Alimentos para la ciudad
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Alimentos para la ciudad

Historia de la agricultura Colombiana

  1. 260 páginas
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Alimentos para la ciudad

Historia de la agricultura Colombiana

Descripción del libro

Hace cinco siglos, con el arranque de la dominación española, se inició el intercambio colombino, considerado como una de las transformaciones más revolucionarias que se ha realizado en la naturaleza y que produjo una de las mayores modificaciones en ella, esta vez como resultado de la acción humana. La biota fue transportada por todo el globo por decisión deliberada de los colonizadores y, con ello, se puso fin a la tendencia divergente de la evolución que hasta entonces tenía el planeta. Desde entonces, se crearon varios procesos de trasmisiones ecológicas, en buena parte producto de las necesidades de reproducir las pautas culturales alimenticias de las personas que se desplazaban por las nuevas rutas creadas a partir de 1492. Ninguna de las transferencias de biotas que hasta entonces se había sucedido llegó a los niveles que alcanzó la revolución ecológica que se inició con los viajes de Cristóbal Colón. El control que Europa impuso en estos intercambios le otorgó grandes poderes gracias, entre otras razones, al aumento de la producción de alimentos resultante del incremento de la oferta de especies que comenzaron a explotar en las nuevas fronteras agrícolas. Tan pronto arribaron a las islas del Caribe, los europeos comenzaron a transformar el paisaje con la introducción de la caña de azúcar. Algunas décadas más tarde, una vez iniciada la conquista de tierra firme, grandes extensiones de tierras comenzaron a ser utilizadas para la agricultura y la ganadería.

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Capítulo 1

La herencia colonial

El aporte prehispánico

Las sociedades sedentarias se establecieron en los altiplanos andinos. Allí fueron creados y desarrollados diversos sistemas agrícolas gracias al empleo de una arquitectura territorial bastante particular. En razón de la disposición meridiana de la cordillera Andina la organización de este espacio no facilitó los intercambios entre las diferentes sociedades que la poblaron debido, entre otras razones, a que las montañas no ofrecían continuidades espaciales, sino que presentaban grandes discontinuidades a lo largo de ellas. Así, entonces, se produjo el desarrollo de sociedades que tendieron a estar incomunicadas.
Es por ello que desde la antropología se ha propuesto la imagen del mundo andino como el de un inmenso archipiélago de sociedades que habitan espacios con muy poca o ninguna comunicación entre sí, de sociedades con experiencias fraccionadas. Los intercambios se presentaron a partir del uso de las complementariedades ecológicas en las verticalidades de la arquitectura territorial andina, más que entre las sociedades del norte y del sur de la cordillera, situación derivada, en buena parte, de las discontinuidades cordilleranas. Es sorprendente, aunque comprensible desde esta mirada, por ejemplo, que las sociedades muiscas del norte de los Andes no hayan conocido los avances logrados por los incas del sur, que la domesticación de animales y plantas no se transmitiera entre las diferentes etnias, y que permitiera las economías de escala entre otros.
La figura del archipiélago permite comprender el uso de los territorios andinos por parte de los pobladores prehispánicos. El primer uso se corresponde con el empleo de las verticalidades, resultante del esfuerzo por controlar y explotar el máximo de la oferta ecológica que ofrece la vertiente andina para aprovechar los diversos recursos que proveen las diferentes altitudes. Otro uso es el horizontal, resultante de los sistemas de redistribución, es decir, de la circulación de los bienes entre la comunidad. El mayor o menor éxito de las sociedades andinas radicó en la capacidad de resolver estas estructuras de los archipiélagos cordilleranos{1}.
Por ejemplo, en el altiplano pastuso, los datos etnohistóricos muestran que los cacicazgos que explotaron la microverticalidad de las vertientes andinas privilegiaron el poblamiento de las tierras frías, por encima de los 2.600 msnm. Los pobladores de las etnias quillacingas y pastos emplearon estos territorios como lugar de habitación de manera preferente y en las tierras altas construyeron sus aldeas. Esta situación les permitió explotar las diversas ecologías que ofrecían las montañas, desde las tierras frías y altas, lugar de habitación y de cultivo de tubérculos, hasta las tierras más bajas, campos de cultivo de maíz.
El cacicazgo de Tusa, ubicado en el altiplano pastuso, tenía el asentamiento principal ubicado sobre los 2.800 msnm y la distancia entre la zona dedicada al cultivo de tubérculos y aquella destinada al cultivo de maíz se cubría fácilmente en un día de camino. Este parece ser el caso de la mayoría de los cacicazgos del norte del Ecuador, como también de los quillacingas que habitaban tierras altas y controlaban algunos valles calientes donde cosechaban algodón, coca, yuca y maíz{2}.
Se ha documentado que, para estos territorios, el acceso a tierras adecuadas para el cultivo de tubérculos no generó mayores conflictos entre los pobladores, mientras que el control de las tierras aptas para el cultivo del maíz, ubicadas en las tierras bajas de las vertientes, fue una causa importante en la diferenciación social del poder. Esta situación sugiere que los altiplanos servían de lugar de vivienda y que no había mucha competencia por estos lugares. Sucedía lo contrario, sin embargo, con los nichos ecológicos ubicados en las vertientes de donde se obtenía buena parte de los recursos alimenticios. Es decir, más que el control de las aldeas, era el control de las vertientes el que aseguraba la subsistencia de estos pueblos.
En virtud de la explotación de estas verticalidades, la franja comprendida entre los 2.600 y 2.800 msnm fue la más poblada en el norte del Ecuador y el sur de Colombia{3}. Esta particularidad de ser un lugar de altas densidades poblacionales va a ser una característica de este territorio. El habitar en las tierras altas, además de permitir el cultivo de tubérculos, ofrecía el resguardo de las enfermedades tropicales de las tierras bajas, una de las causas del reducido número de población de estas tierras. Gracias al sistema agrícola desarrollado por estas sociedades andinas, se ha estimado que, durante el último periodo prehispánico, el territorio de Pasto contemporáneo tenía una densidad poblacional similar a la del territorio muisca, considerada como una de la más elevadas entre las sociedades andinas.
Esta agricultura andina está íntimamente relacionada con el cultivo de la papa. Se trata de una de las historias más extraordinarias del mundo: proveniente de los altiplanos andinos, donde crecía silvestre hasta que fue domesticada en los alrededores del lago Titicaca, hace unos siete mil años, pronto inició un camino de difusión hasta convertirse en uno de los alimentos más importantes para la humanidad. Cuando los españoles invadieron la región ya se conocían ciento cincuenta variedades cultivadas de papas, resultado del esfuerzo indígena por lograr su adaptación a los diferentes ecosistemas montañosos. La tolerancia a las altitudes extremas y un valor nutritivo incomparable hizo que su cultivo se extendiera con rapidez por los Andes. Además de otros tubérculos, el maíz complementaba la agricultura andina.
En las tierras bajas se desarrollaron otros sistemas agrícolas, en las riberas de los ríos se empleaban los playones cuando las aguas bajaban, como se hacía en los ríos de la costa Caribe, el Atrato y el Magdalena, donde se sembraba regando las semillas al voleo en las arenas abonadas por el cieno dejado por las crecientes. Otro sistema empleado fue el de la quema de los montes con el fin de destruir la maleza y producir ceniza que servía de abono.
Entre las técnicas más importantes hechas por los nativos en la agricultura fue la de quitar el veneno de la yuca brava. Esta mejora, introducida por los indios caribes, fue de vital importancia para producir el cazabe, base de la alimentación en el trópico, la cual estaba acompañada, además, del cultivo del maíz.
Estas agriculturas se hacían en una relación directa con las ofertas ambientales. Allí donde estas eran grandes se lograron altas densidades poblacionales, y donde se encontraban dispersas, los poblamientos resultaron tenues y predominaron las sociedades nómadas. El desarrollo de estos sistemas agrícolas fue fundamental para el establecimiento de la sociedad hispánica, puesto que allí donde se encontraron altas densidades poblacionales se pudieron establecer, de manera exitosa, el Estado español y su sistema urbano.

El ejemplo exterior

Los cambios en la producción y abasto de alimentos que se sucedieron en Europa van a moldear el camino de nuestra historia agraria, al igual que la del resto del mundo. Los avances en la agricultura europea, tanto en el conocimiento como en las herramientas allá desarrolladas, marcarán la pauta de la evolución de nuestra agricultura. Para mejor comprensión de esta idea, hay que tener presente que el continente europeo se benefició de las sucesivas revoluciones agrícolas producidas durante 11 mil años allí y en Asia, gracias a la facilidad de la difusión de los adelantos en la domesticación de animales y plantas.
La expansión de los cultivos del Creciente Fértil (valles fluviales del Medio Oriente) por Europa se realizó a un promedio de un kilómetro por año; gracias a esto, en este continente, la producción de alimentos procedía de un mismo lote de plantas, facilitada por ecologías similares dispuestas en la misma latitud. De esa forma, plantas y animales fueron adaptados a rasgos climáticos relacionados con la latitud; y así, lo que se domesticaba en Asia o Medio Oriente, fácilmente se trasplantaba a Europa.
No sucedía lo mismo en América, donde las civilizaciones precolombinas no compartieron todas sus domesticaciones, tal como ocurrió con los camélidos andinos del Perú, animales de carga no conocidos por fuera del territorio inca y con muchas plantas que fueron domesticadas simultáneamente por diversas civilizaciones. Eurasia llevaba siglos de ser una superficie unificada en la que había un intercambio de saberes y descubrimientos, mientras que nuestro continente se caracterizaba por la incomunicación{4}. De esta manera, al momento de iniciar la conquista de América, Europa se encontraba a la cabeza de los avances y en capacidad de liderar el desarrollo económico. La conquista española estuvo acompañada de la imposición de sus animales y plantas, ya domesticados durante miles de años.
La historia agraria europea experimenta un cambio sustancial a partir de los siglos XVIII y XIX, periodo conocido como la era de las revoluciones. Cambios políticos y económicos se sucedieron rápidamente durante esta época. Sin embargo, al contrario de lo que se publicitaba comúnmente a finales del siglo XVIII, las transformaciones ocurridas en la producción de alimentos y materias primas fueron mucho más lentas de lo que los mismos dirigentes agrarios afirmaban en sus publicaciones. A pesar de que hubo una amplia difusión de los enormes logros que los grandes agricultores estaban consiguiendo, calificándolos de cambios revolucionarios, en cierta medida, en el fondo, lo que existió fue un esfuerzo por emular lo que estaba pasando en la industria, sector que en 1781 inició una profunda revolución. El sector agrícola careció de la rapidez de los avances que presentaba el sector industrial.
Donde se consiguió un mayor desarrollo agrario fue en aquellos países en donde la industria usaba materias primas agrícolas, como sucedía en Inglaterra, país encargado de publicar y difundir por el mundo los adelantos agrarios europeos. Además, la densidad demográfica de algunos países europeos dio lugar al florecimiento de la horticultura y la floricultura: allí donde había un hábitat más denso, surgieron empresas cuya razón de ser fue suministrar productos hortenses a los burgueses. La horticultura surgió y se desarrolló, por tanto, debido a la existencia de las ciudades europeas. La fruticultura, por el contrario, progresó, en mayor medida, gracias a la iniciativa campesina.
En Europa paulatinamente se fue extendiendo la agricultura intensiva, como resultado de la urbanización que acompañó a la revolución industrial. A partir de este fenómeno, se propició la desaparición de la técnica del barbecho; lograr este cambio demandó una mayor cantidad de capital{5}. Para esto, el cultivo de la papa fue de gran importancia, pues rompió con la monotonía de los campos sembrados con cultivos de cereales. Por las reproducciones gráficas y descripciones de los libros de plantas de comienzos del siglo XVIII, se ha encontrado que el tubérculo que se conocía en Europa procedía de variedades que crecían en las proximidades de Bogotá{6}.
En contra de lo que se decía en las publicaciones de la época, la agricultura inglesa no alcanzó un notable incremento en la producción que se debiera a una profunda «revolución agraria», similar a la industrial. En consecuencia, la agricultura de ese país se podía considerar un gran ejemplo, al contrario de lo que creían los innovadores neogranadinos. En la primera mitad del siglo XIX era reducida la mecanización, con excepción de la trilladora, primer adelanto técnico que se utilizó en la cosecha de cereales. La aplicación de la tecnología de las máquinas de vapor en la producción de alimentos era nula, así como la utilización de los nuevos conocimientos desarrollados en la química y la biología.
Con excepción de los nuevos medios de transporte, los cuales sí van a producir transformaciones fundamentales en la producción agrícola, en la agricultura no se hizo un uso sustancial de los resultados de la revolución industrial, al menos, no de manera inmediata. Para lograr incrementar la producción de alimentos de modo que se satisficiera la demanda proveniente del proceso de urbanización inglés del siglo XIX, se vincularon nuevas tierras, se aplicaron mejor los métodos tradicionales y se adoptaron algunas innovaciones de sentido común. La racionalidad económica del terrateniente se limitaba a vincular su tierra al mercado{7}.
Una excepción a esta falta de innovación agrícola fue el caso de Jethro Tull, quien en 1701 inventó una máquina sembradora que permitía arar y sembrar extensas áreas; esta máquina repartía, además, las semillas con regularidad, lo que facilitaba un mejor aprovechamiento del suelo y un crecimiento y maduración más homogéneo de los sembradíos. A pesar de los beneficios que ofrecía, este invento no tuvo una amplia difusión y solamente comenzó a popularizarse cuando Tull lo publicitó en 1731, a través del libro . Más que el mecanismo que inventó, a este abogado, graduado en Oxford y granjero de profesión, se le debe el inicio de una nueva sensibilidad hacia la tierra: proponía, por ejemplo, pulverizar suelo para que el aire y la humedad la renovaran al llegar a las raíces de las plantas, pues consideraba la tierra como algo vivo.
En general, fue mayor la publicidad de los grandes adelantos ingleses que lo que realmente estaba sucediendo. Sin embargo, es indiscutible que la producción de alimentos aumentó, por supuesto, más en el siglo XIX que en el anterior. En efecto, desde mediados del siglo XIX, lentamente, pero de manera constante, la revolución industrial ofreció nuevas y mejores herramientas; arados, segadoras, cosechadoras y trilladoras experimentaron cambios en el diseño y en los materiales. Una transformación bastante importante que se dio fue el que estas máquinas dejaran de ser producidas artesanalmente para pasar a ser construidas en serie en las fábricas. Así, gracias a la masificación y la consiguiente reducción de los precios, las faenas agrícolas se vuelven más productivas; pero, como su adopción exigía mayor capital, la innovación se limitó a las grandes empresas agrícolas. Por consiguiente, habría que esperar varias décadas para que tales cambios permearan a todo el campo europeo.
Otra innovación la constituyó el desarrollo y la aplicación de los abonos. Con la extensión de la red ferroviaria, la oferta de abonos se incrementó. Como consecuencia, la especialización local de productos agrícolas se hizo posible, ya que se pudo ofrecer abonos a un mayor po...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Página legal
  4. Agradecimientos
  5. Introducción
  6. Capítulo 1 La herencia colonial
  7. Capítulo 2 La fundación de la sociedad de los agricultores colombianos
  8. Capítulo 3 Las innovaciones de la agricultura
  9. Capítulo 4 Las bases de la nueva agricultura: los cultivos permanentes
  10. Capítulo 5 La consolidación de la agricultura: los cultivos transitorios
  11. Capítulo 6 La modernización de los sectores lácteo y porcícola
  12. Conclusiones
  13. Bibliografía
  14. Página Institucional
  15. Créditos
  16. Contraportada