Introducción
Los cuentos han sido, prácticamente en todos los pueblos y culturas, una forma privilegiada de transmitir sabiduría, tanto en lo que se refiere a su aplicación en lo cotidiano, como en lo que respecta a niveles más altos de conocimiento trascendente.
En el próximo y en el lejano Oriente, ha estado especialmente asentada esta forma literaria que tiene su origen en antiquísimas tradiciones orales. Para este libro he seleccionado cuentos e historias clásicas de China, Japón, India, Tibet, Irán, Siria, Marruecos o Turquía y, dentro de las religiones y filosofías de Oriente, están representados el budismo, el hinduismo, el judaísmo, el taoísmo o el sufismo, además de otros cuentos que no están adscritos a ninguna tradición filosófica o religiosa en concreto y que se muestran más como un anecdotario de lo cotidiano, en ocasiones adornados de un fino humor que a veces roza el absurdo.
He intentado, siempre que ha sido posible, dejar en un segundo plano las referencias culturales de los cuentos a fin de hacerlos más asequibles a todo tipo de lectores. Por ejemplo, muchos de ellos están protagonizados por el famoso mulá Nasrudín o Nasredin Hoca en turco, narraciones muy populares y extendidas dentro del mundo islámico, desde Irán hasta el norte de África. También hay varios que proceden del acervo de enseñanza del budismo zen o de fuentes hasídicas del judaísmo.
Una de las características que tienen en común muchos de estos cuentos de Oriente y que difieren de nuestra tradición occidental, es la de “ilustrar un momento”, es decir, retratan una situación y, a veces, su resolución, en la que es muy fácil que el lector pueda verse reflejado él mismo en ella o identificarla con otros como protagonistas. En Occidente, sin embargo, es más habitual que el cuento sea la narración de la historia de “un viaje heroico” en el que el protagonista inicia una aventura cargada de dificultades en la que, al terminar su recorrido y después de vencer las pruebas que se le presentan, queda transformado. En los cuentos de Oriente las moralejas y enseñanzas que se proponen son muy diversas, y hallarlas no es difícil, aunque en ocasiones poseen varios niveles de lectura e interpretación. Incluso, se dice, que algunos de ellos tienen su origen en sucesos y anécdotas reales. De hecho, en Turquía puede visitarse la tumba del mencionado Hoca Nasredim aunque muchos autores afirman que fue un personaje legendario.
Es necesario destacar que muchos de estos cuentos tienen una evidente lectura en clave espiritual, referida a procesos de perfeccionamiento interior y a aspectos propios de la religión de la que proceden. Sin embargo, poseen también un enorme valor que es útil para todo el mundo y, en ocasiones, hasta revelador.
Me he permitido añadir por mi parte un breve comentario a cada cuento, con el fin de enfatizar algún aspecto que he considerado de interés y aplicación en la vida de cada día.
Confío en que disfruten de la sabiduría de estas breves e intemporales historias y que esta obra sirva para que puedan continuar vivas en nuestro propio acervo cultural, dada su capacidad de trasmitir enseñanzas y valores que nos pertenecen a todos.
Sebastián Vázquez
La llave extraviada
No tiene sentido buscar donde no hay nada
Una noche, un hombre regresó a su casa y encontró a su vecino debajo de una farola en actitud de buscar algo en el suelo.
––¿Qué te pasa? ––preguntó el recién llegado.
––He perdido la llave de mi casa ––contestó este.
––Te ayudaré a buscarla ––le dijo el amigo.
Al cabo de un buen rato de buscar ambos por los alrededores de la farola, el buen vecino preguntó:
––¿Estás seguro de haber perdido la llave por esta zona?
––No, perdí la llave en aquel lado ––contestó el aludido señalando hacia un lugar oscuro de la calle.
––Entonces ¿qué haces buscándola debajo de esta farola?
––Es que aquí hay más luz.
Este clásico cuento muestra una pauta de conducta muy habitual en personas involucradas en el camino del perfeccionamiento, y que representa un obstáculo nada desdeñable: buscamos donde sin duda hay más luz, pero donde nada encontraremos porque nada se nos perdió allí. La enseñanza es clara y precisa, y se centra en la pérdida de contacto con la realidad. Sabemos que la cotidianidad es dura, aburrida y difícil, pero es justo en esa realidad cotidiana del día a día, junto a las personas que nos rodean, donde se encuentra la llave ––la clave–– que nos permitirá entrar en nuestra casa, en nuestra intimidad, en definitiva, en nosotros mismos.
Hay otros lugares y personas más confortables, menos cotidianos y seguro que menos aburridos, que pueden aportarnos muchas cosas, y donde es mucho más fácil buscar. Lástima que ellos no tengan la llave. Suele estar en el lugar más oscuro y, a menudo, solo nosotros, en lo más profundo, sabemos donde se encuentra. El trabajo, la familia, la pareja, los amigos…lo de todos los días. Todo aquello que representa el entorno donde habita lo, aparentemente, menos brillante y atractivo. Está más oscuro: pero ahí sí está la llave.
La taza de té
No olvides que siempre se puede aprender
En cierta ocasión un hombre fue a visitar a un anciano que estaba considerado como un sabio, pues le movía la intención de aprender de su conocimiento. Cuando llegó a su presencia manifestó sus intenciones, pero a su vez dejó clara constancia de su experiencia y de sus logros. En un momento de la visita, el sabio lo invitó a una taza de té. El anciano cogió la humeante tetera y empezó a servir la infusión sobre la taza de su invitado. Inmediatamente la taza comenzó a rebosar, pero el sabio continuaba vertiendo té, de manera que el líquido se derramó.
––¿Qué haces? ––exclamó el hombre–– ¿No ves que la taza está ya llena?
––Ilustro esta situación ––contestó el sabio––. Al igual que la taza, tú estás lleno de tus propias creencias y opiniones ¿De qué serviría que yo tratara de enseñarte nada si antes no te vacías?
Solemos mostrarnos como el hombre de esta historia del budismo zen. Decimos que queremos aprender, pero no es verdad. Habitualmente buscamos personas que nos confirmen que nuestro conocimiento es el “auténtico”, y si sus opiniones no coinciden con lo que “ya sabemos”, o entran en conflicto con nuestras creencias, las relegamos como falsas. Incluso a veces buscamos el reconocimiento o el aplauso de otros a los que intentamos demostrar el nivel que ya hemos adquirido. También en otras ocasiones lo que deseamos es la confrontación, la polémica, que nos permita dejar constancia de “dónde estamos” y “quiénes somos”. Pero es muy difícil vaciarse. Ya se señala en todas las tradiciones la dificultad del “aprender a aprender”. Y este proceso pasa por las etapas del desaprendizaje. Toda adquisición de conocimiento verdadero pasa inevitablemente por una desestabilizante, pero precisa y preciosa fase de retorno al “desconocimiento”, a la inocencia. Un requisito indispensable sin el cual, según muestra el cuento, ningún aprendizaje es posible.
El escorpión y la rana
Es importante conocer nuestra verdadera naturaleza
Un escorpión quería cruzar un río para lo cual pidió a una rana que lo llevase subido en su espalda. Esta se negó: “Si lo hago me picarías”, dijo. Pero el escorpión argumentó: “No lo haré; ten en cuenta que si te picara ambos nos hundiríamos y yo también moriría”.
A la rana la pareció una explicación razonable así que, con el escorpión subido a su espalda, empezó a nadar. Al llegar al medio del río, el escorpión clavó su aguijón a la rana. Cuando se hundían preguntó: “¿Por qué lo has hecho? Vamos a morir los dos”. A lo que el escorpión contestó: “Lo siento, pero es mi naturaleza”.
Todos tenemos una naturaleza profunda a la que es imposible traicionar o eludir. El escorpión picó a la rana a pesar de que sabía que le acarrearía la muerte, porque esa era su naturaleza: no podía evitarlo. Para ciertas personas, y es lo que sostienen las religiones, todos nosotros tenemos una naturaleza divina, espiritual, trascendente ––como queramos llamarla––, que va más allá de nuestra existencia orgánica.
Y antes o después esa naturaleza se revelará. Tal vez pase mucho tiempo y haya que esperar a que encontremos una rana que nos ayude a cruzar el río. Pero si el río del cuento lo asimilamos a ese otro río mítico que en muchas mitologías y religiones separa el mundo de los vivos del de los muertos, y si a la rana la asimilamos con el cuerpo físico, resultará que nuestra verdadera naturaleza espiritual representada por el escorpión también se revelará cuando llegue la muerte: es inevitable.
El tigre y el lobo
No te conviertas en víctima
Un sabio dijo un día a su discípulo que fuera al claro de un bosque, y que contemplara la escena que allí ocurriría para luego obrar en consecuencia con la enseñanza recibida.
El discípulo así lo hizo, y cuando llegó al claro vio a un lobo tumbado con las patas rotas que, a pesar de su incapacidad, mostraba un aspecto saludable. Al rato contempló la solución al enigma: un gran tigre traía entre sus fauces una pieza de caza que devoró en parte, para luego dejar una buena porción de carne sobrante delante del lobo lisiado para que este comiera. El discípulo quedó maravillado de cómo la divina providencia actuaba para que aquel animal inútil se alimentase. De este modo, decidió dedicarse a la contemplación y pensó que si la divina providencia proveía así a una bestia, también le ayudaría a él.
Tiempo después, el sabio acudió a visitar al discípulo, que se encontraba en un estado lamentable:
––Idiota ––le dijo––, resulta que has tomado el ejemplo del lobo cuando yo te envíe a que aprendieras del tigre, que además de encontrar sustento para él también lo encuentra para un necesitado.
Leer correctamente una situación es algo primordial. Pero solemos interpretar los códigos de lo que percibimos en clave de identificación.
El individuo del cuento leyó la situación que contemplaba desde su identificación inconsciente con el lobo. Él, antes de ser testigo de la escena “era ya el lobo”, por lo que su lectura la hizo desde esa identidad. Si antes de acudir allí su identificación hubiera sido “tigre”, su lectura y comprensión de los hechos hubiesen sido completamente diferentes. Estos modelos de identificaciones previas suelen ser muy nocivos. Si una persona previamente está a menudo identificada con un papel de víctima, por poner un ejemplo, las situaciones y hechos que ocurran ...