BARNA
¡Arjj! ¡Más misterios! ¿No lo podían hacer todo más fácil? Sí. Pero no…, pues poco sospechaban que aquella era, de hecho, la manera más sencilla de hacerles comprender… a pesar de no parecerlo. Porque, de haberles explicado ahora el significado y la importancia que tenía el sueño, ni lo hubieran entendido y, bien al contrario, probablemente le hubieran quitado toda la importancia que realmente tenía, convirtiendo en anécdota lo que no dejaba de ser… Bueno, eso ya lo veremos más adelante…
Pero, claro está…, todo lo que queremos, lo queremos ya. No después. ¡Ahora! E incluso un poco antes… ¡Antes incluso de quererlo! ¡Como si las mismas respuestas y las mismas satisfacciones fueran anteriores a las preguntas y a los deseos que las suscitan! Porque así de caprichoso es, amigos, el insaciable instinto de obtener lo que no se tiene y de saber lo que se desconoce… Perdiendo, a la vez, tanto el valor del resultado como la recompensa del esfuerzo. Y convirtiendo en largo lo que es corto y en corto, lo que es largo… Y es que, contrariamente a lo esperado, lo que en la teoría parece ser el camino más largo deviene, en la práctica, el más corto. Pero es de aquellas cosas que dichas al momento no parecen tener sentido y, en cambio, analizadas con la perspectiva del tiempo… Y ni Enric ni Pau, y en menor medida Sofía, eran demasiado dados a la paciencia y a permanecer demasiado tiempo en la oscuridad… Pero por suerte, a parte del sueño, había también otras cosas de interés. ¿O no? No por nada habían conocido a aquella mujer; ni subido tan arriba…
Ahora bien, ¿encargada de la torre? ¡Pero si allí no había nada! ¿En qué consistiría aquello? ¿En vigilar a los ciudadanos? El ojo que todo lo ve… Era posible, pero… No… no después de lo que habían podido ver hasta entonces, pues, de momento, no parecía que nadie desconfiara de nadie. Por lo tanto, tampoco haría falta un guardián… Entonces, ¿qué hacía aquella mujer allí arriba? ¿Ocuparse de que siempre estuviera en buenas condiciones? Probablemente… ¿En hacer de vigía igual que en los barcos? Sí… ¿Por qué no? O, quizás, simplemente hacer de guía para todos lo que subían… Fuera lo que fuera, ¡vaya chollo! ¡Pasarse el día contemplando la vista que ahora podían gozar! Y no hacer nada más que observar, desde arriba, ¡igual que los dioses hacen con los humanos! Eso sí, sin intervenir en sus vidas… «¡Vaya! ¡Igual que los dioses! Qué placer»…, pensó Enric, dado el formidable paisaje que tenía delante, aún más refulgente por el sol de mediodía que bañaba toda la tierra que abarcaba…
Kilómetros y kilómetros de terreno alrededor de la ciudad; montañas y colinas; el mar y los que lo navegaban; campos y cultivos; casas, cortijos y casas de campo; el ganado haciendo de las suyas y las personas otro tanto… La vida en directo desde una posición privilegiada. ¡Vaya suerte! Quién pudiera tener el lujo de gozar de aquello día sí y día también… Con aquel escenario; el precioso escenario que es el mundo de los vivos, siempre cambiante, a pesar de siendo siempre el mismo. Con sus actores representando cada uno de ellos la obra de sus vidas que tan importantes resultan para ellos, pero que tan irrisorias parecían desde su posición…
Pero no todo era tan sencillo… Porque se daba la paradoja de que si bien Noemí podía ver y contemplar la vida que transcurría a su alrededor, también parecía que ella, propiamente, no tuviera vida. Como si viviera la suya a través de las de los demás…, no siendo la protagonista de su obra sino el crítico que observa desde la sombra. «La que observa»… Quizás es eso lo que quería decir su nombre: que no llevaba una vida activa, sino contemplativa…
Era igual. Ahora estaban allí. Ahora podían gozar del mejor espectáculo que habían visto nunca. Como si fueran los titiriteros de una representación de marionetas. Y Enric estaba encantado. Qué sensación de poder… Como si se pudiera controlar todo. Como si nada de lo mundano les pudiera afectar allí arriba… Como si estuvieran por encima de todo. ¡Y en un sentido literal! Igual que un gigante entre hormigas, lejos de todo peligro. Lejos de todo mal. Lejos de todos los problemas. Uno consigo mismo y con la inmensidad de la inmensidad. Auténticos dioses humanos contemplando a los humanos que no saben que también pueden ser dioses… La vida en la palma de la mano.
Muy bonito, sí, pero seguramente Sofía no hubiera estado del todo de acuerdo… Ya bastante tenía en haber subido una vez y en no haberse meado en el intento… Y también lo había demostrado. ¡Y vaya desahogo se había echado! Chillando como si estuviera poseída y con la suficiente intensidad como para hacer estallar cualquier cristal que se encontrara en su radio… Seguramente ¡la habrían oído más allá incluso de lo que su posición les permitía ver! Pero estaba más que justificado, y no ya solo por la belleza de la vista, ni por el miedo superado, ni por el esfuerzo invertido y el dolor sufrido, sino por la sensación de poder que todo aquello engendró en ella. Porque, después de aquello, después de haberse atrevido con lo que más pánico le hacía, se sentía capaz de cualquier cosa. Y toda la tensión acumulada hasta entonces, escalón tras escalón, centímetro a centímetro, y por las cínicas sonrisas de Enric, se había desvanecido de su interior con aquellos gritos de alegría y fuerza, dejando que finalmente se la llevara el viento…
Y sí, ciertamente, no era la primera ni tampoco sería la última vez que tanto Nico como Noemí contemplaban aquella preciosa escena en que una persona cargando una mochila llena a reventar de pesadas piedras abandonaba su equipaje, con gran estruendo, todo sea dicho, permitiendo llenar la entonces vacía mochila de lo que ella quisiera… Como una nube que descarga todo el agua que lleva dentro para recoger más luego, pero avisando a todo el mundo de sus intenciones con el ensordecedor trueno que la anuncia, a la par que muestra el dolor que le representa. Un momento de liberación y felicidad solo comparable a las del desdichado prisionero que recobra la libertad habiendo sido condenado siendo inocente…
—Nico… —empezó a decir Pau, básicamente ajeno a lo que pertenecía al mundo de los adultos, señalando hacia el horizonte—. ¿Qué es eso?
—Mmm… —hizo el asesor, mirando en la dirección marcada por el pequeño dedo—. Eso casi mejor si se lo preguntas a Noe… —y le dirigió una mirada a la solitaria mujer de las estrellas—. Ella es la experta en ver las cosas desde aquí arriba…
—Aah… —hizo Pau, girándose hacia ella—. Pues Noe, ¿qué es aquello?
—Aquello de allí es la montaña «del cuello de vidrio» —le contestó con ternura y emoción, admirando la bonita colina que parecía proteger la ciudad desde la vertiente oeste, totalmente repleta de árboles y verde y frondosa vegetación, a la vez que con un resplandor poco natural que podía hasta llegar a molestar a la vista—. Y lo que señalas es, precisamente, el cuello de cristal… —aclaró, refiriéndose a un gran cortafuegos dorado que separaba el espesor floral en dos y perfectas mitades—. Sirve para evitar que un incendio se pueda extender por todo el bosque.
—Aaah… —volvió a hacer Pau.
—¿Y cómo es que brilla tanto? —preguntó Enric procurando ajustar la vista para identificar mejor el origen de aquel resplandor—. No será…
—Es oro —comentó Nico con naturalidad—. Toda la montaña es una mina de oro. Solo que allí está a la vista.
—¡¡¿Quéee?!! —exclamó Enric totalmente incrédulo—. ¿Una montaña de oro? ¿De verdad? —No se lo podía creer. ¡Y él que pensaba que eran pobres! Y en cambio, tenían miles de toneladas del metal más precioso del mundo al alcance de la mano…—. ¿Y cómo no la explotáis?
—¿Explotarla? ¿Para qué? —dijo Nico extrañado y mirándolo con cara de sorpresa—. ¡Si no sirve para nada!
—¡¿Qué no sirve para nada?! —repitió Enric con el mismo tono agónico de antes—. ¡Pero si los países matan por él!
—Tú lo has dicho… —dijo Noemí con ternura y compasión.
—Además —retomó Nico con tranquilidad—, no se come; no calienta; no sirve para vestir; y no aporta nada práctico a la vida.
—Visto así… —Enric no sabía cómo ponerse. Ni tampoco podía apartar la vista de aquel espejismo tan real. ¡Era una locura! ¿O no?
—¡Qué guay! —exclamó Pau mientras daba un saltito cogiéndose a la barandilla—. ¡Una montaña de oro! ¿La podremos ver?
—¡Por supuesto! —le concedió Nico, acariciándole la cabeza—. Cuando queráis.
—¿Y aquello de allí? —Como siempre, Pau no tenía bastante con una pregunta ni con una respuesta, por interesante que fuera la respuesta; ni tampoco con un solo plato—. ¿Qué es?
—Sí… —intervino Sofía, pues había llegado el momento de aprovechar y apreciar todo lo que les rodeaba—. Noe, ¿por qué no nos enseñas tu particular vista de la ciudad? —la animó, haciendo también un rápido repaso por todo lo que su vista era capaz de abarcar—. Desde este lugar tan privilegiado…
—¿Eh, Noe? —dijo Nico sonriendo y dándole un golpecito con el codo, dejando que, como siempre, fuera quien más supiera de una materia quien la impartiera—. ¿Por qué no se lo enseñas todo?
—Sería un placer —dijo Enric cortés y cordialmente, pero aún con la mente puesta en el brillante y bruto metal—. Sin duda…
—Aquello debe ser el puerto… —murmuró Sofía mirando en dirección Este, hacia una maravillosa construcción en forma de círculo recubierto, aunque con acceso al mar.
—Uno de ellos, sí —confirmó Noemí mientras contemplaba cómo los grandes barcos que ahora parecían pequeñas hojas a la deriva entraban y salían de las atarazanas—. El más grande y el que tiene más tránsito. Pero no el más importante…
—Aaah… —hizo Sofía, igual que hacía su hijo cuando le explicaban una cosa.
—¿Y aquello? —insistía Pau, dirigiendo el dedo hacia un promontorio con una forma un tanto extraña situado a la derecha del gran puerto, encima del que había una pequeña construcción. O eso parecía desde allí…—. ¿Qué es aquello, Noe?
—Pues aquello, Pau —retomó la guía de las alturas volviendo a dirigir sus explicaciones hacia la curiosidad del más curioso de los presentes—, es el «monte justo».
—¡Caramba! —exclamó Enric echándose ligeramente hacia atrás, sorprendido por lo oído— ¡Vaya nombre!
—¿«El monte justo»? —la interrogó Pau haciendo una mueca.
—¡Jajaja! —rió Noemí—. ¿No ves que arriba de todo hay algo que parece una balanza aguantando dos platos sostenidos a la misma altura?
—Ahora que lo dices… —reconoció Sofía en voz baja mientras afinaba la vista.
—Hombre —dijo Enric parpadeando rápidamente—, con mucha imaginación…
—¡Yo no lo veo! —protestó Pau enfadado y frustrado, sintiéndose mal y un pelín tonto por ser el único que no lo apreciaba.
—Sí, mira —le ayudó Noemí con una ternura maternal, agachándose a su altura y redirigiéndole la vista hacia un lugar determinado—, si te fijas bien…, allí hay…
—¡Sí! —exclamó de repente mientras daba un pequeño salto de alegría al ver por fin la estructura megalítica que escenificaba la imagen antes descrita por Noemí—. ¡Ya lo veo!
Y es que a menudo, por más que las cosas siempre hayan estado allí y en el mismo lugar, necesitamos un poco de ayuda para acabar viendo claramente lo que en principio aparentaba no ser, o ser imposible, y que otros en cambio parecían ver sin mayor dificultad que un pequeño ajuste ocular…—. ¡Es verdad! ¡Es una balanza!
—El «monte justo» —repitió Noemí con tono solemne—. Porque siempre está en equilibrio. Y no hay nada ni mejor justicia que el equilibrio…
Barna era una bonita y ancha ciudad limitada por cuatro fronteras naturales: la montaña «cuello de vidrio», el mar, y los ríos Llens al sur y Vintés al norte. Esto hacía que no se pudiera extender ni ampliar indefinidamente, ni tampoco de manera uniforme por todos los lados. Precisamente por eso era tan ancha; más parecida a un rectángulo que a cualquier otra figura, ya que lo que no podía ganar en profundidad, pues no se puede ir más allá del mar, y la montaña era para ellos intocable…, lo hacía por los lados; si bien aún estaba lejos de alcanzar los dos ríos. Los cuales se presentaban, a ojo de pájaro, como dos pequeñas serpientes azules atravesando el vasto territorio. Aunque en sus orillas había también pueblecitos y pequeñas ciudades que los punteaban, siendo en uno de ellos donde vivían Marc y Alexandre, los hijos de Dana y Jon. Quién sabe: quizás algún día, si la población crecía mucho…, la gran ciudad de Barna las acabaría absorbiendo e integrando…
Ya en la zona urbana, también había alguna que otra colinilla que elevaba o hundía las casas, en función de la zona y el terreno en que se encontraban. Y a pesar de que se podían apreciar con claridad, no representaban un obstáculo real a la hora de construir las casas y los edificios. Los edificios… Esto fue lo que más sorprendió a los Bonafita. Bueno, esto y el hecho de que toda la ciudad fuera, prácticamente, una réplica exacta en piedra de un panal de abejas, repleto de plantas, árboles y todo tipo de vegetación. Pues todas las casas, contrariamente a lo que estaban acostumbrados y, entonces, a lo que esperaban…, no eran ni de madera las más pobres, ni grandes, descomunales y de mármol las más ricas.
De hecho, era imposible saber a quién podían pertenecer, ya que eran todas básicamente iguales vistas desde fuera: siempre de dos pisos con un máximo de tres, y todas de una bonita piedra blanca tallada en bloques lo bastante grandes para ser distinguidos desde allí arrib...