Fe y obras
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Fe y obras

  1. 127 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Descripción del libro

Con el continuo interés en las grandes verdades vitales como la justificación por la fe, la justificación y la santificación, puede ser apropiado y bueno escuchar lo que la mensajera del Señor ha dicho a lo largo de los años en que expuso dichas verdades. Para ofrecer este cuadro de sus enseñanzas, y comenzando desde 1881 y extendiéndose hasta 1902, el staff del Patrimonio White seleccionó 18 disertaciones en secuencia cronológica. Cualquiera que lea estas ponencias verá claramente la importancia del tema para cada cristiano. Y también observará la posición consistente de alguien conducido por el Señor de manera especial para anunciar las buenas nuevas de la salvación para este tiempo del fin.

Preguntas frecuentes

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Información

Año
2020
ISBN del libro electrónico
9789877981353

1

Elena de White aclara los temas

Manuscrito general escrito en 1890 cuando se celebraban las asambleas ministeriales en Battle Creek. Archivado como Manuscrito 36 de 1890, sin título, y publicado en la Review and Herald el 24 de febrero y el 3 de marzo de 1977. Esta vital exposición clarificadora constituye una introducción apropiada para las 18 presentaciones (ordenadas en secuencia cronológica) que le seguirán a continuación.
Dijo el apóstol Pablo: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios?... Y esto erais algunos de vosotros, pero ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor. 6:9-11). La ausencia de devoción, piedad y santificación del hombre exterior viene por la negación de Cristo Jesús nuestra justicia. El amor de Dios necesita ser constantemente cultivado...
Mientras una clase pervierte la doctrina de la justificación por la fe y deja de cumplir con las condiciones formuladas en la Palabra de Dios –“Si me amáis, guardad mis mandamientos” [Juan 14:15]–, cometen un error igualmente grande los que pretenden creer y obedecer los mandamientos de Dios pero se colocan en oposición a los preciosos rayos de luz –nuevos para ellos– que se reflejan de la cruz del Calvario. La primera clase no ve las cosas maravillosas que tiene la ley de Dios para todos los que son hacedores de su Palabra. Los otros cavilan sobre trivialidades y descuidan las cuestiones de más peso: la misericordia y el amor de Dios.
Muchos han perdido muchísimo por no haber abierto los ojos de su entendimiento para discernir las cosas maravillosas de la ley de Dios. Por un lado, generalmente los devotos fanáticos han divorciado la Ley del Evangelio, mientras nosotros, por el otro lado, casi hemos hecho lo mismo desde otro punto de vista. No hemos levantado ante la gente la justicia de Cristo y el significado pleno de su gran plan de redención. Hemos dejado a un lado a Cristo y su incomparable amor, introducido teorías y razonamientos, y predicado discursos argumentativos.
Hombres no convertidos han ocupado los púlpitos para sermonear. Sus propios corazones jamás han experimentado, mediante una fe viva, persistente y confiada, la dulce evidencia del perdón de sus pecados. ¿Cómo pueden, entonces, predicar el amor, la simpatía, el perdón divino de todos los pecados? ¿Cómo pueden decir: “Mira y vive”? Al mirar la cruz del Calvario, tendrán el deseo de llevar la cruz. El Redentor del mundo fue suspendido de la cruz del Calvario. Contemplen al Salvador del mundo, en quien habitaba toda la plenitud de la Divinidad corporalmente. ¿Puede alguien contemplar el sacrificio del amado Hijo de Dios sin que su corazón se ablande y quebrante, y así se halle listo para rendir a Dios el corazón y el alma?
Quede este punto completamente aclarado en cada mente: Si aceptamos a Cristo como Redentor, debemos aceptarlo como Soberano. No podemos tener la seguridad y perfecta confianza en Cristo como nuestro Salvador hasta que no lo reconozcamos como nuestro Rey y seamos obedientes a sus mandamientos. Así evidenciamos nuestra lealtad a Dios. Entonces nuestra fe sonará genuina, porque es una fe que obra. Obra por amor. Digan de corazón: “Señor, creo que tú moriste para redimir mi alma. Si tú le has dado tal valor al alma como para ofrecer tu vida por la mía, yo responderé. Entrego mi vida y todas sus posibilidades, con todas mis debilidades, a tu cuidado”.
La voluntad debe ser puesta en completa armonía con la voluntad de Dios. Cuando se haga esto, ningún rayo de luz que brilla en el corazón y las cámaras de la mente será resistido. El alma no tendrá una barricada de prejuicios que induzca a llamar tinieblas a la luz y luz a las tinieblas. La luz del Cielo será bienvenida, como luz que llena todos los recintos del alma. Esto es entonar melodías a Dios.
Fe e incredulidad
¿Cuánto creemos de corazón? Acérquense a Dios, y Dios se acercará a ustedes. Esto significa estar mucho con el Señor en oración. Cuando los que se han ejercitado a sí mismos en el escepticismo y han acariciado la incredulidad, tejiendo dudas cuestionadoras en su experiencia, son convencidos por el Espíritu de Dios, comprenden que es su deber personal confesar su incredulidad. Abren su corazón para aceptar la luz que se les envía, y cruzan por fe la línea que separa al pecado de la justicia y a la duda de la fe. Se consagran sin reservas a Dios para seguir la luz de él en lugar de las chispas de su propia llama. Mientras mantengan su consagración, verán incrementarse la luz, y la luz seguirá aumentando más y más en brillo hasta que el día sea perfecto.
La incredulidad que se acaricia en el alma tiene un poder hechizante. Las semillas de duda que han estado sembrando producirán su cosecha, pero deben continuar desenterrando toda raíz de incredulidad. Cuando esas plantas venenosas son arrancadas, dejan de crecer por falta de alimento en palabra y acción. El alma necesita que las preciosas plantas de la fe y el amor sean plantadas en el terreno del corazón y se entronicen allí.
Ideas confusas acerca de la salvación
¿Cómo no entendemos que la cosa más costosa en el mundo es el pecado? Su costo es la pureza de conciencia, su costo es la pérdida del favor de Dios y que el alma se separe de él, y su costo es, finalmente, la pérdida del cielo. El pecado de ofender al Santo Espíritu de Dios y de caminar en oposición a él le ha costado a demasiados la pérdida de su alma.
¿Quién puede medir las responsabilidades de la influencia de cada agente humano que nuestro Redentor ha comprado mediante el sacrificio de su propia vida? ¡Qué escena se presentará cuando el juicio comience y los libros sean abiertos para testificar acerca de la salvación o la perdición de cada alma! Se requerirá la infalible decisión de Uno que ha vivido en humanidad, amado a la humanidad, dado su vida por la humanidad, para hacer la adjudicación final de las recompensas de los justos leales y el castigo de los desobedientes, los desleales e injustos. Al Hijo de Dios se le confía la definitiva calificación de toda conducta y responsabilidad de cada individuo. Para quienes han sido partícipes de los pecados de otros hombres y han actuado contra las decisiones de Dios, esta será una escena de la más terrible solemnidad.
Una y otra vez se me ha presentado el peligro de abrigar, como pueblo, ideas falsas sobre la justificación por la fe. Por años se me ha mostrado que Satanás trabajaría de manera especial para confundir las mentes en este punto. La ley de Dios ha sido ampliamente tratada y presentada a las congregaciones casi tan desprovista del conocimiento de Cristo Jesús y su relación con la ley como la ofrenda de Caín. Se me ha mostrado que muchos han sido alejados de la fe por causa de ideas mezcladas y confusas acerca de la salvación, porque los ministros han trabajado de una manera equivocada para llegar a los corazones. El punto que se ha destacado por años en mi mente es la justicia imputada de Cristo. Me asombra que este asunto no se haya convertido en el tema de disertación en nuestras iglesias por todo el mundo, cuando el asunto se ha mantenido de manera tan constante en mí, y lo he hecho el tema de casi cada discurso y plática que he dado a la gente.
Al examinar mis escritos de hace quince y veinte años [hallo que] presentan el tema en la misma luz: que a quienes entran en la solemne y sagrada tarea del ministerio se los debería preparar, en primer lugar, con lecciones sobre las enseñanzas de Cristo y los apóstoles acerca de los principios vivientes de la piedad práctica. Deben ser instruidos en cuanto a qué constituye la fe ferviente y viva.
Solamente por fe
Muchos jóvenes que son enviados a trabajar no entienden el plan de salvación ni qué es la conversión verdadera; en realidad, necesitan experimentar la conversión. Precisamos ser iluminados en este punto, y los ministros necesitan ser educados para explayarse más particularmente en los temas que explican la conversión verdadera. Todos los que son bautizados han de dar evidencia de que se han convertido. No hay un punto que precisa ser entronizado con más fervor, repetido con más frecuencia o establecido con más firmeza en la mente de todos, que la imposibilidad de que el hombre caído haga mérito alguno por sus propias obras, por buenas que éstas sean. La salvación es solamente por fe en Cristo Jesús.
Cuando este asunto es considerado, nos duele el corazón ver cuán triviales son los comentarios de quienes deberían comprender el misterio de la piedad. Hablan tan imprudentemente de las ideas verdaderas de nuestros hermanos que profesan creer la verdad y enseñar la verdad. Según han sido presentados ante mí, están muy lejos de los hechos reales. El enemigo ha enredado de tal manera sus mentes en la niebla y bruma de la mundanalidad, y ésta parece tan impregnada en su entendimiento, que se ha vuelto una parte de su fe y carácter. Solo una nueva conversión puede transformarlos y motivarlos a abandonar esas falsas ideas; porque es precisamente eso lo que se me ha mostrado que acontece. Se aferran a dichas falsas ideas como un hombre que se está ahogando lo hace a un salvavidas, para evitar hundirse y que su fe naufrague.
Cristo me ha dado palabras para hablar: “Deben nacer de nuevo, o nunca entrarán en el reino de los cielos”. Por consiguiente, todos los que tienen una correcta comprensión de este tema deberían abandonar su espíritu de controversia y buscar al Señor con todo su corazón. Entonces hallarán a Cristo y podrán dar un carácter distintivo a su experiencia religiosa. Deberían mantener este asunto –la sencillez de la verdadera piedad– claramente ante la gente en cada discurso. Esto tocará las cuerdas del corazón de toda alma hambrienta y sedienta que anhela obtener la seguridad de la esperanza, la fe y la perfecta confianza en Dios mediante nuestro Señor Jesucristo.
Quede claro y manifiesto el tema de que no es posible, mediante méritos de la criatura, realizar cosa alguna en favor de nuestra posición ante Dios o de la dádiva de Dios por nosotros. Si la fe y las obras pudieran comprar el don de la salvación para alguien, entonces el Creador estaría obligado ante la criatura. En este punto la falsedad tendría una oportunidad de ser aceptada como verdad. Si algún ser humano puede merecer la salvación por algo que pueda hacer, entonces está en la misma posición del católico que hace penitencia por sus pecados. La salvación, en tal caso, es parcialmente una deuda, la cual puede ganarse como un sueldo. Si el hombre no puede, por ninguna de sus buenas obras, merecer la salvación, entonces ésta debe ser enteramente por gracia, recibida por el hombre como pecador porque acepta a y cree en Jesús. Es un don absolutamente gratuito. La justificación por la fe está más allá de controversias. Y toda controversia termina tan pronto como se establece el punto de que los méritos de las buenas obras del hombre caído jamás pueden procurarle vida eterna.
Enteramente por gracia
La luz que he recibido de Dios coloca este importante tema más allá de todo cuestionamiento en mi mente. La justificación es enteramente por gracia, y no se la consigue por ninguna obra que el hombre caído pueda realizar. El asunto ha sido presentado delante de mí con claridad: Si el hombre rico tiene dinero y posesiones, y los ofrenda al Señor, se introducen ideas falsas que estropean la ofrenda si se piensa que él merece el favor de Dios, que el Señor está obligado a considerarlo con especial benevolencia en virtud de su donación.
Ha habido muy poca educación clara sobre este punto. El Señor le ha prestado al hombre sus propios bienes en depósito; medios que él requiere que le sean devueltos cuando su providencia lo manifieste y la edificación de su causa lo demande. El Señor dio el intelecto. Dio la salud y la capacidad para obtener ganancias terrenales. Creó las cosas de la Tierra. Manifiesta su poder divino para desarrollar todas sus riquezas. Son sus frutos, de su propia economía. Él dio el Sol, las nubes y las lluvias para hacer que la vegetación florezca. Como siervos empleados por Dios, ustedes recogieron en su mies con el fin de satisfacer sus necesidades de una manera económica y conservar el saldo a disposición de Dios. Pueden decir con David: “Todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos” (1 Crón. 29:14). Así que la satisfacción del mérito de la criatura no puede consistir en devolver al Señor lo que es suyo, porque siempre fue su propiedad para ser usada según él en su providencia lo indicase.
Se pierde el favor de Dios
Por rebelión y apostasía el hombre perdió el favor de Dios; no sus derechos, porque él no podía tener valor, excepto por el que le puede ser conferido en el amado Hijo de Dios. Este punto debe ser entendido. El hombre perdió esos privilegios que Dios en su misericordia le presentó como un don gratuito, un tesoro en depósito para ser usado en el avance de su causa y su gloria, para beneficiar a los seres que él había hecho. En el momento cuando la criatura de Dios rehusó obedecer las leyes del reino de Dios, en ese momento se volvió desleal al gobierno de Dios y se hizo enteramente indigna de todas las bendiciones con que Dios la había favorecido.
Esta era la situación de la raza humana después que el hombre, por medio de su transgresión, se divorció de Dios. Entonces ya no tenía más derecho a una bocanada de aire, a un rayo de Sol o a una partícula de alimento. Y la razón por la cual el hombre no fue aniquilado, fue porque Dios lo amó de tal manera que otorgó el don de su amado Hijo para que este sufriera la penalidad de la transgresión. Cristo estuvo dispuesto a convertirse en el fiador y sustituto del hombre con el fin de que el ser humano, mediante su incomparable gracia, pudiera tener otra oportunidad –una segunda prueba–, teniendo la experiencia de Adán y de Eva como una advertencia para no transgredir la ley de Dios como ellos lo hicieron. Y ya que el hombre disfruta las bendiciones de Dios en la dádiva del Sol y la dádiva del alimento, debería haber por parte del hombre un inclinarse ante el Hacedor en reconocido agradecimiento de que todas las cosas provienen de Dios. Todo lo que se le devuelve a Dios es tan solo su propiedad, lo que él nos ha dado.
El hombre quebrantó la ley de Dios, y por medio del Redentor se hicieron promesas nuevas y frescas sobre una base diferente. Todas las bendiciones deben venir a través de un Mediador. Ahora cada miembro de la familia humana está enteramente en las manos de Cristo, y todo lo que poseemos en esta vida presente –ya sea el regalo de dinero, casas, tierras, capacidad de razonar, fortaleza física o facultades intelectuales–, y las bendiciones de la vida futura, han sido colocados en nuestra posesión como tesoros de Dios para que sean fielmente empleados en beneficio del hombre. Cada don tiene estampado el sello de la cruz, y lleva la imagen y la inscripción de Jesucristo. Todas las cosas provienen de Dios. Desde los beneficios más insignificantes hasta las bendiciones mayores, todo fluye a través de un único Canal: la mediación sobrehumana asperjada con la sangre, cuyo valor supera todo cálculo porque era la vida de Dios en su Hijo.
Ahora bien, ningún alma puede darle a Dios algo que ya no sea de él. Recuerden esto: “Todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos” (1 Crón. 29:14). Esto debe sostenerse ante la gente doquiera vayamos: que nosotros no poseemos nada, ni podemos ofrecer cosa alguna de valor, en obras o en fe, que no hayamos recibido primeramente de Dios, y sobre lo cual él puede en cualquier momento poner su mano y decir: “Esto es mío: dádivas, bendiciones y dotes que yo te confié, no para enriquecerte, sino para que las uses sabiamente en beneficio del mundo”.
Todo es de Dios
La creación pertenece a Dios. El Señor podría, por abandonar al hombre, detener su aliento al instante. Todo lo que el hombre es y todo lo que tiene pertenece a Dios. El mundo entero es de Dios. Las casas que el hombre posee, sus conocimientos personales, todo lo que es valioso o brillante, es dotación de Dios. Todo es obsequio suyo, que ha de serle devuelto ayudando a cultivar el corazón humano. Las ofrendas más espléndidas pueden ser colocadas sobre el altar de Dios, y los hombres alabarán, exaltarán y cantarán loas al Dador por su liberalidad. ¿En qué? “Todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos” (1 Crón. 29:14). Ninguna obra del hombre puede hacerlo merecedor del amor perdonador de Dios, pero cuando el amor de Dios permea el alma, lo llevará a hacer las cosas que Dios siempre requirió y que él debería efectuar con placer. Habrá hecho tan solo lo que siempre se le requirió como deber.
Los ángeles de Dios en el Cielo que nunca han caído hacen la voluntad del Señor continuamente. Respecto de todo lo que hacen en sus afanosas diligencias de misericordia por nuestro mundo –protegiendo, guiando y cuidando por siglos la obra de la creación de Dios, y tanto a los justos como a los injustos–, pueden en verdad decir: “Todo es tuyo. De lo tuyo te damos”. ¡Oh, si el ojo humano pudiera vislumbrar el servicio de los ángeles! ¡Oh, si la imaginación pudiera captar y explayarse en el servicio abundante y glorioso de los ángeles de Dios, y en los conflictos que sostienen en favor de los hombres con el fin de protegerlos, guiarlos, ganarlos y liberarlos de las trampas de Satanás! ¡Cuán diferentes serían la conducta y el sentimiento religioso!
Mérito humano
Los mortales pueden hacer discursos abogando enérgicamente por los méritos de la criatura, y cada hombre puede luchar por la supremacía, pero los tales simplemente no saben que todo el tiempo, en principio y en carácter, están tergiversando la verdad tal como es en Jesús. Están en una niebla de confusión. Necesitan el divino amor de Dios, ilustrado por el oro refinado en fuego; necesitan la vestidura blanca del carácter puro de Cristo; y necesitan el colirio celestial para poder discernir con asombro la absoluta inutilidad del mérito humano para ganar el salario de la vida eterna. Pueden poner a los pies de nuestro Redentor fervor en el trabajo y afectos intensos, un rendimiento elevado y noble del intelecto, una amplitud de comprensión y la más humilde autohumillación; pero no hay una pizca más de la gracia y el talento suministrados al principio por Dios. No debe entregarse nada menos de lo que el deber prescribe, y no puede entregarse un ápice más de lo que se ha recibido por primera vez; y todo debe ser colocado sobre el fuego de la justicia de Cristo, para purificarlo de su olor terrenal, antes de que se eleve en una nube de incienso fragante al gran Jehová y sea aceptado como un suave perfume.
Me pregunto: ¿De qué manera puedo exponer este tema con exactitud? El Señor Jesús imparte todas las facultades, toda la gracia, toda la contrición, toda la inclinación, todo el perdón de los pecados, al presentar su justicia para que el hombre la atrape mediante una fe viva, la cual también es el don de Dios. Si ustedes reúnen todo lo bueno, santo, noble y amable en el hombre, y luego lo presentan ante los ángeles de Dios como si desempeñara una parte en la salvación del alma humana o como un mérito, la propuesta sería rechazada como una traición. De pie ante la presencia de su Creador y mirando la insuperable gloria que envuelve su persona, contemplan al Cordero de Dios entregado desde la fundación del mundo a una vida de humillación, para ser rechazado, de...

Índice

  1. Tapa
  2. Prefacio
  3. 1 - Elena de White aclara los temas
  4. 2 - Claves de la santificación verdadera
  5. 3 - Cristo, nuestra justicia
  6. 4 - Elena de White traza nítidamente las líneas
  7. 5 - Fe y obras
  8. 6 - Advertencia contra una santificación falsa
  9. 7 - Cómo saber si Dios me guía
  10. 8 - El pueblo que guarda los mandamientos de Dios
  11. 9 - La calidad de nuestra fe
  12. 10 - Elena de White informa sobre la reacción al sermón de Ottawa
  13. 11 - Obediencia y santificación
  14. 12 - Cómo apropiarse de la justicia de Cristo
  15. 13 - Fe y obras van de la mano
  16. 14 - Se delinea la experiencia de justificación por la fe
  17. 15 - Esto es justificación por la fe
  18. 16 - Aceptados en Cristo
  19. 17 - Consejo a un destacado ministro acerca de la presentación de la relación entre fe y obras
  20. 18 - El hombre puede ser tan puro en su esfera como Dios lo es en la suya
  21. 19 - Las opiniones y prácticas deben ajustarse a la Palabra de Dios