El Leviatán
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El Leviatán

  1. 80 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Descripción del libro

Esta es la historia de Nissen Piczenik, un comerciante de corales de la pequeña ciudad de Progrody. Enamorado de los corales, criaturas del pez original Leviatán, olvida el mundo a su alrededor y sólo la nostalgia ocupa su corazón: nostalgia del padre de los corales, nostalgia del mar. Sin embargo, cuando un comerciante de corales falsos se instala en la ciudad vecina, el protagonista cae en la tentación de comprar algunos y mezclarlos con los suyos. Una vez más Joseph Roth pone su escritura al servicio de un relato que posee la sencillez de los cuentos orales y la ejemplaridad de la parábola. Los avatares de Nissen Piczenik son también los de cuantos renuncian a su vida por un sueño y luego lo traicionan. Como él, quien comercia con falsos corales sabe que el Leviatán le espera."La relectura de El Leviatán me confirma que es una obra maestra. Todo el relato tiene la ejemplaridad de la parábola. Quien traiciona lo más auténtico de él mismo, está perdido".Enrique Vila-Matas"Hermosa y pedagógica historia. Una fábula llena de sabiduría".Yo Dona"Un relato sencillo y brillante. Cuesta lo suyo no traicionarse a uno mismo. Puede costar, incluso, la vida. Pero muy pocos saben escribirlo como Roth. Ahora mismo no recuerdo a nadie más".Neus Canyelles, Última Hora"Joseph Roth fue sin duda uno de los más grandes, penetrantes e incisivos narradores del siglo XX. En El Leviatán nos brinda una de esas historias que bien podrían figurar en una antología de historias ejemplares. Ejemplar por la forma sin duda, y ejemplar también por el fondo. Una historia que ilustra maravillosamente el arte de contar historias y nos descubre a la vez las contradicciones, las ambigüedades y los tormentos del alma humana. Un puñado de páginas magistrales por su sencillez y profundidad conjugadas".Manuel Arranz, Levante"Una verdadera joyita de este imprescindible escritor".Iñaki Urdanibia, Gara"Una obra que te noquea por la aparente facilidad con que su autor describe los hechos. Una ejemplar parábola de un autor imprescindible".Eric Gras, Mediterráneo"Hay libros que llegan a nuestras manos y parecen haber sido escritos para hablarnos solo a nosotros. Son esos que aparecen del modo más inesperado para poner por escrito pensamientos difusos que rumiamos sin darles forma. Una historia que, escrita con la sencillez de una parábola, todos deberíamos leer (o releer) en algún momento. Y un canto a la autenticidad, esa cualidad que aguarda oculta entre la neblina de la posmodernidad, en un tiempo de 'fakes' y simulacros, de objetivos difusos, 'enemigos fantasma' y relaciones cibernéticas".María J. Mateo, 20 minutos"Lenguaje expresivo, sentido casi poético de la realidad, fino análisis psicológico de los personajes…".Ricardo Martínez, Literaturas.com"Con unos pocos personajes arquetípicos, el escritor austríaco es capaz de ensamblar una historia perfecta, con un trasfondo de tragedia matizado por ese sencillo lenguaje característico de los cuentos creados para ser transmitidos de generación en generación. Una pequeña obra maestra de uno de los escritores esenciales del siglo XX".Rafael Martín, El Placer de la Lecturardadera lección moral".Francisco Martínez Bouzas, Brújulas y espirales

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Información

Editorial
Acantilado
Año
2020
ISBN del libro electrónico
9788417902919
Categoría
Literatura

III

Cada año nuevo, Nissen Piczenik se sentía más descontento de su pacífica vida, sin que nadie lo hubiera notado en la pequeña ciudad de Progrody. Como todos los judíos, también el comerciante de corales iba dos veces al día, mañana y noche, a la sinagoga, festejaba los días de fiesta, ayunaba los días de ayuno, se ponía las filacterias y el manto de plegaria, balanceaba la parte superior del cuerpo, conversaba con la gente, hablaba de política, de la guerra ruso-japonesa, y en general de todo lo que aparecía en los periódicos y agitaba el mundo. Pero la nostalgia del mar, la patria de los corales, la llevaba en el corazón y, en los periódicos que llegaban a Progrody dos veces por semana, se hacía leer primero, porque él no podía descifrarlos, las posibles noticias marítimas. Lo mismo que de los corales, tenía del mar una idea muy especial. Sin duda sabía que había muchos mares en el mundo, pero el mar verdadero y auténtico era el que había que atravesar para ir a América.
Y ocurrió un día que Alexander Komrover, hijo del comerciante de fustanes, que se había incorporado a filas tres años antes, siendo destinado a la Marina, volvió a casa con un breve permiso. Apenas se enteró el comerciante de corales del regreso del joven Komrover, se presentó enseguida en su casa y comenzó a interrogar al marinero sobre todos los secretos de los barcos, del agua y de los vientos. Mientras todo el mundo estaba convencido en Progrody de que el joven Komrover sólo se había dejado arrastrar a los peligrosos océanos a consecuencia de su estupidez, el comerciante de corales consideraba al marinero un joven privilegiado, al que había correspondido el honor y la suerte de ser, en cierto modo, íntimo amigo de los corales, su pariente incluso. Y se veía a Nissen Piczenik, de cuarenta y cinco años, y a Komrover, de veintidós, pasear del brazo, durante horas, por la plaza del mercado de la pequeña ciudad. «¿Qué querrá de Komrover?», se preguntaba la gente. «¿Qué quiere realmente de mí?», se preguntaba también el joven.
Durante todo el permiso que el joven podía pasar en Progrody, el mercader de corales casi no se apartó de su lado. Al joven le parecían extrañas las preguntas del más viejo, como por ejemplo:
—¿Se puede ver con un catalejo el fondo del mar?
—No—dijo el marinero—, con el catalejo se ve sólo a distancia, pero no en profundidad.
—Cuando se es marinero—siguió preguntando Nissen Piczenik—, ¿se puede uno dejar caer al fondo del mar?
—No—dijo el joven Komrover—, cuando se ahoga uno sí que se hunde hasta el fondo del mar.
—¿Tampoco el capitán puede?
—Tampoco el capitán puede.
—¿Has visto algún buzo?
—A veces—dijo el marinero.
—¿Suben a veces los animales y las plantas del mar a la superficie?
—Sólo los peces y las ballenas, que, en realidad, no son peces.
—Dime—dijo Nissen Piczenik—qué aspecto tiene el mar.
—Está lleno de agua—dijo el marinero Komrover.
—¿Y es tan grande como un gran pedazo de tierra, por ejemplo una gran llanura sin casas?
—Tan grande… ¡y mucho más!—dijo el joven marinero—. Y es como usted dice: una gran llanura, y aquí o allá se ve alguna casa, pero es muy poco frecuente y no es una casa, sino un barco.
—¿Dónde has visto buzos?
—Nosotros los tenemos—dijo el joven—en la marina de guerra, buzos. Pero no bucean para pescar perlas, ostras ni corales. Es un ejercicio militar, por ejemplo para el caso de que un barco de guerra se hunda y haya que recuperar instrumentos o armas valiosos.
—¿Cuántos mares hay en el mundo?
—Eso no se lo puedo decir—respondió el marinero—. Desde luego lo hemos aprendido en las clases teóricas, pero no he prestado atención. Sólo conozco el mar Báltico, el mar Oriental, el mar Negro y el gran océano.
—¿Qué mar es el más profundo?
—No lo sé.
—¿Dónde se encuentran más corales?
—Tampoco lo sé.
—Hum, hum—dijo el mercader de corales Piczenik—, es una lástima que no lo sepas.
Al borde de la pequeña ciudad, donde las casitas de Progrody se hacían cada vez más miserables hasta que por fin desaparecían del todo y comenzaba la carretera ancha y corcovada de la estación, estaba la taberna de Podgorzev, una casa de mala fama, frecuentada por aldeanos, jornaleros, soldados, muchachas ligeras y mozos sinvergüenzas. Un día se vio entrar allí al comerciante de corales Piczenik con el marinero Komrover. Les sirvieron un hidromiel rojo oscuro y guisantes salados. «¡Bebe, chaval! ¡Bebe y come, chaval!», dijo paternalmente Nissen Piczenik al marinero. Éste bebió y comió con diligencia porque, por joven que fuera, había aprendido en los puertos algunas cosas, y después del hidromiel le sirvieron un mal vino ácido y, después del vino, un aguardiente de noventa grados. Mientras se bebía el hidromiel, estaba tan taciturno que el mercader de corales tuvo miedo de no volver a saber de aquel marinero más cosas del agua, porque sus conocimientos se hubieran, sencillamente, agotado. Sin embargo, después del vino, el pequeño Komrover comenzó a conversar con el tabernero Podgorzev y, cuando llegó el aguardiente de noventa grados, se puso a cantar a voz en grito una cancioncilla tras otra, como un auténtico marinero.
—¿Eres de nuestra querida ciudad?—le preguntó el tabernero.
—Claro, soy hijo de vuestra ciudad…, de mi…, de nuestra querida ciudad—dijo el marinero, exactamente como si no fuera hijo del cachazudo judío Komrover sino por completo un hijo de aldeano. Algunos haraganes y vagabundos se sentaron a la mesa junto a Nissen Piczenik y el marinero, y el joven, cuando vio que tenía público, se sintió poseído de una inusitada dignidad, de una dignidad como había creído que sólo podían tener los oficiales de Marina. Y animó a la gente: «¡Preguntadme, hijitos, preguntadme lo que queráis! Os puedo responder a todo. Mirad a mi querido tío, ya lo conocéis, es el mejor comerciante de corales de todo el gobernorado, ¡a él le he contado ya muchas cosas!». Nissen Piczenik asintió. Y como no se sentía cómodo en aquella compañía extraña, bebía un hidromiel tras otro. Poco a poco, todos aquellos rostros sospechosos, que sólo había visto siempre a través del tragaluz de su puerta, le parecieron tan humanos como el suyo. Sin embargo, como la cautela y la desconfianza estaban profundamente arraigadas en su pecho, salió al patio y escondió la bolsita con las monedas de plata dentro de su gorra, conservando sólo sueltas en el bolsillo algunas monedas. Satisfecho por su ocurrencia y por la tranquilizadora presión que ejercía la bolsita bajo la gorra sobre su cráneo, volvió a la mesa. Sin embargo, se confesó que, realmente, no sabía por qué ni para qué estaba allí en la taberna con el marinero y sus sospechosos amigos. Había pasado toda su vida de forma ordenada y discreta, y su secreto amor a los corales y a su patria, el océano, no lo había revelado nunca a nadie hasta la llegada del marinero y, en realidad, hasta aquel momento. Y ocurrió algo más que asustó a Nissen Piczenik sobremanera. Él, que no estaba acostumbrado en absoluto a pensar con imágenes, se figuró en ese momento que su nostalgia secreta del agua y de todo lo que vivía y sucedía sobre ella y bajo ella llegaba de repente a la superficie de su prop...

Índice

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  2. II
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  4. IV
  5. V
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