Diseño del proyecto de tesis en una investigación literaria
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Diseño del proyecto de tesis en una investigación literaria

Propuesta semiodiscursiva

  1. 86 páginas
  2. Spanish
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Diseño del proyecto de tesis en una investigación literaria

Propuesta semiodiscursiva

Descripción del libro

Este libro presenta la secuencia ideal para empezar a escribir o revisar un proyecto de tesis de posgrado en literatura, aunque se puede extender también a todo el universo discursivo, considerando la discursividad social como generadora de la vasta producción material de sentido, puesto que dentro de ese paradigma semiótico la autora ubica los objetos de conocimiento. Buscar, leer, escribir y reescribir un proyecto de tesis es empezar a producirla; el proyecto es tanto una carta de presentación como una hoja de ruta que, de ser desarrollada con claridad y coherencia, facilitará la ejecución de la tesis.

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Información

Año
2020
ISBN del libro electrónico
9789876918343
Categoría
Filología
Categoría
Lingüística

CAPÍTULO 1
Investigación y literatura

1. La actividad científica

Investigar es un término cuya etimología (in-vestigius) remite a la interesante idea de “seguir las huellas” o “buscar las pistas o los restos”, lo cual hace de esa palabra un comodín para varias disciplinas o actividades que coinciden en la necesidad de reunir diferentes partes para formar una figura con sentido. Prefiero hablar de indicios (en tanto signos), puesto que el “paradigma indiciario” ha sido estudiado por Carlo Ginzburg (1983) como un modo particular de atender a los detalles sensibles y relacionarlos, en tanto base epistemológica para las ciencias del hombre, en la presunción del comienzo de la historia intelectual de los humanos. Creo que es un punto de partida epistémico que permite investigar la obra de arte y las cuestiones microsociales localizadas en las que lo cultural atraviesa y moldea el fenómeno particular a partir de hipótesis o conjeturas basadas en sospechas o indicios que suelen tener su origen en una práctica semiótica fundada en la subjetividad y en los conocimientos previos del observador. Si lo menciono como punto de partida es porque, como se verá en diferentes oportunidades, la noción de alternativas teóricas y metodológicas para las disciplinas humanas, fundamentalmente intersubjetivas y dialógicas, constituye en la actualidad un insistente desafío epistemológico.
Dentro de las varias formas de investigación, la llamada “científica” es la actividad de búsqueda e indagación (pesquisa, le dicen en portugués), que pretende alcanzar un conocimiento que se presume verdadero, aunque provisoriamente, puesto que está siempre sometido a refutación o a su reemplazo por otro nuevo conocimiento. Al respecto valga esta reflexión en tono filosófico:
Las prácticas humanas en general y las científicas en particular son conjeturales. La existencia humana es, por definición, conjetural. Esta última afirmación es el límite discursivo de nuestros enunciados: i.e. la posibilidad de formular enunciados hipotéticos que se pueden reconocer como conjeturales. Tal vez sea esta la definición última del discurso científico: la conjetura (= hipótesis) fundada contextualmente (= socialmente lo que se sabe, se presenta, se modeliza, se acepta y se reconoce como permanente conjetura). (Mancuso, 1999: 158)
Desde el punto de vista de la evolución de la ciencia en la historia cultural de Occidente, es ejemplar la detallada descripción que hace Rubén Pardo (Palma y Pardo, 2012)1 en tres paradigmas o etapas sucesivas de lo que considera “la invención de la ciencia”:
  • la clásica (siglos VI a.C. hasta el XV) en la que sobresale la “fundacional o del mundo griego”, cuyos conceptos clave son el logos (en su doble acepción de “pensamiento, saber y teoría” y también “lenguaje, palabra, discurso”), contrapuesto al mythos; y la episteme (saber racional y filosófico) opuesto a la doxa; si bien este período comprende también la Edad Media en la que la razón se subordina a la fe. Pese a esto, la etapa clásica muestra semejanzas en la comprensión compartida de la visión cosmológica del mundo (Aristóteles + Ptolomeo) y el predominio de la metafísica por sobre el conocimiento empírico o sensible;
  • la etapa moderna (siglos XVI-XVII), cuyos rasgos constitutivos son la secularización del saber que separa los ámbitos de religión y ciencia, la confianza en el poder de la razón sobre la base de las matemáticas, que puede alterar el orden de la naturaleza y por tanto la supremacía del sujeto humano frente al objeto natural, la formulación de una ética de validez universal, la creencia en el progreso social como consecuencia de la bondad de la ciencia, y el carácter empírico y experimental del conocimiento científico (Copérnico, Galileo, Descartes, Kepler, Newton, Kant);
  • la etapa actual, posmoderna o de la modernidad tardía (siglos XX-XXI), cuyas características generales consisten en un proceso de “fragmentación del sentido” con algunos perfiles tales como cierto relativismo cognoscitivo y el debilitamiento de la idea de verdad, pues todo conocimiento comporta una dimensión interpretativa; la crítica y el rechazo a los ideales éticos y del progreso social generando lo que se conoce como “sociedades del desencanto”; la ciencia que debe empezar a considerarse como un bien cuyo valor principal se mide en el impacto social y no un fin en sí mismo, dado el papel fundamental que tiene el arrollador avance tecnológico: “La ciencia actual es –esencialmente– tecnología”. (41)
Finalmente, y como rasgo muy importante, me cabe decir que la posmodernidad o pospositivismo ha considerado la necesidad de ampliar a otros discursos las ideas de razón y verdad, y es sobre esa base que han sido pensadas las reflexiones de este libro, que serán oportunamente retomadas.2
Aunque el concepto de ciencia haya ido cambiando en el tiempo, los campos de origen y formación del saber científico están en la epistemología, antigua rama de la filosofía griega que se oponía a la doxa o saber común, en tanto conocimiento obtenido con rigor, y asimismo en la metodología, que se ocupa de describir las operaciones que permiten validar el conocimiento y que algunos consideran una rama de la epistemología.
La epistemología entonces, como teoría general de las ciencias, en sus diferentes vertientes (racionalismo, empirismo, idealismo, etc.), ha sido siempre la piedra angular del conocimiento científico, definiendo históricamente los modos de conocimiento posible, la relación del que conoce con el objeto conocido, las condiciones para alcanzarlo y sus límites, ocupándose además de analizar, ordenar y explicar los fundamentos del saber de cada ciencia.3 Desde principios del siglo XX se la conoce también como filosofía de la ciencia, si bien cabe diferenciarlas, pues esta ha avanzado en torno de otras cuestiones centradas en el proceso de la producción del conocimiento, en los sujetos productores y sus condicionamientos sociohistóricos. Por eso se ocupa de la relación de la ciencia con el poder político y económico, el impacto del desarrollo científico y tecnológico, las implicancias sociales o la supuesta neutralidad de las ciencias, problemas que han hecho de la filosofía de la ciencia un saber crítico y metacientífico. Ello ha coincidido en parte con la crisis de las ciencias en la segunda mitad del siglo XX que dio por resultado la aparición de nuevas teorías del conocimiento conocidas como giro lingüístico, posestructuralismo, teorías de la cognición, relativismo científico, sociología de la ciencia, dentro de una creciente tendencia a la búsqueda de propuestas inter o transdisciplinares.
Por todo esto preferimos hablar hoy en términos de una filosofía y metodología de la actividad científica, pensando la ciencia como un saber y una práctica construidos históricamente y ligados a las instituciones, especialmente las de los países centrales en un mundo neutralmente definido como global. Ya no se trata solo de un capital simbólico, sino de un capital que cotiza en el mercado de valores y que orienta decisiones políticas.
Sin embargo, vale el señalamiento que hace Esther Díaz (2010: 20):
El conocimiento científico, entonces, forma parte de la ciencia. Pero la ciencia es más abarcativa, pues comprende también las instituciones gubernamentales y privadas que invierten en investigación científico-tecnológica, las universidades e institutos de investigación, las editoriales de temas científicos y, por supuesto, la comunidad científica, que está constituida por investigadores, editores, periodistas especializados, divulgadores, científicos, docentes, alumnos, técnicos, metodólogos y epistemólogos.
Entonces cabe preguntarse: ¿dónde –al menos en nuestro país y en los países del Cono Sur– se preparan y se forman los investigadores? y ¿dónde se difunde el saber adquirido como resultado de la investigación? Y respondemos que se forman en la Universidad (la universitas), en las diferentes disciplinas que enfatizan, cada una en su campo, las formaciones teóricas y metodológicas, pues el oficio reclama la práctica. Como dice Catalina Wainerman (Wainerman y Sautu, 1997: 8): “Se aprende a investigar, investigando” y esta práctica a menudo es un déficit en las currículas de las carreras de grado y en algunas de posgrado en nuestra área. Ya en 1997, la destacada investigadora decía:
En medio de este clima [se refiere a la reorientación de carreras de posgrado en Argentina], un halo fantasmal envuelve a instituciones, administradores y docentes. Se “hace como que” se comparte la valoración de la investigación, se hace como que se sabe hacer investigación, se hace como que se sabe evaluar los proyectos y los informes de investigación, pero no aparece una preocupación auténtica por cómo reciclar al personal docente con diez o quince años de experiencia en la transmisión de conocimientos pero no en su producción, por cómo incorporar a la tarea docente la formación de los alumnos en investigación cuando aún no existen suficientes docentes-investigadores, o por cómo entrenar a los estudiantes para elaborar proyectos de investigación, etc. (1)
Si bien estimo que esta situación ha cambiado, aún no es suficiente en nuestra área. No resulta oportuno hacer aquí el análisis de las diferencias y los problemas que acarrea la formación de profesionales frente a la de investigadores, o a las que conllevan las ciencias básicas y las aplicadas, el rol de las carreras de grado y posgrado, de los institutos y las agencias de investigación, los criterios de asignación de becas de modo asimétrico según carreras y todo aquello que gira en la órbita de las micro o macropolíticas universitarias. Horacio González señala acertadamente:
Y si hablamos de política, en primer lugar debemos dirigir nuestra atención al modo en que se habla de “ciencias blandas” y “ciencias duras” […] Esto simplemente es una denominación administrativa, recaudadora de fondos, entregadora de fondos, y todos con absoluta tranquilidad hemos aceptado este tipo de terminologías que sirven también para querellas: tales fondos para tal lado.4
Pero lo dejo apuntado porque, aunque se ha dicho hasta el cansancio que la formación de científicos no es un gasto sino una inversión, las condiciones en las que trabajamos son desalentadoras, el éxodo de investigadores formados sigue aumentando y, a pesar de todo ello, creo que el desarrollo alcanzado por la investigación en ciencias humanas y sociales en las últimas décadas ha sufrido una sensible modificación.5
Pero también las facultades de nuestras áreas son responsables de ciertas falencias. Comparto plenamente el llamado de atención de una respetada colega salteña:
La preparación integral de investigadores implica adquirir una cultura científica que permita comprender los avances de las ciencias en un estado de movilización permanente, “reemplazar el saber cerrado y estático por un conocimiento abierto y dinámico” (Bachelard, 1971: 21).6 La institución está llamada a crear institutos de investigación, promover seminarios donde se expresen los resultados, requerir a sus docentes que desarrollen tareas de investigación que incluyan a los estudiantes, en síntesis, promover la investigación no como escalada jerárquica, sino como proceso que oriente una dinámica cultural signada por la reflexión. (Guzmán, 2014: 17-18, destacado en el original)
Cabe recordar que el saber producido por la investigación tendría que ser público y por lo tanto publicable, porque está destinado fundamentalmente a ser difundido en la llamada “comunidad científica”. Al respecto, Miguel Dalmaroni (2009: 13-14) fundamenta y amplía el criterio:
La “investigación”, la “investigación científica” o “académica”, es una actividad y una profesión definida por una serie de valores y creencias que hacen a la vez de criterios de evaluación de las prácticas de los investigadores, y de norma al menos formal de convivencia profesional. Esos valores y creencias coinciden grosso modo con algunos de los principales valores y creencias de la ideología democrático-liberal o con la concepción secular y moderna de la comunicación libre y por tanto legítima, y pueden resumirse en tres nociones estrechamente vinculadas: comunidad, publicidad y comunicabilidad universal.
Pero el tipo de publicaciones va cambiando históricamente: del libro al paper, la revista indexada, el open journal system, el repositorio; y sus categorías también: se impone el uso del inglés, la presentación a determinados congresos o encuentros con temas de actualidad en las agendas teóricas, etc. Y hay cierta velocidad superficial, me parece, en desdeñar cuestiones y autores que siguen siendo fundamentales y producir muchos trabajos apresurados, presionados por un sistema que suele exigir cantidad más que calidad.
Vale citar a Ruth Sautu (2001: 4, n.):
La comunidad científica no es una entidad en la que todos sus miembros tienen el mismo “poder” o influencia, entre quienes existe unanimidad de criterios; su principal característica es que el reconocimiento de su existencia depende de su inserción nacional e internacional a través de sus publicaciones.

2. Investigar en ciencias humanas

Planteada la cuestión general de la investigación científica, cabe preguntarse por las particularidades que, desde cierta perspectiva que me atañe, presentan las ciencias humanas, las que, como dice Guzmán (2014: 47), “tuvieron un desarrollo más sinuoso, tratando de responder a las constantes críticas de parcialidad, subjetividad y falta de rigor en sus procedimientos. Algunas tipologías de la ciencia, como la distinción en formales y fácticas, dejaban de lado el ámbito social y humanístico, desconociendo sus complejidades epistemológicas”.
Cabe también recordar que la denominación de este conjunto de saberes, que son básicamente filosóficos, históricos y sociales, también ha sido el de ciencias de la cultura e incluso ciencias del espíritu, aunque, como aclara Enrique Moralejo (2010), no en el sentido tradicional, sino como hace Hans-Georg Gadamer en la acepción hegeliana, es decir, como el conjunto de realizaciones sociohistóricas que hacen los pueblos en su devenir.
Apoyada en la autoridad de Michel Foucault (1968: 335), parto de su afirmación respecto de que la aparición en la episteme de la cultura occidental del siglo XIX de este dominio que toma al hombre, de modo individual o colectivo, como objeto de conocimiento en lo que tiene de empírico, “es un acontecimiento en el orden del saber”. De ese modo se colocó “este conjunto de discursos” al lado de las otras ciencias ya e...

Índice

  1. Cubierta
  2. Acerca de Diseño del proyecto de tesis en una investigación literaria
  3. Portada
  4. Dedicatoria
  5. Prólogo
  6. Introducción
  7. Capítulo 1. Investigación y literatura
  8. Capítulo 2. El camino hacia el problema
  9. Capítulo 3. Definiendo qué busco saber
  10. Capítulo 4. El diseño metodológico de la investigación: recorridos y estrategias
  11. Capítulo 5. Construcción y análisis del corpus literario
  12. Capítulo 6. Aspectos conceptuales y formales de la escritura del proyecto de investigación
  13. Referencias bibliográficas
  14. Créditos