La relación del Tercer Reich con la astrología y las artes adivinatorias, en la que se combinan el desprecio y la dependencia, resulta desconcertante, tal y como ha quedado apuntado en la introducción. Los jerarcas nazis, a la vez que consultarán a los videntes para que desentrañen el destino que les aguarda a ellos y al Reich, se dedicarán a reprimirlos con dureza. Algunos de ellos acabarán pagando con la vida su supuesta capacidad de vislumbrar el futuro.
Pero, nada más llegar los nazis al poder, ya se daría un funesto precedente, que señalaría el destino que le esperaba a los videntes bajo el nuevo régimen. Un judío vienés, Herschmann-Chaim Steinschneider, que tomaría el nombre artístico de Erik Jan Hanussen, acabaría siendo víctima de los mismos que lo habían intentado utilizar para sus propósitos.
El caso de Hanussen, no obstante, es muy diferente a los tratados en el presente libro. Los astrólogos y videntes que aquí serán referidos basaban su trabajo en técnicas y cálculos pretendidamente científicos, sin que mediasen supuestos poderes psíquicos. Convencidos de que los astros tienen una influencia decisiva en el destino de las personas, algunos pondrían todo su empeño en aplicar el método científico a la astrología para demostrarlo. Ellos se consideraban a sí mismos hombres de ciencia y no querían ser confundidos con los que únicamente querían aprovecharse de la credulidad de la gente.
En cambio, había adivinos que decían poseer la capacidad de ver el futuro y que protagonizaban actuaciones en teatros y locales. Practicaban el arte del mentalismo; utilizando la agilidad mental, trucos de magia y técnicas de sugestión, lograban crear una ilusión de lectura y control de la mente, así como de clarividencia y precognición. De entre estos magos destacaría poderosamente la figura de Hanussen, quien poseía una habilidad extraordinaria para el mentalismo gracias a una memoria e intuición fuera de lo común. No obstante, Hanussen no se conformaría con ser un showman, sino que se atribuiría realmente poderes proféticos y telepáticos, lo que le llevó en muchas ocasiones a tener que defenderse de fundadas acusaciones de fraude.
Pero Hanussen se convertiría en un personaje célebre no sólo por sus habilidades como mentalista, sino por su supuesta relación con Hitler, una relación que ha dado pábulo a las más fantásticas especulaciones. Por ejemplo, alrededor de Hanussen se ha tejido el mito de que Hitler perfeccionó con él sus innatas dotes para la oratoria. A lo largo del tiempo, Hitler había pulido su técnica, sobre todo en lo que hacía referencia a la puesta en escena. En sus mítines, Hitler accedía a la tribuna y permanecía en silencio durante varios minutos, limitándose a pasear su mirada sobre la expectante multitud. El rumor de la masa se iba apagando poco a poco hasta que en la sala se hacía el más completo silencio. Aun así, Hitler se mantenía callado, con lo que la tensión aumentaba cada vez más. Finalmente, cuando Hitler lo consideraba oportuno, daba comienzo a su discurso en voz muy baja, casi inaudible, para ir creciendo en intensidad con el paso de los minutos, hasta llegar al clímax, en comunión perfecta con los enfervorizados asistentes. Para algunos, ese dominio casi hipnótico que Hitler ejercía sobre su audiencia le había sido enseñado por un auténtico experto en la materia, Hanussen, quien, desde el escenario, conseguía como nadie concitar y mantener la atención del público durante sus espectáculos.
Sin embargo, es altamente improbable que Hanussen enseñase estas técnicas a Hitler, y en todo caso, tal y como veremos, los encuentros que pudieron mantener se limitan en el tiempo a los años 1932 y 1933, a pesar de que algunas fuentes que se han demostrado erróneas, y que han servido para consolidar ese mito, remontan esa relación a algún momento indeterminado de los años veinte. La supuesta influencia de Hanussen sobre el futuro dictador, al resultar tan sugestiva no sólo por ser un mago sino además por ser judío, ha sido exagerada por autores sensacionalistas. Aun así, lo cierto es que, en la última fase de ascenso al poder de los nazis, el vidente tuvo un papel de importancia creciente, hasta que fue contemplado como una amenaza potencial dentro del mismo partido de Hitler
Su abrupto y trágico final impediría conocer la evolución de un personaje de quien resulta arriesgado extraer ninguna conclusión. Para algunos fue sólo un farsante, para otros un ilusionista con un gran sentido del espectáculo y hubo quienes estaban convencidos de que poseía realmente el don de la clarividencia; en cualquier caso, de lo que no hay ninguna duda es que Erik Jan Hanussen es uno de los personajes más enigmáticos y fascinantes del siglo xx.
ignorado por los historiadores
Reconstruir la vida de Hanussen se ha convertido para los historiadores en todo un reto. Las singulares características del personaje han hecho que pocas cosas sobre él se puedan dar como ciertas. Incluso su nombre puede ser encontrado bajo diversas formas: Herschmann, Hermann o Herschel.
Tras su muerte, los nazis se encargaron de borrar todas las pistas sobre él, destruyendo los documentos que hacían referencia a su persona. Pero fuera de Alemania también se produciría más tarde, durante la segunda guerra mundial, un sorprendente apagón informativo. En la década de 1930, las publicaciones norteamericanas más populares dedicaban páginas al «adivino judío de Hitler», en forma de revelaciones sensacionales o de novela por entregas, convirtiendo a Hanussen en un personaje de la cultura popular norteamericana.
En 1942, un estudio de Hollywood estaba incluso preparando una película sobre él. Pero a partir de septiembre de ese año, el nombre de Hanussen desaparecería por completo de la escena. Al parecer, el hecho de que un judío hubiera estado conectado de algún modo con Hitler, cuando se consideraba a los judíos las principales víctimas de la barbarie nazi, podía resultar desconcertante para el ciudadano norteamericano. Lo primordial era galvanizar todo el esfuerzo de guerra contra Alemania, lo que llevó a eliminar cualquier referencia sobre él.
La condena al ostracismo de la figura de Hanussen tendría durante el conflicto un carácter implacable, que se extendería sin ninguna razón aparente a la posguerra. Los libros que hablaban de él, mayoritariamente escritos por alemanes que lo habían conocido y que habían encontrado refugio en Estados Unidos huyendo de la Alemania nazi, fueron expurgados de las bibliografías oficiales de sus autores y de los archivos de Boston, Nueva York y Londres.
Su nombre se vería rodeado de un inexplicable tabú, siendo ignorado de forma sistemática por los historiadores. Por ejemplo, en el libro de 1962 Der Reichstagsbrand: Legende und Wirklichkeit (El incendio del Reichstag: Leyenda y realidad), del historiador alemán Fritz Tobias, considerado el libro de referencia sobre ese episodio histórico, el nombre de Hanussen aparecía en veintidós ocasiones en relación con la autoría del incendio; sin embargo, en la traducción al inglés, publicada en 1963 con el título Reichstag Fire: Legend and Truth, se eliminó cualquier referencia a Hanussen. La excusa del historiador encargado de adaptar esa edición fue que el autor germano había llegado a él siguiendo «pistas falsas».
La consecuencia de ese incomprensible veto generalizado es que hoy día es muy difícil encontrar referencias a Hanussen en los libros de historia, dejando el estudio de la figura del mago en manos de autores más cercanos a la ficción que a la historiografía.
un artista de circo
En 1930, Hanussen escribió una autobiografía, Meine Lebenslinie (Mi línea de la vida), que es prácticamente la única fuente para conocer la primera etapa de su vida, pese a que se obvian en ella todos los datos que hacen referencia a su origen judío.
El futuro mago nació el 2 de junio de 1889 en Viena, aunque sería inscrito en el registro civil de Prossnitz, el lugar de residencia de sus padres. En su inscripción se podía leer: «Herschmann-Chaim Steinschneider. Varón hebreo». Su madre, Julia Cohen, era hija de un importador de pieles de Rusia, judío ortodoxo, que no había visto con buenos ojos la boda de su hija con Siegfried Steinschneider, un actor de segunda fila también judío.
Al principio, el pequeño sería llamado por sus padres Heinrich, para pasar luego a ser Hermann. En sus memorias, Hanussen referiría varias anécdotas posiblemente falsas, en la que aseguraba haber protagonizado increíbles casos de premonición. El primero de ellos sería con sólo tres años, cuando, en mitad de la noche, se despertó y acudió corriendo a casa de una compañera de juegos, a la que se llevó fuera justo antes de que se produjese una explosión en la droguería que había en la planta baja del edificio.
Cuando tenía sólo nueve años, su madre murió de tuberculosis. Se trasladó entonces con su padre a Boskowitz, en Moravia. Allí sufrió acoso por su condición de judío; el antisemitismo en esa región llevaba a que muchos judíos, hasta un cincuenta por ciento, tratasen de borrar sus orígenes hebreos cambiando sus apellidos, comprando falsos certificados de bautismo o mediante conversiones públicas. Es significativo que, más adelante, el propio Hanussen llevase a cabo una estrategia similar. A los once años, padre e hijo se trasladaron a Viena.
Con catorce años, Hermann se sintió irresistiblemente atraído por el mundo del espectáculo y acudió al anuncio de una compañía de teatro que buscaba actores. A partir de ahí, el joven comenzó un periplo artístico que lo llevaría al mundo de circo. En el Grand Circus Oriental aprendió trucos de ilusionismo y a tragarse espadas o antorchas. Luego se rumorearía que, cuando estaba trabajando en un circo en Lemberg, tuvo que abandonar precipitadamente la ciudad tras dejar embarazada a la sobrina del rabino, para evitar represalias.
El futuro mago acabó en la localidad rusa de Jitomir, donde encontró trabajo en un pequeño circo ambulante regentado por un italiano. Allí, Hermann adoptó el primer nombre artístico de Steno, actuando también como tragasables, aunque al cabo de un tiempo descubrió que poseía aptitudes como vidente; al menos, conseguía hacer creer al público que las tenía, ganándose su favor. Pero todavía debía pasar un tiempo antes de que su fama se extendiese por toda Europa.
En 1912, poco después del fallecimiento de su padre, Hermann se casó por el rito judío con una artista vienesa, Herta Samter, ya embarazada del que iba a ser su primer hijo. Desgraciadamente, el niño murió al nacer y a los pocos meses el matrimonio se rompió. En septiembre de ese año, Hermann se unió a una compañía de ópera con la que viajaría por Grecia y Turquía, lugares a donde regresaría más adelante. A su vuelta a Viena trabajó como periodista, pero decidió trasladarse a Berlín, donde comenzó a actuar en clubs nocturnos como adivino. Allí puso en práctica lo aprendido en su etapa circense, recurriendo a trucos de ilusionista para exhibir su supuesta clarividencia.
Durante la primera guerra mundial, sirviendo en las filas del ejército austro-húngaro, el soldado Steinschneider tuvo ocasión de demostrar sus dotes adivinatorias. Según explicaría el propio mago en sus dudosas memorias, el tren en el que su unidad se trasladaba al frente se encontraba detenido en una estación; cuando estaba a punto de reanudar la marcha, tuvo la premonición de que iba
a ocurrir una catástrofe. Advirtió a los oficiales que era necesario retrasar la partida; ante la lógica negativa de sus superiores, tomó la decisión de tumbarse sobre la vía, delante del t...