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Disponible hasta el 14 Jan |Más información
Cuidarse a sí mismo
- 144 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
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Descripción del libro
En el mandamiento de amar al prójimo como a nosotros mismos, este "como" se refiere tanto al amor al otro como al amor a sí mismo. Nos hace comprender que el amor a Dios, el amor al otro y el amor a nosotros mismos son un único y gran amor. Confundir amor a sí mismo y egoísmo tiene efectos negativos no solo sobre el propio bienestar espiritual, sino también sobre cómo amamos a los otros y a ese Otro que es Dios
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Información
1
AYUDAR A LOS OTROS
EL RIESGO DE QUEMARSE
LUCIANO SANDRIN
1. Ayudar a los demás
No basta pedir ayuda para que alguien intervenga. Si nadie responde, no es siempre porque la gente «no tenga corazón»; y si alguien responde no es necesariamente porque esté impulsado por motivaciones muy elevadas 6.
Los psicólogos llaman pro-social al comportamiento que una persona practica voluntariamente para ayudar a otro; llaman altruista, en cambio, al que se lleva a cabo con la intención de beneficiar a otro, pero sin esperar recompensa. La distinción, sin embargo, no es tan neta: no siempre es fácil definir la presencia o no de beneficios, conscientes o no, expresamente buscados o de algún modo esperados, dichos o no dichos, para quien ayuda a otra persona; basta pensar en la búsqueda de afecto, en la confirmación de la propia valía, en la gratitud del ayudado, en la reparación del sentido de culpa, en el querer merecerse el paraíso, etc.
No existe una personalidad típica del buen samaritano o de la persona inclinada naturalmente a hacer el bien. Ayudar o no ayudar es algo que está influido por toda una serie de factores personales y ambientales: la percepción de las condiciones de necesidad de la persona que lo pasa mal; la atribución de la culpa (se tiende a no ayudar a la víctima a la que se considera culpable de lo que le ha sucedido, puesto que se piensa que «se lo ha merecido»); la similitud entre la víctima y aquel que potencialmente vaya a socorrerle (la simpatía o la pertenencia al mismo grupo social o religioso estimulan más fácilmente la ayuda, mientras que la impiden los estereotipos negativos que se refieren a las más diversas pertenencias sociales); los beneficios que se esperan obtener (no solo ventajas económicas, sino también emotivas, como sentirse mejor al aliviar el sufrimiento ajeno); los costos previstos (y su relación con los beneficios que se esperan); una especial capacidad empática (conseguir ponerse en el lugar del otro y ver la realidad desde su perspectiva); la presencia de otros socorredores (con el consiguiente fenómeno de la apatía del espectador o de la excesiva dilatación de la responsabilidad); etc.
En caso de conflicto entre normas diversas, la elección está condicionada por varios factores (no siempre inspirada por los valores más elevados); las emociones juegan un papel importante en este proceso de elección: los sufrimientos ajenos hacen experimentar angustia, dolor, tristeza y sentido de culpa, y estas emociones intensas, especialmente si no son controladas adecuadamente, pueden limitar la capacidad de focalizar objetivamente la situación y la de escoger las mejores modalidades para prestar ayuda.
Para comprender las dinámicas del comportamiento pro-social –los gestos de altruismo, de solidaridad o de indiferencia y frialdad–, más que limitarse a mirar dentro de la persona, los psicólogos prefieren hoy analizar su conducta en el contexto en el que se sitúa. Por otra parte, también lo que la persona es (su misma personalidad) depende –y no poco– del ambiente en el que ha crecido y ha sido educada.
Los comportamientos pro-sociales, que se encuadran en el concepto de salud entendida como bienestar personal y social, son necesarios para un desarrollo armónico de las relaciones de afecto y de amistad (y la expresan). Son comportamientos que pueden ser educados. No se trata, empero, de educar a los niños a ayudar a los demás olvidándose de sí mismos, sino de educarlos a que busquen el propio bienestar y el de los demás con la convicción de que ambos están en estrecha relación 7.
Si se ayuda a quien tiene necesidad sin una atención adecuada, se corre el riesgo de caer en lo que Carmen Berry llama la trampa del mesías: amar y ayudar a los demás olvidándose de amar y ayudarse a sí mismo. «Si no lo hago yo, nadie lo hará»: de esto está obsesivamente convencido quien ha caído en esta trampa. Y también está convencido de que las necesidades de los demás tienen siempre preferencia sobre las propias, permitiendo de este modo que sean los otros –y sus expectativas– los que condicionen las propias acciones. Y para complacerlos se descuida a sí mismo. Busca dar siempre el máximo para obtener aquellos resultados (nunca suficientes) que le convenzan de su valor, que le hagan sentirse aceptado por el prójimo; es así como poco a poco se convierte en esclavo de su propia pretensión de mostrarse indispensable y se siente culpable si no ayuda a quienes tienen necesidad de él 8. Y esto no se puede parar, puesto que el sentido de culpa pone en movimiento el círculo vicioso.
Quien cae en esta trampa es una persona inclinada a ayudar al afligido por un dolor que le afecta a él mismo, pero sin afrontar el propio dolor y, aún más, encontrando en el ayudar a los demás un modo aceptable para huir de una toma de conciencia de los propios problemas y para enmascararlos justamente a través de las relaciones con los otros: en lo profundo de sí es un niño que se siente impotente para protegerse a sí mismo y que enmascara esta sensación suya revistiéndose con el rol omnipotente de quien ayuda.
Todo esto crea una relación desequilibrada, y en el ayudado se genera una sensación de impotencia. Crea también la ilusión, que los hechos desmentirán, de que, al ayudar a los otros, el propio dolor se resuelva, que las viejas heridas puedan cicatrizar o que los propios problemas estén finalmente bajo control. Pero estos permanecen y encuentran el modo de hacerse oír de forma imprevista. Son muy raros los «mesías» que se detienen a tiempo y se interrogan sobre las razones de su infinita carrera.
Tendría que prestarse una mayor atención a cómo vive esto la persona que recibe la ayuda. Quien recibe la ayuda puede percibirla, ciertamente, como un gesto de atención y como respuesta a una necesidad suya y, por tanto, quedar agradecido; pero también puede vivirlo diversamente: puede sentirse instrumentalizado y manipulado por parte del bienhechor –que buscaría sus propios intereses en el acto de ayudar–; puede considerar la ayuda como amenaza a la propia autoestima (a veces las personas que tienen necesidad no piden ayuda para salvaguardar una cierta dignidad y respeto por sí mismas), en especial cuando no existe la posibilidad de contraprestación; puede ver la ayuda como signo de inferioridad dentro de una relación que crea y mantiene dependencia de alguien que ostenta el poder y hacia el cual puede experimentar también algo de resentimiento; puede sentirse sometido y como obligado a devolver la ayuda (por eso algunas personas prefieren recibir la ayuda en forma de préstamo que luego puedan devolver). La respuesta positiva o negativa del ayudado, también cuando no está claramente expresada, tiene siempre un impacto, quizá a largo plazo, sobre la relación de ayuda y sobre el sujeto que la expresa.
La psicología de quien ayuda y la psicología de quien recibe la ayuda son diversas: quien realiza un gesto altruista tiende a subrayar lo que ha hecho y lo mucho que le ha costado, mientras que quien recibe la ayuda tiende a disminuir la importancia. Las relaciones en las que hay reciprocidad entre el dar y el recibir (aunque sea en plano diverso) tienen efectos mejores que aquellas que no ofrecen posibilidad de contraprestación.
Un buen modo de ayudar ayuda no solo a quien pide esa ayuda, sino también a quien la da.
2. Las fluctuaciones de la empatía
Los autores definen la empatía de formas diversas. Carl Rogers la describe así: «Sentir el mundo más íntimo de los valores personales del cliente como si fuese propio, sin que se pierda nunca, sin embargo, la cualidad del como si. Sentir su confusión o su timidez, su ira o su sentimiento de ser tratado injustamente como si fueran propios, sin que el propio temor o la propia sospecha se confundan con lo suyos: esta es la condición que estoy intentando describir y que sostengo como esencial para instaurar una relación productiva» 9.
Es la capacidad de sintonizar cognitiva y emotivamente –con la mente y con el corazón– con los otros, con aquello que están viviendo y con el modo en que lo viven; justamente por eso favorece el conocimiento del otro y puede encaminar hacia una buena relación de ayuda. Implica un salir de la propia tierra conocida para entrar en la desconocida del otro, por lo que expone a una situación de vulnerabilidad. Pero justamente el salir de la tierra conocida puede ayudar a conocerse mejor y a experimentar los propios límites y recursos.
Hay veces en que la empatía está centrada en el otro, y otras en que está más centrada en uno mismo: en la empatía centrada en el otro, la atención está puesta en sus necesidades y sentimientos; esto provoca en el observador una participación emotiva que le impulsa a la ayuda (que, en este caso, es fundamentalmente altruista). En la empatía centrada sobre uno mismo, la atención está puesta sobre el propio sujeto, i...
Índice
- Portadilla
- Introducción. Hacerse prójimo
- 1. Ayudar a los otros. El riesgo de quemarse
- 2. Médico, cúrate a ti mismo
- 3. El cuidado de uno mismo
- 4. Para no quemarse
- Conclusión. ¡Cuídate!
- Notas
- Contenido
- Créditos