Cuando silbo
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Cuando silbo

  1. 288 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Descripción del libro

Una de las novelas más inusuales y poderosas de Endo, Cuando silbo está ambientada en un hospital moderno. En una visita comercial, un hombre de negocios casado tiene un encuentro casual que le recuerda a su mejor amigo en la escuela, y los recuerdos se agitan en su interior por un antiguo amor, Aiko. Su hijo, doctor, desprecia los valores anticuados y tradicionales del mundo de su padre y busca de forma implacable el éxito en el hospital. La historia llega a un terrible clímax cuando Aiko, ahora de mediana edad y enferma de cáncer, ingresa en el hospital y el hijo de Ozu opta por experimentar con ella con peligrosos medicamentos. Romántica y triste a la vez, Cuando silbo es una impactante muestra de la guerra entre los valores tradicionales y los modernos en Japón.

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Información

Año
2015
ISBN del libro electrónico
9788416222179
Edición
1
Categoría
Literatura

1. La Escuela Superior Nada

«Estábamos en la hora de estudio cuando entró el director seguido de un chico nuevo, que llevaba un atuendo provinciano, y de un bedel que traía un gran pupitre consigo. Los que estaban dormitando se espabilaron y todo el mundo se puso de pie, fingiendo que les habían interrumpido en su tarea.
El director nos indicó por señas que podíamos volver a sentarnos y luego se dirigió al jefe de estudios.
—Señor Roger —le dijo a media voz—, le traigo a este alumno para que se encargue de él. Va a entrar en quinto. Si aprieta en el estudio y se porta bien, se le podrá pasar a la clase de los mayores, que es la que le corresponde por su edad.
El nuevo, a quien casi no habíamos podido ver porque se había quedado en un rincón, detrás de la puerta, era un chico de pueblo, como de unos quince años, y más alto que cualquiera de nosotros. Llevaba flequillo, como un cura de aldea, y tenía un aire modoso y encogido.»
Madame Bovary, la novela de Flaubert, empieza con esta escena. Esta tarde, en el tren bala, mientras Ozu rebobinaba la película en su mente, la escena que reflotó lentamente en su memoria, como si se tratara de una burbuja, también pertenecía al día en que había llegado a clase un estudiante nuevo.
Fue durante la asignatura de Arte. Ozu y los demás estudiantes de la clase C del tercer curso reprimían bostezos al escuchar las explicaciones del viejo profesor al que llamaban La Sombra.
—Veréis, el pintor inglés Turner… No importaban los contratiempos que tuviera, sabéis… —Inclinaba la cabeza hacia atrás y podía verse a través del pelo fino su bronceado cuero cabelludo—. Nunca flaqueaba, ¿sabéis? Por ejemplo…
Desgraciadamente, Ozu no recordaba en absoluto cómo había continuado la explicación de La Sombra. En momentos como ese, Ozu, al igual que el resto de sus compañeros de la clase C, había sido uno de los que bostezaban y se metían el dedo en la nariz.
Los estudiantes de Nada que tenían mejores notas acababan en la clase A. Los estudiantes menos buenos en la clase B. Los que no tenían remedio iban directos a las clases C y D.
—Turner se esforzaba mucho. De modo que si vosotros hacéis un esfuerzo… podréis acabar en la clase A el próximo año.
La Sombra decía estas palabras con el propósito de animarles, pero nadie le escuchaba. ¡Si la clase durara un minuto menos! ¡Si llegara de una vez la hora de comer! Eso era lo único en lo que pensaban.
—¡Ahhh, ahhh! —De pronto, un estudiante que estaba sentado en el centro de la clase dejó escapar un bostezo de lo más ruidoso, como el bramido de una vaca.
—¿Quién ha sido? —La Sombra estaba furioso—. ¡Esos sonidos tan maleducados son… indecentes!
En ese preciso instante se abrió la puerta y apareció el subdirector con un estudiante nuevo. Exactamente igual que en la primera escena de Madame Bovary.
—Descanse. —El subdirector hizo un gesto con la barbilla para señalar al chico que llevaba un uniforme de color gris apagado—. Es un estudiante procedente de la Escuela Secundaria Kakogawa. Se llama Fletán.
Una risa sofocada procedente de las mesas recorrió el aula como las olas de un estanque al arrojar un guijarro. ¿Fletán? ¿Qué clase de nombre era ese? ¡Este chico tiene un nombre muy raro y una cara muy rara, como de pez!
El chico permaneció de pie a un lado del atril con la espalda arqueada y los ojos adormilados, como los ojos saltones de un pez en una pecera.
—Debéis ser amables con Fletán y ayudarle en todo hasta que se habitúe a la escuela. —La vista aguda del subdirector localizó un asiento vacío detrás de Ozu—. Siéntate ahí detrás por ahora y atiende a la lección en silencio.
De vez en cuando oían a través de la ventana la voz chillona del suboficial asignado a la escuela dando órdenes.
Sí. La guerra interminable contra China aún continuaba. Hacía poco que habían asignado a un comandante alistado para unirse a los dos instructores del Ejército retirados en Nada.
—Como veis, Turner…
Cuando se fue el subdirector, La Sombra ya había olvidado que estaba riñendo al estudiante que había bostezado, y volvió a sumergirse en las lecciones sobre la vida que tanto aburrían a sus alumnos.
Ozu no pudo evitar sentirse irritado, ya que el estudiante nuevo se balanceaba en la silla sin parar detrás de él. Lo que más le molestaba era el ligero olor que llenaba el ambiente tras de sí. Era un olor extraño, como una mezcla de rábanos y sudor.
—¡Eh!
De pronto, Ozu sintió un dedo dándole golpecitos en la espalda. Al volverse se topó con la cara con ojos de pez adormilado.
—¡Eh!
—¿Sí?
—¿Qué está enseñando ahora?
—Arte —respondió Ozu en voz baja para que La Sombra no lo oyera.
Se hizo el silencio. Durante ese rato se mantuvo la irritación de Ozu a causa de los crujidos que oía y el extraño e indescifrable olor.
—¡Eh!
De nuevo los golpecitos en la espalda.
—¡Qué!
—¿Qué hora es?
Ozu no respondió. Por muy estudiante de Kakogawa que sea, tenía mucha cara, dándome golpecitos en la espalda y fastidiándome con sus preguntas. ¡Qué desfachatez!
Sin previo aviso, se oyó un sonido largo, quejumbroso y ridículo cerca de la mesa de Fletán: «cooo-oooh». Ozu no fue el único en oírlo. El «cooo-oooh» que había sonado tan afligido, como si un pato se aclarara la garganta, retumbó dos veces seguidas por toda la clase, dejando a todos los estudiantes boquiabiertos. Se giraron hacia el sitio del que procedía, conteniendo la risa.
—¿Qué ha sido eso? —Con una expresión feroz, La Sombra agarró los bordes de su escritorio con ambas manos—. Quienquiera que haya hecho ese extraño sonido, ¡que se levante ahora mismo!
Fletán se levantó torpemente, con los ojos adormilados.
—¡Tú!
—Sí, señor —respondió Fletán con tristeza—. Me ha rugido la barriga.
Un torbellino de risas recorrió el aula, pero la expresión de La Sombra era despiadada.
—Yo no hice que rugiera. Mi barriga rugió por sí sola.
—¡Siéntate!
—Sí, señor. —Fletán se sentó en silencio. Nadie pudo seguir atendiendo la lección. Mientras el profesor continuaba con su «como veis, Turner», los estudiantes sacaban la lengua y hacían muecas, abriendo mucho la boca y girándose para mirar a Ozu y a Fletán.
—Como veis, Turner era un gran hombre…

* * *

Después de clase…
Los estudiantes salieron por la puerta principal de la escuela y atravesaron el pinar, volviendo a casa como una procesión de hormigas a lo largo de la carretera paralela al cauce del diminuto río Sumiyoshi. En aquella época los chicos de Kansai llevaban uniformes de color amarillo claro, polainas y unos zapatos pesados que parecían botas militares.
Aunque a primera vista eran idénticos, al observarlos de cerca era fácil distinguir a los estudiantes de la clase A de los de las clases C y D. Los chicos que se pavoneaban como gallos, con la cabeza alzada, avanzando hacia la estación de tren siguiendo las estrictas directrices de la escuela, eran por lo general los brillantes alumnos de la clase A. Algunos miraban tarjetas de vocabulario en inglés para memorizar palabras mientras caminaban.
Más atrás, los chicos que llevaban la mochila colgada del hombro despreocupadamente se hablaban a gritos con voces extrañas y se paraban de vez en cuando. Por supuesto, esos venían de las clases C y D.
Pero de forma inesperada, algo iba a pasar.
Al llegar al punto en el que la carretera paralela al río Sumiyoshi, que estaba seco salvo los días de lluvia, cruzaba con la carretera que conectaba Osaka y Kobe, la procesión de estudiantes aminoró la marcha repentinamente. Había un pequeño puesto que vendía bollitos de mermelada, y el olor dulzón de la confitura y la harina calentándose estimuló las fosas nasales de los hambrientos estudiantes. La escuela prohibía comer fuera, de modo que no debían pararse. Si les hubieran sorprendido en ese puesto, los habrían arrastrado hasta el despacho del director, y en el peor de los casos habrían sido expulsados durante un día.
Así que…
Cuando los estudiantes llegaron a este punto, aminoraron el paso y las fosas nasales se les ensancharon, dándose por satisfechos con el ligero olor.
Ozu, que aquel día caminaba un poco apartado de los otros, se unió a ellos. Aún estaba en edad de crecer y a las tres de la tarde tenía muchísima hambre. También él cerró los ojos e inhaló el dulce aroma.
Alguien le dio un golpecito en la espalda. Se giró. Era Fletán.
—¿Tienes diez sen? —murmuró Fletán, con los ojos soñolientos como de costumbre.
—Sí.
—¡Pues cómprate uno!
—No podemos —Ozu agitó la cabeza—. Si un profesor te pilla, la has hecho buena. Y algunos de los alumnos mayores hacen de espías. Me pillarían seguro.
—Sí, pero… —murmuró Fletán guiñando los ojos, incómodo— ¿qué tiene de malo comer algo que quieres comer?
—¡Pues que está mal!
—¿Qué tiene de malo comprar bollos?
—¡Pues que somos estudiantes de secundaria!
—Si está mal que un estudiante de secundaria compre bollos, ¿entonces quién puede comprarlos?
Ozu se quedó mirando la cara de pescado de Fletán y sus ojos soñolientos y no supo qué contestar.
Cuando pasaron por el puesto de los bollos, Ozu percibió un aroma diferente. Era el olor corporal habitual de Fletán.
—¿Tú te… bañas?
—¿Yo? No me gustan los baños.
Cuando llegaron a la carretera, Ozu preguntó:
—¿Vas a coger el tren? —Él iba a coger el tren marrón y destartalado que bajaba hasta la carretera de la escuela cada día.
—Sí —asintió Fletán.
—Yo vivo en Nishinomiya. Cojo el tren hasta San-chōme, en Nishinomiya.
—¿Ah sí? Yo vivo en Shukugawa.
—Shukugawa está en la misma dirección a la que voy yo.
Pero a Ozu no le hacía mucha gracia la idea de subirse al tren con este chico apestoso. Un grupo numeroso de chicas que estudiaban en Kōnan se subía una parada antes para volver a casa. ¿Qué cara pondrían cuando olieran la fragancia de rábano en vinagre que procedía de Fletán?
Aquellas chicas con sus uniformes blancos de marinero. Chicas jóvenes, de hombros redondos y pechos generosos. Por alguna razón, Ozu se ponía totalmente rígido cuando iba en el mismo tren que ellas. Aunque tenían la misma edad, las chicas eran cada día más bonitas, mientras que los chicos se volvían más y más feos. Les salían granos y les cambiaban las voces, y a veces Ozu deseaba poder ocultar su cuerpo flacucho de la vista de las chicas.
Cinco o seis estudiantes de Nada habían llegado ya a la parada y estaban esperando el tren.
—Al mediodía me entra mucha hambre —murmuró Fletán, afligido.
—¡No dejes que ruja tu estómago!
Un tren que parecía un viejo tranvía oxidado paró en la estación provocando un sonoro chirrido.
Ozu subió primero, intentando deshacerse de Fletán. Pero fue inútil. Fletán le pisaba los talones, sorbiéndose los mocos mientras se agarraba al asidero. Había tres chicas con uniforme de marinero sentadas frente a ellos. Las faldas les llegaban por las rodillas de manera decorosa.
—¡Esos bollos tenían una pinta! —exclamaba Fletán sin darse cuenta del bochorno que sentía Ozu—. Me gustan mucho las cosas dulces como esa, o el Calpis…
—Ajá.
Las chicas sofocaron una risita, dirigieron una mirada rápida a Ozu y Fletán y volvieron a bajar la vista.
—Mañana es el examen de mates, ¿sabes? —Ozu hacía lo posible por cambiar el rumbo de la conversación con Fletán, que seguía abstraído pensando en los bollos.
—¿Ah sí? —Fletán se limitó a pestañear y continuó—: ¡Mañana encontraré la forma de comprar unos bollos!
—Inténtalo y verás lo que pasa cuando te pille un profesor. ¡Te pillarán de verdad!
—No me pillarán… Voy a comprarlos.
—¿Cuándo?
—Pues… durante la clase —dijo Fletán con indiferencia.
«Este tipo es tonto», pensó Ozu.
Las chicas seguían con la vista baja, pero sin duda estaban escuchando la conversación. Sus mejillas coloradas temblaban a causa de las sonrisas burlonas.
Fletán se tambaleó ligeramente cuando el tren llegó a una curva. Las chicas con traje de marinero hicieron una mueca al percibir la combinación de olores de rábanos en vinagre y sudor.

* * *

Ah, sí. Así eran las cosas.
El tren bala se alejó de Nagoya y atravesó a toda velocidad un trecho de marisma sombría. Ozu observó la oscura cordillera y sonrió con tristeza al recordar la cara de un viejo amigo que ya no estaba en este mundo.
Era un tipo extraño.
¿Qué estaría haciendo ahora Fletán si siguiera vivo? ¿Sería un hombre de mediana edad, medio calvo y agotado como yo?
Al día siguiente, según recordó, trajo consigo a la escuela un gato…

* * *

Sí, al día siguiente tenían el examen de matem...

Índice

  1. ÍNDICE
  2. Prefacio
  3. Prólogo
  4. 1. La Escuela Superior Nada
  5. 2. «A los siete años, segregar los sexos»
  6. 3. El hijo
  7. 4. Aunque sobrevivimos
  8. 5. El acercamiento
  9. 6. Graduación
  10. 7. Cierta mujer
  11. 8. El nuevo empleado
  12. 9. La fotografía
  13. 10. La guerra
  14. 11. El experimento
  15. 12. La estilográfica
  16. 13. El nuevo medicamento
  17. 14. Silbando
  18. 15. Triunfo
  19. Sobre el autor