.
“Eja…! Eja…! Eja…! Alalá…!”. Así gritan por todas partes. En cada fiesta hay 3.000 balillas innegiando al Duce e al Fascismo. Pero la mujer preñada lo está siempre contra su voluntad.
Treinta y ocho millones; treinta y nueve; cuarenta; cuarenta y dos. Cada seis meses publican la cantidad en que aumentó la población, y Mussolini se regocija. La guerra estallará de un momento a otro.
Desde que llegué de Roma estoy en honda tristeza. Tenía muchas emociones para contarte, y no pienso sino cosas desagradables. Nací con capacidad para ser bueno y feliz, pero no me dejan.
Ahora salí a recuperarme. En el café estaban hablando genovés. Es alargando las vocales, monótonamente, como los bobos, pero no lo son, sino negociantes terribles que ya me han sacado todas mis liras.
Lo que desea el fascismo es lo que llaman Provincias Irredentas: Niza, Córcega, Dalmacia, una parte de Suiza.
Predican el desarme, y el golpe de esponja para las deudas. Es fácil explicarlo. Sostienen que ellos ganaron la guerra, ellos solos, y que debieron darles Marruecos y media Europa. Predican il colpo di spugna para favorecer a Alemania y debilitar a Francia. La unión espiritual con los tudescos es una realidad ya. No hay pedazo de columna o diente de santo en Italia a cuyo alrededor no haya treinta alemanes. Cuando pasan los balillas, a los turistas alemanes se les mueven las piernas automáticamente. Están entusiasmados.
Predican el desarme. Parece inverosímil, pero es fácil entender. Italia es un pueblo armado; no hay ejército propiamente dicho, pues el fascismo lo mira con desconfianza, sino que la nación es ejército. Están armados y preparados física y moralmente para la guerra, viejos, jóvenes y niños. Todo habitante debe pertenecer, para poder vivir, a una corporación, y éstas son militares: dopolaboristas, avanguardistas, balillas, etc. Todos tienen puñal y revólver, fusiles y cañones. Las escuelas son militares. Mis hijos, que están en el Convitto Nazionale Cristoforo Colombo, saben manejar ya el fusil.
Hasta los doce años, el niño es balilla; luego, avanguardista, que son los más repugnantes y sudados, y después camarada, medalla de bronce, o no sé qué.
Desde la edad de tres años, el niño está en ejercicios militares, innegiando al Duce.
Proponen la destrucción de las armas ofensivas y aun de todas, porque Francia, país demócrata, sólo tiene un ejército especializado y la población no tiene otra preparación que la del espíritu crítico. De tal modo, renunciando al ejército, Italia quedará con millones de balillas, policías, camaradas terribles, y Francia, perdida.
Debilitar a Francia y Yugoeslavia. Unirse con Alemania, Austria y Hungría, y vendrá la guerra tan deseada.
Cada policía lleva un gran revólver visible y una caja de balas que parece una máquina Kodak. Los camisas negras tienen un puñal cuyo mango está entre dos soportes, para evitar que resbale, al hundirlo.
¿No te he contado la historia de Balilla? De la calle Veinte de Septiembre, en Génova, coges para el Norte, por una calle estrecha, y a pocos pasos llegas a la plaza Pammatone. Allí está la estatua en bronce de un niño de catorce años, en actitud de arrojar una piedra. La pierna derecha para adelante; el tronco echado para la derecha y con el torcido propio del caso, y el brazo derecho en el instante de ejecutar su función de honda. Es Gianbattista Perasso –Balilla–, que en 1749 comenzó la lucha contra los austríacos, arrojándoles una piedra al grito de “Che l’inse” (¡Que la rompa! ¡Que la comience!).
A cada instante pasan por las calles y plazas, mocosuelos enfilados, con fusilitos, vestidos de camisa negra y con un gorrito del mismo color, con borla negra que pende sobre la cara. ¡Tan pequeños y tan pendejos! Todo pende en Italia; por eso empleo tanto esa exclamación.
Ese gorrito, que también usan los fascistas grandes, no sirve de sombrero, sino de adorno. Lo colocan a un lado de la cabeza. Aquí fue donde inventaron esas rodajitas moradas que se ponen los obispos sobre la corona. Aquí inventaron toda la indumentaria de la Iglesia católica. En Roma, los seminaristas tienen una sotana para cada nacionalidad. Vi unos de rojo de corrida de toros, y eran los alemanes, para que no entren a beber cerveza a escondidas, según dicen.
¡Pobres hombrecillos balillas, criados en un ambiente en que matar, cortar, herir y odiar es una virtud! Esos del gorrito son los balillas, que van a mutilar a la bella Francia.
Pasan otros. Calzones bombachos, de paño gris; fajas en las piernas y botines con los tacones torcidos. Están en esa edad en que el hombre es un pecado mortal solitario. Cara larga y pelo sobre los ojos. Tienen barros hasta en las orejas. Estos vienen al trote, sudorosos, gritando “¡ALALÁ…!”, y desde lejos le parece a uno sentir que huelen a pies. Son… ¡los AVANGUARDISTAS que le van a arrancar un pecho a la bella Francia!
Balillas, avanguardistas, legiones, camaradas, arcángeles, medallas de oro y de bronce, comendadores, todos, se ponen a gritar repentinamente como unas furias, como si los estuvieran matando: “A NOI! A NOI! EJA! EJA! ALALÁ! DUCE! DUCE!”.
El que dirige a estos bobos, va diciendo para efectos del compás: ÚNOP! DÚI!… ÚNOP! DÚI!…, y de vez en cuando dice Paso! y todos golpean con el pie derecho.
ÚNOP! DÚI! ÚNOP! DÚI! ÚNOP! DÚI! ÚNOP! DÚI! ÚNOP! DÚI! ÚNOP! DÚI!
El falo de Leoncio
¡Nos vamos ya! A observar ese pequeño mundo; a vivir esta vida de nueve horas que se gastan de Génova a Roma, durante las cuales hay comedias, dramas y aventuras. Los amores, amistades y odios de ferrocarril son diferentes. Cada ciudad, cada forma de viajar, cada situación de la vida tiene su manera.
De Génova a Roma casi todo el viaje es por la orilla visible del mar. Riberas sugestivas que en verano hacen recordar las sensaciones en los balnearios. Todos los sentidos repiten en sus fibras las impresiones recibidas, así: pituitaria, solicitada por el yodo y la sal; piel, herida por el sol; brazos y piernas entre el agua, luchando.
Hasta Spezia, dos horas, se va por entre un túnel que tiene pequeñísimas interrupciones, durante segundos, y se perciben paraísos y se exclama: ¡Caramba, maldito túnel! Son noventa, o sea, uno solo. Es porque se atraviesan los Apeninos ligures.
Se llega a Spezia y comienza a verse la montaña de Carrara; se viaja por esos pueblecitos repletos de troncos y planchas de mármol, que no han podido exportar a causa de la crisis. ¡Si estuvieran por aquí los escultores de Envigado, Misael Osorio y los Carvajales, para que hicieran un San Juan, así, hermafrodita, como ellos saben!
Del soverchio de esa montaña han salido todos los santos que hay en todas las iglesias del mundo y los monumentos de todos los ricos, y las lápidas, en todos los cementerios. Todas las estatuillas y adornos que hay en el universo. Y ¡apenas está arañada la hermosa montaña blanca! En ella, amorfo, estuvo Moisés. Pero no me acuerdo sino de Misael Osorio y de San Juan hermafrodita, cuando paso por allí.
Se llega a Pisa. El padre Torres está enredado por aquí, pues nos hablaba de Pisa en la clase de física. Una lámpara, Galileo. No sé; esto me huele a niñez.
Va un matrimonio alemán, en luna de miel, y salen a la ventanilla para ver la Torre. ¡La alemana quiere ver il campanile! Es igual a la torre del viejo palacio de justicia de Medellín, pero inclinado. Muchas de las cosas que hay por aquí y que las alemanas desean ver, son sugestión…
Es preciso hablar del falo de Leoncio, de Medellín, y cuando muera, lo embalsamaremos y entonces alemanes, ingleses, toda la gente irá a Colombia a ver el enorme FALO TORCIDO. A Colombia le hace falta un falo, un santo y un chorro de agua hedionda para acabar con la crisis.
Yo seré el guía: “ICI, MESSIEURS, EST LE FALO DE MR. LEONCIO, QUI SE CONSERVE TOUT ENTIER, MOINS VINGT CENTIMETRES QU’ON A PORTÉ A MARINILLA…; par ici, messieurs et mesdames; allons regarder la momie du Saint Pere Márquez. Par ici, messieurs et mesdames”.
Para entrar a Pisa, la línea abandona la orilla del mar, lo mismo que para llegar a Grosseto. Desde Orbetello, en donde está la bella punta de tierra alta, monte Argentario, se recorre, hasta llegar a Roma, por la ribera que más invita a bañarse. Inmensa llanura de pastos.
Orbetello… Civittavecchia… Llanura de gramíneas, amapolas y viñedos.
Ya los pastos están secos; ya siegan el trigo y reúnen las gavillas; ya están amontonadas las yerbas para formar pirámides o cuadrados inmensos que parecen casas. Pasó la primavera fecunda y es la hora de coger; todo se seca y los hombres están vacíos.
Giugno, Luglio, Agosto,
donna, non ti conosco…
donna, non ti conosco…
Llegó la hora de la cigarra. Niños y viejos, toda criatura comió ya hasta la saciedad las cerezas, primera fruta. Ahora las vides tienen sus racimos que maduran en septiembre. Es el tiempo del durazno y el albaricoque. Todo está consumado. Toda fecundación se efectuó. Hay que ir a la orilla del mar a asolear pechos y falos, espaldas y vientres; acumular rayos de sol para el invierno. ¡Cómo huyes, agradable juventud!
Desde Orbetello comienzan a aparecer ruinas, tumbas, torres, aldeas en la cima de caldeados montículos, todos ellos con un castillo muy antiguo allá arriba… Las mujeres trabajan la tierra; por eso, aquí tienen la mano grande.
Aparece la majestad de Roma; edificios dorados. Sentimos náuseas del viaje, de tanta vibración de la columna vertebral. Sería mejor entrar a caballo, físicamente cansado, pero no enervado.
Paró el tren. Amo mucho esta estación TERMINI en la plaza QUINIENTOS, al lado de las Termas de Diocleciano, a dos pasos de la plaza Exedra. ¡Pensar que aquí están, a dos minutos, la Venus de Cirene, el Hermafrodita dormido, la cabeza de la Furia, el Galo suicida, el Efebo del Subiaco, el Nacimiento de Venus, Marte en reposo!
En Roma
Un cochecillo como los que hay en Barranquilla, pero con taxímetro… ¡Van despacio estas victorias! Destapadas, despacio, despacio y siempre que llego y monto en ellas, el caballo defeca y el olor del cagajón me embriaga. Siempre que huela a pedo de caballo, me acordaré de la ciudad santa.
En estos coches recorren todos los turistas todas las ciudades de Italia, pero más a Roma. ¿Quién hace correr un caballo romano, cuando la calle se empina? ¡Maliciosos! ¡Cuán encantadores los cocheros, tan orgullosos de sus ruinas!
Así vamos y el auriga voltea, levantando una nalga, para decirnos: Termas…! Via Nazionale…!, y el caballo defeca. ¿No te sientes, oh viajero, presa de vaga sensualidad? Medita en que te hallas en la ciudad de los artistas, en donde la energía nunca se determina en fastidiosa necesidad de cohabitar.
Por la plaza Quinientos pasan automóviles, autobuses y tranvías sin cuento. Mira, oh viajero, esos hombres en cabeza, de pelo abundante y negro, crespo, peinado de para atrás, formando en la coronilla como un abanico. En Nápoles son más peludos aún y más crespos. ¡De allá es indudablemente Blakamán, el gran faquir que hace dormir el pollo!
Pasan mujeres robustas, a pasos largos, vestidas de colores vivos. Muchas golondrinas en el cielo del atardecer; fabrican sus nidos en las ruinas. Los rayos del sol son lluvia de oro.
Siempre tres o cuatro, y a veces cien aviones; por la noche, el cielo es perforado por los reflectores que cuidan la vida del nuevo Nerón. Y, por último, oh Roma querida, la golondrina se llama rondine y rondinella el pichón. ¡Son innumerables! Vienen de África, con la primavera, y los pequeñuelos caen de los aleros y grietas. Alrededor de las Termas habitan los gatos de ojos que me hacen soñar con tener el alma tan bella como un gato romano los ojos.
En fin, llegamos a Roma y nuestra vida será contemplar y vivir sus glorias, alimentar con moscas una rondinella y, cuando apure la primavera, cuando ya todo desfallezca, dejarnos apretar por Anita Tilotta durante un atardecer, abrazo despedida, dedicado a la Venus de Cirene…
¡Zas! Rápida la mano abierta y cerrarla cuando la mosca vuele. Con el índice de la izquierda agarrarla dentro de la otra mano empuñada. Arrancarle un ala. Abrir el pico de la rondinella y… ¡al buche! Mientras tanto Mussolini soñará que está creando superhombres, cua...
Índice
- Cubierta
- Portada
- Créditos
- Índice
- Dedicatoria
- Introducción
- Italia. Primeras impresiones
- Génova
- Miguelángel
- Roma
- Génova
- Pompeya
- Génova
- Italia Militar
- Epílogo. En París
- Surámerica
- Posfacio
- Notas al pie