
- 352 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Descripción del libro
Sobre las emociones se concibe, tal como indica su autor, como un libro de "filosofía aplicada", recurre a la experimentación y la observación, no considera irrelevante la sabiduría del pasado y tiene muy en cuenta el sentido común. No por ello prescinde de la necesidad teórica ni de las teorías científicas, con las que en ocasiones puede llegar a fundirse.
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Información
Categoría
FilosofíaCategoría
Estética en filosofíaConferencia 1
La condición originaria
1. ¿Qué son las emociones?
Una emoción es un tipo de fenómeno mental y la mejor forma de obtener una imagen justa de cualquier fenómeno mental o de cualquier tipo de fenómeno mental es trazarlo sobre un mapa de la mente humana de escala adecuada. En dicho mapa, la característica más sobresaliente será una amplia línea divisoria que lo atraviesa, creando una división exclusiva pero no exhaustiva. A un lado se encuentran los estados mentales; al otro, las disposiciones mentales. Puesto que muchos filósofos reconocen esta división a pesar de no verla en absoluto de la misma forma que yo, ni mucho menos, voy a explicar mi punto de vista1.
Los estados mentales son los acontecimientos transitorios que conforman la parte vivida de la vida de la mente o, por usar la gran frase de William James, «el flujo de la conciencia»2. Ocurren en un momento concreto, aunque rara vez se puede determinar de forma precisa la duración de un estado mental. Varios estados mentales de una misma persona pueden ser sucesivos, pueden solaparse, o pueden ser simultáneos. Algunos ejemplos de estados mentales son: las percepciones, tales como oír un coro de maitines o ver una constelación de estrellas; las sensaciones, como el dolor, los picores, las punzadas de hambre o sed; los sueños y los ensueños; los momentos de desesperación, aburrimiento o lujuria; los momentos de inspiración; las evocaciones; las imágenes fantaseadas y las melodías oídas en la cabeza; y los pensamientos, tanto los pensamientos que pensamos, como los que se cuelan en nuestra cabeza sin invitación.
Las disposiciones mentales son las modificaciones mentales, más o menos constantes, que subyacen en esta serie de estados mentales. Tienen historias y estas historias pueden variar mucho en longitud y complejidad. Algunas durarán toda la vida de la persona; otras formarán parte, buena parte, de la vida de la persona, empezando poco después del nacimiento o terminando poco antes de su muerte o, más probablemente, ambas cosas. Ejemplos de las disposiciones mentales son las creencias y los deseos; el conocimiento; los recuerdos; las habilidades, las capacidades y las destrezas; las costumbres; las inhibiciones, las obsesiones y las fobias; las virtudes y los vicios.
2. Los estados mentales se diferencian de las disposiciones mentales, pero hay dos aspectos importantes que los unifican y contribuyen a que ambos sean fenómenos mentales.
El primero es que las disposiciones mentales y los estados mentales interactúan de muchos modos muy significativos. Haré una lista de cinco y los explicaré, pero hay que tener en cuenta que existen también otros.
(Uno) Un estado mental puede dar pie a una disposición mental. Si un chico se despierta y ve una rana sobre su pecho, puede desarrollar un terror duradero hacia las ranas.
(Dos) Un estado mental puede acabar con una disposición mental. Un momento de vértigo puede acabar para siempre con la habilidad de una mujer para andar por la cuerda floja.
(Tres) Un estado mental puede reforzar o atenuar una disposición mental. Ver una rana algunos años más tarde al borde de un estanque, medio enterrada en el barro, podría intensificar en algunos chicos un terror ya existente hacia las ranas. Para otros, esta imagen podría disipar ese terror. Y podemos imaginar fácilmente que el pensamiento «quizá sea ésta la última vez», que invade de repente la mente de la mujer mientras se para en lo alto sobre la multitud, debilita su confianza antes de que su habilidad la haya abandonado.
(Cuatro) De vez en cuando, una disposición mental puede manifestarse en un estado mental. El deseo de venganza de un hombre puede hacer que visualice a su rival encogido delante de él; el recuerdo de una infancia aparentemente tranquila puede hacer que una mujer recuerde vívidamente el olor de las lilas; los celos de un niño hacia su hermano mayor pueden hacer surgir arranques de rabia o de resentimiento. En términos de Hume, podemos estar «poseídos»3 por la disposición. Y en algunas ocasiones estas manifestaciones surgirán como respuesta a un estímulo, pero en otras, al menos eso parece, surgirán de forma espontánea. A veces, el hecho de que una disposición se manifieste en un estado mental se puede explicar haciendo referencia a algo ya ocurrido o que está ocurriendo, y otras veces no.
Si nos paramos a pensar sobre estas cuatro formas de interacción entre los estados mentales y las disposiciones mentales, observamos en los tres primeros casos una adecuación de la disposición mental al estado mental que la inicia o la acaba, que la refuerza o la atenúa: la disposición mental es del tipo que esperaríamos, dado el contenido del estado mental. En el cuarto caso, la adecuación es inversa. El estado mental es adecuado a la disposición mental que en él se manifiesta: el contenido del estado mental parece adecuado, dado el tipo de disposición mental. Sin embargo, para dejar claro el concepto de adecuación, en todos los casos tenemos que comprender otro concepto, que sirve como conector: el concepto del papel de la disposición. Volveré a hablar sobre ello.
Y ahora (cinco), la última interacción que voy a tener en cuenta, aunque la lista podría ampliarse más. Cuando, como ocurre a menudo, un suceso externo produce un estado mental, la cadena mental que va del primero al segundo pasa por una serie de disposiciones relevantes, que sirven de filtro para el suceso externo. El suceso externo determina el estado mental con el que se termina la cadena sólo en conjunción con estas disposiciones. Una mujer que se cae en una pista de tenis puede sentir menos dolor debido a su entusiasmo por ganar el partido, o puede sentir más dolor debido al miedo a estar haciéndose demasiado mayor para jugar. El entusiasmo y el miedo son disposiciones que influyen en el efecto que la caída tiene sobre la mujer. O un hombre que está conduciendo cuando el semáforo se pone en rojo puede prestar más atención a este hecho debido a su viejo miedo a la policía, o puede prestarle menos atención debido al deseo de llegar a una cita a la que ya llega tarde.
El segundo factor que relaciona las disposiciones mentales y los estados mentales es el hecho de que ambos poseen realidad psicológica. Gran parte de la filosofía apenas hace justicia a este hecho.
En el caso de los estados mentales, rara vez se niega explícitamente su realidad psicológica, pero lo que se suele reconocer resulta escaso para lo que este concepto requiere. Esto se debe a que se trata como si fuera una cuestión únicamente epistemológica o una cuestión de nuestro conocimiento de los estados mentales y del acceso que tenemos a nuestros propios estados mentales. Pero se aprecia que esto no es todo en la necesidad de explicar la asimetría entre la forma en que llegamos a conocer nuestros estados mentales y la forma en que llegamos a conocer los de los demás. Necesitamos saber de dónde proviene esta asimetría, lo que nos retrotrae a la estructura de los estados mentales o a la misteriosa sensación por la que mis estados mentales son míos, esencialmente míos. La realidad psicológica de los estados mentales debe aparecer en cualquier explicación de este tipo.
En el caso de las disposiciones mentales, la realidad psicológica se niega más fácilmente, a menudo incluso. La mejor forma de observarlo es tener en cuenta un punto de vista que sin duda tiene como consecuencia esta negación. El punto de vista en el que estoy pensando es aquel que equipara la adscripción de una disposición mental a una persona con una predicción general sobre lo que la persona hará o haría en ciertas circunstancias. La propia disposición se entiende sólo como un patrón de dichas acciones. «Hacer» en este caso es una palabra comodín que incluye pensar, sentir y actuar.
Este punto de vista, que encontró su formulación clásica en El concepto de lo mental de Gilbert Ryle, se enfrenta a dos grandes problemas. (Aparecen más problemas en la versión de Ryle con respecto a la idea que surge de restringir las disposiciones a patrones de acción, o con respecto a las cosas que hacemos, en el sentido limitado de esa palabra; pero dichos problemas no son ahora relevantes.)
El primer problema es que ese punto de vista no puede explicar la forma en la que experimentamos nuestras propias disposiciones, indirectamente cuando no directamente. Por ejemplo, pensamos que nuestras disposiciones mentales son fuertes o débiles. Decimos que uno de nuestros deseos o, por extensión, un deseo de otro es fuerte, o que un pensamiento es débil. ¿Cómo podría ser así si el deseo o el pensamiento fuesen sólo un patrón?4 Por extensión aún mayor, cuando varias disposiciones de una persona son más o menos igual de fuertes, creemos que entran en conflicto o que conducen a cierta confusión interna. La única interpretación que Ryle puede dar a este fenómeno lo distorsiona por completo. Tiene que defender que, cuando un observador atribuye a alguien un conflicto de disposiciones, esto sólo refleja que el observador no está seguro sobre qué predicción hacer. Ryle, o cualquiera que piense como él, traslada el conflicto desde la mente de la persona a la que se le atribuye dicho conflicto, desde su lugar natural, hasta la mente de otra persona que se encuentra fuera5.
Repito que la cuestión que estoy apuntando no requiere que experimentemos directamente nuestras disposiciones, como podemos experimentar nuestros estados. Sin embargo, en una teoría como la de Ryle no tiene cabida nuestra capacidad para experimentar nuestras disposiciones indirectamente, o a través de las manifestaciones que éstas producen.
El segundo problema con el que se encuentra este punto de vista es que no puede entender el valor explicativo que generalmente se piensa que tienen las disposiciones. Generalmente nos fijamos, por ejemplo, en las creencias y deseos de las personas para explicar cómo actúan, lo que sienten, cómo ven el mundo. Y lo hacemos porque pensamos que los deseos y las creencias los han causado. Es verdad que Ryle no niega todo valor explicativo a las disposiciones mentales, pero niega que su valor explicativo provenga del hecho de que sean causas. Como meros patrones de lo que hace la gente, las disposiciones no pueden tener valor causal. Como consecuencia, cuando establecemos una conexión entre lo que alguien hace y una de sus disposiciones y afirmamos que la disposición explica la acción, lo que estamos haciendo, según Ryle, es incluir una acción de la persona dentro de una serie de acciones que dicha persona realiza habitualmente y esto sólo tiene valor explicativo en el sentido limitado de que elimina la singularidad que el acontecimiento aislado podría tener de otra manera. Según el argumento de Ryle, decir que una persona hizo lo que hizo debido a una disposición mental es simplemente «decir que “esa persona lo haría ”»6.
Si el punto de vista de Ryle conduce a la negación de la realidad psicológica de las disposiciones mentales, ¿qué punto de vista respeta dicha realidad?
La postura que yo adopto es, como ya he mencionado, establecer una equivalencia entre disposiciones mentales y entidades psicológicas subyacentes y quizá, en última estancia, entidades materiales. Estas entidades pueden explicar causalmente las manifestaciones de esas disposiciones, ya sean pensamientos, sentimientos, sensaciones o comportamientos, es decir, lo que, desde un punto de vista como el de Ryle, se establece erróneamente como equivalente a las propias disposiciones.
A lo largo de estas conferencias insistiré en el tema de la realidad de las disposiciones mentales. Me referiré a ello como la «psicologización» (o la «repsicologización») de las disposiciones mentales, en el sentido de repsicologización de los conceptos mentales. De los dos términos, el de «repsicologización» es el más preciso, porque sólo cuando nuestro pensamiento ha caído en las redes de la filosofía nos seduce la idea de abandonar la comprensión natural (es decir, psicológica) de las disposiciones mentales, que luego se nos tiene que recordar.
3. Volvamos a la diferencia entre los estados mentales y las disposiciones mentales, porque no las entenderemos plenamente hasta que presentemos tres propiedades muy generales que matizan los fenómenos mentales. Dichas propiedades son (o así las denomino yo): intencionalidad, subjetividad ...
Índice
- Índice
- Prólogo
- Introducción
- Conferencia 1. La condición originaria
- Segunda Conferencia. Cuando se forma la emoción
- Tercera Conferencia. Sobre las llamadas emociones morales