
- 256 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
Descripción del libro
Esta obra es un instrumento tremendamente útil que beneficiará tanto su intelecto como su espíritu. Habla de
Jonathan Edwards, un teólogo norteamericano del siglo XVIII, un personaje que ha conformado en gran medida la vida intelectual y religiosa de muchas personas hasta nuestros tiempos, y que ha influido en ella. En este estudio, el profesor Simonson se centra en diversas maneras esenciales
para comprender y describir el camino a la salvación tal como lo expuso Edwards, incluyendo la narrativa, la experiencia y, un rasgo aún más distintivo de Edwards,
"los afectos".
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Información
Categoría
Theology & ReligionCategoría
Religious BiographiesAPÉNDICES POR ERNEST KLASSEN
APÉNDICE 1
Edwards y su relevancia para el avivamiento en el contexto latino
Jonathan Edwards vivó en otra época (1703–1758). Ministró en otras latitudes (Nueva Inglaterra de la costa lateral este de los Estados Unidos). Utilizó otro idioma (un inglés antiguo). Sin embargo, el pensamiento de Edwards trasciende el tiempo y las culturas porque habla un idioma universal, el idioma bíblico. Su pensamiento es vigente para nuestra época y para el contexto Latino porque su ministerio estuvo profundamente arraigado en las Escrituras. Como hemos visto, esta obra es esencialmente una exposición de I de Juan 4. Pero no es un estudio seco o árido o divorciado de la vivencia cristiana. La exposición de la palabra ha pasado por el filtro de una personalidad profundamente comprometida con el Dios trino. El análisis del texto está bien informado por la experiencia pastoral. Además, su perspicacia filosófica y teológica combinada con su familiaridad con la historia de la iglesia y la sicología bíblica, le autoriza a Edward a hablar, ayer y hoy. Permítame dar un resumen de tres lecciones que Edwards nos ofrece, al mundo latino.
Lección 1: El equilibrio
Lo que me llama mucho la atención en los escritos de Edwards es su profunda familiaridad con el Dios de las Escrituras y con las Escrituras de Dios. Jesús advirtió al liderazgo religioso de su época: “Entonces respondiendo Jesús, les dijo: ¿No erráis por esto, porque ignoráis las Escrituras, y el poder de Dios?” (Marcos 12:24). El motivo del error en el liderazgo se debe a nuestra ignorancia intelectual y experimental de las Escrituras en su totalidad, de nuestra superficialidad y falta de intimidad profunda con el Espíritu Santo, especialmente con su poder, y de nuestra incapacidad para mantener el equilibrio entre las Escrituras y el poder de Dios. Algunos evangélicos son muy bíblicos, relativamente conservadores en su interpretación y aproximación al texto bíblico, “campeones” de la “sana doctrina”, defensores de lo “escrito está”, pero relativamente reacios o reticentes a un énfasis sobre el poder del Espíritu, y esto a pesar del énfasis bíblico al tema de la verdadera espiritualidad y el papel protagónico del Espíritu Santo y la plenitud y poder del Espíritu en dicha espiritualidad. Otros evangélicos son muy “espirituales”, relativamente generosos en su énfasis sobre el poder y plenitud del Espíritu, amigos del “carisma”, defensores de la “libertad del Espíritu” pero relativamente descuidados en el conocimiento intelectual y vivencial de las Escrituras. La exposición sistemática de las Escrituras en los púlpitos y el estudio expositivo sistemático en las aulas y los hogares y en la vida devocional individual, es notoria por su ausencia. Tanto la dieta desequilibrada de la Palabra (no predicando todo el consejo de Dios, sino enfatizando las doctrinas favoritas de uno mismo) como el descuido de la Palabra por un enfoque más vivencial (testimonios, pragmatismo apelando a la necesidad inmediata sin claro fundamente bíblico) tienden ambos a producir un cristianismo y un cristiano enfermizo. (Y ese descuido bíblico, con una híper-espiritualidad, suele suceder a pesar de la verdad de que la Biblia es el soplo del Espíritu.)
Ambas escuelas tienden a polarizarse y caer en el error. Unos están en una zanja, los otros están en la zanja del otro lado, pero ninguno de los dos está en la autopista. Ambas escuelas necesitan escucharse y aprender de la otra para volver y mantenerse en la pista. Nuestra tendencia carnal es ser reactiva y no proactiva. Aquí Jonathan Edwards tiene mucho que ofrecer a las diferentes escuelas evangélicas del continente Latino. Su capacidad para mantener el equilibrio entre las Escrituras y el poder de Dios, especialmente en tiempos de refrigerio espiritual especial y tiempos de “visitación”, es muy digna de ser no solamente loada, pero (y más importante) ser seguida. Lo que América Latina necesita es una clase de avivamiento que produzca un equilibrio sano entres las Escrituras y el poder de Dios, unificando a los hermanos bien intencionados pero desequilibrados en la praxis de lo que Dios ha determinado unir. Decimos en la ceremonia de boda: “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Esto lo debemos aplicar a la “unión” entre las Escrituras y el poder de Dios.
Lección 2: La apertura
Edwards era un hombre muy abierto al obrar de Dios. Cuando uno analiza cuidadosamente las nueve “señales ambiguas”, uno descubre una tremenda apertura, una disposición de mente y de corazón para conocer más de Dios. Por ejemplo: Edwards dice en la “Primera Sección” de su obra, en la primera “señal ambigua”, que no debemos descartar algo simplemente por ser “inusual” o “extraordinario”. Edwards nos cae en una apertura extremista. Él añade “con la condición de que se ubique dentro de los parámetros o límites establecidos por las Escrituras”. Abierto, pero no a la deriva. Edwards es abierto a cierta fenomenología (vea señal ambigua nº 2). Lamentablemente, la mayoría de los creyentes tendemos a reaccionar a experiencias extremistas que hemos visto y clausurar nuestro espíritu (o departamentos de nuestro espíritu) al Espíritu de Dios. Tal vez por celo a la obra a nuestro cargo, vemos con mucha cautela cualquier corriente. Sufrimos cierto tipo de ambigüedad espiritual. Queremos un avivamiento, pero tenemos un avivamiento. Nos preocupa la salud de los fieles a nuestro cargo. Y debemos preocuparnos, porque precisamente Dios nos ha encomendado una tarea pastoral. Las palabras de Pablo a los ancianos de Éfeso reunidos en Mileto (Hechos 20:17 ad), pesan mucho sobre el liderazgo pastoral, especialmente aquel mandato: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que El Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre”. (Hechos de los Apóstoles 20:28). En fin, Dios nos llama a ser líderes cautelosos y prudentes; de acuerdo. Pero puede ser que la prudencia humana usurpe el papel que corresponde al Espíritu de Dios, y terminemos apagando al Espíritu (1 Tes. 5:19 – ver el contexto). Una cosa es prudencia humana, otra cosa es prudencia divina. Como dice Isaías 55:8,9: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”. La cuarta señal ambigua muestra otro aspecto de la apertura de Edwards. El hecho de que haya un efecto marcado en la imaginación no significa que la obra no sea de Dios. El hecho de que la obra esté acompañada por imprudencias e irregularidades (Señal ambigua nº 6 y Señal ambigua nº 8) no significa que la obra sea de Dios. Edwards mantiene una postura bastante abierta. El hecho de que haya errores de juicio y cierta cizaña con el trigo no obliga a quemar todo el campo (Señal nº 7). Realmente, cuando uno analiza cada una de las “señales ambiguas” queda maravillado a la apertura de Edwards. Creo que esto es loable. Una actitud demasiado mezquina, cautelosa y parroquial, puede ser evidencia de que estemos operando con “paradigmas humanos clausurados” y anacrónicos. Los éxitos de ayer pueden convertirse en los impedimentos de hoy. Animo al lector, especialmente al lector líder, a revisar las señales ambiguas de Edwards y pedir al Espíritu Santo una sana y libertadora apertura a nuevos paradigmas.
Lección 3: La sabiduría
Edwards es un hombre abierto. Pero no es un hombre “crédulo”. Existe un equilibrio sano y difícil de lograr y mantener en la vida cristiana y en el ministerio cristiano entre el ser abierto sin caer en el “simplismo” y “credulidad”. En nuestro deseo por avivamiento auténtico, y mantener una apertura para que no apaguemos al Espíritu (1 Tes. 5:19), nunca debemos descuidar nuestra responsabilidad de “examinarlo todo y retener lo bueno” (1 Tes. 5:21). La Palabra de Dios en varias ocasiones nos exhorta a ejercitar discernimiento espiritual. 1 Juan 4:1 dice: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo”. Jeremías 15:19 aclara que el ministerio profético exige discernimiento espiritual: “Por tanto, así dijo Jehová: Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás; y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos”. Esta tarea de “probar los espíritus”, “examinarlo todo” y “entresacares lo precioso de lo vil” es el deber del liderazgo y especialmente en momentos de refrigerio espiritual y avivamiento, el hombre y la mujer de Dios deben ejercer discernimiento espiritual. Nuestra vida espiritual, y la vida espiritual de los que Dios ha puesto a nuestro cargo, depende de eso.
Aquí nuevamente vemos nuestra tendencia a caer de un extremo a otro. De ser muy cerrados, caemos al extremo de ser muy “crédulos”. ¡Cuán frágiles somos! ¡Cuán propensos a ser reactivos y no proactivos! ¡Que El Espíritu Santo nos dé su “templanza”! (Gal. 5:23) y una mente/corazón “σωφρονισμοῦ. ” (2 Timoteo 1:7) que, traducido del griego al castellano significa “mente sana”. Las diferentes versiones de la Biblia dan un matiz rico a este vocablo griego. La Reina Valera traduce “dominio propio”. Dios habla hoy. La Biblia de Estudio traduce “buen juicio”. Es interesante ver que la versión Reina Valera de 1909 traduce el vocablo “templanza”. Este vocablo es utilizado solamente aquí en el Nuevo Testamento. Las versiones en inglés lo traducen de diferentes maneras “sobriedad” (American Bible Union Version), sano “juicio” (New Testament in Modern Speech – Weymouth), “auto-disciplina” (New English Bible), “juicio” o “discreción sabia” (The New Testament, A New Translation – Norlie). La versión amplificada en inglés traduce “una mente calma y bien balanceada y disciplina y auto-dominio” (The Amplified New Testament). La riqueza del término en el idioma original es sumamente difícil de agotar en un solo término en castellano o inglés. Esto es precisamente la cualidad que tanto admiro en Edwards. Me parece que su acercamiento a lo sobrenatural fue caracterizado por esta virtud que Pablo menciona en 2 Tim. 1:7. Cuando uno analiza las señales positivas, y estudia cuidadosamente el criterio bíblico para discriminar que está en 1 de Juan, se nota en Edwards este equilibrio sano.
El énfasis de Edwards en Cristo, su conciencia de los reinos de las tinieblas y el reino de la luz, su enfoque en las sagradas escrituras, el amor por la verdad y la transparencia, y finalmente su enfoque en el amor hacia Dios y entre los creyentes y la relación que tienen estas señales positivas, la una con la otra, son evidencia de la templanza y discreción sabia que 2 Tim. 1:7 menciona.
Tres lecciones de Jonathan Edwards para nosotros en el mundo latino: Ser equilibrado, abierto y sabio. Equilibrado en el énfasis en la Palabra de Dios y en el Espíritu de Dios. Abierto al obrar del Espíritu de Dios, no preso de paradigmas clausurados. Sabio en el ejercicio del discernimiento espiritual.
Al llegar al final de nuestra reflexión sobre el avivamiento en general y de este escrito de Edwards en particular, creo que la mejor manera de terminar es apelar al lector, utilizando las palabras que se encuentran en el epitafio de Edwards:
“¿Quiere saber, oh viajero, qué clase de hombre fue aquella cuyos restos mortales aquí descansan? Un hombre auténtico, de alta pero elegante estatura, atenuada por la agudeza de su intelecto, la abstinencia y los estudios más arduos; en la agudeza de su intelecto, su sagaz juicio y su prudencia fue el primero de los mortales, en su conocimiento de las ciencias y de las artes liberales, alguien notable, eminente en la crítica sagrada, y teólogo distinguido sin igual; defensor imbatido de la fe cristiana y predicador serio, solemne y discerniente; y gracias al favor de Dios, muy feliz en el éxito y el devenir de su vida. Ilustre en su piedad, apacible en su trato pero amistoso y benigno con los demás, vivió para ser amado y venerado, y ahora, ¡ay!, lamentado por su muerte. La universidad ya huérfana llora por él, como lo hace la Iglesia, pero el cielo se regocija al recibirle: Abi, Viator, El Pia Sequere Vestigia («Parte de aquí, oh viajero, y sigue sus pasos piadosos»).” (Gerstner I: 19, 20)
APÉNDICE 2
Descubriendo la vida de Jonathan Edwards
Reflexiones de Ernest Klassen sobre la obra de Simonson
Por fin el mundo de habla hispana dispone de material sobre la vida y el pensamiento de Jonathan Edwards. Me siento agradecido porque CLIE haya decidido traducir y publicar en español la obra de Harold P. Simonson Jonathan Edwards, un teólogo del corazón. También me honra que me hayan elegido para escribir una reflexión sobre la importancia que tiene Edwards para el mundo hispanohablante. ¡Qué privilegio! Para uno de estos capítulos he decidido tomar el libro de Simonson y “resaltar” algunos de sus comentarios sobre Edwards, así como algunos pensamientos del propio Edwards, reflexionando luego sobre su importancia para los hispanohablantes modernos.
¿Por dónde empezar? ¡Empecemos por el final! En la ciudad de Princeton, donde falleció Edwards después de trabajar como presidente de un centro para la formación ministerial, encontramos grabado en su lápida, en latín, el siguiente tributo:
“¿Quiere saber, oh viajero, qué clase de hombre fue aquella cuyos restos mortales aquí descansan? Un hombre auténtico, de alta pero elegante estatura, atenuada por la agudeza de su intelecto, la abstinencia y los estudios más arduos; en la agudeza de su intelecto, su sagaz juicio y su prudencia fue el primero de los mortales, en su conocimiento de las ciencias y de las artes liberales, alguien notable, eminente en la crítica sagrada, y teólogo distinguido sin igual; defensor imbatido de la fe cristiana y predicador serio, solemne y discerniente; y gracias al favor de Dios, muy feliz en el éxito y el devenir de su vida. Ilustre en su piedad, apacible en su trato pero amistoso y benigno con los demás, vivió para ser amado y venerado, y ahora, ¡ay!, lamentado por su muerte. La universidad ya huérfana llora por él, como lo hace la Iglesia, pero el cielo se regocija al recibirle: Abi, Viator, El Pia Sequere Vestigia («Parte de aquí, oh viajero, y sigue sus pasos piadosos»).” (Gerstner I: 19, 20)
¿Qué tiene que decir Edwards al viajero contemporáneo de habla hispana? ¿Por qué hemos de detenernos para reflexionar sobre este hombre, su vida, sus obras o su predicación? Como usted, lector, ya habrá descubierto gracias a la reseña biográfica que hace Simonson de Edwards —que destaca diversos aspectos de su vida y de su pensamiento— existen diversos motivos sólidos por los que Edwards, aun estando muerto, sigue hablando hoy, y su voz para el mundo hispanohablante es tan atrayente como correctiva. En las siguientes páginas he interactuado con la obra de Simonson con el propósito de facilitar la conversación y la meditación sobre lo que nos dice hoy este autor. Veamos una lista breve de 16 lecciones valiosísimas que nos ofrece Edwards a los que vivimos y/o ministramos en el entorno hispanohablante moderno:
1.COMPRENDER NUESTROS TIEMPOS
2.ENFRENTARSE AL ORGULLO HUMANO
3.ENFATIZAR LA JUSTIFICACIÓN POR LA FE, NO POR OBRAS
4.DOCUMENTAR LOS AVIVAMIENTOS RELIGIOSOS
5.CENTRARSE EN LA SANTIDAD Y EN DIOS, NO EN LA FENOMENOLOGÍA Y EL HOMBRE
6.LOS PREDICADORES AVIVADOS SON EL SECRETO DE LAS IGLESIAS AVIVADAS
7.EL CORAZÓN DEL ASUNTO ES UN ASUNTO DEL CORAZÓN
8.EDWARDS COMO PENSADOR
9.EJEMPLO FIRME DE UNA PAREJA QUE MINISTRA JUNTA
10.DEJANDO UN LEGADO Y ACABANDO BIEN
11.PASAR TIEMPO CONOCIEN...
Índice
- Cubierta
- Página del título
- Derechos de autor
- Índice
- Prólogos
- Jonathan Edwards: Un teólogo del corazón (Simonson)
- Uno: La historia de la conversión de Edwards
- Dos: Edwards y el Gran Despertar
- Tres: La imaginación y la visión
- Cuatro: El lenguaje religioso
- Cinco: El pecado
- Seis: La salvación
- Conclusión
- Apéndices por Ernest Klassen