5. Una compasión fornida
Cuando el Dalai Lama conoció al presidente Nelson Mandela poco después del fin del apartheid, quedó muy impresionado por la falta de resentimiento de este hacia quienes lo habían encarcelado durante tanto tiempo. En ese mismo espíritu, la Truth and Reconciliation Commission (Comisión de la Verdad y la Reconciliación) de Sudáfrica, encabezada por el viejo amigo del Dalai Lama, el arzobispo Desmond Tutu, escuchó miles de confesiones acerca de atrocidades de todo tipo en la época del apartheid y de la lucha contra este.
Solo en algunos de los crímenes así revelados se le concedió la amnistía al perpetrador. Pero sin duda, el proceso impidió una oleada de violencia vengativa. Los esfuerzos de Mandela para imposibilitar cualquier venganza personal contra la minoría blanca que gobernó (o contra quienes lucharon contra ellos) fueron un importante elemento a la hora de curar profundas fisuras sociales.
Cuando se trata de conflictos o de opresión como la existente bajo el apartheid, «las heridas están en todas partes», dice el Dalai Lama. Por eso, un proceso como la comisión es «muy, pero que muy necesario y muy eficaz para sanar».
La revelación de los crímenes de ambas lados –abusos por parte de quienes impusieron el apartheid y atrocidades de quienes se rebelaron en contra– representa un modelo de transparencia que admira.
Defiende contundentemente esa actitud de responsabilizar de sus fechorías a funcionarios de todo tipo. A muchos pudiera parecerles poca cosa, pero la fuerza impulsora de esa perspectiva me pilló desprevenido: la compasión.
La versión del Dalai Lama de la compasión es más fornida que esos estereotipos domingueros de una amabilidad benigna pero pringosa. Considera esa revelación como una aplicación de la compasión en la esfera pública, como lo es la acción vigorosa para enderezar injusticias de todo tipo.
Sus impulsos son parecidos a los del escritor militante Upton Sinclair, así como a las maniobras deliberadas del papa Francisco contra la corrupción y la injusticia. Hace un llamamiento a favor de la responsabilidad moral en todas las esferas de la vida pública. El Dalai Lama dice que existe la «política sucia, los negocios sucios, la religión sucia y la ciencia sucia», siempre que se producen deslices éticos.
Esta aversión hacia la injusticia, asociada a las iniciativas para desenmascarar y reformar sistemas corruptos –sean las fechorías de bancos o empresas, de políticos o funcionarios religiosos–, son la singular aplicación de la compasión que menos hubiera esperado de la visión del Dalai Lama.
Hablamos sobre los tres principios que ejemplifican esa compasión en acción: «justicia» (todo el mundo es tratado de la misma manera), que depende de la «transparencia» (ser honesto y abierto), y «responsabilidad» (pagar por los delitos).
Si no hay ninguna fuerza que se les oponga, la corrupción o la injusticia continuarán.
Pero solo podemos remediar aquello que conocemos. No obstante, la transparencia acerca de la injusticia no bastará por sí misma: también necesitamos responsabilidad, rendir cuentas. Ambas son interactivas. No hay responsabilidad sin transparencia; la transparencia sin responsabilidad es inútil.
La compasión pasa a la acción
El Dalai Lama dice de sí mismo que es un «simple monje» y –a pesar de sus giras mundiales y del séquito y las medidas de seguridad que lo rodean– vive una vida espartana, siguiendo un estricto programa diario. Reside en unas estancias mínimas y duerme en un cuartito con escaso mobiliario, como corresponde a un monje. En el clima cálido de su casa, prefiere chancletas del tipo que usan los campesinos pobres de la India; sus camisetas están raídas por el uso.105
En este sentido siente una afinidad especial con el papa Francisco, que también duerme en una sencilla habitación en la casa de huéspedes del Vaticano en lugar de en las suntuosas estancias papales oficiales, conduce un utilitario y prefiere su título más modesto, «obispo de Roma», al de «papa». Y la manera en que el papa Francisco empuja a la Iglesia a que se torne más activa a la hora de ayudar a los pobres y marginados, es algo con lo que el Dalai Lama se identifica.
Le agradó tanto que el papa Francisco hiciese un llamamiento a los funcionarios eclesiales para que fuesen un modelo de austeridad, viviendo de manera más sencilla –en una Iglesia que «es pobre y para los pobres»–, que le escribió una carta expresando su admiración. Los líderes religiosos, dice el Dalai Lama, deberían seguir sus propias enseñanzas siendo un ejemplo de humildad y simplicidad en sus hábitos cotidianos.
Luego el papa hizo algo más, lo cual volvió a dar lugar a otra carta de encomio: degradó al «obispo forrado», Tebartz-van Elst, que gastó unos 40 millones de euros en su residencia privada, repleta de marcos de ventana de bronce, una bañera de 30.000 euros, y un ajardinamiento de un millón de euros.106 En esa segunda carta, el Dalai Lama expresaba su estima por el papa Francisco por su «postura firme, que expresaba una verdadera enseñanza de Cristo».
Comentando la reprimenda del papa a ese obispo alemán por su estilo de vida ostentoso, el Dalai Lama dijo: «Incluso los religiosos pueden ser corruptos». Como afirmó ante una audiencia en Bangalore, la India: «La perspectiva de gente religiosa carente de ética es un desastre».107
La compasión en acción, dice, no significa simplemente aliviar el sufrimiento, sino también comprometerse a rectificar errores, oponiéndose a la injusticia o defendiendo los derechos de las personas, por ejemplo. Y esa compasión, aunque inofensiva, puede ser bastante enérgica.
«En el mundo actual hay muchas luchas, engaños y acoso –dice el Dalai Lama–. Así que el altruismo y la compasión» son de gran importancia. Pero, añade, desde nuestra perspectiva: «No basta simplemente con ser compasivo. Debemos actuar».108
Cólera constructiva
Una asistenta social le contó al Dalai Lama que ella y un grupo de compañeros estaban furiosos ante el gran número de casos que se les asignaba, que superaba su capacidad real para ayudar a los usuarios. Preocupados por los niños a los que se suponía debían ayudar, los asistentes sociales organizaron una protesta, y su carga de trabajo disminuyó.
Como dijo la asistenta social: «No lo hubiéramos podido hacer si nos hubiéramos resignado». Fue la cólera inicial lo que los movilizó. Un mínimo de indignación nos ayuda a plantar cara a las injusticias.
El Dalai Lama ve maneras en que una cólera bien orientada puede ser de utilidad. La indignación moral puede impulsar acciones positivas.
Su opinión sobre la cólera no se resume en una condena sin paliativos, como yo esperaba de él. Al igual que con la serenidad, también distingue entre las diversas variedades de cólera.
Cuando nos indignamos ante una injusticia, nos apremia a organizar los aspectos positivos de la cólera: una intensa concentración, energía suplementaria y determinación, todo lo cual puede hacer que nuestra respuesta ante esa injusticia sea más efectiva. Pero eso se vuelve imposible cuando la cólera toma el mando; entonces nuestra concentración se disuelve en obsesión, nuestra energía se convierte en agitación, y perdemos todo nuestro autocontrol.
La manera en que actuamos también importa.
En general, el Dalai Lama prefiere que atenuemos nuestras emociones destructivas, incluida la cólera. «Tolerancia significa que no deberías desarrollar cólera u odio. Pero si otra persona nos perjudica de algún modo» y no hacemos nada, «esa persona en cuestión podría aprovecharse más de nosotros y sufrir por ello más acciones negativas de su parte».
«Así que debemos analizar la situación, y si requiere algún tipo de contramedida, podemos ponerla en práctica sin cólera. De hecho, veremos que esa acción resulta incluso más efectiva si no viene motivada por la cólera, ¡es mucho más probable que demos en el blanco directamente!».109
Pero si esa ecuanimidad nos elude, el Dalai Lama nos aconseja una cólera «bien orientada», en la que realizaremos todas las acciones necesarias para protegernos contra una amenaza real –alguien que te dañe a ti o a otros– pero con moderación más que con odio.
«Hay que mantener una mente serena, estudiar la situación y, luego, poner en práctica una contramedida. Si permitimos que el agravio suceda, podría continuar e intensificarse; por ello, hay que tomar las contramedidas adecuadas desde la compasión».
La compasión incluye a todo el mundo. «Aunque las acciones de un persona sean destructivas», dice, manteniendo cierta preocupación por su bienestar. Pero «si cuentas con la capacidad de hacerlo, debes poner fin al agravio», añade.
Un truco para conseguir encauzar la cólera de manera constructiva radica en mantener una compasión básica hacia la persona en cuestión, aunque nos opongamos firmemente a sus manejos. Eso nos pone frente a un desafío: distinguir entre lo que hace esa persona y la persona en sí.
Hay que oponerse a la acción, pero amar a la persona, y esforzarse todo lo posible por ayudarla a cambiar su conducta. Aunque nos opongamos a la acción, nos apremia el Dalai Lama, «debemos tener compasión por el actor».
«El verdadero significado del perdón –aclara– es no desarrollar cólera hacia la persona, pero no aceptar lo que ha venido haciendo».
En sus muchas horas comparando métodos para trabajar con las emociones, el Dalai Lama y Paul Ekman encontraron un importante punto de acuerdo en esta distinción entre el actor y el acto. Los psicólogos recomiendan precisamente esta maniobra cognitiva para ayudar a que las personas puedan gestionar emociones perturbadoras como la cólera.110
El Dalai Lama ofrece otra razón para esta estrategia mental. Cuando necesitamos contrarrestar las acciones negativas de alguien, seremos más efectivos si no nos dejamos arrastrar por nuestras propias emociones destructivas.
Eso me hace pensar en una «bestia negra» personal, un tipo que me metió en un negocio que ahora se está yendo a pique. Cuando me acuerdo de él suelo agitarme y encolerizarme, concentrándome en sus defectos. Pero si he realizado mi práctica meditativa cotidiana, me percato de que puedo reflexionar con más calma y claridad en las maniobras legales que zanjarían el trato: puedo separar al actor del acto.
La fortaleza del altruismo
Desde la primera vez que oyó hablar de Mahatma Gandhi, cuando era un chiquillo en el Tíbet, el Dalai Lama se sintió inspirado por el líder indio. Aunque nunca se conocieron, el Dalai Lama considera a Gandhi su «mentor personal».
Muchos aspectos de la vida de Gandhi hallan un eco en la suya propia, empezando con los esfuerzos personales de Gandhi por aplacar las fuerzas negativas de la naturaleza humana y desarrollar todo el potencial de las positivas. Otro de estos aspectos puede observarse en hacer causa común de los problemas de los pobres y los oprimidos.
Al igual que Gandhi, el Dalai Lama se esfuerza en cultivar la no violencia y la compasión en su propia práctica cotidiana: «No porque sea algo santo o sagrado, sino por sus beneficios prácticos».111
También valora la insistencia de Gandhi en la importancia de la honestidad transparente: «Su práctica de no violencia dependía totalmente del poder de la verdad».
Una de las maneras en que se manifiesta este poder es cuando afrontamos las dificultades u obstáculos. Entonces, observa el Dalai Lama: «Nuestro propio apoyo debe ser una actitud veraz, honesta, genuina y altruista. Con eso, con la fuerza del altruismo, no hay razón para desanimarse. Pero si somos hipócritas o decimos una cosa y hacemos otra, nuestro ser interior se debilita y podríamos no contar con la fuerza para hacer frente a los desafíos».112
La integridad nos permite decir la verdad al poder. Ese tipo de transparencia en la vida pública significa meterse bajo la superficie para observar lo subyacente. «En la superficie, las personas por lo general se comportan y tratan de parecer buenas...