
eBook - ePub
Ariel y los cuerpos
- 264 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Descripción del libro
Cuando le preguntan si es hombre o mujer, Ariel no sabe qué responder. Le han dicho que tiene un cuerpo y que este cuerpo podría llegar a desear otros cuerpos, pero la vivencia de Ariel siempre es otra.
Ariel y los cuerpos es la historia de
un personaje que existe y que lo hace de forma distinta, arisca, sensual, a menudo provisional e inquietante. Una
existencia múltiple como las lecturas que ofrece esta prodigiosa novela, que se erige como
un viaje trepidante y lleno de lirismo a través de las identidades y los amores líquidos.
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Información
ARIEL Y EL ESTRÁBICO
De David a Sara
Buenos días, Sara:
Hace tiempo que no nos decimos nada y puede que sea la última persona con quien quieres hablar. Espero que te animes a leer este mensaje.
Solo te escribo porque te quería felicitar. ¡Enhorabuena por la beca! Me he enterado por la prensa. Sé que suena como un reproche, y tal vez lo es. En todo caso, me alegro, porque haberlo sabido por la prensa debe querer decir que sigues siendo una estrella. ¡Felicidades!
Islandia en pleno verano. Te imagino en la residencia con las ventanas abiertas, un airecillo que entra y sale, y montañas de apuntes de una novela sobre la mesa. Y tú inspirada, en estado de gracia total. Me alegro mucho por ti. En serio. No se me ocurre una persona más indicada para representarnos en el extranjero.
¿Nos veremos antes de que te vayas?
Un abrazo,
David
De David a Sara
Sara:
Siento mi último mensaje.
Siento haberte escrito así, un día cualquiera. Siento lo que pasó, lo que no pasó, cómo acabó todo. Siento no haber tenido el valor de decirte nada durantes estos meses, pero tienes que entender que todo eso me supera.
Vivir contigo fue convivir con la intensidad, convivir con la literatura, y sabes mejor que nadie que hace tiempo que la literatura y yo no nos llevamos bien. Hacía demasiado tiempo que no escribía. Hacía demasiado que no amaba. ¿Cómo podía amarte a ti?
La verdad duele, pero cura, y quizás para curarme he tenido que escribirte.
No te imaginas la de veces que he estado a punto de decirte algo, pero no me sentía capaz. Me podía la vergüenza. O no: la culpa. Pero no puedo más, Sara. Estoy demasiado contento por ti como para guardármelo.
Si prefieres que no te moleste más, tan solo tienes que decírmelo.
Lo siento,
David
De Sara a David
Buenos días, David:
Te conozco demasiado y sé que contigo no existe la opción del silencio administrativo. Cuando te leí, estuve jodida unos días, sí. Estaba a punto de partir hacia Islandia y no quería reconciliaciones de última hora; llevaba una maleta demasiado pesada y sabía que, cuando llegara, todo me vendría muy grande, todo sería muy nuevo.
Necesitaba irme y que no estuvieras. Así no.
Y es por eso que te agradezco el último mensaje. Que hayas entendido que, sin hablar de lo que vivimos, no podrá pasar nada más. Ni una felicitación. Ni una beca de escritura en una isla del norte. Ni una sola letra que se sustente entre tantas cosas que no hemos dicho.
Pero me pides perdón. Tú. El genio, el autor, el escritor intocable. Te arrodillas ante mí con tu cuerpo de letra doce y me dices que lo sientes. Al menos te habré hecho sentir algo, al fin y al cabo…
Paro aquí o llegaré al reproche.
O, ¿tal vez esto ya lo era?
Disculpas aceptadas, David. Y aceptada —ya sabes que es lo que más me cuesta— la felicitación.
Un abrazo con mucho frío,
Sara
De Elies a David
Buenos días, David:
¿Cómo va eso? ¿Cómo está mi autor consentido?
No sé si te acuerdas, pero estos días eran la fecha límite que dijimos en la última reunión y aún no me has hecho llegar los capítulos que habíamos acordado.
¿Nos vemos un día de estos en la editorial y me enseñas lo que tienes? Una sinopsis, una página, lo que sea.
Con muchas ganas de leer este futuro éxito de ventas,
Elies
De David a Sara
Buenos días, Sara:
¡Así que te has ido a la francesa!
Pensaba que podríamos encontrarnos antes de que te fueras, que te pediría disculpas y me haría entender, y que tú me entenderías, que es lo importante. Que nos diríamos adiós y te desearía suerte y mucha inspiración y un poco de drama, que siempre viene bien, y que tú harías de tripas corazón para no acabar llorando en medio del aeropuerto. Que, a pesar de todo, llorarías una vez pasaras los controles y que yo lloraría contigo, pero cuando no me vieses. Que lloraría en el vestíbulo, en la moto, volviendo a casa. Como siempre. Como antes.
No sé, quizás soy un nostálgico, pero la idea de volver a llorar juntos me enternece y todo.
Pero ahora lo que importa es que te has ido. Que estás en un lugar más frío que esta Barcelona horrorosa, llena de turistas, y aún peor: llena de barceloneses. Me das mucha envidia y no sé si es sana. Además, tú eres de las que, cuando se van a otro país gracias a una beca de escritura, tienen la manía de llegar al lugar y trabajar, así que doy por hecho que tienes algún gran proyecto entre manos. Algo brillante. ¿Deberían pitarme los oídos o esta vez puedo estar tranquilo? Que conste que no me importa que escribas sobre nosotros; no sería coherente que yo fuese quien te lo prohibiera.
Me gusta pensar que escribes allí arriba, y que eres moderadamente feliz, que es la única manera auténtica de serlo. Me gusta pensar que comes solo dos veces al día, desayuno y almuerzo, muy temprano, y que dejas la cena para aquellos que no tienen páginas y páginas que revisar y releer. Sé muy bien que a la hora de escribir no entiendes de nada, ni siquiera de hambre, y por eso también me das envidia. ¿O me equivoco? No te lo tomes a mal, pero no puedes haber cambiado tanto en los nueve o diez meses que hace que no nos vemos.
Te mando todas las letras del mundo,
David
De Sara a David
Querido:
Tu relato del aeropuerto me habría devuelto al pasado si no hubiera aprendido, con el tiempo, que allí el único papel que podrías interpretar bien es el de halcón de aeropuerto. Vigilar aterrizajes y despegues, evitar la invasión de especies raras, plagas, golondrinas, murciélagos. Afinar la vista y olfatear a la presa, volver al guante que te alimenta y volver a afinar la vista. Y así cada día.
Espectador de la nada.
Siento decepcionarte si era eso lo que esperabas, pero mi huida ha tenido muy poco de huida y mucho de decisión. Quería perderte de vista de una vez por todas, David, y tiene gracia que se lo diga al hombre más estrábico que conozco. Tú nunca me miraste con los dos ojos a la vez y, aun así, ahora me reclamas tanta y tanta atención. Hay cosas que se agotan y yo, para ti, puede que fuera una.
Sencillamente era mejor así. Sin vernos, sin escribirnos, sin tener que forzar una reconciliación antes de que me fuera de Barcelona y que te disculparas al ver por primera vez, cara a cara, el agujero negro que me dejaste en la caja torácica. No era necesario.
Me preguntas sobre mis horarios y no vas nada desencaminado. Escribo mucho, como poco, como un pajarito que no sabe que debe morir —muy pocos animales saben qué es la muerte hasta que la muerte se avecina—, y por las noches repaso con rotulador rojo, permanentísimo, todo lo que han escupido mis dedos.
A diferencia de otros tantos lugares a los que me habían enviado, el entorno ayuda. ¿Te acuerdas de aquella vez que nos hicieron pasar dos meses en una pensión de Alejandría casi sin dejarnos salir? Las ganas de huir podían más que las de escribir y, si a eso le añadimos que justo empezábamos a estar juntos y que nos pasábamos el rato enganchados, estarás de acuerdo conmigo en que no podríamos haber desaprovechado más el viaje.
Qué hartura de follar.
Y cuánto ha llovido desde entonces.
Como te digo, aquí el lugar ayuda. Vivo en un edificio grande, hecho de listones de madera blanca y con tejados con mucha pendiente. Me han asignado una habitación del primer piso y he tenido la suerte de que mi ventana no tiene lo que la mayoría de la gente definiría como vistas. Me explico: el primer día, cuando entré y el bedel y la subdirectora me hicieron el recorrido por las instalaciones, que acababa en la habitación, me deprimí un poco. La habitación está bien, bastante bien, es amplia e impersonal. Pero la ventana daba literalmente al bosque, y pensé que necesitaría aire para escribir. Al cabo de dos días, entendí que el bosque sería mi aire, que tan solo debía cerrar las ventanas cada noche para que los árboles no me chuparan el oxígeno y que el resto vendría solo.
Ahora, a ratos, no sé si escribo o si hago la fotosíntesis.
El caso es que tengo una ventana que da al bosque y soy feliz, David. Escribo como una loca. Escribo y tomo notas, y a ratos vuelvo atrás y me doy cuenta de que aquel personaje tan redondo tiene que tener una cicatriz, que siempre es una historia, y que aquella casa debería tener marcas de lápiz en la pared, para evidenciar que hay niños que crecen.
¿Y tú, David? ¿Qué escribes ahora, además de la columna del periódico? ¿Cómo va todo por el mundo pequeño? ¿Cuál es tu fisura?
Con todo el verde,
Sara
De David a Sara
Verdísima Sara:
Me alegro de que tengas árboles y de que tengas aire y de que seas lo bastante lista como para que no te lo roben por la noche. Yo ya lo sabía desde hace tiempo, que eres muy lista, pero ahora, con tu última novela, lo sabe el mundo entero y te respeta cuando duermes. ¡Escribe, Sara, escribe!
Aquí las cosas no podrían ir peor, o, lo que es lo mismo, no cambian. Cada quince días, el supuesto grupo de expertos destaca el libro de moda y sus acólitos atracan las librerías hasta reventar existencias para tenerlo y hacerse una foto para sus perfiles de las redes. Siguen sin aparecer críticas negativas, y cuando surgen es para cargarse a alguien por cuestiones personales aprovechando el miserable pretexto de la calidad literaria. Hay demasiados reproches. Y demasiada gente que se permite hablar de «calidad literaria» en pleno siglo xxi sin que se le caiga la cara de vergüenza.
Y sí: quien ya sabes sigue promocionando los libros de sus amigos y hace que ganen premios, y amigos que no te imaginarías ganan premios y se lo agradecen al jurado, también amigos. No juegan limpio. Gente que va a los actos de los demás para que estos les devuelvan el favor, autores que se organizan homenajes a ellos mismos y que cruzan los dedos para ir un día al médico y que les diga que tienen cáncer o leucemia. La esclerosis está demasiado gastada como activo de ventas por aquí.
Llámame destructivo, llámame amargado, llámame lo que quieras, pero me pregu...
Índice
- Portada
- Título
- Créditos
- Contenido
- PRIMERA PARTE. ARIEL Y EL NONATO
- SEGUNDA PARTE. ARIEL Y EL ESTRÁBICO
- TÍTULOS DE DOS BIGOTES