Dorcas Palmer
—Ustedes saben bien cómo son esas mujeres, vienen pa América y siguen portándose malísimo, portándose como si aún estuvieran allá, como si fueran unas putas baratas del Barranco. Estoy tan cansada de ellas. Justamente se lo dije hace poco a una zorra asquerosa que estaba trabajando con la señorita Colthirst. Zorra asquerosa, le dije, mientras tengas este trabajo y estés viviendo bajo este techo, más te vale guardar tu bollo bajo llave, ¿me oíste? Guárdate el bollo bajo llave. Y claro, la muy monga no me escuchó y ahora está preñada. Y qué pasó, bueno, pues que la señorita Colthirst tuvo que despedirla. Siguiendo mi recomendación, claro. ¿Se lo imaginan? ¿Un renacuajo negrito culo cagao corriendo por aquí? ¿En la Quinta Avenida? Ni loca. A estos blancos les daría esas cosas que les da, un síncope, un patatús, qué se yo.
—¿Pero se llama Colthirst pese a estar casada?
—¿Pero se llama Colthirst pese a estar casada? Oye, qué finona eres, mira cómo sabes hablar y todo. Les vas a caer súper. Pues chica, yo tampoco lo entiendo demasiao bien. Pero en cuanto empezó a leer revistas de mujeres, creo que se cambió a señorita. Yo la llamo «la señora» y punto.
—¿La señora? ¿Como en tiempos de la esclavitud?
Esta vez me dio la impresión de que no sabía qué contestarme. Llevo tres años ya con la agencia de empleo God Bless y cada vez que vengo me cuenta una historia distinta de alguna putica del gueto que se quedó preñada mientras estaba a su cargo. Lo que no entiendo es por qué siempre piensa que esas cosas me las tiene que contar a mí. A mí no me interesa ser comprensiva ni solidaria. Lo único que quiero es un trabajito ahí para que el explotador de mi casero no me saque de mi apartamentico de lujo en un quinto piso sin ascensor y con un inodoro que ruge como si lo estuvieras matando cuando le tiras la cadena, ¡ah, espérate!, y unas ratas que están convencidas de que pueden sentarse en el sofá a ver la televisión y hasta conversar conmigo.
—Intenta no usar la palabra «esclavitud» en presencia de la Colthirst. A los neoyorquinos que viven en Park Avenue les incomoda mucho esa clase de comentarios.
—¡Ah!
—Por lo menos tú tienes un nombre de ésos de la Biblia que les encanta que tengamos las jamaicanas. La semana pasada hasta le conseguí un trabajo a un hombre, ¿te lo imaginas? A lo mejor fue porque se llamaba Hezekiah. ¿Quién sabe? Deben de creer que alguien que tenga un nombre salido de las Escrituras no les va a robar. Tú no robas, ¿verdad, niña?
Me lo pregunta cada semana que voy a cobrar, y no le importa que lleve viniendo aquí tres largos años. Ahora me está mirando como si realmente esperara una respuesta mía. Está claro que los Colthirst no son clientes tan habituales. ¿Dónde está ahora mi profesora de décimo grado para contarle todas las puertas que me ha abierto el hecho de hablar correctamente? La señorita Betsy sigue mirándome. Seguro que está celosa, aunque todas las mujeres somos un poco celosas. También debe de sentir su envidia porque tengo lo que en los concursos de belleza se llama porte, a fin de cuentas soy una egresada de secundaria por la Saint Andrew de Havendale. Y estará orgullosa también, claro, porque al fin ha encontrado a alguien a quien puede usar para impresionar a los Colthirst, hasta el punto de que seguramente habrá inventado alguna mentira sobre la última muchacha sólo para hacer que la despidan. Pero también salta a la vista que me tiene lástima. Debe de preguntarse cómo llegué yo hasta aquí.
—No, señorita Betsy.
—Bien, bien, maravilloso.
No me pregunten por qué estaba yo caminando un día por Broadway, por ahí, por la 55, la verdad que allí no había nada para mí, ni en aquella calle ni en mi vida. Pero a veces, no sé, caminar por una calle de Nueva York… bueno, no hace que tus problemas sean más fáciles de resolver, pero sí te da la sensación de que puedes pasear y ya, sin permiso. Tampoco es que yo tuviera problemas. En realidad no tenía nada. Y me apostaba lo que fuera con cualquiera a que mi nada era más grande que la suya, de lejos. A veces me preocupaba no tener nada de qué preocuparme, pero seguramente fuera una trampa psicológica para mantenerme ocupada. Tal vez sólo estaba aburrida. Había gente aquí con tres empleos y buscando el cuarto, y yo no tenía ni uno.
Pasear, imagínate tú, pasear en medio de todo eso. Hasta yo me doy cuenta de que no tiene sentido, aunque, bueno, será por eso que la gente de aquí no para nunca de caminar, por mucho que puedan ir al mismo sitio con el metro. Uno se pregunta si realmente en esta ciudad trabaja alguien. ¿Por qué hay tanta gente en la calle a todas horas? En todo caso, yo venía bajando por Broadway desde la 120. No sé, cuando paseas casi siempre llega un punto en que ya has llegado demasiado lejos y no te queda más remedio que seguir. No sé hasta dónde. Siempre se me olvida hasta que me encuentro conmigo misma paseando otra vez. Bueno, ya estaba a pocas manzanas de Times Square, y Dios es testigo de que sólo hace falta pasar diez minutos en Times Square para echar de menos un sitio pequeñito y encantador como West Kingston. Aunque ni muerta pienso poner otra vez un pie en West Kingston. En todo caso, yo estaba bajando de Broadway con la 55 en busca de locos, exhibicionistas y todas esas cosas que siempre veía por la televisión, pero que aquí nunca se ven (salvo los vagabundos, y ninguno de ellos parece Gary Sandy disfrazado). El pequeño letrero no conseguía destacar entre dos restaurantes chinos de la 51. Agencia de Empleo God Bless, un nombre que ya dejaba claro que la llevaban jamaicanos pero que, por si fuera poco, lo aclaraba bien el refrán que había debajo del letrero: «Una verdad amable destierra la cólera». Sólo faltaba añadir INTERNACIONAL al título. Pero yo tengo una clase de cara dura que me permite colarme en un lugar que existía para ayudar a los seres descarriados como yo; a fin de cuentas, a largo plazo no es una gran estrategia dedicarte a llamar a tu examericano a Arkansas y pedirle que te ayude con dinero hasta que se harta y te dice que ya, se acabó, que te mandará dinero pero como vuelvas a llamarlo a su casa y amenaces con hablar con su mujer, llamará a los de Hacienda para que metan a cierta negra conspiradora en el siguiente vuelo de vuelta a Jamaica con una bolsita de plástico transparente de ésas que dan a los deportados p...