
- 118 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
La Trinidad explicada hoy
Descripción del libro
Conocer a Dios, asomarse a su intimidad, encamina derechamente al hombre hacia un misterio sublime, el más importante del dogma cristiano: Dios es uno y trino, tres personas en un solo Dios. El hombre, durante siglos, ha entrado de puntillas a analizar este misterio, mediante la piedad y la teología, de la mano de lo revelado por el mismo Dios.
Maspero ofrece aquí un valioso recorrido por la historia del dogma trinitario, vértice de toda la doctrina cristiana, que ayuda, en definitiva, a conocer la propia dignidad del ser humano.
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Información
III. LA RESPUESTA A LA PALABRA:
LA FE DE LA IGLESIA
1. Las fuentes del pensamiento
A la luz de lo que se ha dicho en los primeros capítulos se comprende que el cristianismo no es simplemente una doctrina filosófica o una moral, sino que se identifica sobre todo con la Persona misma de Cristo. La Revelación no es un conjunto de teorías, sino un Hombre que al mismo tiempo también es Dios, porque es el Hijo eterno del Padre. En la vida, muerte y Resurrección de Jesús se muestran con toda su fuerza la imposibilidad de reducir el misterio de Dios uno y trino a cualquier realidad ya previamente conocida en la naturaleza o en la historia. El escándalo del Misterio Pascual no se puede eliminar y no admite atajos o simplificaciones. El pensamiento está llamado a una profundización continua, sin llegar nunca a agotar la realidad revelada, que es esencialmente Cristo mismo con su vida trinitaria.
Como muestra el discurso de Pedro en los Hechos (Hch 2, 22-36), desde el primer momento, el anuncio evangélico ha presentado juntos a Cristo y a la Trinidad para afirmar la realidad de la salvación ofrecida a cada hombre: la vida verdadera es ahora accesible, porque Jesús es verdadero Dios, y eso significa que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Así toda la vida de la Iglesia primitiva está marcada por la presencia de la Trinidad a partir del bautismo. Según lo que se narra en la Didaché a finales del s. i, este sacramento se realizaba mediante una triple inmersión o con tres efusiones de agua, acompañadas de las invocaciones de las tres Personas divinas, obedeciendo así el mandato misionero de Cristo (Mt 28, 19). Al bautismo se unía el símbolo de la fe, en cuya explicación se basaba la preparación de los catecúmenos: desde el principio, el Credo tenía una estructura tripartita, con un artículo para cada una de las Personas divinas, que correspondía a una triple pregunta ¿Crees en Dios Padre? ¿Crees en Dios Hijo? ¿Crees en Dios Espíritu Santo?, y que más tarde se reelaboró en un solo texto. Las breves fórmulas de la fe ya están presentes en el Nuevo Testamento (ver, p. ej. Hch 8, 37; Ef 1, 13; 1 Tim 6, 12; Hb 4, 14), así como en el sencillísimo y esencial Jesús es el Señor de Rm 10, 9. La fuerza de esta profesión resulta particularmente evidente en las Actas de los mártires, los cuales, en el momento de aceptar la imposición de la muerte, afirman elegir la vida verdadera que nadie les podrá arrebatar, la vida de Cristo, Hijo eterno del Padre.
La referencia a la Trinidad caracteriza toda la Liturgia cristiana, en particular la celebración de la Eucaristía (cfr. Hipólito de Roma, La Tradición Apostólica, 4) y la oración cristiana que, como la hebrea, comienza y termina con la invocación de Dios, pero se diferencia de aquella porque al confesarlo uno lo afirma trino. Si pensamos, por ejemplo, en la señal de la cruz con la que se inicia y se termina cada oración, está siempre dirigida al Padre por medio del Hijo en el Espíritu Santo.
El bautismo, los símbolos, la liturgia, la oración y la confesión de fe de los mártires son las fuentes principales de la reflexión trinitaria. Toda la vida de la Iglesia primitiva está fundada sobre la Trinidad y sobre la divinidad de Cristo. Esta vida es como una única fuente de la que brota un pensamiento sin precedentes que se va haciendo poco a poco más cristalino, hasta resplandecer en el dogma cristiano.
2. Los primeros Padres de la Iglesia y la teología del Logos
Los primeros que intentaron formular este pensamiento y lo desarrollaron cada vez más son llamados Padres de la Iglesia, porque han realizado un papel realmente paterno. Para el hombre, el padre es fundamentalmente una exploración de la realidad: mientras que la madre da a luz y alimenta, constituyendo el origen y la dimensión material, el padre, desde el seno materno, representa el mundo. Es él el que sale del hogar y habla de la dimensión externa. En su función es fundamental la capacidad de ayudar a desarrollar el pensamiento de lo nuevo, de no ir a lo que ya sé por el ambiente donde he nacido, sino integrar lo que no he visto nunca, desarrollando nuevas categorías. Los Padres de la Iglesia han llevado a cabo una tarea análoga respecto a la Revelación, y sus escritos son normativos para el pensamiento cristiano, porque constituyen la primera respuesta a la Palabra de Dios que entra en la historia. Como escribió J. Ratzinger, para comprender esa Palabra, es inevitable dirigirse a los que la han escuchado por primera vez y han respondido empezando a pensarla: también cuando estos primeros intentos tengan sus límites. Solo a través de ellos se puede tener acceso al sentido de la novedad revelada, precisamente porque su respuesta indica el sentido de esa Palabra que se ha dirigido en primer lugar a ellos (J. Ratzinger Naturaleza y misión de la teología, Jaca Book, Milán 1993, p. 157). Es como cuando un mismo término tiene diferentes significados en dos lenguas, por ejemplo, el adjetivo lívido, que en español significa pálido, exactamente lo contrario que en italiano. Saber qué lengua hablan las personas a las que se dirige el término es esencial para comprender qué se quiere decir con eso.
Los primeros pensadores cristianos tenían un bagaje que se alimentaba de la formación cultural y filosófica de su época. Estos instrumentos se ponían al servicio de la comprensión y comunicación de la novedad revelada. Como se ve también en los escritos del Nuevo Testamento, los ingredientes culturales presentes son varios: entre ellos tienen especial relevancia el elemento semita y el griego helenista, dominante en aquel momento en toda el área mediterránea. Las diferentes categorías son reelaboradas y adaptadas para explicar el nuevo mensaje.
Los escritores de los dos primeros siglos, como Ignacio de Antioquía y Clemente de Roma no presentan una verdadera y propia elaboración especulativa, sino que escriben cartas al estilo de las paulinas, en las que se hace hincapié en el núcleo doctrinal de la unicidad de Dios y la divinidad de Cristo. Su predicación es un eco directo de la de los apóstoles, de los cuales en algunos casos eran discípulos, como Policarpo de Esmirna, que fue formado directamente por el apóstol Juan. A menudo sus obas traslucen una gran nostalgia por la humanidad del Señor, con la correspondiente afirmación de la realidad de su carne.
Con los Padres apologistas del s. ii asistimos a la formación de un primer núcleo doctrinal, cuyo fin es responder a los ataques que recibía la Iglesia, tanto por parte de los judíos como de los paganos. Frente a la persecución, estos primeros pensadores cristianos escriben las Apologías, los discursos defensivos, como por ejemplo el que Arístides dirige al emperador Antonino. Estos escritos presentan argumentos de tipo filosófico, que pueden ser compartidos por todos los interlocutores; por ejemplo, demuestran la unicidad de Dios a partir del movimiento, de la belleza y del orden del mundo.
El más importante de los Padres Apologistas es Justino, nacido en Palestina y martirizado en Roma en el año 165. Era filósofo de profesión y fundamentó su pensamiento cristiano en una síntesis entre la profundidad ontológica del platonismo y la visión positiva de la materia del estoicismo. Su aproximación es paradigmática porque Justino se siente libre de recorrer los diferentes lenguajes compartidos del momento, corrigiendo los inconvenientes de uno respecto a la doctrina cristiana con las ventajas del otro y viceversa. Después de su conversión fundó una escuela filosófico-teológica en Roma.
Su doctrina tiene como fundamento el Logos, término que a partir del Prólogo de san Juan había adquirido un nuevo valor y se había vuelto esencial para la elaboración doctrinal cristiana. En griego tenía el valor de pensamiento, palabra y razón; ahora es el Hijo eterno del Padre. Justino ve en el propio Logos un elemento de unión entre la búsqueda filosófica griega y la novedad revelada. En su nombre se puede establecer una continuidad entre la historia del hombre y la búsqueda de lo verdadero de cada época. Quienquiera que haya encontrado algo verdadero ha conocido al Logos, aunque de modo parcial: la estructura racional de la creación es, en efecto, idéntica para todos y tiene origen en Dios mismo, es decir, en el Hijo mediante el cual se ha hecho todo lo que existe (Jn 1, 3). Por eso Sócrates y Heráclito pueden ser llamados cristianos (Justino, I Apología, 46, 2, 1-3,6), así como es cristiano cada elemento de verdad donde quiera que se encuentre. El mismo Logos viene presentado como unión con el Antiguo Testamento, porque a Él se le atribuyen las manifestaciones de Dios en la historia de Israel, como la de la zarza ardiente en el Horeb (Ex 3, 14).
El Logos realizaría una función de mediación y de unificación. Esto puede llevar sin embargo a un malentendido, porque puede parecer que su existencia esté necesariamente relacionada con la historia y la creación: el Logos es el pensamiento de Dios, que es divino y eterno, pero se dirige al mundo, como Sabiduría de Yahvé en la cual cada cosa ha sido pensada, su designio del que se habla por ejemplo Sir 1, 1-11. Esto lleva a Justino a llamar Dios sólo al Padre y a no poder explicar completamente en su pensamiento la igualdad perfecta entre las tres Personas divinas. El problema está en la formulación y en el uso del lenguaje, porque no hay duda de su fe en la divinidad de Cristo, pero los instrumentos conceptuales de que dispone todavía necesitan ser pulidos. Hay que tener en cuenta que la filosofía griega afirmaba la existencia de una escala continua de grados ontológicos que conectaban el mundo con el primer principio. Pensemos en el Motor Inmóvil de la doctrina aristotélica; en esta visión el Logos se consideraba una figura intermedia.
En cambio, la creación exige que se introduzca una discontinuidad radical entre Dios y el mundo, pero el designio con el que Dios ha creado todas las cosas, aunque está totalmente en Dios, está en función de lo que Dios pone fuera de sí mismo. Este designio, identificado con el Logos en cuanto mediador, se arriesga a permanecer a medio camino entre Dios y el mundo. Justino no consigue liberar al Hijo de la referencia a lo creado, que se percibe como causa de inferioridad. Precisamente porque el Logos existe para la relación, parece estar unido al mundo por la misma relación, y no poder ser llamado Dios como el Padre. El pensamiento está todavía demasiado cerca de la concepción filosófica pagana, que presenta la relación como vínculo o enlace necesario. Hace falta profundizar en la rel...
Índice
- Advertencia al lector
- INTRODUCCIÓN
- I. LA PALABRA DEL DIOS DE LA ALIANZA
- II. LA PALABRA DEL DIOS UNO Y TRINO:
- III. LA RESPUESTA A LA PALABRA:
- IV. EL DESARROLLO DEL PENSAMIENTO:
- V. LA CONCEPCIÓN TRINITARIA DEL MUNDO Y EL HOMBRE
- VI. CONCLUSIÓN: MARÍA Y LA TRINIDAD