Dado que este libro está dedicado fundamentalmente a contrastar la perspectiva neuro-científica con la psicoanalítica, conviene, en primer término, ubicar el campo propio de lo que, de modo genérico, se llama “neurociencias” En efecto, si consideramos la ubicación que hace un reconocido neuro-científico”. Las neurociencias ocupan un lugar en el campo más amplio de la ciencias cognitivas, que es el nombre con que se designa el análisis científico moderno del conocimiento en todas sus dimensiones. De tal manera que las ciencias y tecnologías de la cognición, cuyo campo de investigación apunta al conocimiento, la información y la comunicación, incluyen además de las neurociencias a la inteligencia artificial, la psicología cognitiva, la lingüística y la epistemología.
Nos interesa, en especial, la psicología cognitiva en tanto procura “comprender la naturaleza y estructura de nuestras operaciones mentales” y descansa sobre la idea de que las actividades cognitivas son lo que hace el cerebro. Leemos en el Diccionario de ciencias cognitivas…
Es preciso contar con datos sobre el cerebro para caracterizar las actividades mentales […] se postula que el pensamiento no brota de cualquier sustrato, y que su sustrato, el cerebro, condiciona las formas posibles que puede tomar el pensamiento.
Veamos, entonces, qué decir de este “sustrato” y de su importancia.
Aunque parezca una afirmación extrema comenzaremos diciendo que la relación cerebro-mente conduce a concebir que ninguna manifestación humana quedaría por fuera de este como órgano fundamental en tanto sustrato de aquella.
Eric Kandel. Nada es sin el cerebro
Uno de los científicos que incidió decisivamente en esta concepción fue Eric Kandel, quien recibió el Premio Nobel por sus decisivas contribuciones al conocimiento de los mecanismos de la memoria. Por otra parte, su temprano interés por el psicoanálisis lo llevó a querer rescatarlo de lo que parecía su seguro olvido por parte de la ciencia, intentando darle estatuto científico a sus hallazgos, por ejemplo, el inconsciente.
Encontramos, en sus textos principales, lo que él considera cinco principios fundamentales que forman parte del pensamiento acerca de la relación cerebro-mente. Entendemos que hay que considerarlos porque esclarecen con precisión una concepción de la ciencia y sus hipótesis así como una precisa dirección de la investigación. Los principios son los siguientes:
1) Lo que se llama mente son funciones llevadas a cabo por el cerebro. Desde las más simples (caminar, comer) a las más complejas: pensar, hablar, la creación artística. “Las más complejas acciones cognitivas concientes o inconscientes”. Los trastornos de conducta son perturbaciones de la función del cerebro “aun cuando dichas perturbaciones sean originadas por el ambiente”.
2) Los genes y sus productos proteínicos son determinantes importantes en los patrones de interconexión entre neuronas. De manera que los genes y sus combinaciones ejercen un significativo control sobre la conducta. Por ende, la enfermedad mental tiene una determinación genética.
3) Los factores de desarrollo y sociales, también contribuyen de manera importante y pueden ejercer acciones sobre el cerebro modificando la expresión de los genes y, por lo tanto, la función de las células nerviosas. El aprendizaje, aun el que deriva en conductas disfuncionales, produce alteraciones en la expresión genética. “La formación (crianza) (nurture) se expresa como naturaleza (nature)”.
4) Las alteraciones en la expresión genética inducidas por el aprendizaje producen cambios en las conexiones neurales. Esos cambios, inducidos por contingencias sociales, constituyen las bases biológicas de la individualidad y de las anormalidades de la conducta.
5) La psicoterapia, que produce modificaciones a largo plazo, también produce cambios en la expresión genética y sus consecuencias.
Estos principios, que como se ve abarcan las manifestaciones consideradas “normales” como también las “patológicas”, evidencian claramente cuál es la lógica que preside la concepción de la “mente” en tanto manifestación del órgano cerebral.
La información genética, en la que se pueden producir modificaciones, el aprendizaje, que incide en dicha información y también en la estructura neural del cerebro, las incidencias sociales en sentido amplio, dado que abarcan desde el medio familiar hasta la sociedad en la que le tocó vivir a cada quién, los efectos de la palabra, por ejemplo a través de la psicoterapia, actúan sobre el cerebro y lo modifican. Esta última posibilidad es considerada a partir de los experimentos que el mismo Kandel realizó en sus estudios sobre la memoria. Estudiando un animal muy primitivo y con muy pocas neuronas, la “babosa de mar”, comprobó que la adquisición de una nueva huella mnémica, o sea una ampliación puntual de la memoria, implicaba la aparición de una nueva neurona: el cerebro demostró así ser plástico y modificable. El concepto de “plasticidad neuronal” es aquí decisivo: una vez que pudo demostrarse que el cerebro no permanece igual a sí mismo y se puede modificar en función de diversos estímulos la hipótesis monista, clásicamente opuesta a la dualista cartesiana que separa la “cosa pensante” de la “cosa extensa”, pudo adquirir enorme consistencia. El cerebro tendría potencialmente la capacidad de dar cuenta de cualquier manifestación humana.
Utilizamos el término “manifestación” para incluir propiedades que no pueden considerarse como propiamente cognitivas, ni tampoco exclusivamente “emocionales”.* Para mencionar solo una de esas manifestaciones: la creencia** religiosa o lo que se llama la “fe”, no debería ser excluida de las funciones cerebrales.
Por lo pronto Kandel, quien confía mucho en el progreso de la ciencia, es consecuente en sus previsiones y anticipa que en un futuro las sustancias serán la mejor manera de incidir en el funcionamiento cerebral y en las técnicas de neuro-imágenes como la vía más precisa para determinar los cambios en el mismo, provengan estos de donde provengan. Pero sería injusto reducir la posición del neurobiólogo de hoy a la suscripta por Kandel en su momento. Su posición es extrema y contrasta con otras.
Existe en ciencia lo que se ha dado llamar un “pluralismo explicativo” que se opone a todo “reduccionismo” y que, por lo tanto, no supone una relación cerebro-mente unívoca cerebro-mente unívoca. Y para mencionar otra perspectiva que no reduce a la “mente” los componentes que participan en el proceso de su surgimiento, por ejemplo, los neurales, y la considera una “emergencia”, es decir, para decirlo con simplicidad, hay un plus, que no puede derivarse de los componentes causales que están en el origen de la misma.
Aun así, si la posición kandeliana, si se nos permite llamarla así, bien podría ser tildada de reduccionista, implica una lógica necesaria cuando de investigar las funciones del cerebro se trata. Porque si no fuera así, ¿qué quedaría excluido del órgano fundamental? ¿Qué es lo que no pertenecería a su incidencia? ¿Cómo se lo llamaría? ¿Alma tal vez, espíritu, inconsciente?
Para discutir con el neuro-cognitivismo hay que hacerlo con el que lleva sus propuestas al extremo, sin atajos salvadores y desde un psicoanálisis dispuesto a sostener sus propias hipótesis, sin pretender fundarlas en otros campos con el propósito de otorgarle “cientificidad”.
Finalmente, retomemos los dos campos que Kandel propone para la investigación y la acción sobre el cerebro. En cuanto a las sustancias lo que se observa unos veinticinco años después de estas previsiones, es que siguen un camino que no es el previsto: si bien se han demostrado eficaces para moderar, atemperar diversas perturbaciones psíquicas, por otra parte, cuando la medicina tiende a particularizar las medicaciones cada vez más, los psicofármacos amplían su uso a patologías diversas y muy diferentes y su mecanismo de acción continúa siendo incierto. El uso de sustancias para incidir en el funcionamiento cerebral, obedece mucho más a un pragmatismo que a un conocimiento científico del órgano. Y en los que se refiere a las neuro-imágenes hagamos primero un breve recorrido dado que pone en juego una cuestión de gran importancia.
Una digresión histórica: viejo y nuevo “localizacionismo”
Se encuentran menciones de la relación entre el cerebro y el control del organismo en el antiguo Egipto así como con la inteligencia en la Grecia antigua. Ya desde la época de Galeno distintos autores intentaron repartir los diferentes aspectos de lo que hoy llamamos “mental” en las diversas regiones del cerebro pero carecían de método para lograrlo.
Hubo que esperar al Renacimiento con los estudios anatómicos, recordemos los hechos por Leonardo Da Vinci por ejemplo –aunque más que un aporte a la anatomía permitieron a Sigmund Freud advertir que en esos dibujos había más fantasía del autor que rigurosidad anatómica–, y a la Edad Clásica con las correlaciones anátomo-clínicas –observaciones de pacientes con lesión cerebral– para comenzar a obtener datos serios. Como se ve, la relación lesión-falla funcional permitió muy tempranamente sentar las premisas del localizacionismo cerebral. Más adelante nos referiremos con cierto detalle a este ítem.
Pero recién, en el siglo XIX, se desarrolla la noción de área cerebral. Fue Franz Gall quien investigó bajo esa premisa, pero su lugar en la ciencia no quedó bien posicionado en la medida en que pretendió establecer una relación entre importancia de la función y tamaño del área involucrada; por lo que se dedicó a identificarlas a través de protuberancias en el cráneo. Método, hay que decirlo, un tanto precario aún para la época.
Un hito fundamental fue el descubrimiento de Paul Broca de la relación entre el lenguaje –una función específicamente humana– y el área cerebral que lleva su nombre, conocimiento logrado como era de esperar a través de la patología, aquella que hasta el día de hoy se denomina “afasia”. Estos logros decisivos fueron obtenidos a partir del estudio anatómico y microscópico de cortes de cerebro de cadáveres. Es interesante resaltar que estos estudios, por lo general, confirman en el sujeto normal los datos de localización ya establecidos clínicamente, y no por observación del cerebro, para pacientes con lesión cerebral –como es el caso del área de Broca respecto de la producción de las palabras–, aunque con observaciones, no obstante, que sugieren la idea, para cada función estudiada, de redes o circuitos neuronales que comprometen varias áreas del cerebro. Hace recordar el antiguo adagio “la clínica es soberana”.
El pasaje de los estudios realizados por observación macro o microscópica de cerebros cadavéricos a la observación a través de PET –tomografía por emisión de positrones–, imágenes por resonancia magnética funcional –RMI– y la magneto-encefalografía –MEG–, provocó una verdadera revolución. Estas técnicas permiten observar la actividad del cerebro intacto, en un ser vivo, animal o humano, y determinar qué regiones o estructuras están implicadas en tal o cual actividad cognitiva. Pero, obviamente, también modificó la posición del investigador, que pasó del examen de la sustancia inerte a la relación con el que llamaremos “sujeto de la investigación” o, más específicamente, “sujeto del experimento”. Lo que desde la perspectiva científica puede ser solo un dato, desde la psicoanalítica esta transformación es grávida en consecuencias, dado que se establece una relación entre sujetos que hablan.
Este libro está dedicado a poner de manifiesto estas consecuencias.
Pero, retomando el tema, lo que pudo comprobarse con la investigación sistemática es que esas “áreas” no funcionan de manera independiente sino todo lo contrario, se trata de sistemas de varias unidades cerebrales interconectadas, desde el punto de vista anatómico, aunque no del funcional. Los “sistemas” están compuestos de “unidades” –los antiguos “centros” de la teoría frenológica”–. Estas “unidades”, en virtud de dónde están colocadas en un sistema, contribuyen con componentes distintos al funcionamiento del mismo, por lo que no son intercambiables. Esto es muy importante para concebir que no se trata de “estructura” cerebral, sino de un “lugar” en un sistema.
En relación a esto, los estudios por imágenes han tenido importantes consecuencias. Una de ellas es la producción de una revisión de la delimitación clásica, y ante todo teórica, de las grandes funciones psicológicas como la percepción, la atención, la memoria, etc., poniendo el acento para una tarea dada, en el papel de redes cerebrales múltiples y complejas. Como es evidente, esta nueva perspectiva ha modificado radicalmente la idea de “localizacionismo”, si se entiende por éste la ubicación de un lugar (topos) preciso, que pueda dar cuenta de una determinada función. Esta evidente complejización del intento de relacionar funciones con lugares es obviamente consecuencia de que la ciencia haya seguido buscando en un lugar, el cerebro, los misterios del psiquismo humano.
Surge inevitablemente la pregunta: ¿qué otra posibilidad habría ante las evidencias logradas?… y que son muchas.
Es importante ubicar la cuestión, porque lo que parece evidente, la localización en el órgano fundamental, es lo que precisamente el psicoanálisis cuestiona, como veremos en el punto final de este capítulo. Dado que las lesiones cerebrales siguen siendo brújula en el estudio del cerebro, a pesar del gran avance en las observaciones del cerebro normal, veamos con cierto detenimiento un caso paradigmático de grave lesión y las conclusiones a las que podemos arribar a partir de la lectura del texto escrito por un eminente neurobiólogo.
Las lesiones cerebrales y sus paradojas. El caso Phineas P. Gage
El caso es considerado en el libro El error de Descartes en un libro de gran difusión e importancia en el campo de las neurociencias. Se lo conoce con nombre y apellido: Phineas Gage. Lo interesante del caso es que no se trató del hallazgo de alteraciones de funciones como la memoria o el uso del lenguaje, sino de que permitió plantear la cuestión de la relación entre cerebro y juicio ético así como también la conducta social, algo particularmente interesante.
Veamos la historia resumidamente. En 1848 Ph. G. tenía 25 años. Capataz de construcción, a cargo de muchos hombres, encargado de tender vías de ferrocarril, fuerte y sano, es caracterizado por sus empleadores como “el hombre más eficiente y capaz a su servicio”. Su trabajo es delicado: debe preparar las detonaciones para abrir camino a las vías. El procedimiento está establecido de manera clara y precisa: se trata de seguir cuidadosamente los pasos. Pero en una fatídica tarde sufre un accidente, en medio de la riesgosa tarea el hombre contesta un llamado girando la cabeza, se distrae y yerra de tal manera que la pólvora le estalla en la cara y el hierro, que debería horadar la roca, penetra la mejilla izquierda, perfora la base del cráneo, atraviesa su cara frontal y sale a gran velocidad a través de la parte superior de la cabeza. El hombre cae al piso pero se mantiene despierto, como es obvio, aturdido.
Sin entrar en detalles específicos, hay que imaginar que se produjo un verdadero agujero en la cabeza con orificio de entrada y salida, fractura de cráneo y pérdida de masa encefálica. No obstante, no solo no se desma...