
- 200 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
El exilio
Descripción del libro
Para Víctor Hugo el exilio no es una cosa material, es una cuestión moral: "Todos los rincones de la tierra resultan lo mismo". Cuestión moral, no cuestión de derecho, la aplicación injusta del poder sobre otro que no tiene cómo oponerse a la sentencia. A través de Víctor Hugo quienes nos hablan son todos aquellos que han ganado la calidad de proscritos, y con ella, han perdido lo que consideraban suyo, forzados a dejarlo todo y a buscar fortuna en otras tierras, o simplemente a sobrevivir bajo el dominio tenaz de la melancolía.
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Información
Año
2020ISBN de la versión impresa
9789703242146EL EXILIO
I
El derecho encarnado es el ciudadano; el derecho coronado es el legislador. Las antiguas repúblicas representaban al derecho sentado sobre la silla curul, sosteniendo en la mano ese cetro, la ley, y vestido de aquella púrpura, la autoridad. Era cierta esa imagen, y hoy no es otro el ideal. Toda sociedad normal debe tener en su cima al derecho, sagrado y armado: sagrado por la justicia, armado de la libertad.
En lo antes dicho, la palabra fuerza no ha sido pronunciada. La fuerza existe, sin embargo; pero no existe fuera del derecho; existe en el derecho.
Quien dice derecho, dice fuerza.
¿Qué hay fuera del derecho?
La violencia
No hay más que una necesidad: la verdad. Por ello, no hay más que una fuerza, el derecho. El éxito fuera de la verdad y del derecho es una apariencia. La corta vista de los tiranos se equivoca; una emboscada triunfante les produce el efecto de una victoria, pero esta victoria está llena de ceniza; el criminal cree que su crimen es su cómplice: error, su crimen es su verdugo; el asesino se corta con su cuchillo, siempre; siempre la traición traiciona al traidor, los delincuentes, sin que lo sospechen, están agarrados del cuello por su crimen, espectro invisible. Una mala acción jamás nos abandona; y fatalmente, por un itinerario inexorable que desemboca en las cloacas sangrientas de la gloria y en los fangosos abismos del odio, sin remisión para los culpables, los 18 de brumario conducen a los grandes a Waterloo y los 2 de diciembre arrastran a los pequeños a Sedan.1
Cuando despojan y descoronan al derecho, los hombres de violencia y los traidores de Estado no saben lo que hacen.
II
El exilio es la desnudez del derecho. Nada más terrible. ¿Para quién? ¿Para aquel que sufre el exilio? No, para aquel que lo inflige. El suplicio se vuelve y muerde al verdugo.
Un soñador que se pasea solo sobre la arena, un desierto en tomo de un meditabundo; una cabeza vieja y tranquila en torno de la cual giran las aves de la tempestad, atónitas; la asiduidad de un filósofo al alba tranquilizadora de la mañana; Dios tomado por testigo, de tiempo en tiempo, en presencia de peñascos y de árboles; una caña que no solamente piensa, sino medita; cabellos que de negros se tornan grises y de grises se vuelven blancos en la soledad; un hombre que siente, cada vez más, que se convierte en una sombra; el largo pasar de los años sobre aquel que está ausente, pero que no está muerto; la pesadumbre de este desheredado, la nostalgia de este inocente: nada más redituable para los malhechores coronados.
Hagan lo que hagan los momentáneos todopoderosos, el fondo eterno se les resiste. Ellos no tienen más que la superficie de la certeza; el fondo pertenece a los pensadores. Se exilia a un hombre. Sea. ¿Y después? Se puede arrancar un árbol de raíz: no se arrancará el día del cielo. Mañana, la aurora.
Sin embargo, hagamos justicia a los proscriptores; son lógicos, perfectos, abominables. Hacen todo lo que pueden para aniquilar al proscrito.
¿Alcanzan su meta? ¿Lo consiguen? Sin duda.
Un hombre tan arruinado que nada le queda salvo su honor; tan despojado que nada le resta salvo su conciencia; tan aislado que no tiene a su lado sino la equidad; tan arrojado a las tinieblas que nada le queda salvo el sol: ¡he aquí lo que es un proscrito!
III
El exilio no es una cosa material, es una cosa moral. Todos los rincones de la tierra resultan lo mismo. Angulus ridet.2 Todo lugar de ensueño es bueno con tal de que el rincón sea oscuro y el horizonte vasto.
En particular, el archipiélago de La Mancha es atractivo; no le cuesta trabajo asemejarse a la patria, siendo Francia. Jersey y Guernesey son trozos de la Galia, cortados por el mar durante el siglo VIII.3 Jersey ha tenido más coquetería que Guernesey; ha ganado el ser más bonita y menos bella. En Jersey el bosque se ha hecho jardín; en Guernesey el peñón se ha mantenido colosal. Más gracia aquí, mayor majestad allá. En Jersey se está en Normandía, en Guernesey se está en Bretaña. Un ramo grande como la ciudad de Londres, Jersey. Todo es perfume, rayo, sonrisa, lo cual no impide las visitas de la tempestad. Quien escribe estas páginas en alguna parte calificó a Jersey como “un idilio en pleno mar”. En los tiempos paganos, Jersey fue más romana y Guernesey más céltica; se siente en Jersey a Júpiter, a Tutatis en Guernesey. En Guernesey la ferocidad ha desaparecido, pero permaneció lo silvestre. En Guernesey lo que antaño fue druídico ahora es hugonote; no es ya Moloch sino Calvino; la iglesia es fría, el paisaje es mojigato, la religión tiene mal talante; en suma, dos islas encantadoras: una amable, arisca la otra.
Un día, la reina de Inglaterra -más que reina de Inglaterra, la duquesa de Normandía-, venerable y sagrada seis días de siete, visitó Guernesey, con salvas, humo, jaleo y ceremonia. Era domingo, el único día de la semana que no le pertenecía. La reina, convertida bruscamente en “esta mujer”, violaba el reposo del Señor. Descendió al muelle en medio de la muda muchedumbre. Ninguna frente se descubrió. Sólo un hombre la saludó: el proscrito que aquí habla.
No saludaba a una reina, sino a una mujer.
La devota isla fue hosca. Este puritanismo tiene su grandeza.
Guernesey está hecha para no dejar al proscrito más que buenos recuerdos; pero el exilio existe más allá del lugar de exilio. Desde el punto de vista interior, se puede decir: no hay exilio bello.
El exilio es el país severo; allá todo está derribado, inhabitable, demolido y yaciente; salvo el deber, único en pie que, como campanario de iglesia de una ciudad derrumbada, parece más alto que todo lo caído a su alrededor.
El exilio es un lugar de castigo.
¿De quién?
Del tirano.
Pero el tirano se defiende.
IV
Usted, que está proscrito, espere todo. Se os arroja lejos, pero no se os suelta. El proscriptor es curioso y su mirada se multiplica sobre usted. Os hace visitas variadas e ingeniosas. Un respetable pastor protestante se asienta en vuestra residencia: este protestantismo cobra en la caja Tronsin-Dumersan; un príncipe extranjero que chapurrea se presenta: es Vidocq4 que viene a veros; ¿es un verdadero príncipe? Sí, es de sangre real, y también de la policía; un profesor, gravemente doctrinario, se introduce en vuestra casa; usted lo sorprende leyendo vuestros papeles. Todo está permitido en vuestra contra; usted está fuera de la ley, es decir, fuera de la equidad, fuera de la razón, fuera del respeto, fuera de la verosimilitud; se dirán autorizados por usted a publicar vuestras conversaciones, y pondrán esmero en que éstas sean estúpidas; se os atribuirán palabras que usted nunca ha dicho, cartas que usted nunca ha escrito, acciones que nunca ha realizado. Se os acercarán para escoger mejor el lugar en el cual se os apuñalará; el exilio es una claraboya; se os mira como desde un foso para las bestias; está usted aislado, acechado.
No escriba a sus amigos de Francia: está permitido abrir vuestras cartas; el Tribunal Supremo consiente; desconfíe usted de vuestras relaciones de proscrito, desembocan en cosas oscuras; este hombre que os sonríe en Jersey os destroza en París; aquel que os saluda con su nombre os insulta bajo seudónimo; aquel otro, justo en Jersey, escribe contra los hombres del exilio páginas dignas de ser ofrecidas a los hombres del imperio, y a las que hace justicia, por lo demás, al dedicarlas a los banqueros Pereire.5 Todo esto es muy simple, sépalo. Usted está en cuarentena. Si alguien honesto viene a veros es una desgracia para él: la frontera lo espera y ahí está el emperador, bajo la forma de un gendarme. Se desnudará a las mujeres para buscar en ellas algún libro vuestro y, si se resisten, si se indignan, se les dirá: “¡esto no es por vuestra piel!"
El amo, que es el traidor, os rodea de lo que le parezca mejor. El proscriptor dispone de la calidad de proscrito; adorna a sus agentes; ninguna seguridad. ¡Esté en guardia! Usted le habla a un rostro y una máscara lo escucha; vuestro exilio está atormentado por un espectro: el espía.
Un desconocido, muy misterioso, viene a hablaros bajo al oído; os declara que, si usted lo quiere, él se encarga de asesinar al emperador: es Bonaparte que os ofrece matar a Bonaparte. En vuestros banquetes de fraternidad, alguien desde un rincón gritará: “¡Viva Marat! ¡Viva Hébert!6 ¡Viva la guillotina!” Con un poco de atención usted reconocerá la voz de Carlier.7 En ocasiones el espía mendiga; el emperador os demanda la limosna para su Piétri;8 usted da, él ríe; alegría de verdugo. Usted paga las deudas de albergue de este exiliado, es un agente; paga el viaje de este fugitivo, es un esbirro; cruza usted la calle y escucha decir: “¡He aquí al verdadero tirano!” Es de usted de quien hablan; usted se vuelve, ¿quién es este hombre? Se os responde: es un proscrito. Para nada. Es un funcionario. Es feroz y está pagado. Es un republicano que firma Maupas.9 Un fulano cualquiera disfrazado de Scaevola.10
En cuanto a los inventos, en cuanto a las imposturas, en cuanto a las infamias, acéptelos. Son los proyectiles del imperio.
Sobre todo, no reclame. Se reirán. Después de la reclamación, la injuria recomenzará, la misma, sin siquiera tomarse la molestia de variar; ¿para qué cambiar de baba? La de ayer es buena.
El ultraje continuará sin aflojar, todos los días, con la tranquilidad infatigable y la conciencia satisfecha de la rueda que gira y de la venalidad que miente. Nada de represalias; la injuria con su bajeza se defiende; la vileza salva al insecto. Aplastar el cero es imposible. Y la calumnia, segura de la impunidad, se prodiga con el corazón gozoso; desciende hasta tan necias indignidades que rebajarse a desmentirla sobrepasa el asco de soportarla.
Los insultadores tienen por público a los imbéciles. ¡Qué risa!
Es asombroso que usted no encuentre completamente natural el ser calumniado. ¿No está usted ahí para eso? ¡Ingenuo, usted es el blanco! Tal personaje está en la Academia por haberos insultado; tal otro tiene la cruz por el mismo acto de bravura, el emperador lo ha condecorado sobre el campo de honor de la calumnia; tal otro, que se ha distinguido también por sus afrentas resplandecientes, es nombrado prefecto. Vuestro ultraje es lucrativo. Es necesario que la gente viva. ¡Vaya! ¿Por qué está usted exiliado?
Sea razonable. Usted se equivocó. ¿Qué os forzaba a encontrar malo el golpe de Estado? ¿Qué idea tuvo de combatir por el derecho? ¿Qué capricho os ha pasado por la cabeza para rebelaros del lado de la ley? ¿Se toma la defensa del derecho y de la ley cuando nadie lucha por ellos? ¡He aquí, por completo, a los demagogos! Entercarse, perseverar, persistir, es absurdo. Un hombre apuñala al derecho y asesina a la ley. Es probable que tenga sus razones. Únase a ese hombre. El éxito lo hace justo. Únase al éxito porque el éxito se vuelve derecho. Todo el mundo os estará agradecido. Nosotros haremos vuestro elogio. En vez de estar proscrito será senador y no tendrá usted cara de idiota.
¿Osa usted dudar del buen juicio de este hombre? ¡Pero si usted bien puede ver que ha triunfado! ¡Usted bien puede ver que los jueces que lo habían acusado le prestan juramento! ¡Usted bien puede ver que los sacerdotes, los soldados, los obispos, los generales, están con él! ¡Usted cree tener más virtud que todos ellos! ¡Usted quiere resistir a todo eso! ¡Vamos, hombre! ¡De un lado, todo aquello que es respetado, todo aquello que es respetable, todo aquello que es venerado, todo aquello que es venerable; del otro, usted! Es inepto; y nosotros nos mofamos de usted, y hacemos bien. Mentir contra un bruto está permitido. Todas las personas honestas están contra usted; y nosotros, los calumniadores, estamos con las personas honestas. Veamos, reflexione, vuelva en usted mismo. Era necesario salvar a la sociedad. ¿De quién? De usted. ¿De qué no la amenazaba usted? ¡Basta de guerra, basta de cadalso, abolición de la pena de muerte, enseñanza gratuita y obligatoria, que todo el mundo sepa leer! Era horrible. ¡Cuántas utopías abominables! La mujer de menor convertida en mayor; esta mitad del género humano admitida al sufragio universal; el matrimonio liberado por el divorcio; el niño pobre instruido como el niño rico; la igualdad como resultado de la educación; el impuesto disminuido de entrada y suprimido a la postre por la destrucción de los parasitismos, por el alquiler de los edificios nacionales, por el albañal transformado en abono, por la repartición de los bienes comunes, por el desbrozamiento de los barbechos, por la explotación de la plusvalía social; la vida barata por el repoblamiento de los ríos; no más clases, no más fronteras, no más ligaduras, la República de Europa, la unidad monetaria continental, la circulación decuplicada decuplicando la riqueza. ¡Qué locuras! ¡Era necesario preservarse de todo eso! ¡Vamos! Se alcanzará la paz entre los hombres, no habrá más ejército, no habrá más servicio militar. ¡Vamos! Francia será cultivada de manera que pueda mantener a doscientos cincuenta millones de hombres; no habrá más impuestos; Francia vivirá de sus rentas. ¡Vamos! La mujer votará, el...
Índice
- EXILIOS
- EL EXILIO
- CARTAS
- CRONOLOGÍA DE VÍCTOR HUGO
- BIBLIOGRAFÍA MÍNIMA
- INFORMACIÓN SOBRE LA PUBLICACIÓN