Dulce melancolía
Hace unos minutos Susana Amado me trajo el primer tomo de Anatomía de la melancolía, tal vez el tratado más famoso sobre la melancolía; son tres tomos escritos por Robert Burton y publicados en 1621 . Es un clásico que nos lleva a pensar en el efecto que tuvo la medicina sobre el espectro melancolía-tristeza. La melancolía supo tener cierto agalma, era el humor del poeta, del héroe trágico, del desespero existencial, una enfermedad del amor, una impronta del genio. El tratado inspiró la Oda a la melancolía de Keats, fue leído por Borges… ¿Cómo llegó a convertirse en la enfermedad mental que conocemos en la actualidad?
Escuchen: «Cuando me entretengo con pensamientos agradables al lado de un arroyo en un verde bosque sin que nadie me oiga, me busque o me vea; cuando me bendicen cientos de placeres y me coronan el alma de felicidad […] Todas mis alegrías son tonterías. Nada es tan dulce como mi melancolía». Cada verso termina con esa misma estrofa: «Nada es tan dulce como mi melancolía». Se entiende que es un registro del afecto completamente diferente del trastorno que nos presenta el DSM IV .
Sería interesante poder entender un poco mejor esa transformación, esa patologización de la tristeza. ¿Qué hizo que la tristeza se convirtiera en algo patológico, cuando es un afecto inherente a la condición del viviente?
Bien, tenemos tres intervenciones: los comentarios del libro de Kristeva, Sol Negro , que prepararon Mariela Yern y Paula Szabo, y el comentario de la tristeza que preparó Marita Salgado.
No estaría mal hacer un pequeño dossier con textos de referencia para orientarse. Hay tres artículos de Serge Cottet que podemos consultar: «Algunas ideas directrices para un congreso sobre la depresión», que está en el número 149 de La Lettre mensuelle ; «Alegre saber, triste verdad», que está en la revista La Causa Freudiana: Siluetas del deprimido ; y «La bella inercia», que está en francés en el número 34 de la revista Ornicar? También hay un artículo de Éric Laurent que se llama «Hacia un afecto nuevo» que está en el número 14 de Virtualia . Hay versiones en francés y en castellano, vale la pena tenerlo.
Sol negro
MARIELA YERN: Vamos a empezar por presentar a Julia Kristeva. Es una filósofa, escritora y psicoanalista checa que reside en París y que declara –lo leí en una entrevista sobre ella– que su interés es analizar aquello que no es simbolizable, es decir, la alteridad que habita en cada individuo, pero que no se puede expresar. Tiene varios estudios publicados: Sol negro –que es un estudio sobre la depresión y la melancolía, y es el que voy a trabajar ahora–, otro que se llama La experiencia de ser extranjero para uno mismo y los estudios sobre el amor.
Sol negro se publicó por primera vez en Francia en el año 1987 y debe su nombre a un soneto que le mandó un poeta francés a Alejandro Dumas, autor de Los tres mosqueteros. Para quien lo quiera leer, el poema está en este libro, se llama «El desdichado».
Kristeva toma muchas figuras de la literatura y del ambiente artístico, de la pintura, porque considera que hay una relación entre lo bello, la creación artística y la melancolía. Para ella, en algunos artistas las creaciones serían una especie de sublimación de la melancolía, sería como hacer algo con ese vacío que los habita.
Kristeva no se limita a la observación clínica, recorre también la doctrina clásica del psicoanálisis: Freud y la escuela inglesa, sobre todo Melanie Klein y Abraham. Pero como también tiene formación lingüística –asistió a los cursos de De Saussure en París– le da mucha importancia al lenguaje, a la expresión de las palabras que utiliza el deprimido o el melancólico. De hecho, ella considera como un aporte a la clínica prestar especial atención al tono de voz con que los pacientes se expresan.
Para los que no tuvieron oportunidad de leerla, querría leerles el primer párrafo –donde habla de la melancolía– para que se familiaricen con su modo de escribir. Dice:
Para aquellos que se sienten devastados por la melancolía, escribir sobre ella solo tendría sentido si el escrito viniera de la melancolía misma. Yo intento hablarles de un abismo de tristeza, de un dolor incomunicable que en ocasiones nos absorbe –y a menudo en forma duradera– hasta hacernos perder el gusto de toda expresión, de todo acto, el gusto mismo de la vida. Esa desesperación no es una repugnancia que supondría que soy incapaz de deseo y de creación. En la depresión, si mi existencia está a punto de hundirse, su insensatez no es trágica, me parece evidente, estridente e indigna .
Entonces tenemos una lentificación del discurso y del pensamiento, hasta llegar muchas veces a la retracción de todo acto y de toda palabra. Tenemos además la extinción de los deseos, la extinción del gusto por la vida, y una atracción inevitable hacia la muerte. El libro se llama Depresión y melancolía. Si bien muchas veces llama depresión a la melancolía, distingue a la depresión como una versión más leve. Porque en la depresión encontramos este mismo estado de desvitalización, pero que se alterna con momentos de excitación. Entonces para ella la diferencia no sería estructural, sino más bien fenomenológica.
Kristeva se pregunta por la causa y dice que a menudo son situaciones de pérdida. Un duelo es el desencadenante de ese estado de desesperación y hace a la vida insoportable, caracterizándose entonces por una existencia desvitalizada, a punto de caer todo el tiempo en la muerte. Pero se pregunta, además: Si todos los seres humanos sufrimos alguna situación de pérdida en la vida, ¿qué es lo que hace que algunos sujetos caigan en la melancolía y otros no? Responde que esto se debe a traumas tempranos, a duelos arcaicos no realizados.
Con este modo poético que tiene de escribir, hace también un recorrido por la melancolía, la aparición de la melancolía a lo largo de las obras y de la historia, o de la filosofía. Dice, por ejemplo, que el primer melancólico griego aparece en la Ilíada con Belerofonte, quien abandonado por los dioses, no deja de vagar consumiéndose en la tristeza, alejado de los hombres. Después nombra a Hipócrates, quien, con la teoría de las bilis –bilis blanca / bilis negra– relaciona a la melancolía, este humor negro, con la bilis negra. Luego, Aristóteles. Para él, la melancolía sería más bien una oportunidad para algunos sujetos, ya que la entiende como una crisis subjetiva que permite al sujeto responder por la verdad del ser. Entonces, sería ya la melancolía una condición de genio. Después, en la Edad Media, se relaciona a la melancolía con Saturno. Parece ser que Saturno es el planeta de los pensamientos y el espíritu, entonces, alguien melancólico estaría atravesado por Saturno en la vida.
Graciela Brodsky: Es una enfermedad saturnina, se llama así a la melancolía.
Mariela Yern: Y luego, en el cristianismo, también en la Edad Media, se vive la melancolía como un pecado. Pero lo interesante de la religión es que es paradojal. Porque si bien la melancolía sería un pecado, también es cierto que para los monjes, en las experiencias místicas, la melancolía sería un medio de acceder a Dios.
Volviendo a la melancolía y a Kristeva, tenemos la pérdida de un objeto, que es intolerable para el sujeto, y la extinción de los lazos significantes, en particular el lenguaje. Esto es muy importante porque es el lenguaje el que asegura una salida compensatoria a esos estados de retraimiento y de inacción en los que se sumerge el sujeto.
Ahora bien, respecto a esa atracción ineludible por la muerte, Julia Kristeva entiende que se puede referir a dos tipos de muerte. Hay una muerte que ella llama muerte-venganza y hay otro tipo de muerte a la que llama muerte-liberación. Vamos a ver con qué tiene que ver esta diferenciación. Ustedes saben que la teoría psicoanalítica clásica sostiene que la depresión oculta una agresividad contra el objeto perdido, entonces la queja contra sí mismo sería, en realidad, la queja contra ese objeto y la ejecución, en este caso, de sí mismo sería un disfraz trágico de la venganza contra ese objeto. ¿Esto en qué se basa? Se basa, recuerdan, en los mecanismos de idealización o de desvalorización del objeto y de sí mismo. En la muerte-venganza se mata al objeto introyectado con el que el sujeto se identifica. Pero hay otro tipo de depresión en la que, lejos de ser un ataque contra un Otro imaginado hostil, lo que hay es un sujeto con un yo primitivo frágil, con una herida narcisista imposible de simbolizar; depresión en la cual la tristeza es el único objeto. Julia Kristeva considera que el deprimido no está en duelo por un objeto, sino por la cosa, por lo real no significable que ningún objeto podrá reemplazar, cortándose todo lazo con el deseo. Esto sucede porque la identificación primaria resulta ser frágil y, al ser frágil, no es suficiente para garantizar aquellas identificaciones a partir de las cuales la cosa erótica es susceptible de convertirse en causa de deseo. Entonces se rompe la metonimia deseante, no hay elaboración psíquica de la pérdida, y lo que queda es el afecto de la herida. Julia Kristeva se pregunta: ¿Esa deserotización de la melancolía se opone al principio del placer o en realidad la melancolía es erótica en sí misma? La respuesta que se da es que la tristeza en la depresión sería una defensa contra la angustia de fragmentación de estos sujetos que quedan en la posición esquizo-paranoide descripta por Melanie Klein. Para que pueda funcionar como defensa, la tristeza debe estar erotizada. Y cuando no opera como defensa, lo que hay es el pasaje al acto suicida.
Dulce melancolía
Recuerdan que habíamos visto que Kristeva pone un especial énfasis en la manifestación de la palabra del deprimido y del lenguaje. Ella proporciona cierta fenomenología del lenguaje del deprimido, que es un lenguaje repetitivo, monótono, está adherido a su dolor, a ese duelo que jamás pudo realizar. Se trata de un lenguaje, como ella dice, «tan artificial como recortado». Un dato interesante es que ella define al deprimido como un ateo: «El deprimido es un ateo, es un no-creyente, porque no cree en el lenguaje» .
Entonces, se pregunta cómo hacer para intervenir, nosotros, psicoanalistas, que intervenimos con la palabra, en alguien que no va a creer en la palabra, que no cree en el lenguaje. Por esto ella considera como soporte de la clínica el estar muy atentos al tono de voz y a los signos.
Acá querría leer una intervención de Kristeva. Se trata de una paciente. En la página 60 dice: «Ana se queja en análisis de estados de abatimiento, de desesperación, de pérdida del gusto de la vida que la conducen con frecuencia a retirarse días enteros a su cama, negándose a hablar y a comer, dispuesta a menudo a tragarse el tubo de somníferos». Ahora, habla la paciente: «Hablo como en el borde de las palabras, y tengo la sensación de estar en el borde de mi piel. Pero el fondo de mi pena, permanece intocable». Julia Kristeva dice:
Yo podría interpretar estas palabras como un rechazo histérico del intercambio castrador conmigo –interpretación más bien kleiniana–, sin embargo, digo: «en el borde de las palabras pero en el seno de la voz, porque su voz se perturba cuando me habla de esa tristeza incomunicable». Esta interpretación, cuyo valor seductor es claro, puede tener, en el caso de un paciente depresivo, el sentido de atravesar la apariencia defensiva y vaciar el significante lingüístico.
Me parece que es claro: en esa vibración del tono de voz, Kristeva ve un signo de vida. No está todo desvitalizado, intenta de ese modo conducirla a algo de la vida. Y es un modo, me parece, de lo que nosotros llamamos perturbar la defensa. Después se pregunta por qué se pr...