Entre el azadón y el smartphone
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Entre el azadón y el smartphone

Jóvenes de zona rural que transitan la diferencia, la identidad y las autoridades de las políticas culturales

  1. 300 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Entre el azadón y el smartphone

Jóvenes de zona rural que transitan la diferencia, la identidad y las autoridades de las políticas culturales

Descripción del libro

Entre el azadón y el smartphone recoge una serie de reflexiones sobre las intervenciones del Estado desde las políticas culturales, particularmente de la política de diversidad cultural y su enfoque diferencial, a partir de la experiencia de tres tipos de sujetos/agentes. Así, se presentan dos casos de quienes transitaron del ámbito académico al ámbito laboral práctico a través de la mediación del Estado: un sujeto/agente contratista del Estado –de la Biblioteca Nacional, entidad del Ministerio de Cultura–, cuya reflexión directa se circunscribe en estas páginas; y unos sujetos/agentes ganadores del estímulo Pasantías en Bibliotecas Públicas de la Convocatoria de Estímulos 2015 del Ministerio de Cultura, cuyo accionar y reflexión permitieron establecer líneas de sentido para comprender los matices y requiebros de las intervenciones del Estado desde el "sector cultural" en el tercer tipo de sujeto/agente, receptores de aquella intervención –¿escalonada?–, cuyas voces, experiencias y percepciones le dan cuerpo a esta disertación: jóvenes habitantes de zona rural de los municipios de Anzoátegui, Tolima; Lorica, Córdoba, e Inzá, Cauca.

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Información

HACIA LA DOCTRINA: JUVENTUD,
IDENTIDAD Y PRODUCCIÓN DEL PASADO

De jóvenes, músicas y “tradiciones”

Nach, desde mi escritorio a todo el planeta Tierra
he vuelto a veros en escenarios,
en vuestras radios, en vuestros barrios
qué pasa ahí fuera con esos niños,
con miradas de adultos sin ilusiones ni sueños […]
Cada noche en cada parque son escenas típicas,
tónicas, de esas vidas claustrofóbicas.
Para chicos herméticos, lunáticos,
el ocaso del fracaso les ha vuelto problemáticos.
No quiero causar pánico con las cosas que explico
ni que me entienda el presidente, él siempre ha sido rico.
Tan solo practico atípicos registros líricos,
predico el rap pacífico en estos paisajes árticos.
Es lo único que os queda
en cualquier país, cualquier ciudad, sobre cualquier acera. […]
Si ayer fue el signo de la paz, y hoy es el logo del Mercedes,
y en los parques ya no hay niños, internet los atrapó en sus redes.
Ahora el chico cometerá delitos leves,
debe parar su obsesión por todo aquello que no tiene. […]
y un Gobierno que os quita el futuro y luego os vende un Porsche.
Por eso el chico sigue sumido en su crisis,
pistolitas, mitshubisis, comieron su materia gris.
Parálisis mental, ciclo vital en espiral,
tan solo ancianos y jóvenes locos colapsan el hospital.
Y no es casual, esta desesperación,
a causa de una educación que inspira desmotivación.
NACH SCRATCH, “Chico problemático”
NO están solos. En medio de las clases y en su momento de descanso, Harold camina por aquel verde tupido, que es su “patio” de recreo, y escucha Nach. Tal vez piensa cómo es aquello de las “vidas claustrofóbicas”, si todo son barrios o ciudades, si internet lo atrapó en sus redes y si la “educación [es la] que inspira desmotivación”. En el otro lado de la montaña, aunque en el mismo colegio, Brayan recita algunos versos de Canserbero, rapero venezolano cuya música conoció hace poco, y piensa si, efectivamente, su canción “Jeremías 17-5” fue un acto profético-creativo a través del cual cantó su propia muerte. Es posible que recuerde, mientras escucha el llamado de sus profesores para volver a clases, que entre las tareas del día tendrá que sacar tiempo para una importante: escuchar al trío de paisas con los que compartió escenario Canserbero por última vez en Colombia, Alcolirykoz, esos que dicen ser “el rap de la A a la Z”, que nacieron en Aranjuez, ese lugar de las memorias que ya ha pisado estas hojas,
un barrio de Medallo de faldas empinadas donde una familia cabe completa en una moto y los buses van de arriba a abajo cual montaña rusa. Un lugar entre tibio y caliente que desde los años de Pablo Escobar lucha por desmarcarse del estigma, el del niño sicario, el de los combos y el de las fronteras invisibles. (Kapkin, 2015)
El barrio que de tanto rap que circula por sus calles se conoce como aRAPjuez, en el cual los Alcolirykoz cantan:
Me río más del que enseña / que del que aprende, / el uno cree que sabe, / el otro cree que entiende / todo acaba en un segundo y dime / quién nos defiende de la servidumbre del mundo que nos vende. (Alcolirykoz, 2012)
Los caminos están hechos de conexiones interminables, no nos cansaremos de decirlo. Así, resulta que Aranjuez no es solo aquel territorio de tangos, donde se hablaba lunfardo y que tanto inspiró a nuestra joven politóloga antioqueña, sino que ahora es zona rap, cuna de otros jóvenes colombianos que, desde el barrio, desde la ciudad, riman con palabras rápidas y vertiginosas críticas corrosivas al Estado, al capitalismo, a la sociedad… Y sí, para María Isabel fue extraño encontrar en Palomar ese gusto de algunos por el rap, por tendencias que ni ella siendo joven citadina conocía; quizás porque el rap y el movimiento hip hop han estado tan conectados con lógicas de ciudad, de suburbios de grandes capitales −donde los jóvenes con versos han construido lugares en los que “el arte les funciona en doble vía: por un lado, aseguran, ayuda a alejar a los jóvenes de los grupos armados, y, por otro, es un canal de denuncia y expresión” (Pacifista, 2016)−, no imaginó que en las verdes y encrespadas montañas de Palomar los jóvenes tuvieran tal predilección por un género musical “callejero”, cuando calles es lo que menos hay por allí. ¿¡Rap en el campo!?
¿Qué hubiera sucedido con Camila, si al llegar a La Doctrina los jóvenes escucharan rap en vez de porro? Una imagen mucho más extraña que la del rap entre intensas montañas sería el rap en los bordes del río Sinú y de camino a las playas de San Bernardo del Viento, en Córdoba. Camila llegó a La Doctrina en busca de los sonidos del porro: quería investigar sobre la historia musical de aquel corregimiento que se había hecho conocer en otra época por contar con bandas representativas de porro y fandango, aquellas músicas tradicionales del Caribe colombiano; proyectaba elaborar cartografías sonoras con jóvenes y tenía como horizonte que su trabajo sirviera “como soporte, para que en un futuro sea posible la creación de una academia de música” (Cabezas Delgado, 2015c). Aunque el rap no era el género musical favorito entre los jóvenes doctrineros, tampoco lo era el porro, así que nuestra pasante, más que escuchar porro y fandango en las destapadas callecitas del corregimiento, escuchaba los picó vibrar con champeta, reggaetón y vallenato. Camila se propuso en su pasantía que los jóvenes se identificaran con el pasado musical de La Doctrina, con el objetivo de que valoraran y resignificaran sus prácticas musicales que, tal como ella misma lo señaló, se han visto afectadas por variadas situaciones:
Lentamente y ante la falta de oportunidades, los músicos fueron migrando hacia las bandas de otros corregimientos y municipios, hasta el punto que hoy en día no existe allí una banda netamente doctrinera. Además de esto, los centros educativos no cuentan con un maestro de música y no existe en La Doctrina una escuela de música que enseñe a niños y jóvenes la música de banda; es por esta razón que los músicos mayores consideran que el porro y otras músicas tradicionales como el bullerengue y la cumbia corren el riesgo de desaparecer; todo lo anterior hace que los jóvenes desconozcan la riqueza musical de su región y que no exploten el talento musical que está latente. (Cabezas Delgado, 2015c)
Este fragmento detona una serie de preguntas. ¿El porro está desapareciendo porque no hay una escuela de música o maestros de música en el colegio? ¿Fue en una academia de música que las generaciones anteriores aprendieron música o dependía de las transmisiones de saberes que se hacían en el “relajo” propio de las fiestas? ¿Por qué la música, que debía ser un medio de expresión y un enclave en reuniones, ritos o jolgorios justo para que circulara en esos momentos, tendría que volverse escuela, profesores o institución para que perdurara? Y esto, por ejemplo, en el marco de concursos, reconocimientos y patrimonializaciones que parecen incluir a las músicas “tradicionales” en el escenario de la política de la diversidad cultural, ¿qué es? ¿La momificación de la música como práctica ritual y de encuentro en fiestas y eventos sociales de las comunidades para pasar a ser concursos y “tradiciones” que no deben morir, pero que ya no son lo que fueron? Lo anterior, anclado a las búsquedas por recuperar memorias y saberes, en este caso, la música del porro como saber local, ¿no hará que se autorice la música, que se objetualice y, entonces, deje de ser una práctica anclada a la vida social de los pueblos?
Pero, particularmente, ¿hay aquí una reificación del pasado y de unas identidades fijas y estáticas? En todo este enmarañado panorama están José David, Marcos, Diego, Luis Ángel, Óscar y muchos otros jóvenes doctrineros, sus gustos musicales y sus formas de asumir las intenciones de recuperar saberes, memorias y tradiciones.

¿Cómo se es joven en zonas rurales?

La música ha marcado la vida de la juventud desde que se habla de este grupo poblacional; sin embargo, nos preguntamos, primero, si efectivamente en La Doctrina la relación de los jóvenes con la música tendrá un rostro desde lo tradicional y otro desde lo moderno; segundo, qué tipos de conexiones pueden hacer los jóvenes de Palomar con el rap cuando su contexto es tan diferente, ¿qué une y qué desune a nuestros jóvenes habitantes del campo con aquellos jóvenes de los espacios urbanos? ¿Cómo se es joven en zonas rurales?
Al pensar en jóvenes, las imágenes de ciudad, subculturas, músicas, moda, nuevas tecnologías, revoluciones, apatías y modernidades se agolpan y entremezclan formando una idea de aquello que significa ser joven o estar siendo en esa “etapa” llamada juventud. Parece una época de tránsito, un momento en el que el camino poco a poco define aquello que será el adulto, y sí, tal vez marcas físicas señalan que se está en ese proceso; un cuerpo que se estira y rompe sus propios límites, pero cuyo rostro aún contiene notas del mundo infantil; cambios en la modulación de la voz, nuevas o más intensas urgencias de ese cuerpo, del deseo, de los temores…10 y sí, quizá también, nuevos intereses, rupturas con viejas instancias del universo primero, de la arcadia original tan mentada por los poetas; nuevas ideas, fracturas y requiebres.
Sí, esas tal vez son las imágenes que afloran en nuestro cerebro cuando pensamos en la juventud, pero, no sobra decirlo, están ancladas a unos procesos clasificatorios que, tal como se analizó con Europa-primer mundo (lo urbano) / Amerindia-tercer mundo (lo rural) y todo lo referente a la colonialidad del poder, han intentado organizar a los sujetos desde lo etario para pensar fenómenos desde las ciencias [¿]naturales[?], en las que lo biológico y las características del “comportamiento humano” marcan y fijan ciertos modos de ser y actuar en un momento o en otro. El peligro de esto radica en que aceptar esa visión biológica del ser o estar siendo joven, mediada por un asunto etario como única o principal forma de asunción de la categoría, implica una negación de las determinaciones sociales, políticas y económicas inscritas en la lucha por los poderes y en el conflicto inherente a todos los fenómenos culturales. Bourdieu (2002) lo advierte certeramente cuando señala que
la juventud y la vejez no están dadas, sino que se construyen socialmente en la lucha entre jóvenes y viejos. Las relaciones entre la edad social y la edad biológica son muy complejas […]. Esta estructura, que existe en otros casos (como en las relaciones entre los sexos), recuerda que en la división lógica entre jóvenes y viejos está la cuestión del poder, de la división (en el sentido de la repartición) de los poderes. Las clasificaciones por edad (y también por sexo, o, claro, por clase…) vienen a ser siempre una forma de imponer límites, de producir un orden en el cual cada quien debe mantenerse, donde cada quien debe ocupar su lugar. (p. 164)
Justamente, se ha asumido una correspondencia entre una edad biológica y una edad social al hablar de la juventud; sin embargo, cuando confrontamos ese joven urbano, aquel que se convirtió en los años ochenta del siglo XX en un “nuevo objeto de conocimiento” (Martín Barbero, 1998, p. 22), con el joven rural, mucho menos visible en cualquier campo de estudio, es posible dilucidar diferencias entre este y aquel, producto de las dinámicas sociales del contexto de la ruralidad. Lo anterior significa que la edad social de estos jóvenes rurales está marcada, por ejemplo, por prácticas de trabajo a corta edad, responsabilidades familiares intensas, mayor falta de oportunidades, entre otros aspectos. Así mismo, “se evidencia una mayor necesidad de articulación entre educación y trabajo, relaciones familiares más patriarcales y una fuerte dominación sobre las mujeres, la centralidad de la cuestión de la tierra [y] la existencia de pluriactividad laboral” (Kessler, 2006, p. 16). Cuando los jóvenes de Palomar se referían al “mucho esfuerzo” que deben hacer en su cotidianidad y que quieren cambiar por la vida del profesional que parece una “vida buena”, señalaban no solo las tareas que tienen en sus hogares en relación con la siembra o el pastoreo, sino también que se “emplean” como jornaleros para conseguir algo de dinero:
Michael: Pues p...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADILLA
  3. CRÉDITOS
  4. INTRODUCCIÓN
  5. PRELUDIO: TRÍPTICO DE ESPEJOS
  6. DESDE PALOMAR: RURALIDAD, CULTURA Y DIFERENCIA
  7. HACIA LA DOCTRINA: JUVENTUD, IDENTIDAD Y PRODUCCIÓN DEL PASADO
  8. UN LUGAR LLAMADO GUANACAS: CORRESPONDENCIAS, LOCALIZACIONES Y MOVILIZACIONES
  9. REFLEJOS:
  10. REFERENCIAS