La condición perversa
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La condición perversa

Tres ensayos sobre la sexualidad masculina

Marcelo Barros

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Tres ensayos sobre la sexualidad masculina

Marcelo Barros

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Dice Lacan que "después de setenta años de psicoanálisis aún no se ha formulado nada sobre lo que es el hombre, el sexo masculino". Una afirmación que sorprenderá a quienes ceden a la cómoda anotación de todos los enigmas y las preguntas en la cuenta de la feminidad. Son pocos quienes empiezan a percibir que, contra lo que se cree, la masculinidad no está interpelada por la época, sino que es ella, la época, la que está puesta en cuestión por lo viril. ¿Pero qué designamos con ese significante ciertamente maldito para la modernidad? Los tres ensayos de este libro no aspiran a develar el enigma. Lo invocan. Por eso no es este un libro sobre la perversión, sino sobre la condición masculina nombrada aquí comoperversa.Esa nominación, felizmente incómoda, postula ya una hipótesis cuya mayor o menor fortuna quedará librada al arrojo de cada lectura.

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Información

Año
2020
ISBN
9789878372174
Edición
1
Categoría
Psicología
Categoría
Psicoanálisis
III

EDIPO
Un numen que arde en fuego contra la ciudad pugna.
La destruye, la anonada. Es la tremenda Peste.
Sófocles, Edipo Rey.
La caída del relato
La torpe lectura del Edipo en términos de prescripción, ambiente, y psicología, parece tan irresistible como equivocada. Al contrario, el Diccionario amoroso del psicoanálisis de Elizabeth Roudinesco ve el mito como una genialidad de Freud, a quien rinde homenaje como pensador “antimoderno”, es decir, revolucionario. Porque hay épocas en las que el progresismo es reaccionario. La autora celebra que el padre del psicoanálisis rescatara el valor del mito en una época que ya lo menospreciaba desde antes que Lyotard anunciara “la caída de los grandes relatos”. Ella acierta al percibir lo que eludió a muchos psicoanalistas, y es que el Edipo no reside en un vodevil familiar, sino en pensar el inconsciente en términos de tragedia y de destino. ¿Qué implica eso? En principio, algo que la subjetividad actual rechaza en tanto fundada en la negación de lo que Unamuno llamó el sentimiento trágico de la vida. Si hoy se impugna el Edipo no es por su “ambientalismo”, si no porque nos confronta con una dimensión de la experiencia subjetiva que es la antítesis del narcisismo moderno. Por eso Lacan avisó que el Edipo no podría sobrevivir durante mucho tiempo en la sociedad liberal. (1)
Contra la tesis de El Anti-Edipo de Deleuze y Guattari, Lacan reparó en la zoncera de entender el Edipo como la garantía de la familia patriarcal (2). Ya había criticado agudamente la perspectiva ambientalista y psicogenética. Entendió que el psicoanálisis está en las antípodas de la torpeza “psico–socio–educativa”. El concepto de Nombre-del-Padre y la operación de la metáfora paterna reformularon el Edipo en términos lógicos. Sin embargo, a pesar de que esa nueva presentación lo depuraba de las confusiones de la psicología, el άγών inherente al relato se mantenía en pie. Sobre todo la referencia a la instancia paterna como agente de la castración. La noción de Nombre-del-Padre contraría los ideales de una sociedad de control que exige que sea pasado por alto (Lacan, 19-3-1974). Pero allende los requerimientos de la sociedad liberal, siempre hubo en Lacan un esfuerzo por ir de la anécdota a la lógica (…o peor). Ese movimiento terminaría por objetar el Edipo considerándolo una “ensoñación freudiana” (El reverso del psicoanálisis). Consideró la inconveniencia del relato para explicar la relación del sujeto con la estructura del lenguaje. Pese a que Lacan nunca abandonó el concepto del Nombre-del-Padre, su última enseñanza muestra una depreciación de la “boludez religiosa de Freud” (17-12-1974). La ποίησις inherente al mito –y al sueño– bien podía ser un “cuento” que satisface nuestro deseo de dormir. Para el último Lacan, Freud nos habría dado el opio –la religión– del Edipo, bajo la figura de un agente mítico de la pérdida de goce que el lenguaje opera en nosotros.
Esa pérdida ocurriría en realidad por la acción de “la mano invisible” de la estructura pulsional, y no por ningún padre ni por nadie –ni nada– que haga de tal. La castración sería una operación que puede prescindir de esa coyuntura trágica, como de cualquier otra. Como nudo del padecimiento subjetivo, el complejo de castración tendría la ventaja de no ser un mito (3). Pero además a esto se agrega –y es lo fundamental– la inadecuación del esquema Edípico a las vicisitudes de la sexualidad femenina.
Es tesis de este ensayo que más allá de tal o cual mito, la categoría de lo mítico como tal interesa particularmente a lo masculino. Mi perspectiva es diferente a la que asume Robert Graves en La Diosa Blanca en tanto el culto a la madre es mucho más propio de la perversión que de lo femenino, entendiendo la primera en un sentido extenso. En cuanto a lo femenino, si hemos de seguir a Lacan no debería extrañarnos que no haya mito capaz de abordarlo. ¿Hay algún relato que se acomode a él? Es por la vía de la histeria, es decir, de la masculinización, que la feminidad se articula a lo ficcional. Y hablar de lo ficcional es hablar de la instancia paterna, la cual es, antes que nada, un síntoma. Algunos analistas interpretan esto como una depreciación de lo paterno: “el padre no es más que un síntoma”, dicen. ¿Hay algo más contrario al psicoanálisis que tener al síntoma como algo menor? Desde la misma perspectiva se juzga la pluralización de los Nombres-del-Padre como un “estallido” del concepto. Eso es cuestionado por el mismo Lacan en tanto lo plural no es ajeno al monoteísmo (4). No menos múltiple, el Edipo también puede ser narrado de mil diferentes formas que pasan desapercibidas al devoto de la modernidad.
Aquí hay que decir además que en tanto Nombre-del-Padre la función paterna es esencialmente poética. Esto significa que es metafórica y que, como tal, engendra –engendra– no sólo la ficción de un nombre, sino que inaugura la potencia de la nominación. Los analistas de orientación liberal ven en el nombre una sutura, un tapón irreparablemente neurótico del agujero de la estructura. Pero es una visión parcial. Y corta. La nominación es, precisamente, lo que “hace agujero(R.S.I., 15-4-1975). La ποίησις no siempre es dormitiva, como admite J.-A. Miller en El ultimísimo Lacan (5). Lo importante de nuestra tesis es que lo que atañe a la génesis poética, concierne al erotismo masculino. El hecho de que en la sociedad liberal se verifique una correlativa decadencia del mito y de la posición viril debería hacernos ver que ambas cosas están unidas. No decimos nada nuevo al afirmar que hay una estrecha correlación entre lo masculino y el mundo de los semblantes, que, en contra de la perspectiva nominalista, no son siempre “cartón pintado”. Sin embargo, eso no evita que el último Lacan viese el Edipo como una anécdota opiácea y religiosa, dado que la instancia paterna –como la poesía– convoca la fe.
El movimiento del último Lacan iría, según J.-A. Miller, del padre a la mujer. Y es el mismo movimiento que va de la verdad a lo real, y de la poesía a la lógica. Esta “nueva” perspectiva –ya presente en Otto Gross y otros– implica el desprecio hacia la dimensión de la verdad que es inherente al relato, y también hacia lo masculino en tanto habría un desplazamiento del goce fálico hacia el goce feminino como paradigma del goce como tal. Conviene citar entonces la afirmación de la escritora Doris Lessing, quien sostuvo que “la humillación del hombre forma parte de nuestra cultura” (Clarín, 16 de agosto de 2001). Para ella no se trata ya del desprecio hacia una versión de la masculinidad, sino hacia el varón heterosexual, en cualquiera de sus versiones. Es esa cultura la que incide en los psicoanalistas modernos y por eso la declinación del mito –y de lo viril– implica también la decadencia de la función de la verdad en tanto “infectada” de poesía. Es decir, de erotismo. Porque no hay erotismo que no se funde en la castración. Así, la degradación general de la vida erótica es el tercer pilar de la modernidad, que se agrega al rechazo del mito–verdad y de lo masculino.
¿Es siempre el mito un escollo en la vía que va de la impotencia imaginaria a la imposibilidad lógica (6), o es acaso la brújula que nos orienta en el camino? Porque por verse libre de los grandes relatos el sujeto de la modernidad no parece estar menos afectado de impotencia. Como sea, hallamos un sólido resumen de la última posición de Lacan –y su diferencia con Freud–, en el curso de J.-A. Miller Un esfuerzo de poesía (7). Ahí se sostiene que, sin necesidad de barrera alguna, sin prohibición, ni padre, ni relato, “el goce encuentra su límite de manera natural.” Concepción a tono con la sociedad liberal para la que el mercado se autorregula sin la intervención de una autoridad política externa a él. Así como el psicoanálisis pos–freudiano se asimiló a los ideales del american way of life, la última enseñanza de Lacan podría acercarse a los principios de la sociedad de mercado, en tanto la era post-paterna se pretende post-política y más allá de la función de la autoridad como decisión, e incluso como invención. Porque la ποίησις no es ajena a la política como intervención sobre la realidad.
Si el mito fue una fantasía personal de Freud, ha tenido sin embargo un notable arraigo en la masculinidad desde el Poema de Gilgamesh a Edipo Rey, y desde Hamlet a Star Wars. Muerte y sexualidad se anudan ahí. La ποίησις cumple una función esencial en la regulación de la erótica viril, y eso no es requerido del mismo modo en el erotismo femenino. No hacemos más que reiterar lo que hemos comentado sobre la diferencia entre el hombre y la mujer señalada por J.-A. Miller en la página 239 de Causa y consentimiento. Agregamos que si el varón requiere de la prohibición de un modo especial, esa prohibición convoca al mito para hacerse efectiva. Por eso Lacan nota la ausencia de un mito analítico referente al incesto padre-hija (8). Y después de todo, el fantasma, cuya relación con la poesía Freud remarcó, y la notación del sujeto del síntoma, que es construcción metafórica, se encuentran ambos del lado masculino de las fórmulas de la sexuación. Así, postulamos que hay una diferencia respecto de lo ficcional según la sexuación, y que es un requerimiento de la masculinidad el apoyarse en una estructura narrativa –fundamentalmente agónica– para elaborar el goce que la habita.
El relato de la caída
En Las formaciones del inconsciente (9), Lacan sostiene que el falo es el significante esencial de la caducidad. ¿Qué implica subjetivamente que el varón lleve en su cuerpo la marca simbólica de lo predestinado a fenecer, y a renacer? Hay una condición corporal real que predispone a la duplicidad propia de la perversión respecto del límite al goce y la afirmación del autoerotismo. El órgano masculino se presta como significante privilegiado de estas dos cosas (10). El tema –fálico– de la caída y la resurrección es esencial en Finnegan’s Wake, centro de la mitología de un último Lacan que habría querido librarse de la mitología. El efecto castrador de la detumescencia espera en la cima del acto sexual (La angustia, 29-5-1963). Inhibiciones, síntomas, reacciones de fuga, depresión, o agresión, enmascaran la angustia del encuentro con la experiencia de la reducción del órgano a un resto –el “trapo”–. Si “el complejo de castración no es un mito”, hay que remarcar que la palabra complejo implica un marco narrativo mínimo, que además tiene al menos dos versiones. La que concierne al varón –la angustia de castración– abarca un amplio abanico maníaco–depresivo de inquietudes, prevenciones, recelos, obsesiones, mortificaciones, cuidados y preocupaciones por el miembro y sus sustitutos. Qué no decir ya del impuro y embarazoso significante castración, abrumado de resonancias sexuales y violentas.
Si hoy nos domina la pretendida declinación de lo viril, hay que decir que el tema de la declinación es inherente a la condición masculina. Es el centro de la respuesta de Edipo a la Esfinge, y cifra el destino mismo de Edipo. Hay diferencia con el erotismo femenino, dado que “la esencia de la feminidad no es la castración” (12-1-1972). En cambio, no hay virilidad que no esté consagrada por ella (11). Una castración que, además, la erótica femenina requiere. La de él. Incluso el fantasma de la muerte del hombre cumple un rol en el extremo del erotismo femenino (12). Cuando Lacan apunta a la posición viril, a la del “hombre verdadero, el hombre hecho y derecho” (13), se refiere a pagar el precio. No se trata de la zoncera del “proveedor”. Contra lo que cree la ignorancia del progresista, no está en juego cumplir con la imagen de un estereotipo cualquiera, sino el “tener algo real que ofrecer y ofrecerlo cash(14). Es la libra de carne, pero también el signo del deseo. La potencia como acontecimiento del cuerpo es inseparable de la castración, y es por eso que la masculinidad se embriaga de omnipotencias para desconocer su íntima condición de expendable. Por ejemplo, en El cohete, un cuento de Ray Bradbury, el gasto –sacrificio– requerido para la constitución del deseo se representa en la caída de un astronauta cuya nave fue destruida y que, lanzado al espacio...

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